Desde su opulenta oficina, Oliver estaba pensativo ante la conversación que había tenido con su madre, sobre su ex, «Si se hubiera casado con ella, no estaría pasando por algo así», pues su familia era de abolengo, eran importantes empresarios, dueños de una cuantiosa fortuna, en pocas palabras estaban forrados de dinero. Lo tenían a manos llenas, algo que a él siempre le había atraído, pues le gustaba el derroche y la buena vida. Y ahora que se encontraban con tantos problemas, sentía que le llegaba el agua hasta el cuello, no estaba dispuesto a perderlo todo. No él que había sido educado solo para ganar.
Era verdad, Emma era una mujer hermosa, refinada, de clase y buen gusto, de no ser porque al conocer a Isabella, algo en aquella joven, lo cautivó. No era una mujer que necesitara maquillarse mucho, ni tampoco usar ropa de marca para que por donde pasara, la miraran más de una persona, además de él, quien con tan solo apreciar el dulce aroma que emitía, se ponía más duro que una piedra, lo excitaba de una manera descomunal, sin siquiera tocarla. Provocaba una extraña adicción, que al no tenerla se sentía como un adicto en abstinencia, completamente enloquecido.
Pero ahora, que se veía envuelto en esos problemas, no estaba tan seguro de que ella fuera su mejor decisión, porque el futuro de toda la firma Weber, estaba en riesgo. Se puso de pie, caminó hacia la licorera y se sirvió un trago, y lo bebió de golpe, para disipar el mal sabor que tenía en la boca, Isabella era una mujer que necesitaba a su lado, su perdición, ¿lo peor? Lo sabía.
— ¿Puedo pasar? —Isabella se asomó con su dulce sonrisa, su mirada brillaba.
Oliver sacudió su rostro y arrugó el ceño al verla ahí.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —empujó hacia atrás su cómoda silla de cuero, deslizando las llantas y se puso de pie, caminó hacia la puerta, tuvo que contener el aire al recorrerla con su verdosa mirada, usaba un vestido champagne de cuello alto que llegaba debajo de las rodillas, moldeando sus perfectas curvas, además que llevaba suelto su cabello, luciendo sus rizos castaños, a mitad de su espalda. Como le encantaba enredar sus dedos sobre ellos, eran tan sedosos. Estuvo a punto de acercarse para abrazarla y acariciarla, pero se contuvo, eso no lo iba a sacar de los problemas que tenía. — ¿Por qué no esperaste a que te anunciara mi asistente? —preguntó más duro de lo que deseaba.
Se detuvo antes de llegar a él, para abrazarlo como solía hacerlo y lo miró a los ojos, sin poder creer lo que escuchaba.
—No había nadie, no creí que te molestara que tocara a la puerta —respondió intentando ocultar la decepción que le ocasionaba, entre soportar a la familia de él y ahora su indiferencia, era algo que dolía más de lo que se imaginó.
— ¿A qué has venido? —cuestionó.
—Deseaba hablar contigo, ya que últimamente o llegas tarde o lo haces de madrugada y…, bebido. —Inclinó su rostro buscando no entrar en conflictos. Eso era lo que pasaba desde hace un año, cada que hablaban terminaban discutiendo, Oliver solía salirse de sus casillas y comenzaba a gritar. Algo que detestaba.
— ¿Qué quieres decirme? —miró su reloj—, se breve por favor. Voy a tener una junta en unos minutos.
Presionó sus puños y se contuvo.
—Deseo volver a trabajar —manifestó—, supe que necesitan una asistente en la firma, deseo ser yo.
Oliver presionó sus labios y de pronto estalló en una carcajada.
—Vaya que te gustan las bromas —refirió tomándola por el brazo para encaminarla hacia la puerta—. La esposa del dueño, no puede ser una simple recepcionista o asistente —se mofó—, ve a buscar que te llevarás para la fiesta de mi madre, ocúpate en lucir a la altura. —Besó su frente despidiéndose de ella.
***
Días después.
La celebración por el cumpleaños de Victoria se festejaba en el rancho, el lugar se encontraba repleto de invitados, la gente bailaba al ritmo del famoso grupo musical que había contratado.
Isabella se encontraba sentada sola, observando cómo se divertía todo el mundo. Su mirada se fijó en una mujer que recién había llegado, a la cual su suegra recibió llena de felicidad, al igual que el resto de la familia, su corazón se agitó al ver que Oliver la estrechaba con demasiada familiaridad.
Luego de un rato, bebió con rapidez un vaso con agua, que uno de los meseros le llevó, al darse cuenta que Oliver no se encontraba con la familia, frunció el ceño con extrañeza, ya que aquella misteriosa mujer tampoco se encontraba, por lo que se puso de pie para buscarlo, entonces un fuerte mareo llegó a ella.
— ¿Te sientes bien?
Isabella escuchó la voz lejana de Victoria.
