Capítulo tres - Nuestros hijos

Bajo a la recepción y me devuelven mi identificación. No sé ni en qué momento me la pidieron. Salgo fuera del hotel y el coche de mi esposo está esperando. Su chofer abre la puerta y me permite entrar. Mi marido está al teléfono y no me presta atención. Vamos de camino a casa cuando nota que mi cabello está suelto y me pregunta por qué lo llevo así.

—Hola, creo que sería lo primero que deberías decirme después de colgar —le digo y meto mi móvil en mi bolso.

—¿A caso te arreglaste para ver a ese tipo? —me reclama y pongo los ojos en blanco.

—¿De qué estás hablando? Tu secretaria se olvidó de decirme que adelantaron la reunión y tuve que correr por el tráfico para no llegar fuera de horario. El calor me tenía loca, por lo que me compré un agua y me la tiré encima. Me até el cabello con una lapicera, ya que esta mañana no me diste tiempo a nada porque tenías una reunión a primera hora —espeto sin siquiera mirarlo. No estoy de humor para sus celos baratos, cuando nunca me presta atención.

—¿Acaso te gusta el señor Li? —me pregunta y me toma del brazo con fuerza.

—¿De qué estás hablando? —le pregunto tratando de soltarme.

—Insististe mucho para que te dejara hacerle una entrevista. ¿A caso es porque te gusta? ¿Quieres meterte en su cama? —me pregunta delante del chofer. Lo que me hace sentir muy avergonzada—. No usas una falda ajustada desde antes de tener a nuestros hijos. ¿La trajiste porque querías que se te marcaran las caderas?

—Estás loco Paul. ¿Te escuchas hablar? —le pregunto y me suelto de su agarre—. ¿Cuál es tu problema con ese hombre? Siempre que lo proponían en las reuniones, decías que era él quien no aceptaría una entrevista con nosotros, que no le interesaba. Sin embargo, cuando logré llegar a su secretaria, aceptó y hoy se mostró muy amable. ¿Por qué mientes?

—Él solo es un manipulador capaz de hacer lo que sea para conseguir lo que quiere —espeta mi esposo cuando llegamos a casa y salgo del coche primero.

—Pues si tú fueras un mejor esposo, no estarías preocupándote porque otro hombre trate de cortejarme —reclamé ya dentro de la casa. Yo no le digo cosas delante de otros. 

—Maldición, me desvivo para que en esta casa no falte nada y así me tratas —reclama él.

—¿Tú te desvives? —le pregunto mientras me voy a cambiar la ropa. Necesito saber cuánto sale esto para enviarle el dinero al señor Li. Si Paul se entera de que ese hombre me hizo este regalo, pensará algo que no es.

—¿Ahora también te quejarás de eso? —me pregunta.

—Eres tú el que empieza las peleas. Sabes que no manejo por lo del accidente y, aun así, te llevas al chofer cuando tiene cinco coches a tu disposición —le recuerdo.

—No puedo conducir y hablar por teléfono para cerrar tratos —me reclama.

—Entonces no cierres tratos las veinticuatro horas del día o consigue otro chofer —le indico mientras me coloco un vestido negro, y me cambio los zapatos por unos más cómodos—. No soy quién para decirte cómo administrar tu tiempo, pero habíamos dicho que ya no nos traeríamos trabajo a casa. ¿De qué sirve tener tanto dinero si no vamos a pasar un día en familia?

—Si es por el chofer, te conseguiré uno —me dice y me toma por la espalda.

—Ya me dijiste eso hace tres meses, incluso te busqué algunos y no quisiste porque para ti cualquiera de esos se podría convertir en mi amante —reclamo y él me besa el cuello.

—Lo siento, eres una mujer increíble. Es por eso que me pongo mal. Quiero darte todo lo que te mereces —dice y me calmo un poco.

—Solo te quiero a ti —le recuerdo y me besa y aunque no lo detengo, susurro—. Vamos a llegar tarde.

