Los rayos del sol entraban por la ventana iluminando toda la estancia, abrí los ojos poco a poco, y miré a Cristian, que estaba abrazándome mientras dormía profundamente.
Al mirar a Cristian, pensé que la noche anterior había sido una locura. Sabía que contarle a mi marido, que había pasado la noche con su hermano Cristian sería la manera más devastadora de destruirlo. La sola idea de ver la expresión de traición en su rostro me producía satisfacción. Sin embargo, en el fondo, sabía que no era capaz de hacerlo. No podía arrastrar a Cristian a ese abismo. Él no merecía pagar por mis errores, y aunque mi relación con Luke estaba rota, no quería destruir la vida de mi cuñado. Cristian siempre había sido un buen hombre, y no podía soportar la idea de verlo sufrir por mi culpa. Tenía que encontrar otra manera. Tal vez podría inventar que estuve con otro hombre, alguien desconocido. Pero jamás revelaría su nombre. Guardaría ese secreto para mí misma y buscaría otra forma de hacer sufrir a Luke. La venganza sería dulce, pero no a costa de Cristian. Ahora, solo quedaba planear mi próximo movimiento. Quité el brazo de Cristian encima de mi cuerpo con cuidado. Me senté intentando no hacer ruido, pero fui arrastrada otra vez a la cama. —Cristian. —Quédate un poco más. —No pensaba irme, iba a ducharme —dije riéndome. —Cinco minutos y nos duchamos juntos. Me acomodé bajo su brazo y, sin darme cuenta, me quedé dormida de nuevo. Para mi sorpresa, dormí casi cinco horas más. —Buenas tardes, dormilona. —¿Buenas tardes? Dirás buenos días —murmuré mientras estiraba todos los músculos de mi cuerpo. —Son las cuatro de la tarde. De repente, me asaltaron imágenes de la noche anterior. Nos dejamos llevar por la pasión, pero una duda me inquietaba. No habíamos sido precavidos, aunque no me preocupaba demasiado. Sabía que era imposible quedarme embarazada, mi marido y yo llevábamos mucho tiempo intentando tener un bebé sin éxito. Sus palabras resonaban en mi mente: “Eres una inútil”. Me lo repetía día tras día, y al final, terminé creyéndolo. Así fue como empezamos a distanciarnos, dejamos de dormir juntos y y dejamos de hacer el amor, sin embargo, yo tenía la esperanza de que todo mejoraría, que solo estábamos viviendo una mala racha. Teniendo en cuenta todo lo que me había pasado, me alegré de no haberme quedado embarazada de Luke. Sacudí la cabeza, intentando alejar esos pensamientos. No quería pensar en bebés ni en mi marido, solo quería disfrutar del momento presente. La voz de Cristian me sacó de mis cavilaciones. —¿Todo bien? —Sí, todo bien. —¿Te arrepientes de lo que pasó anoche? —No, no me arrepiento —respondí con sinceridad. Nuestra conversación fue interrumpida cuando el teléfono de Cristian comenzó a sonar. Se levantó de un salto y respondió al tercer tono. Lo observé mientras caminaba por la habitación, y su expresión fue cambiando a medida que hablaba. —Me surgió algo anoche, por eso no me pude quedar. Lo siento, Luke, no he visto a tu mujer. Si me entero de algo, te aviso. Mientras hablaba por teléfono, se giró hacia mí, moviendo la mano con una amplia sonrisa, como si intentara decirme que me azotaría en el trasero. Dos minutos después, se despidió de su hermano y colgó. —Tú, diablilla, me has metido en un buen lío —dijo sonriendo. Salté sobre él, rodeé mis piernas sobre su cintura y lo besé. —Que yo recuerde, fuiste tú quien me besó primero. —Estabas borracha, y no me fiaba de esos tíos babosos. Además, yo era el más guapo de toda la discoteca. —Bueno, no estás mal —mentí, aunque en realidad sí que era