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Capítulo 2. Problemas

Cristian había tirado de mí…

Mis ojos no tardaron en posarse sobre él. En un momento, pasé de estar en los brazos de un desconocido a estar en los brazos de Cristian. Poco a poco, fue acortando la distancia hasta que nuestros labios se unieron. Sus manos masajeaban mi espalda y yo rodeé su cuello con mis brazos. Y nuestros labios se unieron.

¡No podía creer lo que estaba pasando! ¡Me estaba liando con mi cuñado!

¡Maldición! No podía separar mis labios de los suyos. Todo parecía indicar que la venganza estaba comenzando.

Necesitaba sentirme deseada, y Cristian me hizo sentir así. Me apreté contra él. Su mirada se volvió oscura y su voz ronca cuando me dijo que besaba demasiado bien.

Pude saborear sus labios mientras bailábamos.

Hacía tanto tiempo que no lo veía. Ya no era aquel chico canijo y tímido que recordaba. Se había transformado en un hombre apuesto y sexy, con una confianza que irradiaba en cada movimiento.

—Imbécil, ella estaba conmigo —espetó el muchacho, que minutos antes me había tenido en sus brazos.

Cristian me soltó suavemente y se colocó delante de mí, para protegerme.

—No quiero problemas —dijo Cristian, levantando las manos en un gesto pacificador, aunque sus ojos no dejaban de vigilar al otro chico con intensidad.

—La chica estaba conmigo, búscate a otra, gilipollas.

—Lo siento, pero ella no es tuya —Cristian, dio un paso hacia delante intentando intimidarlo.

Observé cómo ambos hombres apretaban los puños, la tensión se sentía en el aire. Sabía que en cuestión de segundos estallaría una pelea, así que decidí intervenir.

Emergí de mi escondite y me interpuse entre los dos. Coloqué una mano firmemente en el pecho de Cristian y la otra en el pecho del otro chico, intentando mantenerlos separados.

El chico rodeó mi cintura con su brazo y me atrajo hacia él. Miré nerviosamente a nuestro alrededor, pero nadie parecía estar prestándonos atención. Con un movimiento rápido, Cristian me alejó de ellos. Sin previo aviso, mi cuñado lanzó un golpe directo al rostro del chico, haciéndolo caer al suelo.

La gente se apartó de inmediato, ahora sí, todos nos estaban mirando. El chico estaba aturdido, luchaba por levantarse del suelo, pero no podía.

Tratando de evitar más problemas, tomé la mano de Cristian y corrimos desenfrenados por el largo pasillo de la discoteca hasta llegar a la salida.

Decidimos marcharnos; quedarnos allí no era una opción. Podíamos continuar la fiesta en un lugar más íntimo. Además, tenía otros planes en mente y así completaría mi venganza. Después de la boda de nuestro amigo Matt, él se marcharía y no tendría que verlo más. Me regalaría una noche de pasión, y una vez divorciada, no tendría ningún trato ni con mi marido ni con su hermano.

Aquel plan era perfecto, vengarme de mi marido con su propio hermano. Aunque Luke ya no me quisiera, sabía perfectamente que esa traición le dolería profundamente. La idea de su sufrimiento me daba una extraña sensación de justicia.

Salimos de la discoteca, y me quedé parada un momento, observando la larga fila de personas que esperaban ansiosamente para entrar. Tuve suerte de haber llegado temprano; por lo visto, era la discoteca más famosa del pueblo. A altas horas de la madrugada, era prácticamente imposible acceder a ella a menos que conocieras a alguien que trabajara allí.

—Vamos, Emily, tomemos un taxi —me susurró al oído.

—Pero mi coche está cerca —protesté.

—No podemos conducir en este estado, apenas nos mantenemos en pie.

—Lo que tú digas, Cristian —respondí con tono burlón.

Cristian intentó pasar su brazo sobre mis hombros, pero no se lo permití. En cambio, salté sobre su espalda, aferrándome como un mono.

—Llévame al fin del mundo —dije entre risas.

—¡Agárrate fuerte! —gritó mientras comenzaba a trotar detrás de un taxi.

