San Francisco, California.
Vestido de negro, Guillermo de la Vega, observaba a través de sus gafas oscuras, como un par de hombres cubrían con tierra, el feretro en donde reposaban los restos de la mujer quien fuera su esposa.
Se acercó dando un par de pasos pequeños, presionando la última rosa que sostenía entre sus dedos e inhaló profundo cerrando sus ojos, rememorando las últimas palabras que escuchó de los labios de Iris.
«Gracias por seguir a mi lado, hasta el último momento. Prométeme que buscarás ser feliz».
Abrió sus ojos, y presionó con sus labios, intentando contener el nudo que picaba en su garganta.
—Gracias por todo lo que me diste, descansa en paz —murmuró, dejando caer sobre aquella fría caja, la delicada flor blanca, se giró en su eje y se alejó de todo el mundo, deseaba estar solo, descansar para poder reorganizar su vida.
****
A las orillas de la ciudad.
— ¿Te encuentras bien? —una mujer movió a Isabella al ver que estaba dormida en la entrada de una vieja hacienda.
La joven se despertó, y miró a la persona que tenía frente a ella.
—Tengo mucho frío —confesó tiritando.
— ¿Qué haces aquí?, ¿pasaste toda la noche aquí? —indagó sorprendida—, en la madrugada hizo mucho frío, la recorrió con su mirada, distinguiendo que la bata que llevaba se veía fina. — ¿Te asaltaron? —preguntó con preocupación.
La mirada de la chica se llenó de lágrimas.
—No —respondió, colocando sus manos sobre su garganta, sintiendo que dolía.
—No tenía a dónde ir —respondió con la voz ronca.
La mujer frunció el ceño, giró para ver hacia los lados, sabía que no era un lugar seguro.
—Acompáñame al cuartito donde me quedo cuando vengo a trabajar. —Señaló hacia el interior.
Isabella se puso de pie y caminó detrás de ella, sintiendo que sus pies ardían, pues la había echado descalza.
Al ingresar observó la cama, una mesa con un par de sillas rústicas de madera, un pequeño refrigerador, y una vieja estufa.
—Tienes suerte de que haya venido, hoy es mi día de descanso, pero olvidé unos documentos —dijo la mujer, quien de inmediato, colocó una pequeña olla con agua en la estufa.
Isabella se abrazó a sí misma, pues el lugar estaba muy frío, además que no tenía ánimo para decir una sola palabra.
—Te ves muy cansada, recuestate —señaló hacia la cama—, ahorita te llevo un té—, anda. —La tomó por el brazo y la guió.
Inhaló profundo y se acomodó, esbozó una tímida sonrisa, al sentir que la cubría con una manta.
—Gracias —expresó con dificultad.
—No hay nada que agradecer —refirió—, hago lo que alguna vez hicieron por mí —sonrió—, el dueño del restaurante, me ayudó al darme este techo y trabajo.
Liberó un par de lágrimas, al escucharla.
—No sé qué es lo que te ocurre, pero te aseguro que todo estará bien.
—No tengo a donde ir, mi esposo me echó de su casa. No sé cómo haré para salir adelante —susurró con desolación.
La mujer acercó una taza de té y una pieza de pan que recién había comprado.
—Dicen que las penas con pan son menos —expresó con ternura—, anda come para que te calientes un poco, te ves muy pálida, estás muy fría. —Tocó sus mejillas.
Con sus manos temblorosas, bebió un par de sorbos pequeños de aquella infusión, haciendo que su cuerpo comenzara a recuperar su temperatura.
—Tengo que irme —expresó la mujer—, hay comida en la nevera, toma lo que desees, veré si puedo conseguirte algo de ropa y un par de zapatos —mencionó—, no le abras a nadie, aunque el lugar es tranquilo, soy muy desconfiada. Mañana que venga el patrón, seguro te encontraremos un trabajo, por lo pronto descansa.
—Gracias, se cubrió con la manta, sintiendo que su cuerpo no dejaba de temblar, por lo que aquella mujer le colocó otra cobija encima.
