Inicio / Romántica / Amor, poder y mafia / Capítulo cinco - Mi amado esposo
Capítulo cinco - Mi amado esposo

El señor Li y yo estamos hablando y sin darnos cuenta traen la comida. Por lo que debemos dejar las preguntas abandonadas. Los niños comen mientras nosotros compartimos un momento de tranquilidad en la mesa. Sé que será el último de la noche, porque cuando llegue a casa terminaré discutiendo con Paul. No entiendo que es lo que le ocurre y porque se comporta así últimamente. Es como si los niños y yo fuéramos una carga para él.

Finalmente, luego de cenar, el señor Li y el pequeño León nos despiden en la puerta del ascensor. Los niños quedan en verse otro día antes de la partida del señor Li del país y yo le agradezco la invitación. En la puerta del hotel nos espera su chofer quien nos lleva hasta casa. En el coche los niños van discutiendo, porque Arthur quiere ser amigo de León, pero Philippe no lo deja. Cuando llegamos a casa bajan y corren a la puerta. Al entrar me encuentro con Paul en el living bebiendo whisky, los niños saben que una discusión se aproxima por lo que suben a sus dormitorios sin siquiera saludar a su padre. ¿A qué punto de mi vida he llegado para que mis hijos le teman a su propio padre?

—¿Dónde estaban? —pregunta desde el sofá antes de volver a dar un trago a su vaso.

—Arthur ganó el primer premio, fuimos a celebrar —digo y le saco la botella, al ver que está vacía la tiro a la basura en el cesto de lo reciclable.

—¿Ahora llevas a los niños a conocer a los hombres que te gustan? —me pregunta y me toma de la mano.

—Estás ebrio, no hagas algo de lo que te arrepientas mañana —le pido tratando de contener la rabia que siento.

Ni siquiera puedo reclamarle que no haya ido al colegio de nuestros hijos, ya sé que excusa me dará. Se le fueron las ganas después de discutir conmigo. Siempre dice lo mismo. Su vínculo con nuestros hijos está ligado a que yo sea una esposa sumisa y obediente.

—¿Vas a dejarme de nuevo? —me pregunta y niego con la cabeza—. Eres una mentirosa, vas a abandonarme. ¿Quién es el maldito con el que te fuiste hoy?

—Paul, detente, no sigas o… —digo, pero él tira al piso el vaso que lleva en la mano.

—¿O qué? —pregunta él, furioso—. Estoy harto de mendigar cariño. Siempre es lo mismo contigo. Desde que nacieron los niños no sabes hacer otra cosa que ocuparte de ellos, los usas como excusa para no pasar tiempo conmigo.

—Deja de decir esas cosas, sabes que no es así —le aseguro.

—Entonces déjame tenerte aquí y ahora. Sin excusas, sin tardanzas, sin reclamos —me exige y no tengo más opción que aceptar.

Él empieza a besarme, sé que me manipula, pero no sé cómo enfrentarlo. No puedo dejar que pase lo mismo que la vez anterior. Mis hijos no pueden perder a su padre por mi culpa. Recordar cómo lo encontré, en esa carretera, casi muerto, con el coche destrozado me llena de culpa. Él me advirtió que si lo dejaba se suicidaría y no le creí. Casi seis meses le llevó recuperarse y sobrevivió de milagro, según los médicos.

—¿Te gusta? —me pregunta, mientras entra en mí. Tengo ganas de llorar, no es lo que quiero, no así, no en la cocina y con él completamente ebrio.

Una vez que todo termina me besa en los labios y se va a la cama. Deseo bañarme, necesito hacerlo, por lo que tomo mi bolso y voy al baño de invitados. No quiero que los niños me escuchen llorar. Una vez ahí, preparo la bañera y tras desnudarme y ver las marcas que Paul me dejó me meto en el agua caliente y dejo que todo fluya. Solo son siete años más hasta que Arthur y Philippe cumplan dieciocho años, me digo en silencio. Únicamente siete años y todo terminará.

Por la mañana despierto y recuerdo haber dormido en el cuarto de invitados, mi suegra abre la puerta y me pregunta si he vuelto a discutir con su hijo. Sonrío y le pregunto si se llevará a los niños como acordamos y me dice que sí. Pensaba preparar algo especial para Paul, pero ya no me quedan muchas ganas.

—Philippe fue suspendido, por lo que necesitaré que busques una niñera temporal para esos días. Sabes que a Paul no le gusta que sea yo la que elija al personal —le indico y ella me abraza.

