Lisandro Li, empresario reconocido por ser el heredero de varios imperios en la industria y medicina. Sus padres Lisandro Li y su madre Camila…
—Fabiana, ¿recuerdas el apellido de la madre del CEO? —pregunto mientras busco entre mis apuntes.
La mujer a mi lado, de cabello negro y curvas pronunciadas, que lleva gafas y un vestido floreado me mira molesta.
—Debes ordenar tu escritorio, Kiara, es un desastre —me reclama. Mientras mira entre sus apuntes.
—Tú eres ordenada y, sin embargo, no lo tienes —insisto para que se apure.
Sé que no debo ser así, pero me gusta verla enojarse. Fabiana es una gran amiga, nos conocemos desde hace más de diez años cuando empezó a trabajar en la revista, la cual está dirigida por mi esposo, aunque pocos aquí saben que él está casado conmigo. Preferimos mantener nuestra vida privada fuera de la boca de los empleados, sobre todo porque muchas veces culpan a su esposa por su mal humor. Siendo que no hay mujer más comprensiva que yo para ese hombre. Aunque desde que nos casamos su buen carácter casi se ha desvanecido, siempre está de mal humor. Supongo que también tiene que ver con que poco después de que lo hiciéramos perdiera a nuestra primera hija; y eso nos alejó lo suficiente como para que el amor que me profesó en la universidad tambaleara.
—Se llama Camila Fernández, y el padre es Leonel, no Lisandro —me reclama mi compañera cansada de mis errores de tipeo.
—Claro que no, el verdadero padre del señor Li lleva el mismo nombre que él. Estoy segura, lo busqué para la entrevista.
—¿Qué pasa aquí? —me pregunta la jefa de redacción. Ella sabe que mi esposo es el director y dueño de la empresa. Aun así, me trata como a una empleada más delante de todos.
—No es nada. Solo estoy apuntando algunas cosas antes de la entrevista con el magnate —digo mientras recojo un poco la mugre de mi escritorio.
—¿Y qué haces aquí? Se supone que re agendaron para las cuatro —me dice y miro mi reloj, la m*****a batería volvió a acabarse. Intento ser puntual, pero estas cosas me superan.
—Ya me estoy yendo —digo poniéndome de pie y maldiciendo por dentro. Tendré que tomar un taxi, cosa que no quiero tener que hacer.
—Acepto que la entrevista la consiguió tu amiga. Aun así, deberías tomarlo con más seriedad —me reclama mi jefa.
—Claro que se lo toma en serio, es solo que está nerviosa. ¿Verdad? —me pregunta Fabiana, y se lo agradezco en silencio. Aunque trate de apoyarme, sé que la que se ha equivocado soy yo.
Salgo del edificio a toda prisa, hace mucho calor y llevo una camisa mangas largas. El del clima se volvió a equivocar con eso de la lluvia.
Resulta casi imposible conseguir un taxi en la avenida a esta hora, por lo que debo caminar unas cuantas cuadras con mis tacones de noche. Debí traer zapatillas para correr y los zapatos en un bolso grande. Seguramente se me ampollaran los pies en el camino y usé mis últimas curitas con mi hijo, ayer. Aun así, me niego a desperdiciar la entrevista que mi amiga preparó para mí con el señor Li, por lo que me esfuerzo en conseguir un taxi que me lleve.
Una vez que paso unas cuantas calles me detengo en una parada que sé que es la favorita de los taxistas, ya que venden café al paso económico en la esquina. Espero unos minutos y soy la siguiente para poder acceder al servicio. Un taxi se acerca y le hago señas. Cuando abro la puerta, una mujer mayor se mete dentro y me da las gracias. ¿Gracias por qué? No soy su paje, yo iba a subirme al taxi. Maldigo en silencio, debo esperar otros veinte minutos antes de que otro taxi llegue. Subo y le doy la dirección del hotel. Me relajo una vez que estoy dentro y trato de arreglar un poco mi ropa, sin embargo, el tráfico es tanto que avanzamos muy poco en los veinte minutos que me quedan. Por lo que cuando estamos a un par de cuadras me quito las medias y los tacones, me bajo del taxi después de pagarle y corro lo más rápido que puedo. Al llegar a la esquina donde se encuentra el hotel hay un kiosco donde compro una botella de agua y me la tiro sobre la cabeza. Una vez que todo mi cabello se encuentra mojado lo acomodo y me hago una media coleta y la ato con mi bolígrafo. Dejo el resto del cabello suelto para que cubra un poco el sudor de mi camisa y no se note mi brasier, ya que cometí el error de ponerme uno de color negro con una camisa caqui. Me limpio un poco los pies, me coloco los zapatos y hago mi entrada triunfal hasta la puerta del hotel.