—Es muy frío el lugar, pero es mejor estar aquí que afuera, en la calle, descansa muchacha, por cierto soy Leonor —dijo antes de salir del pequeño cuarto.
***
Oliver llegó al comedor en donde se encontraban su madre y su hermana desayunando.
—Buenos días, amor, ¿descansaste? —preguntó Victoria.
—No, ¿en dónde está Mason? —preguntó.
—Lo tuvimos que llevar a una clínica, después de… —Miró hacia la servidumbre y no dijo nada—, se quedó internado, tiene un par de fracturas en las costillas —se aclaró la garganta.
—No quiero verlo en la casa —indicó con resentimiento.
Victoria elevó su mentón y lo miró con seriedad.
—Es mi hijo y tiene el mismo derecho de estar en la casa, al igual que tú.
— ¿Vas a permitir que siga bajo el mismo techo después de lo que me hizo?
—Él dice que fue tu mujer la que lo sonsacó, y yo le creo, más vale que olviden lo sucedido y sigan cada uno con sus vidas.
—No puedes hacerme esto —el aludido bramó rabioso.
—La que no debió ponerlos en contra fue ella, ¿a quién se le ocurre meterse con el hermano de su marido? —se mofó—. No me vengas con reclamos, espero que no le des el gusto de que llores, y le des vuelta a la página de una buena vez. Deberías buscarte con quien consolarte. A ninguna mujer le gusta ser reemplazada tan rápido, sería la mejor de las venganzas en contra de esa mujer de cascos ligeros. —Elevó su ceja.
—Pues yo creo que mi hermano la va a olvidar muy rápido, Emma pasó la noche con él, los escuché haciendo ruidos extraños —Larisa carcajeó.
— ¡Cállate! —Oliver la reprendió—, eso que dices no es verdad. —La fulminó con la mirada.
—Esas cosas no se dicen —reprendió Victoria a su hija, mirándola con seriedad—; sin embargo, te agradezco que me informes, parece que mi primogénito, se dará muy pronto una nueva oportunidad con una mujer a su altura.
—Buenos días —Emma apareció y los saludó, tomando asiento para acompañarlos a desayunar.
—Hola, cuñada —Larisa sonrió. — ¿Qué tal dormiste?, si es que lo hiciste.
Las mejillas de la joven se sonrojaron.
—Me quedé solo para darle apoyo a Oliver, necesitaba de una amiga, no dio más detalles de lo sucedido entre ellos.
—Vaya que lo consolaste muy bien.
—Larisa, ya cierra la boca. —Oliver golpeó la mesa y se puso de pie—, se me fue el apetito, las veo más tarde.
—Ves lo que ocasionas con tus imprudencias —la regañó su madre—. No olvides lo que hablamos de tu hermano —Victoria manifestó.
Oliver salió hacia el jardín, sintiendo como el aire golpeaba su cuerpo, su mirada se cristalizó al recordar que había echado a Isabella a la intemperie sin ninguna contemplación, su corazón se agitó y se llenó de una gran preocupación, al no tener la menor idea de cómo estaría.
***
Semanas después.
Isabella logró quedarse en aquel humilde cuarto, comenzó a trabajar con Leonor en la limpieza de la hacienda-restaurante. Sentada sobre aquella vieja cama, sus ojos se abrieron de par en par al ver el resultado de la prueba de embarazo que sostenía. Varias lágrimas rodaron por sus mejillas. Deseó con todo su corazón que Oliver fuera el padre de aquel hijo que estaba esperando.