—No —respondió la chica.
—Parece que has bebido demasiado —manifestó la mujer.
—Ya sabes lo que tienes que hacer —ordenó.
—Vamos a descansar, querida cuñada. —Besó su frente y se alejó con la chica en brazos.
***
Un par de horas después.
Oliver caminó hacia su madre.
— ¿Has visto a Isabella? —indagó.
—No —respondió—, desde hace un buen rato que desapareció de la fiesta. Imagino que se habrá aburrido, no conoce a nadie, y tú la dejaste mucho tiempo sola, por irte con Emma, picarón.
Oliver rodó los ojos.
—Voy a buscarla a la habitación —manifestó.
—Voy contigo también deseo cambiarme los zapatos, ¿me acompañas querida? —se dirigió a Emma, quien se acercó a la mesa.
—Claro, con todo gusto, Victoria.
Al llegar a la habitación de Oliver y encender la luz, sus ojos se abrieron de par en par, no podía creer lo que veía, la sangre se le heló
— ¿Qué demonios está pasando aquí? —gritó con todas sus fuerzas, al ver a su esposa en brazos de Mason, su hermano.
De inmediato se acercó a él y se le fue a los golpes.—Voy a acabar contigo —gritó lleno de furia.—Ella me provocó —expresó al sentir el impacto del fuerte puño sobre su pómulo.— ¡Cállate! —gritó lleno de rabia.En ese momento ingresó Victoria acompañada por Emma, sus ojos se abrieron de par en par al ver a sus hijos enfrentándose. —Llama a seguridad —dijo a la chica.— ¿Desde hace cuanto tiempo te estás revolcando con ella? —Oliver gruñó.— ¡Deténganse! —Victoria intentó acercarse a ellos, para evitar la pelea, pero no lo logró.Isabella abrió los ojos de golpe ante los fuertes gritos, palideció aún más al ver a su esposo golpeando a Mason, quien estaba semidesnudo.— ¿Qué ocurre? —cuestionó asustada. — ¿Por qué se están peleando? —preguntó a su suegra.—Eres una desvergonzada, esto es tu culpa. —La señaló Victoria.La joven estaba por ponerse de pie, pero se dio cuenta que estaba desnuda. Su cuerpo se estremeció, tomó su camisón y su bata, y se la colocó. — ¡Basta! —intentó acer
San Francisco, California.Vestido de negro, Guillermo de la Vega, observaba a través de sus gafas oscuras, como un par de hombres cubrían con tierra, el feretro en donde reposaban los restos de la mujer quien fuera su esposa. Se acercó dando un par de pasos pequeños, presionando la última rosa que sostenía entre sus dedos e inhaló profundo cerrando sus ojos, rememorando las últimas palabras que escuchó de los labios de Iris.«Gracias por seguir a mi lado, hasta el último momento. Prométeme que buscarás ser feliz».Abrió sus ojos, y presionó con sus labios, intentando contener el nudo que picaba en su garganta.—Gracias por todo lo que me diste, descansa en paz —murmuró, dejando caer sobre aquella fría caja, la delicada flor blanca, se giró en su eje y se alejó de todo el mundo, deseaba estar solo, descansar para poder reorganizar su vida.****A las orillas de la ciudad.— ¿Te encuentras bien? —una mujer movió a Isabella al ver que estaba dormida en la entrada de una vieja hacienda.
Dos años y medio después.Isabella tomó el líquido para limpiar y lo roció sobre el enorme muro de cristal y comenzó a trabajar. Desde el tercer piso donde se encontraba, observó salir del ascensor a varios caballeros que portaban costosos trajes, no pudo evitar seguirlos con su mirada.—Son muy atractivos, ¿verdad? Giró su rostro al escuchar aquella voz, y sonrió.—No los veía por eso —respondió a la chica que se acercó a espiarlos.— Y entonces ¿por qué lo haces? —elevó su mentón al verla.—Me preguntaba ¿con quién de los tres me podré entrevistar? —la miró a los ojos—, deseo un ascenso —sonrió.La joven recepcionista carcajeó.—Pensé que te gustaba alguno de ellos —expresó suspirando—, ellos son socios importantes —mencionó—, lamentablemente no se encuentra el director ahí. Debo aclararte algo importante, el CEO está apartado para mí —bromeó—, y… para todas ellas. —Señaló a las chicas que veían hacia dónde se dirigía, buscándolo.Isabella frunció el ceño, llevaba un año trabajand
Isabella separó los labios en una gran O, al ver a aquel hombre que la había ayudado, estaba dispuesto a liquidar su deuda, algo que no se esperaba y menos de un extraño, ¿será posible que existan los ángeles?, alejó de inmediato esa idea absurda, en el mundo que ella conocía lo único que buscaban era sacar ventaja. —No es necesario, le agradezco, pero le expliqué a la señorita que en un par de días pagaré —indicó avergonzada. —Yo no he dicho que sí —respondió la mujer con evidente molestia. Guillermo sacó su billetera y se acercó al countaner. — ¿Cuánto se debe por la atención recibida? —preguntó observando a la chica con seriedad. La joven inclinó su rostro ante aquella profunda mirada, que la veía de manera dura. Mostró el total de la deuda, de la cual Memo pagó sin ningún problema. —Gracias por tan buen servicio —mencionó con sarcasmo y caminó junto con Isabella hacia la sala de espera. —Espero que mejore tu hija —dijo con franqueza. —Gracias, le pagaré la semana próxima —