En la recepción me recibe un joven que parece que tiene miedo a levantar la mirada. Sé de esas cosas, alguna vez fue mi primer día en el trabajo, por lo que seré paciente pese a que no tengo tiempo que perder. Recibo un mensaje de mis hijos, pero decido no responder. Esta semana le toca a mi esposo hacerse cargo de todo lo que tenga que ver con ellos. Seguramente se olvidaron la maqueta del sistema solar en casa y quieren que se la alcancemos a la feria de ciencia de la tarde. Por lo que, cuando termine la entrevista con el señor Li hablaré con mi esposo. Tal vez pueda llevárselas, ya que él puede ir en coche.
—Buenos días, mi nombre es Kiara Montiel y tengo una reunión con el señor Li —le digo al recepcionista. El cual me mira de nuevo, y como si no supiera ni donde se encuentra mira la computadora.
—Espere un momento, por favor —me dice cuando veo entrar al hotel a la mujer que me robó el taxi. La miro, pero ella no se da por aludida.
—Habitación cuatrocientos cinco —recita para que le den la llave.
—Disculpe, estoy primero —le aclaro de la manera más cortés que me sale y ella me mira.
—Me pareces conocida, ¿nos hemos visto antes? —me pregunta la atrevida.
No lo puedo creer. Si no fuera porque me considero una mujer paciente y que respeto a los mayores, ya le habría metido una patada en el trasero.
—Ahora lo recuerdo. ¿A caso no te di propina y me seguiste hasta aquí? Cuanto trabajo te has tomado. Deja que busque dinero en mi bolso —dice y quiero arrancarle el pescuezo.
—Claro que no —espeto con tono más elevado del que debería usar.
—¿No? ¿Y entonces porque molestas? ¿No te das cuenta de que estoy apurada? —me reclama y quiero asesinarla.
—Disculpe, el huésped que usted busca ya no está en su habitación —me dice el chico de recepción mientras le da la llave a la mujer a mi lado.
Ella se va con una sonrisa plasmada en su malvado y atrevido rostro con bótox. Trato de no prestarle atención, ya que tengo cosas más importantes que resolver.
—¿Cómo que no está? Soy reportera, tengo una entrevista con él. Por favor, intente ubicarlo —le pido y veo que ya han pasado más de quince minutos de la hora acordada. No es posible que se haya ido y yo no lo viera.
—Lo siento, aquí dice que dejó la habitación a las cuatro —recita el joven y me doy cuenta de que era la hora de nuestra entrevista.
Llamo a mi esposo mientras pienso en que voy a hacer. En tres días debo entregar la entrevista a la editora para que sea publicada en la portada. Me costó mucho convencer a todos para que me permitan poner al señor Li ahí. Incluso mi esposo no quería que lo hiciera, según él solo es un mal viviente que desperdicia el dinero de sus padres. Me niego a creer que el señor Li sea capaz de hacerme esto. Se supone que es un hombre serio, un abogado reconocido y un empresario benevolente.
Para mi desgracia, y como la mayoría de las veces pasa, el hombre con el que me casé no responde su teléfono. Estoy cansada de que siempre que quiero contactarlo está ocupado. Sin embargo, cuando él me llama, si no respondo ante el primer timbrado, me llevo uno de sus discursitos en casa sobre lo mala madre que soy.
—Maldición —espeto en un tono algo más elevado de lo que debería. Por lo que las personas que están en el hotel me miran.