Dos años y medio después.Isabella tomó el líquido para limpiar y lo roció sobre el enorme muro de cristal y comenzó a trabajar. Desde el tercer piso donde se encontraba, observó salir del ascensor a varios caballeros que portaban costosos trajes, no pudo evitar seguirlos con su mirada.—Son muy atractivos, ¿verdad? Giró su rostro al escuchar aquella voz, y sonrió.—No los veía por eso —respondió a la chica que se acercó a espiarlos.— Y entonces ¿por qué lo haces? —elevó su mentón al verla.—Me preguntaba ¿con quién de los tres me podré entrevistar? —la miró a los ojos—, deseo un ascenso —sonrió.La joven recepcionista carcajeó.—Pensé que te gustaba alguno de ellos —expresó suspirando—, ellos son socios importantes —mencionó—, lamentablemente no se encuentra el director ahí. Debo aclararte algo importante, el CEO está apartado para mí —bromeó—, y… para todas ellas. —Señaló a las chicas que veían hacia dónde se dirigía, buscándolo.Isabella frunció el ceño, llevaba un año trabajand
Isabella separó los labios en una gran O, al ver a aquel hombre que la había ayudado, estaba dispuesto a liquidar su deuda, algo que no se esperaba y menos de un extraño, ¿será posible que existan los ángeles?, alejó de inmediato esa idea absurda, en el mundo que ella conocía lo único que buscaban era sacar ventaja. —No es necesario, le agradezco, pero le expliqué a la señorita que en un par de días pagaré —indicó avergonzada. —Yo no he dicho que sí —respondió la mujer con evidente molestia. Guillermo sacó su billetera y se acercó al countaner. — ¿Cuánto se debe por la atención recibida? —preguntó observando a la chica con seriedad. La joven inclinó su rostro ante aquella profunda mirada, que la veía de manera dura. Mostró el total de la deuda, de la cual Memo pagó sin ningún problema. —Gracias por tan buen servicio —mencionó con sarcasmo y caminó junto con Isabella hacia la sala de espera. —Espero que mejore tu hija —dijo con franqueza. —Gracias, le pagaré la semana próxima —
—Creo que sí —Isabella respondió con nerviosismo, sintiendo que su corazón latía desbocado, sus manos estaban aferradas a su pequeña, protegiéndola, entonces escucharon que comenzó a llorar. —Será mejor que las llevemos al… —Guillermo estaba por sugerir ‘el hospital’, entonces recordó lo sucedido—, llama a nuestro médico de cabecera —solicitó a su chofer. —Lo lamento tanto, señorita —expresó el hombre afligido. Guillermo se acercó a ellas, con cuidado separó de sus brazos a la niña. — ¿Te duele algo nena? —indagó con preocupación. Isabella dirigió su asustada mirada hacia su hija, ante el temor de que estuviera lastimada. —Mi mamá me apretó —sollozó con sentimiento. La chica resopló, no pudo evitar sonreír. —Lo lamento princesa —se disculpó, deslizó la yema de sus dedos sobre su pequeña frente, retirando unos mechones de su cabellera—, será mejor que vayamos a casa. El joven se puso de pie y la ayudó a pararse. —No puedo dejar que te vayas sin que te cheque un médico. Es nues
La joven se flexionó para tomar asiento. —Yo me haré cargó de mi hija —contestó intentando salir de la cama, a pesar del mareo que tenía. Guillermo se acercó a ella y la sujetó por su pequeña cintura, para evitar que cayera. Isabella presionó sus ojos para intentar controlar aquel vértigo que no la dejaba tranquila. —No estás bien —él refirió—, tienes que descansar. —No, no entiende —habló de forma pausada, con dificultad—. María…, solo me tiene a mí —respondió luchando por no cerrar sus ojos. —Tranquila, te prometo que de aquí, no me moveré, estaré pendiente de tu hija —sonrió al ver que se había quedado dormida. Tomó el cobertor y las cobijó a ambas. Dio un ligero masaje sobre sus hombros y se acomodó sobre el reposet, cubriéndose con su chaqueta, decidió a dormitar un poco, para estar pendiente de la pequeña. *** —No quise importunar. Tu…, mamá me pidió que viniera a buscarte —Emma argumentó al escuchar la manera que le hablaba—. Iré a tomar una ducha, y dormiré en la habita
