Dos años y medio después.
Isabella tomó el líquido para limpiar y lo roció sobre el enorme muro de cristal y comenzó a trabajar. Desde el tercer piso donde se encontraba, observó salir del ascensor a varios caballeros que portaban costosos trajes, no pudo evitar seguirlos con su mirada.
—Son muy atractivos, ¿verdad?
Giró su rostro al escuchar aquella voz, y sonrió.
—No los veía por eso —respondió a la chica que se acercó a espiarlos.
— Y entonces ¿por qué lo haces? —elevó su mentón al verla.
—Me preguntaba ¿con quién de los tres me podré entrevistar? —la miró a los ojos—, deseo un ascenso —sonrió.
La joven recepcionista carcajeó.
—Pensé que te gustaba alguno de ellos —expresó suspirando—, ellos son socios importantes —mencionó—, lamentablemente no se encuentra el director ahí. Debo aclararte algo importante, el CEO está apartado para mí —bromeó—, y… para todas ellas. —Señaló a las chicas que veían hacia dónde se dirigía, buscándolo.
Isabella frunció el ceño, llevaba un año trabajando ahí y no había tenido interés por conocerlo, pero ya había solicitado en Recursos Humanos una oportunidad, y no había tenido éxito, por lo que ahora le tocaba ir más alto, tenía un poderoso motivo para no estancarse, estaba decidida a no darse por vencida.
—Tengo que continuar con mis actividades. —Señaló hacia el equipo de limpieza que arrastraba, tomó su móvil al observar que tenía una llamada:
— ¿Sucede algo? —indagó al ver que se trataba de la mujer que cuidaba de su hija.
—La niña, no se vé bien, pareciera que no puede respirar bien, tienes que venir —solicitó.
Isabella, sintió como si una cubetada de agua helada le cayera encima.
—Voy para allá —expresó con angustia y salió corriendo.
***
Mason ingresó al despacho y cerró la puerta, su mirada aceitunada, se fijó en su madre quien ya lo esperaba.
—Toma asiento —ordenó Victoria.
El joven se acercó hacia una de las sillas de cuero color chocolate.
—En un rato, tengo una junta importante, solo vine a comer de prisa ¿no podías esperar para vernos más tarde? —reclamó acomodando su jersey antes de sentarse.
— ¿Qué razón me tienes sobre esa mujer? —Victoria indagó—, ahora que tu hermano por fin está más estable, no me gustaría que esa…, se apareciera reclamando algo que no le corresponde.
—No te preocupes. —Ladeó los labios—, hace un tiempo que perdió todo derecho a la fortuna de nuestra familia, lo sabes bien la demandamos por abandono de hogar, además de infidelidad. Mi hermano quedó en libertad y oficialmente, ya puede hacer su vida con quien quiera.
— ¿Por fin están divorciados? —indagó con curiosidad.
El joven movió la cabeza afirmando.
—Así es —respondió—, no sé porqué se tardó tanto en tomar esa decisión—, le entregó una carpeta.
Victoria acomodó sus gafas, sonrió al ver que se trataba del acta de divorcio de su hijo.
—Es muy simple, porque no ha podido olvidarse de ella. Me tranquiliza saber que ya no hay nada que los mantenga atados.
Mason tomó un bolígrafo y comenzó a jugar, presionando el botón una y otra vez.
— ¿Ocurre algo? —preguntó Victoria.
—No, nada. —Sacudió su cabeza y se puso de pie—. Tengo que irme, hay cosas que tengo que hacer en la oficina, van a mostrarme las propuestas para nuestra nueva imagen. Nos vemos en la noche —se despidió de su madre.
—En un rato me doy una vuelta, también quiero dar el visto nuevo —indicó.
Mason se dirigió hacia la cochera, antes de subir a su auto deportivo sacó su móvil y leyó el reporte del investigador:
—La chica es más lista de lo que parece, no permanece en un sitio fijo, en la documentación, se anexa el acta de nacimiento de una menor, registrada como su hija, con el nombre de: María Rodríguez.
—No puedo permitir que te encuentren, si te presentas de nuevo, seguramente mi hermanos enloquecerá, a menos que… —Presionó con fuerza sus puños y su mirada se ensombreció.