Tomo mi identificación, y salgo por la puerta principal, maldiciendo al desconsiderado del señor Li y al desgraciado de mi esposo cuando me topo con lo que parece una multitud de hombres de negro. ¿Quién va a entrar que hay tantos guardaespaldas? Me quedo viendo, ya que todo sirve en este momento.
—Disculpe —digo, pero el hombre de espalda ancha y de casi dos metros de largo que está frente a mí no se da por avisado, por lo que repito—. Disculpe, ¿puede moverse?
Él no lo hace y para descargar mi ira, maldigo al señor Li y a mi esposo, por lo bajo, nuevamente.
—¿Tiene algún problema conmigo? —dice alguien que está detrás del hombre frente a mí.
—¿Señor Li? —pregunto sorprendida al verlo.
—Mi empleado, no habla español, es ruso —asegura el hombre de gran porte que tengo ahora frente a mí—. Además, no ha respondido a mi pregunta. ¿Usted tiene algún problema conmigo?
—Soy Kiara Montiel, reportera de la revista Visión y estoy aquí por la entrevista que tenía pautada con nosotros —digo lo más amable que me sale. Le acabo de faltar el respeto a mi entrevistado. No puedo tener una suerte tan mala.
—¿Usted es la esposa de Paul? —me pregunta y asiento—. Disculpe, ¿en verdad es su esposa?
—Por supuesto que soy su esposa —digo a modo de reclamo.
¿Por qué mentiría sobre la relación que tengo con mi esposo?
¿A qué está jugando este hombre?
No sé si soy yo que me queda poca paciencia o acaso el señor Li saca lo peor de mí.
—Entonces sígame por favor, no dispongo de mucho tiempo —explica y me quedo viendo a los diez hombres que entran junto a él.
Caminan como si estuvieran protegiendo a un príncipe. ¿A caso mi esposo tenía razón y este hombre no es lo que parece?
—Señorita Montiel, ¿no vendrá conmigo? —me pregunta el señor Li.
—Es que debo pasar de nuevo por recepción —digo y él toma mi mano para que entre dentro del círculo donde lo protegen sus guardaespaldas.
—No se preocupe, mis empleados se harán cargo de esa parte —me asegura el hombre de cabello oscuro, perfectamente peinado, con una sonrisa en su rostro. No le había prestado atención, pero tiene ojos de color azul claro. Aunque son bellos, no sé por qué me dan una sensación de tristeza.
—Por cierto, soy la señora Montiel —le aclaro y él sonríe con más ánimo.
—Disculpe, es que me enseñaron que si la mujer es más joven que yo debo tratarla de señorita —indica mientras entramos al ascensor con solo dos de sus guardias.
—Pues lo han mal educado, si una mujer está casada ya es una señora sin importar la edad —recalco y él parece más divertido.
—Le ofrezco disculpas —me dice y no sé por qué me sonrojo, ya que no deja de mirarme.
—¿Pasa algo? —pregunto mientras subimos.
—Parece que estuvo bajo la lluvia, pero acabo de salir y no me pareció que hubiera llovido —comenta mientras siento cómo mi cuerpo reacciona al frío, que el aire acondicionado del ascensor me da.
Maldigo en silencio, ya que me avergüenza saber que él puede darse cuenta de que mis pezones resaltan por sobre la camisa que llevo puesta.
—¿Tiene frío, señorita Montiel? —me pregunta y niego mientras me cruzo de brazos.
Bajamos del ascensor y vamos directo a una sala donde el señor Li toma asiento primero. Antes de permitirme acercarme a él, sus empleados revisan mis cosas y me pasan por el cuerpo una máquina detectora de metales. Veo que el señor Li no me presta atención en esta situación que vulnera un poco mi espacio personal. Por su parte, él se encuentra hablando con otro de sus empleados. Cuando al fin me devuelven mi bolso y me permiten acercarme a él, noto que han traído té para nosotros y unas masitas.
Autora: Osaku
Conseguí la entrevista con el hombre del momento después de un par de altercados. Sin embargo, ahora me encuentro frente a él en un living amplio y elegante, con unas tazas de té preciosas, de color malva y con pétalos de flores dibujados en ellas, sobre la pequeña mesa del centro.—Desea beber algo caliente. Sé que afuera hace calor, pero parece estar temblando. Si quiere puedo hacer que enciendan la calefacción —me dice en un tono amigable.—No se preocupe por mí, sé que su tiempo es valioso, por lo que me gustaría comenzar con la entrevista —digo y él asiente mientras se sirve una taza de té para sí mismo y luego una para mí, pese a mi negativa.—Dígame, ¿cuáles son sus preguntas, señorita Montiel? —dice mientras busco mi bolígrafo para tomar notas.—Deme un segundo más y comenzamos —le respondo sin verlo. ¿Puede ser que me lo olvidara en la oficina?—¿Necesita algo? —me pregunta con impaciencia. La estoy jodiendo de nuevo. Me empiezo a poner nerviosa. —No, es solo que… —digo y re
Bajo a la recepción y me devuelven mi identificación. No sé ni en qué momento me la pidieron. Salgo fuera del hotel y el coche de mi esposo está esperando. Su chofer abre la puerta y me permite entrar. Mi marido está al teléfono y no me presta atención. Vamos de camino a casa cuando nota que mi cabello está suelto y me pregunta por qué lo llevo así.—Hola, creo que sería lo primero que deberías decirme después de colgar —le digo y meto mi móvil en mi bolso.—¿A caso te arreglaste para ver a ese tipo? —me reclama y pongo los ojos en blanco.—¿De qué estás hablando? Tu secretaria se olvidó de decirme que adelantaron la reunión y tuve que correr por el tráfico para no llegar fuera de horario. El calor me tenía loca, por lo que me compré un agua y me la tiré encima. Me até el cabello con una lapicera, ya que esta mañana no me diste tiempo a nada porque tenías una reunión a primera hora —espeto sin siquiera mirarlo. No estoy de humor para sus celos baratos, cuando nunca me presta atención.
Cuando salimos de la dirección tomo la mano de mi hijo y delante del señor Li y el pequeño León le pido a Philippe que se disculpe con él, pero se niega. Mi hijo es demasiado terco. Por lo que le pido de nuevo que se disculpe con su compañero y vuelve a negarse. Sin otra opción, me pongo de rodillas frente al pequeño.—Mamá, ¿qué haces? —me pregunta Philippe incómodo al ver que hay personas a nuestro alrededor.—León, soy Kiara, te pido perdón en nombre de mi hijo. Si él fue agresivo contigo frente a una demostración de cariño de tu parte es porque no soy una buena madre y no lo he criado como corresponde. Así que en nombre de mi hijo te pido que me perdones —digo y el niño sonríe levemente y asiente con la cabeza.—Mamá, no tenías que hacer eso —protesta mi hijo y me pongo de pie.—Gracias, León, por ser tan comprensivo —digo ignorando a Philippe.—Mamá, te estoy hablando —me reclama mientras me dispongo a salir de ese sitio.Philippe me sigue y me demanda mientras caminamos. Trato d
El señor Li y yo estamos hablando y sin darnos cuenta traen la comida. Por lo que debemos dejar las preguntas abandonadas. Los niños comen mientras nosotros compartimos un momento de tranquilidad en la mesa. Sé que será el último de la noche, porque cuando llegue a casa terminaré discutiendo con Paul. No entiendo que es lo que le ocurre y porque se comporta así últimamente. Es como si los niños y yo fuéramos una carga para él.Finalmente, luego de cenar, el señor Li y el pequeño León nos despiden en la puerta del ascensor. Los niños quedan en verse otro día antes de la partida del señor Li del país y yo le agradezco la invitación. En la puerta del hotel nos espera su chofer quien nos lleva hasta casa. En el coche los niños van discutiendo, porque Arthur quiere ser amigo de León, pero Philippe no lo deja. Cuando llegamos a casa bajan y corren a la puerta. Al entrar me encuentro con Paul en el living bebiendo whisky, los niños saben que una discusión se aproxima por lo que suben a sus d
Salgo del hotel aun con la cara roja por la vergüenza. No puedo creer que soy tan tonta como para pensar que el señor Li puede querer algo conmigo. El único que se interesa en mí es mi esposo y de una manera ridícula. ¿Cómo es que ha resultado ser tan descarado como para ponerme un virus en mi móvil?De camino a casa le pido al chofer si puede detenerse en una tienda. El hombre me dice que el señor Li le pidió que me lleve a donde yo quiera y que a la vez me espere si se lo pido. Incluso en eso es mejor que mi esposo. Aun no entiendo que diferencia pudo tener con sus esposas, es el hombre soñado por cualquier mujer.Me compro otro móvil y como no puedo usar mi correo electrónico para pasar los números al nuevo, lo hago de la forma antigua y los paso uno por uno. Por suerte no tengo tantas personas importantes en mi vida como para estar mucho tiempo haciéndolo. Al llegar a casa ya he terminado. Por lo que le agradezco al chofer del señor Li que me haya traído y tras bajarme le pido que
No sé cómo es que terminé en esta fiesta. No conozco a nadie aquí y encima no me puedo ir hasta que mi compañero venga, ya que me quedé con el pase de prensa y él parecía entusiasmado con entrar, si me marcho ahora vendrá en vano. Por lo que me rindo y trato de mezclarme entre la gente mientras lo espero. Es un sitio enorme, magníficamente decorado, me sorprende que sea solo para la prensa, y más aún que haya tan poca gente.Mientras me acerco a una mesa para tomar una copa de vino espumante, escucho a dos mujeres conversar. Las vi en la entrada de los premios, también estuvieron haciendo entrevistas. Una de ellas le dice que es una lástima que hayan preparado algo tan bello y no pudieran asistir ni la mitad de los de prensa.—¿Eso es cierto? —pregunta la otra sorprendida—. Pensé que era mentira.—Claro que es cierto, tengo una amiga que había ido al compromiso donde todos se intoxicaron —dice la periodista mientras bebe su copa, y la otra deja el canapé que acaba de recoger—. No seas
—¡Mamá! —escucho decir a Arthur desde la entrada del hotel y me acomodo la ropa que el señor Li guardó por mí. La misma que le había devuelto un día atrás. Por la noche dormí en el sofá en bata abrazada a ese maravilloso hombre. Le debo demasiado por haberme ayudado, pero ya es hora de que empiece a valerme por mi cuenta.Mis dos hijos me abrazan y empiezan a hablar a la vez mientras me cuentan lo hermosa que es la casa de la madre de León, y lo bien que la pasaron esa noche.—¿Ustedes también hicieron pijamada? —preguntó la señorita De la Torre a su exesposo y él la miró con molestia. Nunca había visto al señor Li poner esa cara—. Sabes que bromeo, eres un aguafiestas.—Mami, ¿es verdad que iremos a vivir al extranjero? —pregunta uno de mis hijos.—Aún no lo sé. Debo arreglar algunas cosas con su padre hoy. Por lo que se quedarán en el hotel —digo y ellos gritan de felicidad.Después de despedirme de ellos tomo el coche que el señor Li me ha prestado y voy al hospital, donde mi espo
Las palabras de mi amiga me dejan pensando pese a que trato de mostrarme tranquila. Lo nota y me ofrece ir con ella por ropa. Le recuerdo la hora, y me asegura que no hay tiempo cuando tienes dinero. Tras hacer cuentas de cuantos cumpleaños no me ha regalado nada ofrece pagar por mi ropa esta noche.—Estás loca —le aseguro cuando me obliga a subir al coche de su hermano.—¿A dónde las llevo? —pregunta el señor Li.—¿Por qué hiciste que tu hermano venga a llevarnos? —le pregunto a mi amiga.—Porque me sacó las llaves de mi coche. Que se esfuerce —dice ella y me obliga a subir delante.—Disculpa, cuando bebe se pone imparable —le confieso al señor Li. No puedo creer que el empresario esté llevándonos por ropa en mitad de la noche.—La conozco desde que nació. Cuando se le mete algo en la cabeza es difícil sacárselo —me asegura él sonriendo.—Tú, solo eres nuestro chofer. No te confundas porque dejé que ella vaya adelante —reclama Alma desde la parte de atrás del coche.—Alma, no le habl