Al despertar, lo primero que llegó a sus fosas nasales, fue el aroma a desinfectante, eso la hizo recordar que se encontraba en el hospital, giró su rostro buscando a su hija, y frunció el ceño al darse cuenta, que el otro extremo de la pequeña cama estaba vacío. Su corazón retumbó con fuerza, estuvo a punto de quitarse la venoclisis, que tenía sobre su brazo, hasta que se dio cuenta que se encontraba en uno de los sillones, acompañada de Guillemo. Regresó su cabeza, sobre la almohada y por unos instantes se dedicó a observarlos interactuar, ladeó los labios esbozando una pequeña sonrisa, al ver que aquella persona de la que no sabía nada, le ayudaba a comer a su hija. — ¿Quieres pan? —le preguntó a la pequeña, acercándole la charola con un par de piezas para que ella eligiera. —Sí ¿y tú? —respondió ella y lo tomó con su pequeña manita. —No, yo no, gracias —contestó susurrando para no despertar a Isabella. Tomó el vaso de café que tenía y dio un sorbo. — ¡Salud! —María alzó su vas
En ese instante la puerta se abrió, los labios de Emma se abrieron en una gran O al verlo tambalearse, pues después de la discusión que tuvieron, Octavio se salió y no regresó en toda la noche, separó los labios al ver que tropezaba con la esponjosa alfombra gris.— ¡Estás borracho! —exclamó con decepción, pues le había prometido que no volvería a beber.Él negó con la cabeza.—Bebí solo un poquito —expresó fijando su atención en la desnudez de su cuerpo—, vine a hacer las paces contigo. A pesar de lo que te hice, volviste a mi lado, el día que esa me traicionó, te quedaste y me demostraste lo mucho que me amas —Se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos.Emma presionó sus labios, y contuvo el aire ya que desprendía un fuerte hedor.—Te prometo que voy a compensarte. —Acercó sus labios a sus hombros y deslizó su lengua sobre su piel.Sabía que ese era su momento, para evitar que usara preservativo, y sorprenderlo pronto.—Vamos al jacuzzi —sugirió seductoramente—, prometo que lo
Aquel momento la hizo sentir como si un balde de agua helada le cayera y la recorriera por toda su columna vertebral, presionó con fuerza sus párpados, ante aquella desagradable sensación. No podía creer que las cosas fueran de mal en peor, con tantos gastos, deudas por pagar y un trabajo que se tambaleaba más y más, en dirección a su despido.—Lo… siento —expresó con dificultad, intentando controlarse, para no llorar—, pediré que me lo vayan descontando de mi salario, pero por favor no haga que me corran, necesito mucho el trabajo —suplicó.Aquella dulce voz, se le hizo familiar, más de lo que imaginó, por lo que colocó ambas manos sobre los encorvados hombros de aquella joven, y tiró con suavidad, deseando poder ver su rostro. Al tenerla frente a él, levantó su rostro con sus dedos, sus ojos se abrieron de par en par al reconocerla, una extraña sensación se acentuó en la base de su estómago.— ¡¿Isabella?! Abrió sus ojos al instante, ante aquella gruesa voz, por unos instantes no
—Voy a solicitar la baja, para que le retiren el acceso —indicó Maritza con agrado. Su vista se fijó hacia el gran ventanal, que daba al exterior de la ciudad; movió la cabeza en desaprobación al ver el desastre que había en una de las esquinas, con aquellos fragmentos de la licorera hecha pedazos, y el whisky regado por todos lados, además, que la aspiradora se encontraba en el centro de la sala, donde Guillermo se reunía con importantes clientes. Rodó los ojos al mirar uno de los trapos de limpieza en el piso—. Voy a levantar un reporte, el lugar es un desastre. Necesito saber si la muchacha, fue la culpable, para descontarla de su liquidación —agregó con frialdad.Guillermo arrugó el ceño, se giró en su eje poniendo toda su atención en Maritza, estaba por hablar, cuando Isabella los interrumpió.—Terminaré mi trabajo en este preciso momento. —Se puso de pie con gran esfuerzo, y tomó la aspiradora.Se sorprendió al verla de pie, se dio cuenta que estaba más blanca que un papel.—Po