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Capítulo 5 Pesadilla.

— Señor… — llamo el jefe de seguridad a Felipe.

— No me llames así, por favor, tengo la mitad de tu edad, dime Felipe. — el joven vio con fingido espanto a su custodio y a este no le quedo más que reír, Felipe tenía la facilidad de hacer reír incluso a la persona más seria del mundo.

— Como digas, solo quería preguntar si saldrá esta noche o…

— No claro que no, pueden ir a descansar, nadie podría ingresar al edificio, solo los Bach. — respondió el rubio, ya que se enteró que Conall, desplego al menos veinte hombres aquella noche que fue por él, y aun así tuvo que dar explicaciones a la policía al salir del edificio, Felipe era precavido, siempre temió el ser secuestrado o acosado por los periodistas, lo odiaba, fue por eso por lo que había buscado un buen edificio en donde establecerse en aquel país.

Una vez que el empleado se retiró, él fue a la casa de Maller, debía decirle que si seguían en esa especie de relación deberían programar donde y cuando verse, si bien le había confesado a Lucero que era gay, aun no estaba dispuesto a que toda su familia se enterara y por más que Lucero le aseguró que su gente no diría nada de lo que viera él no estaba tan seguro, o quizás era el hecho de que no estaba seguro de continuar con Maller. Fuera lo que Fuera, Felipe se arrepentiría de haberle mentido a sus custodios.

Felipe camino por las calles de piedra, odiando una vez más el clima tan cambiante de aquel lugar, aun no se acostumbraba a salir con un paraguas cada día, y es que, así como en un segundo el cielo estaba despejado solo segundos después la lluvia caía, como en este momento, apresuró sus pasos y toco sin demora la puerta del hogar de Maller, o el que Felipe creía que era su hogar.

— Creí decirte que siempre lleves un paraguas. — fue lo primero que Maller dijo y Felipe bufo molesto.

—  Maller, deja de comportarte como mi padre y dame mejor algo para secarme o me enfermare, odio el clima de este lugar… — Felipe siguió quejándose, sin percatarse de la forma en que su profesor lo veía.

— Ten y sígueme. — ordeno con voz acerada y Felipe lo vio sorprendido.

— ¿A dónde?

— A cambiarte antes de que te enfermes. — sin ser consciente del peligro Felipe lo siguió, y es que, para el joven Zabet, desconfiar de quien te quiere o a quien quieres no era lógico, se supone que quienes te quieren no te dañan, eso pensaba Felipe.

 Maller  no perdió tiempo y comenzó a desvestirlo, ágil y rápido como solo él podía ser, pero bajo su aparente preocupación se escondía otra cosa, una tenebrosa e incluso diabólica razón, Felipe se dejó hacer, como cada vez que  Maller  estaba a su lado, el joven se replanteaba la decisión que había tomado, ahora que  Maller  besaba sus labios con suavidad, y acariciaba su torso, como con suaves movimientos secaba su espalda, o la delicadeza con la que retiraba su pantalón y ropa interior, Felipe se preguntaba una vez más si no estaba siendo egoísta, ¿realmente era correcto alejar a Maller  solo por ser un poco controlador? Ahora no estaba, muy convencido de ello. Talvez como todo en su vida estaba tomando una decisión egoísta y es que así se sentía Felipe, cada vez que sus hermanos o padres se abrían a él, buscando tratar de descubrir el secreto del rubio, este los alejaba con alguna broma pesada, en este momento Felipe se preguntaba si en verdad quería alejar  a su profesor por no ser compatibles o por temor de amarlo, en estos 19 años Felipe se había acostumbrado a estar solo y aun así acompañado, su mente era un verdadero caos y los besos de  Maller  no ayudaban, hasta que sintió el frio del metal en sus muñecas, solo entonces se dio cuenta que estaba esposado a la cama.

— ¿Qué haces? — pregunto con media sonrisa que borro al ver el rostro sin emociones de Maller.

— ¿Quién es el hombre que estuvo contigo ayer y hoy? — pregunto mientras se sentaba a horcadas sobre Felipe.

— ¿Por qué me vigilas Maller? — un chasquido sonó y el rubio dejo de hablar y aun cuando sintió el golpe en su mejilla no pudo decir nada, estaba en shock.

— Andrés, ¿cuántas veces te lo debo explicar? Me debes llamar Andrés. — el frio en la voz de su profesor era acompañado por una mirada de hielo.

— ¡Y una m****a, maldito loco! ¿Quién te crees que eres para golpearme? — Felipe solo recibió otra bofetada como respuesta, pero esta vez movió con furia sus manos para tratar de liberarse, ¿lo habían golpeado a lo largo de su vida? Por supuesto, él podía ser delgado y fácilmente podía pasar por una de sus hermanas, pero los niños dorados estaban preparados para la lucha, entrenaba a diario y en más de una ocasión se vio envuelto en las peleas de Stefano, pero, aun así, jamás se había sentido tan indefenso como se sentía en ese momento, nunca alguien que él quería lo había golpeado adrede.

— Me creo lo que soy, el dueño de casi todo el país, soy Andrés Maller, líder del clan dragón rojo y tu… eres una de mis joyas y yo no comparto mis cosas. — Felipe se congelo por casi un minuto, ¿sabía quiénes eran los dragones rojos? si lo sabía, Arkady el primo de Neizan hacia negocios con ellos, ¿quería tener algo que ver con ellos? no, claro que no.

— Quiero irme. — dijo con la esperanza de que Maller lo dejaría ir, algo que le quedo claro no sucedería gracias a la sonrisa siniestra que el mayor tenía en sus labios.

