Amor prohibido.
Amor prohibido.
Por: Cristina López
Capítulo 1

Mi corazón latía con fuerza a medida que el avión aceleraba y comenzaba a elevarse, decir que no tenía miedo seria mentir con demasiado descaro, estaba aterrado, mis manos temblaban, mi frente se cubría de pequeñas perlas de sudor, era la primera vez en mi vida, en nuestras vidas… que nos separábamos, era la primera vez en 18 años, que abriría mis ojos el día de mañana y ellos no estarían, mis hermanos, mis otras mitades, soy uno de los quintillizos Zabet, o como todos nos conocen, los niños dorados, cada uno posee una personalidad muy distinta al otro,  nuestros rostros  son similares pero no iguales, somos distintos e iguales al mismo tiempo, raro de comprender y aún más complicado de explicar, pero tratare, intentare tener la paciencia de Vicky, ella es una de mis hermanas, Victoria es quizás la más tranquila de nosotros y no es por el hecho de que a los 12 años perdió la vista, no, ella ya era un lago en calma aún mucho antes que eso sucediera, es muy distinta a Ámbar, o la loca, como yo la llamo, Ámbar es fría calculadora y muy muy promiscua con su sexualidad, pero eso tiene una razón, todos y cada uno de nosotros hemos sufrido y lamentado la perdida de Dulce, nuestra prima y quien creció con nosotros, a cada uno de nosotros nos afectó de diferente manera, pero Ámbar vio todo, ella estuvo allí, la vio morir por amor, amor a su lobo, amor a su hijo y eso la hizo cambiar, pero si hablamos de frialdad Mateo se lleva el primer lugar, él es como un maldito cubo de hielo, mientras Stefano es un puto volcán que no necesita de mucho para hacer erupción y moler a todos a golpes, y luego estoy yo… Felipe, el bromista, el más flacucho de los hombres y más bajo, mi estatura es casi igual a la de mis hermanas, aun así siempre estuvimos juntos, durante estos 18 años, y a pesar de que somos tan diferentes nos complementamos, Victoria es la calma de Stefano, Ámbar es quien provoca a Mateo, gracias a ella Teo, como le decimos solo para molestarlo, demuestra alguna emoción, y yo… yo solo juego mis bromas, esas que los acerca o aleja de mí, dependiendo que es lo que quiero, y es que guardó un secreto, aunque no comprendo cual es mi temor, sé que mis padres, mis hermanos, mis tíos, en fin, sé que mi familia no me juzgara y aceptara, pero aún no estoy listo para decirles, aunque a veces me imagino como lo haría, sueño con levantarme de la mesa en medio de un almuerzo, aclarar mi garganta y decirles, “ Familia, soy Gay”, y luego imagino sus risas, la voz de Lucero mi cuñada diciéndome que buena broma he dicho. Nadie podría tomar en serio tal cosa, por lo menos viniendo de mí, eso es lo que sucede cuando pasas toda la vida gastando bromas, es como el cuento de Juancito y el lobo, un día quieres ser serio, pero nadie te cree.

Mis ojos se cierran, he estado llorando desde que el avión comenzó su vuelo, sé que ninguno de ellos llorara por separarnos, solo yo, que debería estar feliz de poder disfrutar de este tiempo en un país tan lejano, en la universidad que elegí y donde podre ser yo, Felipe el gay, pero no creo que eso suceda, y no porque me avergüence de lo que soy… es solo que extraño a mis hermanos.

Felipe, no tardo demasiado en tomar el ritmo de su nueva vida, aun extrañaba a sus hermanos, no solo a los quintillizos, también a los otros, los mayores, pero debía seguir adelante, su madre les había dicho que parte de crecer era aprender a solucionar ciertas cosas solos, pero que de igual manera siempre podrían regresar y eso lo llevo a recordar como regresaron sus hermanos mayores y su prima cuando fueron a Francia, también a la universidad, aunque ninguno se recibió, Eros, y Zafiro que eran sus hermanos mayores y fueron los que regresaron al refugio de su hogar con las alas rotas, eso lo recordaba a la perfección, veía el dolor y sufrimiento en sus ojos y era por eso que tenía miedo del día que ellos partieran a la universidad, pero luego, comprendió que sus hermanos cometieron errores que él no repetiría, porque lo más importante para Felipe era el amor, era aún más soñador que sus hermanas, solo el tiempo le haría ver que hay cosas que uno no puede manejar, y que de las penas del amor, nadie puede escapar, más si es un amor prohibido.