el más guapo de todos. Deslicé mis piernas hasta el suelo y me separé de él. —Mientes fatal —dijo entre carcajadas. Me reí y le di un suave golpe en el brazo. —¿Qué hacemos ahora, señorita sin sentido común? Me llevé una mano al estómago y puse una expresión de desesperación. —¡Comer! Me muero de hambre. Solo puedo pensar en comida. Cristian rió a carcajadas. —¿En serio? ¿Después de todo esto, solo piensas en comida? —Sí, y no cualquier comida. Necesito una pizza gigante, una hamburguesa con todo, y un helado del tamaño de mi cabeza. —Vaya, tienes un apetito impresionante —dijo Cristian, aún riendo—. ¿Y si llamamos a ese restaurante que tanto te gustaba? ¿Te acuerdas? —¡Perfecto! —grité, con los ojos brillando de emoción—. Pero solo si prometes que no te vas a comer mis papas fritas. —Prometido —dijo él, levantando las manos en señal de rendición—. Aunque no puedo prometer que no te quite un poco de tu helado. —¡Ni lo pienses! El helado es sagrado. Cogí mi teléfono y llamé a mi restaurante favorito. —Quiero una pizza con extra de queso, pepperoni, champiñones, y… ¿piña? —pregunté, mirando a Cristian con una sonrisa traviesa. —¿Piña en la pizza? —dijo él, fingiendo horror—. ¡Eres una rebelde! —Lo sé, y me encanta. Pedí la comida y, mientras esperábamos, Cristian me miró con ternura. —Sabes, me encanta que seas tan auténtica. No muchas personas admitirían que están pensando en comida en un momento como este. —Bueno, soy una chica sencilla —dije encogiéndome de hombros—. Y además, ¿quién puede resistirse a una buena pizza? La comida llegó y ambos nos lanzamos a nuestros platos con entusiasmo. Entre bocados y risas, disfrutamos de una comida deliciosa. Dejé el tenedor en el plato y me acomodé en la silla, suspirando profundamente. Había comido más de lo que mi estómago podía soportar, y ahora sentía una pesadez que me obligaba a moverme lentamente. Con esfuerzo, me levanté y caminé hacia la cama, dejándome caer sobre el colchón con un suspiro de alivio. Mi barriga estaba hinchada y redonda. Cristian, que había estado observándo con una sonrisa divertida, se acercó y se sentó en el borde de la cama. —¿Te duele la tripita? ¿Quieres un masajito? — bromeó, riendo suavemente. Le lancé una mirada de fingida indignación, pero no pudo evitar reírme también. —Muy gracioso, Cristian. Muy gracioso. Te daría una patada, pero no puedo moverme. De repente, el sonido de golpes en la puerta interrumpió nuestro momento de diversión. Ambos nos quedamos en silencio, escuchando atentamente. Una voz familiar se escuchó desde el otro lado de la puerta. —¡Cabronazo, abre la puerta! Mi corazón se detuvo por un instante. Reconocí la voz de inmediato. Era mi marido. Me incorporé rápidamente. ¿Qué hacía él aquí? ¿Cómo me había encontrado?Cristian se levantó y caminó hacia la puerta, me indicó con un gesto que me escondiera en el baño.Con los ojos llenos de lágrimas, recogí rápidamente mis cosas y me dirigí al baño. Cerré la puerta y eché el pestillo, quedándome quieta y conteniendo la respiración. Podía escuchar los latidos de mi corazón resonando en mis oídos mientras intentaba no hacer ningún ruido.Desde mi escondite, escuché cómo Cristian abría la puerta. Los pasos pesados de Luke se escuchaban mientras se adentraba en la habitación.—¡Cabronazo! Anoche me dejaste tirado.—Lo siento, Luke. Anoche conocí a una chica despampanante y no pude rechazarla.Luke bufó, claramente molesto. —Eso no se hace, tío. Era mi despedida.—Bueno, tú estabas acompañado. No creo que me echaras en falta. Te vi muy acaramelado con esa pelirroja. ¿Por qué le haces esto a tu mujer?—¿Y a ti qué te importa? Métete en tus asuntos.—Emily es una buena chica.—Ya lo sé. Pero la pelirroja lo hace muchísimo mejor.Al escuchar a mi marido, sen