—  Hoy comprenderás que tu harás lo que yo quiera y cuando yo quiera, eres mi hermosa joya, exótica, distinta, pero eso no te da ningún privilegio, ¿comprendes? — pregunto ahora jalando el rubio y un poco largo cabello de Felipe, provocando aún más el enojo del menor.

— Déjame, ¡ahora! tú no sabes quién soy… — trato de persuadirlo, pero la risa de Maller lo silencio.

— Eres Felipe Zabet, eres el cuñado de Neri, no querrás que comience una guerra con los rusos por ti ¿verdad? Porque si ese fuera el caso, el primero en morir seria tu sobrino.

Felipe grito, lloro e incluso rogo, pero nadie lo escucho, en las tierras del dragón rojo Andrés Maller controlaba todo, incluso quien oía, quien veía y quien hablaba.

El día siguiente, las personas parecían no ver a Felipe, era como si el joven que caminaba cubierto de sangre no existiera, ni siquiera la policía se detuvo a preguntar qué era lo que le sucedía, tardo más tiempo del normal en regresar a su hogar, cada paso que daba el dolor se incrementaba, sus piernas cedieron en más de una oportunidad, enviándolo al frio de las aceras, donde todos lo veían con lastima, solo una niña hizo el intento de ayudarlo a ponerse en pie, pero la mano de su madre y el miedo en su voz fueron suficiente para hacerla desistir.

— Es el nuevo juguete del señor Maller, déjalo. No lo toques.

Felipe se dejó caer de trasero lo que le causo aún más dolor, un pinchazo que lo dejo sin aire, podía sentir la sangre entre sus piernas, aun así, pudo ver como todos lo veían, aunque luego de unos minutos descubrió que no era a él al que observaban, eran los hombres de la acera de enfrente, los había visto, en reiteradas ocasiones, incluso creyó que lo estaban siguiendo, ahora sabía que no se equivocaba, ¿Cómo era posible que pasara por alto el tatuaje de dragón que se veía en la mano de uno y el cuello del otro? Fácil, porque nunca creyó que en un lugar tan alejado de su hogar debía cuidarse la espalda, porque en su mente de 19 años recién cumplidos, aun había lugar para la inocencia, en ese momento lo pensó, él era inocente, un iluso, un idiota, un soñador, tanto como lo fue Dulce, ¿Cómo pudo creer que, si no se metía con nadie, nadie se metería con él?

Haciendo acopio de la poca fuerza que le quedaba se levantó una vez más, debía llegar a su hogar antes que los custodios de los Bach se hicieran presentes, ya una vez hace 7 años atrás había sido testigo de una guerra, como esos hombres irrumpieron en su hogar, con el desespero que Neri Neizan, el esposo de su hermana mayor, lo había tomado en brazos cubriéndolo casi al completo, cuidando su vida, aun si le costaba la suya propia, y lo había colocado en una camioneta junto con sus hermanos, aun así lo vio, la muerte llego a su hogar, y aunque muchos resultaron heridos solo dos personas murieron ese día, Dulce y Tiago, que en ese entonces tendrían su misma edad, ellos murieron antes de los 20, ¿quería que la historia se repitiera? Claro que no, no podría llevar a su familia a un infierno de ese calibre, menos poner en riesgo a Lukyan, ese niño que aún no nacía, y que era todo para Zafiro, su hermana había sufrido mucho, y en el momento que ingreso en su departamento y fue a la ducha, la conversación que había tenido con Lucero se repitió en su mente.

— A Zafiro la violaron, tres malditos… ayudé a Neri a vengarla, aun así, no hice bien mi trabajo, y sus padres buscaron venganza, no estaban solos, el cartel del Cuervo también los ayudo, ellos querían a Tiago, los otros querían a los Zabet-Ángel…fue mi culpa que mis amigos murieran.

Felipe recordaba el dolor en la mirada verdeazulada de Lucero, él comprendía que ella no tenía la culpa de nada, pero también entendía que esa mujer, que era su cuñada, era la princesa, la heredera de los Bach y algún día asumiría su lugar, no antes de cumplir su promesa, acabar con todos y cada uno del cartel del Cuervo, sin importar el tiempo que le llevara, aun luego de 7 años continuaba cazándolos, pero ¿Cuál era el precio para pagar? Victoria había sido secuestrada, era como si una cosa se conectará con otra, como si la muerte de Dulce y Tiago siguiera pesando sobre ellos y no solo con el dolor de su pérdida.

Felipe comprendió que si decía lo que sucedió una nueva guerra se desataría, pero, aun así, él era Felipe Zabet, no caería bajo las órdenes de nadie, aunque le costará la vida, eso si podía jurar, su vida.

— Púdrete, Maller, jamás será tuyo, primero me tendrás que matar.

Se lo juro viéndose al espejo, su rostro estaba casi desfigurado, sus muñecas estaban en carne viva por lo mucho que lucho para liberarse, mientras  Maller  lo violo, y no conforme con ello, lleno su estrecho orificio con una variedad inverosímil de juguetes sexuales, sonriendo cada vez que él gritaba, sabía que debería ver un médico, casi no podía caminar y mucho menos sentarse, pero solo se dejó caer en la cama, cubriéndose con las mantas, como cuando era niño y los truenos lo asustaban, peor aún, como cuando tenía 13 años y recordaba los disparos que esos hombres hicieron en contra de su hogar, desde esa noche Felipe se sumergió en una pesadilla que parecía ser eterna.

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