—Desearía que mi hijo entendiera lo maravillosa que eres —me dice y me acaricia la mejilla—. Otra ya lo habría abandonado.

—Debo preparar algunas cosas para la salida de fin de semana. Y Arthur y Philippe necesitan salir un poco. ¿Podrías llevarlos ya? —le pregunto y solo asiente.

Me pongo de pie cuando se marcha y busco mi móvil, lo prendo y veo que tengo más mensajes que lo habitual. Al ver que tengo más de treinta mensajes de un número que no conozco lo abro, y al leer el primero me sorprendo al darme cuenta de que es del señor Li.

«Espero que llegaran bien. Como no pudimos terminar con las preguntas me parece que mientras me da sueño voy a responder alguna de ellas si te parece».

Después de ese mensaje hay un montón de audios del señor Li donde él mismo se hace la pregunta y la responde. No puedo evitar sonreír, un hombre tan ocupado como él que se tome el tiempo de hacer eso. Me siento tremendamente agradecida, por lo que le respondo.

«Muchas gracias por tomarse el tiempo. Si le parece, puedo invitarlo a cenar como compensación».

Después de enviarlo, noto que lo ha visto y aunque espero una respuesta no dice nada. Me sorprende, pero seguramente tiene cosas más importantes que atender. Me levanto y voy al dormitorio con algo para la resaca para que Paul tome. Está en el baño vomitando, nunca fue un buen bebedor.

—Cuando termines, te traje tus gotas —le digo y le dejo el vaso en la mesa de luz.

—¿Qué fue lo que pasó anoche? —me pregunta. 

Siempre es lo mismo con él, nunca recuerda nuestras discusiones cuando está ebrio.

—Arthur ganó el primer lugar en la feria de ciencias y no estuviste ahí para apoyarlo —le digo mientras ordeno un poco el desastre, antes de que venga Rosita a limpiar. Ella no se merece tener que ordenar este chiquero.

—¿Por qué no volvieron a casa cuando terminó todo? —me pregunta mientras toma las gotas.

—Porque un amigo de Philippe nos invitó a comer con él —digo mientras me llevo la ropa al lavadero.

—¿Si los niños te piden que saltes de un puente lo harás? —me pregunta con ganas de seguir discutiendo.

—Si mis hijos me piden la luna crearé una nave espacial y los llevaré a conocerla —le advierto en tono amenazante. Ya está sobrio, no voy a tolerar que me trate como a un perro.

—Siempre los pones en primer lugar —me reclama como anoche.

—No lo hago, organicé el fin de semana para que pasemos a solas —le digo tratando de dejar la discusión de lado.

—¿Este fin de semana? —me pregunta riendo.

—Sí, ya se los llevó tu mamá —le indico y él se molesta.

—Tengo que viajar —me reclama como si yo llevara su agenda.

—¿No puedes posponer la reunión? —le pregunto decepcionada. 

No es que yo no tenga cosas que hacer. Debo tener la entrevista lista para el lunes. Sin embargo, me molesta que actúe de ese modo.

—Siempre todo tiene que ser a tus tiempos. No, no puedo posponer la reunión —espeta y regresa al cuarto.

Suspiro y meto la ropa a la lavadora mientras reviso los bolsillos para asegurarme de que no haya dinero o algo que se pueda atorar. Cuando los niños tenían cinco años, Philippe dejó sus monedas y pequeñas piedras que había juntado de la playa. Tuve que llamar al técnico al día siguiente. Así que desde ese día siempre reviso primero.

Una vez que termino ahí me llega un mensaje del señor Li a mi móvil.

«Debo viajar, ¿podría tener el contrato listo para hoy?»

¿Por qué ya no me tutea? ¿Siempre será de ese modo?

—¿Dónde está mi camisa azul? Debo viajar en dos horas —me reclama Paul y suspiro.

—¿Te fijaste en las perchas? —pregunto y dejo mi móvil sobre la lavadora.

Una vez que ayudo a Paul a tener todo listo para su viaje, se despide con un beso que ninguno de los dos desea dar. Cuando se va siento escuchar la lavadora, parece que ha terminado. Voy a ver y me doy cuenta de que aún no le he respondido al señor Li. Por lo que le digo que puedo tener el contrato de confidencialidad y la entrevista lista para después del mediodía. Que espero a que él me diga lo que prefiere hacer. Me responde en el momento y me dice que su secretaria se comunicará conmigo. Sigo sin entender que es lo que le pasa, sobre todo cuando escucho los audios, parece alegre en ellos y muy amigable.