Cristian suspiró y se pasó una mano por su cabello, claramente incómodo. —No, Emily. No es cierto. Para mí eras una niña, muy guapa, pero nada más. Pero mi hermano siempre me molestaba porque creía que tú me gustabas, pero solo es eso. En aquel momento, sentí una profunda tristeza. En el pasando, yo estaba realmente enamorada de él, pero era un amor inalcanzable. La diferencia de edad y la insistencia de mi madre en que Luke era la mejor opción, ya que solo podía salir con alguien de nuestra misma situación económica, y Cristian era la oveja negra de la familia. Era tan ingenua que, por agradar a mi madre, le hice caso. Con el tiempo, empecé a querer a Luke, pero creo que jamás estuve verdaderamente enamorada de él. O tal vez sí, la verdad es que estaba hecha un lío. Cambié de tema, no quería seguir pensando en el pasado. —Vamos vístete, nos vamos —le ordené. —¿A dónde vamos? —Después te lo digo, tengo una idea. Vamos, mueve ese culo precioso. —Quiero dormir —protestó. —De
Llegamos al hotel y, sin haber revisado mi móvil, me sentía tranquila. Pero al mirarlo, me llevé las manos a la cabeza. Tenía veinte llamadas perdidas de mi madre y treinta de mi marido, además de una avalancha de mensajes. La gran mayoría eran ofensivos.Dudé por varios segundos antes de abrir los mensajes de Luke, pero la curiosidad pudo más que yo.“¿Dónde estás?”“¿Dónde puñetas estás?”“Emily, te estás pasando. ¿A qué coño estás jugando?”“Tu madre no para de llamarme.”“Tienes que cumplir con tu deber.”El último mensaje fue devastador, era un insulto tras otro. Respiré hondo y escribí un mensaje idéntico tanto a mi marido como a mi madre: “Estoy bien, no me busquéis.”—¿Todo bien? —preguntó Cristian intrigado.—Todo perfecto —respondí, intentando sonar convincente.Cristian se sentó a mi lado y me obligó a mirarlo a los ojos.—Mi hermano es un gilipollas. No sabe la mujer que tiene. Eres dulce, hermosa y muy sexy. Él no te merece y espero que esto no te hunda. Tienes que ser f
Encontrarme con mi amiga Laura era lo que menos deseaba en ese momento, pero no había escapatoria. —¡Emily! ¡Emily! —exclamó Laura—. ¿Cómo estás? —¿De verdad tienes el valor de preguntarme eso? — me acerqué a ella—. Confié en ti, en todas ustedes. Y me ocultasteis que mi marido tenía una amante. ¿Cómo pudisteis? —Emily, no queríamos hacerte daño. Pensamos que era mejor que lo descubrieras por ti misma. —¿Mejor? ¿Para quién? ¿Para vosotras? —me crucé de brazos, tratando de contenerme y no darle una bofetada—. Pensé que éramos amigas, que podía confiar en vosotras. Pero me equivoqué. —Emily, lo siento mucho. No sabes cuánto. Pero no sabíamos cómo decírtelo. Pensé que no me ibas a creer. —Pues deberíais haber encontrado la manera. Porque ahora no puedo volver a confiar en vosotras. Laura bajó la cabeza avergonzada. —Entiendo que estés enfadada. Y tienes todo el derecho. Solo espero que algún día puedas perdonarnos. —Lo dudo mucho —fui a girarme, pero Laura me agarró del brazo y
De camino al hotel, mi móvil no dejaba de sonar, vibrando insistentemente en el fondo de mi bolso. Con un suspiro de frustración, me aparté de la carretera y detuve el coche en un pequeño arcén. Metí la mano en el bolso, rebuscando entre un caos de objetos: llaves, maquillaje, recibos arrugados. Maldije entre dientes mientras mis dedos tropezaban con todo menos el móvil. Finalmente, lo encontré y, con un suspiro de alivio, respondí:—Dime, Cristian.—Princesa, ¿dónde estás? Nada más escuchar su voz, una sonrisa se dibujó en mi rostro.—Conduciendo.—Recógeme en la puerta del hotel.—Ok, tardo cinco minutos en llegar.Colgué la llamada y volví a incorporarme a la carretera. Tenía muchas ganas de verlo, de escuchar lo que le había dicho su madre. Sabía que todos estarían hablando de mí. Conocía a mi marido perfectamente y sabía que todos estarían en mi contra. Les habría contado que lo había abandonado y que era una infiel, pero, sinceramente, me importaba una mierda todo. Lo único que
Dejé el móvil en el mismo lugar donde lo había dejado Cristian. No podía procesar esa información. ¡Cristian y Laura! ¡Luke y Laura! Esa información me dejó patidifusa. Laura estaba a punto de casarse con mi amigo, y no podía permitir que Matt, mi amigo, se casara con ella. Él era un buen hombre y no podía dejar que viviera lo mismo que yo acababa de vivir.La puerta del baño se abrió y Cristian apareció y me dijo:—Acompáñame a la boda, me gustaría ir contigo.—¿Te has vuelto loco? —bufé, poniendo los ojos en blanco mientras me levantaba de la cama. Ni loca iba yo a esa boda.—¡Qué más da lo que piense la gente! —tomó mi barbilla con suavidad para que lo mirara a los ojos—. Por favor, acompáñame a la boda, no quiero ir solo.—Tu hermano estará allí. ¿Qué crees que dirá cuando nos vea entrar juntos? Y también estará toda tu familia, todo el mundo estará allí.—No deberías preocuparte por esa boda —murmuró, llevándose mi mano a los labios y depositando un beso en mi dedo índice.Mi men
Caminé de un lado a otro por la habitación del hotel, sintiendo cómo la ira y la frustración se acumulaban en mi pecho. Mi cabeza latía con fuerza, como si estuviera a punto de explotar. La puerta de la habitación se abrió lentamente, y Cristian entró con una expresión de preocupación en su rostro. Sus ojos recorrieron la estancia hasta encontrarse con los míos.—¿Estás bien? —preguntó inquieto.—Si, estoy bien.Iba a dejar que todo explotara. Había una fuerza dentro de mi que me empujaba a actuar, la parte que necesitaba venganza.—Cristian, ¿sigue en pie la invitación para ser tu acompañante en la boda?—Por supuesto.—Antes de ir, necesito hacerte una pregunta. Por favor, solo quiero que me digas la verdad. Estoy cansada de tantas mentiras.—Puedes estar tranquila —contestó él, mirándome a los ojos con sinceridad—. No te voy a mentir. No lo he hecho antes y menos ahora.Respiré hondo, reuniendo el valor para formular la pregunta que me había estado atormentando.—¿Quieres que yo v
Prácticamente fui arrastrada hasta el coche, mis piernas pesaban como plomo debido al miedo que me invadía. Me iba a enfrentar a todos y no tenía idea de cómo acabaría la noche.Cuando llegamos al coche, me di cuenta que no tenía fuerzas ni ganas de conducir.—No creo que pueda conducir, estoy bastante nerviosa.—¿Quieres que conduzca yo?—¿No te importa? Me harías un gran favor —respondí, entregándole las llaves con manos temblorosas. Media hora más tarde, estábamos frente a la imponente puerta de la finca, donde se celebraría tanto la ceremonia como el convite. —¿Preparada? —preguntó Cristian, mirándome con esos ojos que parecían ver a través de mi alma.—La verdad es que no —admití, sintiendo un nudo en el estómago.—Vamos, princesa, demuestra que nadie puede contigo. Estoy orgulloso de ti.Lo miré a los ojos, preguntándome cómo podía existir alguien tan perfecto. Respiré hondo, miré al frente y comenzamos a caminar. Al entrar, todas las miradas se dirigieron hacia nosotros, susu