Los Ángeles, California.Eran las 3:00 am cuando Oliver ingresó a su habitación, intentó encontrar sin éxito, el apagador en el muro. Caminó tambaleándose sobre las baldosas, se sentía acalorado, por lo que comenzó a desnudarse. Mientras se retiraba el pantalón, se tropezó con la alfombra decorativa que tenían en la sala, trastabilló intentando controlar sus piernas, sin poder evitarlo, por lo que cayó metiendo las manos al suelo.Al escuchar el fuerte golpe, Isabella su esposa, despertó de inmediato y encendió la luz de la lámpara de noche. Al verlo tirado, salió con rapidez de la cama.— ¿Estás bien? —preguntó colocando las manos sobre su torso.Octavio frunció el ceño y la miró con frialdad.—Mi madre tenía razón —arrastró las palabras, colocó una de sus manos sobre el cuello de Isabella.—Aquella gélida mirada la estremeció.— ¿Qué te ocurre? —indagó, retirando al instante las manos de su esposo de su cuello. — ¿Por qué volviste a beber? —preguntó con lágrimas en los ojos. — ¿En d
Desde su opulenta oficina, Oliver estaba pensativo ante la conversación que había tenido con su madre, sobre su ex, «Si se hubiera casado con ella, no estaría pasando por algo así», pues su familia era de abolengo, eran importantes empresarios, dueños de una cuantiosa fortuna, en pocas palabras estaban forrados de dinero. Lo tenían a manos llenas, algo que a él siempre le había atraído, pues le gustaba el derroche y la buena vida. Y ahora que se encontraban con tantos problemas, sentía que le llegaba el agua hasta el cuello, no estaba dispuesto a perderlo todo. No él que había sido educado solo para ganar. Era verdad, Emma era una mujer hermosa, refinada, de clase y buen gusto, de no ser porque al conocer a Isabella, algo en aquella joven, lo cautivó. No era una mujer que necesitara maquillarse mucho, ni tampoco usar ropa de marca para que por donde pasara, la miraran más de una persona, además de él, quien con tan solo apreciar el dulce aroma que emitía, se ponía más duro que una pie
De inmediato se acercó a él y se le fue a los golpes.—Voy a acabar contigo —gritó lleno de furia.—Ella me provocó —expresó al sentir el impacto del fuerte puño sobre su pómulo.— ¡Cállate! —gritó lleno de rabia.En ese momento ingresó Victoria acompañada por Emma, sus ojos se abrieron de par en par al ver a sus hijos enfrentándose. —Llama a seguridad —dijo a la chica.— ¿Desde hace cuanto tiempo te estás revolcando con ella? —Oliver gruñó.— ¡Deténganse! —Victoria intentó acercarse a ellos, para evitar la pelea, pero no lo logró.Isabella abrió los ojos de golpe ante los fuertes gritos, palideció aún más al ver a su esposo golpeando a Mason, quien estaba semidesnudo.— ¿Qué ocurre? —cuestionó asustada. — ¿Por qué se están peleando? —preguntó a su suegra.—Eres una desvergonzada, esto es tu culpa. —La señaló Victoria.La joven estaba por ponerse de pie, pero se dio cuenta que estaba desnuda. Su cuerpo se estremeció, tomó su camisón y su bata, y se la colocó. — ¡Basta! —intentó acer
San Francisco, California.Vestido de negro, Guillermo de la Vega, observaba a través de sus gafas oscuras, como un par de hombres cubrían con tierra, el feretro en donde reposaban los restos de la mujer quien fuera su esposa. Se acercó dando un par de pasos pequeños, presionando la última rosa que sostenía entre sus dedos e inhaló profundo cerrando sus ojos, rememorando las últimas palabras que escuchó de los labios de Iris.«Gracias por seguir a mi lado, hasta el último momento. Prométeme que buscarás ser feliz».Abrió sus ojos, y presionó con sus labios, intentando contener el nudo que picaba en su garganta.—Gracias por todo lo que me diste, descansa en paz —murmuró, dejando caer sobre aquella fría caja, la delicada flor blanca, se giró en su eje y se alejó de todo el mundo, deseaba estar solo, descansar para poder reorganizar su vida.****A las orillas de la ciudad.— ¿Te encuentras bien? —una mujer movió a Isabella al ver que estaba dormida en la entrada de una vieja hacienda.
Dos años y medio después.Isabella tomó el líquido para limpiar y lo roció sobre el enorme muro de cristal y comenzó a trabajar. Desde el tercer piso donde se encontraba, observó salir del ascensor a varios caballeros que portaban costosos trajes, no pudo evitar seguirlos con su mirada.—Son muy atractivos, ¿verdad? Giró su rostro al escuchar aquella voz, y sonrió.—No los veía por eso —respondió a la chica que se acercó a espiarlos.— Y entonces ¿por qué lo haces? —elevó su mentón al verla.—Me preguntaba ¿con quién de los tres me podré entrevistar? —la miró a los ojos—, deseo un ascenso —sonrió.La joven recepcionista carcajeó.—Pensé que te gustaba alguno de ellos —expresó suspirando—, ellos son socios importantes —mencionó—, lamentablemente no se encuentra el director ahí. Debo aclararte algo importante, el CEO está apartado para mí —bromeó—, y… para todas ellas. —Señaló a las chicas que veían hacia dónde se dirigía, buscándolo.Isabella frunció el ceño, llevaba un año trabajand
Isabella separó los labios en una gran O, al ver a aquel hombre que la había ayudado, estaba dispuesto a liquidar su deuda, algo que no se esperaba y menos de un extraño, ¿será posible que existan los ángeles?, alejó de inmediato esa idea absurda, en el mundo que ella conocía lo único que buscaban era sacar ventaja. —No es necesario, le agradezco, pero le expliqué a la señorita que en un par de días pagaré —indicó avergonzada. —Yo no he dicho que sí —respondió la mujer con evidente molestia. Guillermo sacó su billetera y se acercó al countaner. — ¿Cuánto se debe por la atención recibida? —preguntó observando a la chica con seriedad. La joven inclinó su rostro ante aquella profunda mirada, que la veía de manera dura. Mostró el total de la deuda, de la cual Memo pagó sin ningún problema. —Gracias por tan buen servicio —mencionó con sarcasmo y caminó junto con Isabella hacia la sala de espera. —Espero que mejore tu hija —dijo con franqueza. —Gracias, le pagaré la semana próxima —
—Creo que sí —Isabella respondió con nerviosismo, sintiendo que su corazón latía desbocado, sus manos estaban aferradas a su pequeña, protegiéndola, entonces escucharon que comenzó a llorar. —Será mejor que las llevemos al… —Guillermo estaba por sugerir ‘el hospital’, entonces recordó lo sucedido—, llama a nuestro médico de cabecera —solicitó a su chofer. —Lo lamento tanto, señorita —expresó el hombre afligido. Guillermo se acercó a ellas, con cuidado separó de sus brazos a la niña. — ¿Te duele algo nena? —indagó con preocupación. Isabella dirigió su asustada mirada hacia su hija, ante el temor de que estuviera lastimada. —Mi mamá me apretó —sollozó con sentimiento. La chica resopló, no pudo evitar sonreír. —Lo lamento princesa —se disculpó, deslizó la yema de sus dedos sobre su pequeña frente, retirando unos mechones de su cabellera—, será mejor que vayamos a casa. El joven se puso de pie y la ayudó a pararse. —No puedo dejar que te vayas sin que te cheque un médico. Es nues
La joven se flexionó para tomar asiento. —Yo me haré cargó de mi hija —contestó intentando salir de la cama, a pesar del mareo que tenía. Guillermo se acercó a ella y la sujetó por su pequeña cintura, para evitar que cayera. Isabella presionó sus ojos para intentar controlar aquel vértigo que no la dejaba tranquila. —No estás bien —él refirió—, tienes que descansar. —No, no entiende —habló de forma pausada, con dificultad—. María…, solo me tiene a mí —respondió luchando por no cerrar sus ojos. —Tranquila, te prometo que de aquí, no me moveré, estaré pendiente de tu hija —sonrió al ver que se había quedado dormida. Tomó el cobertor y las cobijó a ambas. Dio un ligero masaje sobre sus hombros y se acomodó sobre el reposet, cubriéndose con su chaqueta, decidió a dormitar un poco, para estar pendiente de la pequeña. *** —No quise importunar. Tu…, mamá me pidió que viniera a buscarte —Emma argumentó al escuchar la manera que le hablaba—. Iré a tomar una ducha, y dormiré en la habita