—Me están informando que hay una mujer en un hospital con las características de la señora, llevaré a mis hombres para investigar, lo mantendré informado.
—Sigue buscándola.
***
Guillermo caminaba cerca de la recepción, debido a que uno de sus mejores amigos se encontraba internado, en ese momento, observó que ingresaba una joven con el rostro desencajado, corriendo sosteniendo a una pequeña entre sus brazos.
— ¡Ayuda! —la chica gritó—, por favor, algo le sucede a mi hija, respira con dificultad —expresó llena de miedo.
Memo giró su rostro y se dio cuenta que no se acercaban para ayudarla. De inmediato se acercó a ella y tomó entre sus brazos a la pequeña y se movilizó hacia la sala de urgencias médicas.
— ¡Un médico! —gritó al darse cuenta que la piel de aquella niña, comenzaba a cambiar de color.
Unos de los especialistas corrió e indicó en dónde recostar a la pequeña.
— ¿Tiene alguna alergia o padece alguna enfermedad respiratoria? —preguntó a la chica.
La joven se quedó pensativa.
—No lo sé —respondió ya que estaba tan asustada, que no podía pensar con claridad.
Al comenzar a revisar se dio cuenta que las vías respiratorias estaban inflamadas.
— Traigan epinefrina —gritó a una de las enfermeras. — ¿Tiene alguna alergia? —volvió a preguntar.
—Sí a las nueces —respondió con rapidez y se quedó pensativa—, estaba en casa de una vecina, pudo haberlas comido —comentó recordando haber visto una bolsa sobre la mesa.
— ¿Cómo se llama la niña? —preguntó.
—María —respondió con nerviosismo la muchacha.
—Vas a estar bien María —el médico refirió después de aplicarle el medicamento, esperando a que le hiciera efecto.
—Gracias —ella expresó, y comenzó a ver que el pecho y el estómago de su hija, comenzaba a inflarse con mayor fuerza, en señal que respiraba mejor.
— ¿Cuál es su nombre señora? —preguntó una joven que se acercó de la recepción.
—Isabella Rodríguez —contestó la chica limpiando sus lágrimas. — ¿Qué edad tiene su hija? —preguntó.
—Casi dos años —respondió.
—En cuanto su niña se sienta mejor, la espero en la recepción para hablar sobre su forma de pago.
La joven separó los labios al escucharla, presionó con fuerza sus manos, llena de nerviosismo, pues era fin de quincena, había pagado el alquiler y comprado víveres, que ya no tenía ni un centavo.
—Enseguida voy —se aclaró la voz.
Con discreción Guillermo recorrió a la joven, distinguiendo el uniforme que correspondía al personal de limpieza, pues llevaba el logotipo, y el nombre de la empresa: Blusa con cuello V y pantalón recto en color azul rey.
Isabella dio un beso en la frente a su pequeña y salió para hablar con la recepcionista, e intentar llegar a un acuerdo.
En cuanto la mujer la observó, sacó las hojas de pago.
—¿Efectivo o tarjeta? —cuestionó.
Tomó las hojas de pago, entonces abrió los ojos de par en par al ver la cantidad, solo había estado un par de horas y le estaban cobrando hasta por el aire que respiraba. Era el precio por haber asistido a uno de los mejores hospitales de la ciudad.
—La verdad es que no tengo como pagar, en este momento. —Su rostro se puso rojo como un tomate de la vergüenza.
— ¿Si no tiene cómo pagar, por qué vino a este hospital? —la mujer la fulminó con la mirada, tomó el teléfono—, sabe que puedo hacer que la detengan, por incumplimiento de pago —amenazó.
—No, por favor, no lo haga. —Alzó la voz rogando—, deme unos días, y les pagaré lo prometo—, si llegué hasta aquí, es porque era el hospital más cercano, tuve miedo que mi hija no resistiera —su voz se fragmentó.
—Este no es un lugar de beneficencia —indicó la mujer—, desde que la vi llegar, supe que era una muerta de hambre, ¿por qué cree que nadie corrió a auxiliarla?
—Yo pagaré la cuenta.
La gruesa voz de aquel hombre, llamó la atención de ambas, enmudeciendo al instante.