—Le pediré al chofer que le lleve la maqueta a los nenes. Podemos ir después —me dice y me levanta la falda mientras me besa.

—Ellos nos esperan, Arthur quería que vieras lo que pudo hacer —le comento y se aparta de mi enojado.

—Mierda, Kiara —espeta y se va a la ducha—. Estoy harto de no poder tener intimidad con mi esposa.

—Paul, espera —le digo con tristeza.

—Ve tú con los niños, yo iré más tarde —dice y se encierra en el baño.

No quiero seguir discutiendo porque ya estoy llegando tarde a la feria de ciencias de los chicos. Por lo que tomo la maqueta y me voy con el chofer. Odio discutir de este modo y salir de casa sin haber solucionado las cosas. Por lo que le escribo un mensaje a Paul, disculpándome y prometiéndole un fin de semana para nosotros solos.

Una vez que llego al colegio, Arthur toma la maqueta y me pregunta por qué tardé tanto. Lo sigo mientras me recojo el cabello. Le aclaro que debió sacarse un cero y que no la traje por él sino por sus compañeros, ya que él debió decirle a su padre que tenía que traerla.

—Lo siento, mamá —dice Arthur, y me pregunta dónde está su padre.

—Me adelanté para traer la maqueta. Él recién llegaba del trabajo y tenía que bañarse —le explico y me mira con tristeza. Me parte el alma verlo así.

—Philippe dice que papá no vendrá, que no le importan estas cosas —comenta el menor de mis hijos y suspiro.

—¿Dónde está el mentiroso de tu hermano? —le pregunto molesta con Philippe. La adolescencia lo tiene hecho un desgraciado con su hermano menor.

—Creo que está en la dirección. Empujó a uno de sus compañeros —me responde Arthur y lo quedo viendo.

—¿Por qué no me llamaron? —pregunto sorprendida.

—Creo que hablaron con papá y él les dijo que te harías cargo tú cuando vinieras.

Las palabras de Arthur hacen que me enfurezca. Le pido que vaya con sus compañeros a preparar su mesa para el concurso mientras resuelvo lo demás.

—No le digas a Philippe que yo te dije —me pide y le aseguro que no debe preocuparse.

Salgo del gimnasio del colegio y voy hasta la dirección, en el camino me encuentro con la tutora de Philippe y le pregunto qué fue lo que ocurrió.

—No sabemos, ni Philippe ni su compañero quieren hablar —me dice y voy a la dirección. Para mi sorpresa me encuentro con el señor Li.

¿Qué hace ese hombre en el colegio de mi hijo?

—Señorita Montiel, qué sorpresa encontrármela aquí —dice con una sonrisa encantadora.

—Señor Li, ¿usted envía a su hijo a este colegio? —le pregunto sorprendida.

—Su madre lo hace, cuando vive conmigo asiste a la academia Nueva Era. Pero como me encontraba en la ciudad me pidió que viniera a verlo —me explica sin necesidad.

—Buenas noches —dice la directora del colegio—. Los estaba esperando.

El señor Li y yo nos miramos sorprendidos. ¿Nos esperaba a los dos? Entramos en la recepción de la dirección y veo a un niño con el ojo morado y hielo en la cara. Frente a él mi hijo de doce años de brazos cruzados y mirando al suelo.

—Si quieren hablar con sus hijos antes de pasar a mi oficina, pueden hacerlo —dice la directora y me doy cuenta de que el hijo del señor Li fue golpeado por el mío. Deseo que la tierra me trague, algo que no es posible, pero necesario si aún quiero una entrevista para el número de esta semana.

—¿Por qué viniste tú? Se supone que esta semana papá se hace cargo de nosotros —reclama mi hijo.

—Philippe, dime que no le pegaste a ese niño —digo con vergüenza.

—Si le pegué —responde mi hijo sin mirarme.

—¿Por qué lo hiciste? —le pregunto ofuscada, pero no responde.

