El camino fue en completo silencio, Guillermo quien se sentó en el lugar del copiloto tuvo que contestar algunos mensajes, mientras Isabella por su parte, se dedicó a ver hacia la ciudad. Sus manos sudaban ante la idea de que iban pasar unos días en casa de su nuevo jefe. Al llegar al edificio de grandes ventanales, Bruno esperó a que la puerta del estacionamiento subterráneo se abriera. Tuvo que disimular su asombro, ante aquella imponente construcción de concreto y acero de forma asimétrica. —Bienvenida —dijo Guillermo rompiendo aquel incómodo silencio que se hizo, durante el trayecto y hasta llegar a la puerta de su piso. —Gracias —respondió aclarándose la voz.En el momento en el que ingresaron al apartamento, las luces se fueron encendiendo, conforme caminaban. Guillermo recostó a María, sobre uno de los sillones,y le colocó una cobija que Isabella llevaba.—No hay mucho que mostrar —expresó señalando a su alrededor. Isabella pudo ver desde el momento que ingresó, la sala, el
Guillermo permanecía impávido, esperando a que Isabella, decidiera si continuar compartiendo con él algo tan íntimo de su pasado o si se detenía. No le fue difícil darle su espacio y esperar a que se calmara, solía hacerlo cuando se reunía con sus clientes. Isabella, limpió sus mejillas con el dorso de su mano, inhaló un par de veces para intentar calmar sus sollozos, estaba tan mormada que no podía ni respirar, por lo que de inmediato se puso de pie.—Necesito ir al tocador —solicitó con la voz congestionada.—La única puerta que hay al fondo—explicó con calma él, quien se dirigió a la sala para ver que María siguiera dormida.***Al cerrar la puerta de la cabina de baño, Isabella recargo su espalda sobre la madera, y se dejó caer, emitió un quejido al sentir una punzada en su cadera. Estaba tan contrariada, hacía tanto que no pensaba en aquel suceso, que recordarlo, le lastimaba, se dio cuenta que aquella herida aún dolía, pero no porque siguiera amando a Oliver, sino por lo sucedi
Eran las nueve de la mañana, cuando Isabella se despertó, estaba tan agusto metida en aquella mullida cama, hacía tanto tiempo que no descansaba como lo hizo aquella noche. Deslizó varias veces las palmas de sus manos con la textura lisa de las sábanas, no supo porqué, pero eso la hizo sentirse relajada. Algo que desde hace varios años, no existía en su vocabulario.Al ver a María perdidamente dormida, la hizo saber que también disfrutaba del confort que le daba estar en el departamento de Guillermo. Se dirigió a la cabina de baño, y se metió a la ducha; tener contacto con el chorro de agua caliente, la hizo relajarse aún más. Era maravilloso el efecto que causaba en ella, qué decir del delicioso aroma del shampoo a frutos rojos.Momentos después, tocaron a la puerta.— ¿Puedo pasar? —Memo cuestionó.—Claro, adelante —respondió, mientras se secaba su larga cabellera.Guillermo ingresó sosteniendo una bandeja.—Les traje el desayuno.—No…, debiste molestarte, podemos bajar —susurró la
Isabella disfrutó de aquellas dulces caricias que le regaló con su lengua, hacía tanto tiempo que no besaba a nadie que se sintió torpe, aún así, correspondió lo mejor que pudo. Después de un par de minutos que permanecieron juntos, se separaron, cuando la falta de aire se hizo presente. —No me lo esperaba —confesó sin dejar de mirarlo. —Tampoco yo —respondió con sinceridad—, hay algo en ti que me atrae, me hace desear tenerte cerca. — ¡Hace poco tiempo que nos conocemos!, esto es extraño, —Se retiró un par de mechones de su larga cabellera. —Lo sé, acaso, ¿hay algún manual que indique cuánto tiene que pasar después de conocer a una persona, para sentir atracción o poder besarla, o vivir juntos? —rebatió. Con ese argumento la desarmo, haciendo que se quedara pensativa, ¿acaso alguien conoce un manual para decidir cuándo es el momento para cada cosa? ¿ustedes lo conocen? —No, no lo hay —contestó sin dejar de mirarlo—, no estoy segura de que sea el momento, creo que es algo muy ráp