Isabella separó los labios en una gran O, al ver a aquel hombre que la había ayudado, estaba dispuesto a liquidar su deuda, algo que no se esperaba y menos de un extraño, ¿será posible que existan los ángeles?, alejó de inmediato esa idea absurda, en el mundo que ella conocía lo único que buscaban era sacar ventaja. —No es necesario, le agradezco, pero le expliqué a la señorita que en un par de días pagaré —indicó avergonzada. —Yo no he dicho que sí —respondió la mujer con evidente molestia. Guillermo sacó su billetera y se acercó al countaner. — ¿Cuánto se debe por la atención recibida? —preguntó observando a la chica con seriedad. La joven inclinó su rostro ante aquella profunda mirada, que la veía de manera dura. Mostró el total de la deuda, de la cual Memo pagó sin ningún problema. —Gracias por tan buen servicio —mencionó con sarcasmo y caminó junto con Isabella hacia la sala de espera. —Espero que mejore tu hija —dijo con franqueza. —Gracias, le pagaré la semana próxima —
—Creo que sí —Isabella respondió con nerviosismo, sintiendo que su corazón latía desbocado, sus manos estaban aferradas a su pequeña, protegiéndola, entonces escucharon que comenzó a llorar. —Será mejor que las llevemos al… —Guillermo estaba por sugerir ‘el hospital’, entonces recordó lo sucedido—, llama a nuestro médico de cabecera —solicitó a su chofer. —Lo lamento tanto, señorita —expresó el hombre afligido. Guillermo se acercó a ellas, con cuidado separó de sus brazos a la niña. — ¿Te duele algo nena? —indagó con preocupación. Isabella dirigió su asustada mirada hacia su hija, ante el temor de que estuviera lastimada. —Mi mamá me apretó —sollozó con sentimiento. La chica resopló, no pudo evitar sonreír. —Lo lamento princesa —se disculpó, deslizó la yema de sus dedos sobre su pequeña frente, retirando unos mechones de su cabellera—, será mejor que vayamos a casa. El joven se puso de pie y la ayudó a pararse. —No puedo dejar que te vayas sin que te cheque un médico. Es nues
La joven se flexionó para tomar asiento. —Yo me haré cargó de mi hija —contestó intentando salir de la cama, a pesar del mareo que tenía. Guillermo se acercó a ella y la sujetó por su pequeña cintura, para evitar que cayera. Isabella presionó sus ojos para intentar controlar aquel vértigo que no la dejaba tranquila. —No estás bien —él refirió—, tienes que descansar. —No, no entiende —habló de forma pausada, con dificultad—. María…, solo me tiene a mí —respondió luchando por no cerrar sus ojos. —Tranquila, te prometo que de aquí, no me moveré, estaré pendiente de tu hija —sonrió al ver que se había quedado dormida. Tomó el cobertor y las cobijó a ambas. Dio un ligero masaje sobre sus hombros y se acomodó sobre el reposet, cubriéndose con su chaqueta, decidió a dormitar un poco, para estar pendiente de la pequeña. *** —No quise importunar. Tu…, mamá me pidió que viniera a buscarte —Emma argumentó al escuchar la manera que le hablaba—. Iré a tomar una ducha, y dormiré en la habita
Al despertar, lo primero que llegó a sus fosas nasales, fue el aroma a desinfectante, eso la hizo recordar que se encontraba en el hospital, giró su rostro buscando a su hija, y frunció el ceño al darse cuenta, que el otro extremo de la pequeña cama estaba vacío. Su corazón retumbó con fuerza, estuvo a punto de quitarse la venoclisis, que tenía sobre su brazo, hasta que se dio cuenta que se encontraba en uno de los sillones, acompañada de Guillemo. Regresó su cabeza, sobre la almohada y por unos instantes se dedicó a observarlos interactuar, ladeó los labios esbozando una pequeña sonrisa, al ver que aquella persona de la que no sabía nada, le ayudaba a comer a su hija. — ¿Quieres pan? —le preguntó a la pequeña, acercándole la charola con un par de piezas para que ella eligiera. —Sí ¿y tú? —respondió ella y lo tomó con su pequeña manita. —No, yo no, gracias —contestó susurrando para no despertar a Isabella. Tomó el vaso de café que tenía y dio un sorbo. — ¡Salud! —María alzó su vas