—¿Por qué no me dijiste que te habían golpeado? —le pregunta el señor Li a su hijo mientras le da un abrazo.

—Philippe, ¿no vas a responder? —pregunto en un tono más serio—. Si quieres defender tu postura, este es el momento. Si no hablas no podré hacer nada por ti.

—Es toda su culpa —reclama mi hijo señalando al hijo del señor Li.

—¿Acaso les gusta la misma niña? —pregunta el señor Li a su hijo, el cual no se anima a hablar.

—Philippe, ¿es eso? ¿Se han peleado porque les gusta la misma niña? —pregunto tajante.

—Claro que no —responde mi hijo como si eso fuera un insulto.

—Hijo, necesito saber qué es lo que ocurre. Un golpe se va con los días, pero las heridas que quedan en el fondo se acumulan y pueden explotar en el momento menos adecuado. Dime que es lo que pasa. ¿No puedes decirlo en público? —pregunta el señor Li de una forma muy cariñosa.

—Disculpen, ya puedo atenderlos —dice la directora y tenemos que dejar a los chicos.

—Tú y yo, esta conversación no ha terminado —le aseguro a Philippe.

Una vez que entramos a la dirección, el señor Li me permite elegir donde sentarme y luego se hace sitio a mi lado.

—Lamento mucho lo que pasó —digo avergonzada.

—Son cosa de niños —responde él como si no le quisiera dar importancia.

—Me alegro de que lo pueda ver así señor Li. De todas maneras, en este colegio no toleramos esa clase de conducta, por lo que sus hijos serán sancionados con cinco días de trabajo comunitario y dos días de suspensión para ambos —dice la directora, lo que molesta al señor Li. 

Es una gran tontería, ya que hoy es el último día de clases formal, lo único que eso hará será manchar el historial de nuestros hijos. Esta mujer espera un soborno, y de mi parte no lo va a conseguir. Aunque eso signifique perder algunas posibilidades académicas para mi hijo en el futuro. 

—Disculpe, mi hijo no golpeó a nadie. ¿Por qué considera que debe tener la misma sanción que su agresor? —replica molesto.

—¿A caso ellos no les dijeron por qué fue la pelea? —pregunta la directora y nos miramos con el señor Li.

—Mi hijo no es un provocador. No diría algo para que otro se enojara al punto de golpearlo —espeta el señor Li. No puedo decir nada, mi hijo es quien lo agredió.

—Su hijo le confesó su amor a Philippe delante de todos en el patio del colegio —dice la mujer, y me tapo la boca para que no se note la sorpresa que me da.

—¿De qué habla? —pregunta el señor Li ofuscado.

—Así es, todos sus compañeros están de testigo. Por lo que es claramente una provocación —dice la directora y me ofendo.

—¿Por qué lo sería? El niño solo está confesando sus sentimientos —reclamo, pese a que no es mi hijo.

—Disculpe, su hijo solo se defendió —dice la directora.

—¿De una confesión de amor? ¿Qué clase de colegio es este? —reclamo enojada—. No sé por qué mi hijo lo tomó tan mal. Pero no me parece que acuse de hacer algo mal a León. Digo el nombre del niño sin darme cuenta. 

—¿Ustedes son amigos? —pregunta la directora. El señor Li aún está en shock, por lo que tomo su mano para que se dé cuenta de que seguimos conversando.

—No es necesario que seamos amigos. Me parece una falta de respeto total que traten así a un niño, ese podría ser mi hijo —respondo, y el señor Li se recupera un poco.

—Concuerdo con la señorita Montiel. Hablaré con mi exesposa y seremos nosotros los que decidiremos que medida tomar contra la homofobia, que claramente se ve reflejada en el personal de esta institución —dice él, y después de presionar mi mano me suelta. Con la mirada me da las gracias. Supongo que para él fue difícil entender que su hijo no estaba enamorado de una niña, sino de un niño.

Autora: Osaku

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