—¡Uau! —exclamé.

No sé cómo lo hizo, pero al final consiguió detener un taxi. Con pasos tambaleantes, logré sentarme en el asiento de cuero negro. Cuando Cristian se acomodó a mi lado, apoyé mi cabeza en su hombro, sintiéndome un poco mareada. De repente, escuché que decía mi dirección y di un salto en mi asiento.

—¡No, no, no, no! —dije enfadada, cruzándome de brazos como una niña pequeña.

Cristian me miró con ojos divertidos, y vi una sonrisa traviesa en sus labios.

—¿Qué te pasa ahora? —preguntó mientras me empujaba suavemente hacia él, como si fuera un juego.

—No pienso dormir en mi casa. ¡Tú estás loco! —comenté, tratando de mantener mi tono serio, aunque una risa nerviosa se escapaba.

—¿Se puede saber dónde vas a dormir entonces? —Arqueó una ceja, claramente disfrutando de la situación.

—Contigo.

—De eso nada.

—Vale, entonces me bajo aquí y volveré a la discoteca —dije, fingiendo abrir la puerta del coche en movimiento.

—¿Te has vuelto loca? —bufó, agarrándome del brazo para evitar que me moviera.

—Puede —murmuré, encogiéndome de hombros con una sonrisa pícara.

Cristian suspiró, rindiéndose a la situación.

—Está bien, pero solo esta noche. Tú dormirás en la cama y yo en el sofá —me ordenó, aunque su tono dejaba claro que no estaba tan molesto como quería aparentar.

—¡Trato hecho! —dije, dándole un beso rápido en la mejilla antes de que pudiera cambiar de opinión.

Mientras el conductor conducía con precaución, decidí aprovechar el momento para disculparme con él.

—Lamento lo sucedido, no pensé en las consecuencias —dije, sintiéndome un poco culpable.

—Tranquila, no ha sido nada —respondió él, con una sonrisa tranquilizadora.

—¿Te duele? —le pregunté mientras acariciaba su mano, intentando asegurarme de que estaba bien.

—Mi mano está perfecta —respondió, levantándola para que la viera.

Por suerte, el tráfico estaba disminuyendo y tan solo tardamos diez minutos en llegar al hotel. Apenas Cristian abrió la puerta de la habitación, salí corriendo hasta la cama. Me subí y empecé a saltar encima, sintiéndome libre y despreocupada. Solté varias carcajadas, disfrutando de esos pequeños momentos tontos que me hacían desconectar.

Cristian se apoyó en el marco de la puerta, con una pose divertida mientras me observaba.

—¿Te estás divirtiendo?

—¡Muchísimo! —respondí, dando un salto especialmente alto y aterrizando de espaldas en la cama, riendo a carcajadas—. ¡Ven, salta conmigo! —le invité, extendiendo una mano hacia él.

—Ni loco —respondió, pero sus ojos brillaban con diversión.

—¡Vamos, cobarde! —lo desafié, riendo.

Finalmente, Cristian se rindió y se unió a mí en la cama, saltando y riendo como si no hubiera un mañana. Por un momento, olvidamos todas nuestras preocupaciones y simplemente disfrutamos del momento, riendo y jugando como niños.

De pronto, lo miré a los ojos. Poco a poco comencé a desnudarme lentamente.

—Emily esto no es una buena idea.

—¿No te gusto?

—Sabes que sí —acarició mi mejilla con su dedo—. Cuando se nos pase la borrachera te arrepentirás.

—Es mejor actuar y luego arrepentirse.

—Pienso que estamos cometiendo un error. Estamos jugando con fuego. Esto es peligroso.

Le quité la camisa, ¡madre mía! Su cuerpo era perfecto, no me pude resistir, acaricié su torso desnudo lleno de tatuajes, era realmente hermoso.

—Cristian te deseo.

—Se me están acaban las excusas.

—Ya era hora —suspiré —pensé que me tendría que buscar a otro para que me diera placer.

Y esas fueron las palabras mágicas para despertar a la bestia.

—Cristian...

Y así, sin más, empezó mi venganza.

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