—Creo que sí —Isabella respondió con nerviosismo, sintiendo que su corazón latía desbocado, sus manos estaban aferradas a su pequeña, protegiéndola, entonces escucharon que comenzó a llorar. —Será mejor que las llevemos al… —Guillermo estaba por sugerir ‘el hospital’, entonces recordó lo sucedido—, llama a nuestro médico de cabecera —solicitó a su chofer. —Lo lamento tanto, señorita —expresó el hombre afligido. Guillermo se acercó a ellas, con cuidado separó de sus brazos a la niña. — ¿Te duele algo nena? —indagó con preocupación. Isabella dirigió su asustada mirada hacia su hija, ante el temor de que estuviera lastimada. —Mi mamá me apretó —sollozó con sentimiento. La chica resopló, no pudo evitar sonreír. —Lo lamento princesa —se disculpó, deslizó la yema de sus dedos sobre su pequeña frente, retirando unos mechones de su cabellera—, será mejor que vayamos a casa. El joven se puso de pie y la ayudó a pararse. —No puedo dejar que te vayas sin que te cheque un médico. Es nues
La joven se flexionó para tomar asiento. —Yo me haré cargó de mi hija —contestó intentando salir de la cama, a pesar del mareo que tenía. Guillermo se acercó a ella y la sujetó por su pequeña cintura, para evitar que cayera. Isabella presionó sus ojos para intentar controlar aquel vértigo que no la dejaba tranquila. —No estás bien —él refirió—, tienes que descansar. —No, no entiende —habló de forma pausada, con dificultad—. María…, solo me tiene a mí —respondió luchando por no cerrar sus ojos. —Tranquila, te prometo que de aquí, no me moveré, estaré pendiente de tu hija —sonrió al ver que se había quedado dormida. Tomó el cobertor y las cobijó a ambas. Dio un ligero masaje sobre sus hombros y se acomodó sobre el reposet, cubriéndose con su chaqueta, decidió a dormitar un poco, para estar pendiente de la pequeña. *** —No quise importunar. Tu…, mamá me pidió que viniera a buscarte —Emma argumentó al escuchar la manera que le hablaba—. Iré a tomar una ducha, y dormiré en la habita
Al despertar, lo primero que llegó a sus fosas nasales, fue el aroma a desinfectante, eso la hizo recordar que se encontraba en el hospital, giró su rostro buscando a su hija, y frunció el ceño al darse cuenta, que el otro extremo de la pequeña cama estaba vacío. Su corazón retumbó con fuerza, estuvo a punto de quitarse la venoclisis, que tenía sobre su brazo, hasta que se dio cuenta que se encontraba en uno de los sillones, acompañada de Guillemo. Regresó su cabeza, sobre la almohada y por unos instantes se dedicó a observarlos interactuar, ladeó los labios esbozando una pequeña sonrisa, al ver que aquella persona de la que no sabía nada, le ayudaba a comer a su hija. — ¿Quieres pan? —le preguntó a la pequeña, acercándole la charola con un par de piezas para que ella eligiera. —Sí ¿y tú? —respondió ella y lo tomó con su pequeña manita. —No, yo no, gracias —contestó susurrando para no despertar a Isabella. Tomó el vaso de café que tenía y dio un sorbo. — ¡Salud! —María alzó su vas
En ese instante la puerta se abrió, los labios de Emma se abrieron en una gran O al verlo tambalearse, pues después de la discusión que tuvieron, Octavio se salió y no regresó en toda la noche, separó los labios al ver que tropezaba con la esponjosa alfombra gris.— ¡Estás borracho! —exclamó con decepción, pues le había prometido que no volvería a beber.Él negó con la cabeza.—Bebí solo un poquito —expresó fijando su atención en la desnudez de su cuerpo—, vine a hacer las paces contigo. A pesar de lo que te hice, volviste a mi lado, el día que esa me traicionó, te quedaste y me demostraste lo mucho que me amas —Se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos.Emma presionó sus labios, y contuvo el aire ya que desprendía un fuerte hedor.—Te prometo que voy a compensarte. —Acercó sus labios a sus hombros y deslizó su lengua sobre su piel.Sabía que ese era su momento, para evitar que usara preservativo, y sorprenderlo pronto.—Vamos al jacuzzi —sugirió seductoramente—, prometo que lo