En ese instante la puerta se abrió, los labios de Emma se abrieron en una gran O al verlo tambalearse, pues después de la discusión que tuvieron, Octavio se salió y no regresó en toda la noche, separó los labios al ver que tropezaba con la esponjosa alfombra gris.— ¡Estás borracho! —exclamó con decepción, pues le había prometido que no volvería a beber.Él negó con la cabeza.—Bebí solo un poquito —expresó fijando su atención en la desnudez de su cuerpo—, vine a hacer las paces contigo. A pesar de lo que te hice, volviste a mi lado, el día que esa me traicionó, te quedaste y me demostraste lo mucho que me amas —Se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos.Emma presionó sus labios, y contuvo el aire ya que desprendía un fuerte hedor.—Te prometo que voy a compensarte. —Acercó sus labios a sus hombros y deslizó su lengua sobre su piel.Sabía que ese era su momento, para evitar que usara preservativo, y sorprenderlo pronto.—Vamos al jacuzzi —sugirió seductoramente—, prometo que lo
Aquel momento la hizo sentir como si un balde de agua helada le cayera y la recorriera por toda su columna vertebral, presionó con fuerza sus párpados, ante aquella desagradable sensación. No podía creer que las cosas fueran de mal en peor, con tantos gastos, deudas por pagar y un trabajo que se tambaleaba más y más, en dirección a su despido.—Lo… siento —expresó con dificultad, intentando controlarse, para no llorar—, pediré que me lo vayan descontando de mi salario, pero por favor no haga que me corran, necesito mucho el trabajo —suplicó.Aquella dulce voz, se le hizo familiar, más de lo que imaginó, por lo que colocó ambas manos sobre los encorvados hombros de aquella joven, y tiró con suavidad, deseando poder ver su rostro. Al tenerla frente a él, levantó su rostro con sus dedos, sus ojos se abrieron de par en par al reconocerla, una extraña sensación se acentuó en la base de su estómago.— ¡¿Isabella?! Abrió sus ojos al instante, ante aquella gruesa voz, por unos instantes no
—Voy a solicitar la baja, para que le retiren el acceso —indicó Maritza con agrado. Su vista se fijó hacia el gran ventanal, que daba al exterior de la ciudad; movió la cabeza en desaprobación al ver el desastre que había en una de las esquinas, con aquellos fragmentos de la licorera hecha pedazos, y el whisky regado por todos lados, además, que la aspiradora se encontraba en el centro de la sala, donde Guillermo se reunía con importantes clientes. Rodó los ojos al mirar uno de los trapos de limpieza en el piso—. Voy a levantar un reporte, el lugar es un desastre. Necesito saber si la muchacha, fue la culpable, para descontarla de su liquidación —agregó con frialdad.Guillermo arrugó el ceño, se giró en su eje poniendo toda su atención en Maritza, estaba por hablar, cuando Isabella los interrumpió.—Terminaré mi trabajo en este preciso momento. —Se puso de pie con gran esfuerzo, y tomó la aspiradora.Se sorprendió al verla de pie, se dio cuenta que estaba más blanca que un papel.—Po
—No es necesario, yo puedo cuidarme sola —manifestó Isabella dentro del ascensor que era exclusivo para los socios más importantes.Guillermo ladeó los labios.—No es verdad, la prueba está en que no has mejorado —refirió mientras descendían veinte pisos hacia la planta baja. Al abrirse las puertas, dejó que saliera ella primero, mientras caminaban, distinguió con claridad, la forma en la que los miraban sus colegas, además de las chicas de recepción, se quedaron congeladas, ante aquel acto.Isabella abrazó su pequeño bolso, sintiéndose incómoda ante las curiosas miradas que no le quitaban la vista de encima y la recorrían con escrutinio. Sabía que no había nada que ver, pues portaba el sencillo uniforme de limpieza, y sus desgastados tenis, que estaban a punto de desgarrarse, además de que era obligatorio llevar el cabello completamente recogido en un chongo.Guillermo saludó con amabilidad, al hombre que custodiaba la puerta, quien se las abrió, se detuvo para que su joven acompañan