Sacudió su rostro y dirigió su mirada a Maritza.—El licenciado es un hombre muy bueno —mencionó con firmeza—, tiene un buen corazón. Es por eso que me ayudó, pero también porque sabe que puedo hacer un buen trabajo. —Tomó asiento y sacó la agenda de Memo. — ¿Le puedo ayudar en algo? —No, en nada —expresó la mujer—. Ya veremos si es que puedes con el puesto, no quiso hacerme caso, espero que no se arrepienta de haberte contratado. —Estaba por marcharse, pero se detuvo—, a menos que lo estés entreteniendo de…, otra forma. Solo así me explicaría, porque tanto interés por ti, seguramente cumple la fantasía de creer que la vuelve a tener entre sus brazos.Isabella se puso de pie, y tomó la taza que Guillermo le había regalado, en la mañana, antes de que salieran hacia la oficina. Para ella fue un gesto muy lindo, ya que la había mandado a grabar con su nombre, solo que él le había mandado a poner: ‘Bella Rodríguez’.«Seguramente desearía ser usted, esa mujer», pensó y se dirigió hacia la
Su extraña actitud, le causó desconcierto, por lo que salió de la oficina detrás de ella y recargó sus manos sobre su cubículo.— ¿Qué te sucede? —preguntó mirándola fijamente a los ojos.—Nada, tengo mucho trabajo —mencionó mostrando una pila de expedientes que tenía que archivar. — ¿Necesita algo? —preguntó mientras abría una de las carpetas y fingía leer unos documentos.—Saber, ¿qué te ocurre? —argumentó bajito para no llamar la atención.—Estoy bien, deseo hacer bien mi trabajo, no quiero que tenga quejas —se justificó—, es mi primer dia y no deseo que comiencen a murmurar que me contrató por otras razones.Guillermo arrugó la frente.— ¿Por qué otra razón te habría contratado? —indagó—. Me gustaría que saliéramos a comer para conversar y me dijeras, ¿Por qué estas molesta? ¿Alguien te hizo algo? Negó con su cabeza.—Nadie me hizo nada, no puedo salir a comer —contestó sin verlo a los ojos—, lo lamento —el tono de su voz decreció.Dirigió su mirada hacia el corredor donde estaba
— ¡Auch! —exclamaron ambos tomando distancia, tocando su frente.En ese momento fue inevitable que se vieran a los ojos, y sonrieron.—Lo lamento —expresó ella avergonzada.—Es mi culpa, no fue mi intención asustarte —refirió con serenidad. — ¿Te duele mucho? —indagó retirando la mano de su rostro.—No, no es para tanto —contestó inclinando su mirada.— ¿Te gustó el almuerzo? —preguntó intentando mantener aquel ambiente armonioso que se sentía.—Sí, muchas gracias, lo disfruté mucho —confesó con sinceridad.—Me hubiera gustado que me acompañaras a almorzar —indicó mientras recogía aquellos papeles del suelo.—Lo siento, deseaba avanzar lo más rápido posible. —Camino hacia la sala y tomó asiento.—¿Me vas a decir lo que te ocurre? —cuestionó acercándose a ella—, desde que salí de la junta, estás actuando muy rara conmigo, me gustaría saber ¿qué es lo que te ocurre? —Se sentó sobre la mesa de centro para mirarla a los ojos.Isabella se aclaró la garganta, para poder hablar, su varonil a
—No puedo creer que me hables así, por una arribista. Nos conocemos desde hace tantos años, desde que éramos niños. Eres injusto. Solo trato de protegerte —chilló—. Somos amigos de toda la vida. ¿Por qué me tratas así? —reclamó—. No es mi culpa que busques mujeres que no están a tu altura, y yo solo deseo evitarte un fuerte golpe, ¿por qué lo tomas a mal? ¿por qué estás tan molesto’Arrugó el ceño al mirarla.—Eres tú la que está abusando de eso —reclamó—, yo no necesito que nadie me proteja, soy un hombre de treinta y un años, no un niño. —La fulminó con la mirada—, no quiero que te vuelvas a entrometerte y le metas ideas erróneas a Isabella, no puedo creer que la compararas con Iris, ¿que clase broma pesada es esa? —reprochó.Maritza inhaló profundo, lo conocía bien, sabía que Guillermo era de las personas que no se dejaban y tomaba acción, no se quedaba de brazos cruzados.—Tienes razón. —Arrastró con fuerza su blanca dentadura—. Me extralimite, lo reconozco —manifestó—, lo…, sien