El departamento que habitaba era de lujo, y muy grande, algo que en un país como ese era un privilegio, aun así nadie lo acosaba como en Nueva York, aquí era un extraño, no tenía periodistas tratando de retratar su rostro, o haciendo preguntas hostiles sobre porque su hermana Zafiro se había convertido en la esposa del mafioso más buscado en rusia, ni como interfería esto en el matrimonio de su hermano Eros, con la princesa Bach, no, aquí nadie sabía quién era Felipe Zabet, solo lo que veían y lo que él mostraba y era por eso mismo que en solo tres meses era uno de los jóvenes más populares de la universidad, atrás quedaban sus bromas pesadas y chistes molestos, no los necesitaba, solo era él, ¿y cómo era Felipe realmente? Era un joven honesto, atento, simpático, pero también serio cuando la situación lo requería, y a pesar de que su comportamiento siempre fue “normal” descubrió que más de un joven suspiraba por él, algo que lo impacto, en Estados Unidos ningún hombre se le había insinuado como sucedía aquí, algo que lo tomo desprevenido, aunque quizás todo se trataba a que su familia era poderosa y todos le temían, pero lo que si lo dejo completamente aturdido fue el día que uno de sus profesores le pidió quedarse después de clases, alegando que tenía algo que charlar con él, intrigado Felipe acato la orden, nada lo preparo para lo que sucedería.

Sus compañeros se habían retirado, como siempre parecía que esta cultura trabajaba a un nivel sincronizado y apresurado, como si siempre corrieran de un lado a otro, mientras que Felipe estaba perdido en su mente, tratando de descifrar porque todos siempre estaban apurados, no se dio cuenta que su profesor se acercaba paso a paso a él, como un tigre acechando a su presa, o, mejor dicho, como un dragón a punto de devorar un delicioso bocadillo.

— Te ves sumamente hermoso cuando arrugas tu frente. — Felipe giro de inmediato al escuchar a quien era su profesor hablar tan bien inglés.

— No me lo creo. — dijo aun sorprendido y Andrés Maller, sonrió con gusto.

— ¿Qué es lo que no crees? ¿Que hable tu idioma? ¿Que entienda lo que dices? O ¿Que eres hermoso? — el hombre de 30 años, coloco un rizo rebelde del cabello de Felipe detrás de su oreja, al tiempo que acariciaba sutilmente su mejilla y este temblaba levemente.

— Yo…yo…— no sabía que decir y esa era la verdad, Felipe había escuchado a más de un compañero insinuársele, pero él nunca había coqueteado con nadie, Felipe ni siquiera había dado un beso en toda su vida, por lo que el avance de su profesor lo dejo tragando grueso, era un hombre alto, con una delgada figura, pero Felipe podía distinguir sus músculos sin problemas por debajo de la camisa, como cuando flexionaba sus brazos y estos se marcaban.

— Tu… te has convertido en mi tormento durante estos meses, eres demasiada tentación para mí, desde el día que cruzaste esa puerta… me has quitado el sueño, más este último tiempo que he podido ver de primera mano cuanto idiota se te acerca y tu solo sonríes. — Maller paso su pulgar por el borde del labio de Felipe, quien dejo salir un suspiro por lo agradable que le resulto aquello.

— ¿Por qué? — el joven se tuvo que aclarar la garganta, y solo entonces pudo continuar. — ¿Por qué me pidió que me quedara? — termino su pregunta al descubrir que Andrés Maller estaba demasiado cerca de él, una posición demasiado comprometedora para el profesor.

— ¿Eres tan inocente como aparentas? ¿o estas jugando con mi cordura? — el profesor no espero respuesta y termino con el poco espacio que los separaba, beso sus labios de forma suave, al tiempo que llevo una de sus manos a la nuca del joven, y la otra a su cintura, atrayéndolo aún más cerca de él, haciendo chocar sus cuerpos.

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