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Me estremecí al verlo, quise pasar a un lado de mi maldito hermanastro e ignorarlo, pero él se volvió a poner frente a nosotros.

—¡Papá! —gritó mi hijo con felicidad. ¿Has terminado el trabajo? —preguntó con dulzura, recordando que yo le había mencionado eso. —Acompáñanos a nadar, a mamá le da miedo la profundidad. —Dijo en el oído, pero yo siempre lo escuché.

—Está bien, nadaremos en lo más profundo del mar. Dijo, y yo sonreí al ver la felicidad de mi pequeño.

—¿Qué haces aquí con el niño? ¿Qué tal si nuestros padres te encuentran? —me regañó, se notaba muy preocupado. —Te estuve llamando desde hace rato, ¿por qué no contestabas el maldito teléfono? —cuestionó molesto.

Esa reacción de Andy puso en alerta a Brenda, que nos observaba a ambos con mirada confundida.

—¿Cómo así? ¿Por qué tienen miedo de que mis suegros se aparezcan aquí? —cuestionó Brenda, sin entender nuestros putos secretos.

—No es eso, cariño. —Maldición, vuelve a tratarla bonito delante de mí—. Lo que sucede es que el
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