No pretendo entender a los demás, por lo que decido sentarme frente a la computadora y copiar lo que me envió para después organizarlo. Tras hacerlo y guardarlo en la nube, recibo un llamado de la secretaria del señor Li. Me sorprendo por la coincidencia y tras acordar un horario me doy una ducha y me cambio la ropa. Me maquillo como lo haría en horario laboral y me coloco una falta recta y una camisola con flores.

El coche del señor Li me pasa a buscar a la hora acordada, y después de ir al hotel su secretaria me pide que lo espere en el living tras hacerme el mismo cateo que el día anterior cuando fui sin los niños. Pasa casi media hora cuando el señor Li aparece.

—Qué bueno es verte de nuevo —me dice con alegría y no sé si debo tratarlo de manera formal o informal.

—Buenas tardes, señor Li —respondo, prefiero ser formal. No quiero que se ofenda hasta que firme el contrato para poder publicar la entrevista. Él suspira y me pide que lo acompañe a su oficina, cuando entramos me acerca la silla y se sienta delante de mí.

—Pásame el contrato. Quiero firmarlo para luego hablar sobre otra cosa contigo —dice y se lo doy, no lo mira. Solo lo firma y me sorprendo. Es un hombre que tiene mucho que perder si escribo algo desagradable de él. Por lo que, le pregunto si está seguro de que no quiere verlo.

—Ya lo vi —dice y lo observo sin comprender—. Dejaste tu nube abierta y pude verlo desde ahí.

—¿Hice eso? —pregunto avergonzada.

—Solo vi el contrato, eso puedo asegurártelo —dice y luego toma mi mano. Lo miro sin terminar de comprender por qué tiene esa actitud.

Él me cuenta que tiene cosas muy importantes en su computadora por lo que tiene tres antivirus creados especialmente para él. En ellos no solo detecta si entra un virus sino lo que este pretende hacer.

—Tu nube tenía un virus —me dice y lo suelto para sostenerme la cara. No lo puedo creer.

—¿Un virus? ¿Le pasó algo a tus archivos? —le pregunto, preocupada.

—No, mis archivos y mis datos están protegidos, pero tu móvil no —me dice el señor Li y me quedo en blanco. 

¿Qué quiere decir con eso?

—Creo que alguien metió ese virus en tu móvil y cuando subes cosas a la nube se activa. Por lo menos es lo que me dijo mi técnico —me comenta.

—¿Pero a quién le importaría ver mis mensajes? —pregunto en voz alta, y luego me respondo sola. No puedo creerlo, mi esposo no podría ser capaz de hacer algo así. No debería… Pero estoy segura de que fue él.

—Los mensajes de audio que te envié están protegidos, pero los mensajes de texto no —me dice y es en ese momento que comprendo por qué me habló tan distante cuando me respondía por mensaje. Él también sospecha que sea mi esposo el que haya hecho eso. Me siento muy avergonzada.

—Lo siento tanto —digo cubriéndome el rostro—. Nunca pensé que podría surgir algo así. No habría usado tu computadora si estuviera enterada.

—No te preocupes por eso. Al contrario, me agrada saber que soy de ayuda para que sepas lo que te están haciendo —dice él y me suelta las manos—. Sé que no debo meterme en tu vida personal, y puedes no responder a mi pregunta, pero… ¿Tienes problemas con tu esposo?

—Como dijiste, no es de tu incumbencia —digo y me pongo de pie. No voy a dejar que un extraño se meta en mi matrimonio.

—Lo siento, no debí hacer esa pregunta. ¿Podrías olvidarla? El chef preparó algo para que comamos si lo deseas —me dice tratando de que me calme.

Sin embargo, no puedo hacerlo, no es su culpa, pero necesito regresar a casa y resolver esta situación con Paul.

—Tengo que irme, disculpa —digo y me pongo de pie.

—Al menos deja que mi chofer te lleve de vuelta —pide el señor Li y lo rechazo amablemente.

—Prefiero tomar un taxi, ya le he causado demasiados problemas —le recuerdo, y salgo de su oficina.

—Kiara —dice mi nombre con una voz demasiado encantadora.

—Señor Li, no están los niños presentes y soy una mujer casada. Creo que lo mejor es que si nos vemos de manera profesional me trate de usted —le recuerdo y se disculpa conmigo. Me entrega el contrato que me olvidaba y me sonrojo como la tonta que soy.

Autora: Osaku

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo