Prácticamente fui arrastrada hasta el coche, mis piernas pesaban como plomo debido al miedo que me invadía. Me iba a enfrentar a todos y no tenía idea de cómo acabaría la noche.Cuando llegamos al coche, me di cuenta que no tenía fuerzas ni ganas de conducir.—No creo que pueda conducir, estoy bastante nerviosa.—¿Quieres que conduzca yo?—¿No te importa? Me harías un gran favor —respondí, entregándole las llaves con manos temblorosas. Media hora más tarde, estábamos frente a la imponente puerta de la finca, donde se celebraría tanto la ceremonia como el convite. —¿Preparada? —preguntó Cristian, mirándome con esos ojos que parecían ver a través de mi alma.—La verdad es que no —admití, sintiendo un nudo en el estómago.—Vamos, princesa, demuestra que nadie puede contigo. Estoy orgulloso de ti.Lo miré a los ojos, preguntándome cómo podía existir alguien tan perfecto. Respiré hondo, miré al frente y comenzamos a caminar. Al entrar, todas las miradas se dirigieron hacia nosotros, susu
Matt se deshizo del agarre de Laura y salió corriendo en busca de Luke, quien sonreía ajeno a lo que estaba sucediendo. Sin pensarlo dos veces, Matt se lanzó sobre Luke y los golpes comenzaron a resonar. La gente gritaba mientras algunas copas caían al suelo, rompiéndose en mil pedazos. —¡Maldita zorra! —me chilló Laura, acercándose a mí furiosa. No me iba a pillar desprevenida esta vez. Me preparé para el impacto. Laura me agarró del pelo y tiró con fuerza, pero en cuanto pude, la empujé para apartarla de mí y, sin pensarlo, le di una bofetada. —¡Joder! —grité, sintiendo un dolor agudo en mi mano—. ¡No vuelvas a tocarme, porque si lo haces, no me voy a quedar quieta! —¡Te has cargado mi boda, te odio! —¿Y tú no has hecho nada, verdad? Los invitados nos miraban con la boca abierta, incapaces de procesar el caos que se desataba ante sus ojos. Mis ojos buscaron desesperadamente a Cristian, que estaba luchando por separar a Matt y Luke, quienes seguían dándose puñetazos sin cesar.
—No quería decírtelo antes por no estropear esta velada, pero el martes me marcho a Londres —murmuró Cristian. Aquellas palabras me pillaron desprevenida, sabía que tenía que regresar a Londres, pero no tan pronto. Estábamos a sábado, y el tiempo parecía escaparse entre mis dedos como arena. No quería que llegara ese día, y ahora faltaba tan poco. Un dolor agudo atravesó mi pequeño corazón, como si una mano invisible lo apretara con fuerza. No estaba preparada para la despedida. —Me imagino que tendrás ganas de volver a tu casa —dije, esforzándome por mantener una sonrisa. Él asintió lentamente, y sus labios se curvaron en una mueca que intentaba ser una sonrisa. —Ahora es tu turno, que me querías decir. Todavía estaba en shock con su noticia y de nada servía a decirle lo que sentía. —Lo mío no era nada importante —respondí, sintiendo un nudo en la garganta—. Te quería dar las gracias. Has conseguido que olvidara todo y he podido disfrutar de una noche maravillosa. —No me tien
Después de una hora de juegos salvajes, caímos rendidos en un sueño reparador. Abrí los ojos lentamente, sintiendo la calidez del sol filtrarse a través de las cortinas y bañar la habitación de color dorado. Los brazos de Cristian me rodeaban haciéndome sentir más enamorada. Giré muy despacio en la cama, deseando verlo de frente. Nunca me acostumbraría a su belleza; sus largas pestañas descansaban sobre su rostro sereno, y su respiración tranquila me llenaba de paz. Sentí la necesidad de acercarme más a él, de fundirme en su calor, pero me contuve para no despertarlo. Fue en ese momento, mientras lo observaba dormir, cuando la realidad me golpeó con fuerza, estaba viviendo un cuento de hadas, pero lo que existía entre nosotros dos tenía que acabar. No podía seguir en sus brazos, no podía alargar aquello que inevitablemente llegaría a su fin. Pronto se marcharía, y yo debía prepararme para dejarlo ir. Me levanté de la cama muy despacio, sintiendo cada músculo protestar por el esfuer
—¿Qué haces aquí todavía? —grité, rompiendo el silencio mientras le daba un tortazo en la pierna a Luke. De un salto, se levantó frotándose los párpados. —¡Cariño, has vuelto! —Sí, he regresado, pero tú te vas ahora mismo. Tragué saliva forzadamente al notar una punzada en el estómago, cuando se acercó peligrosamente a mi cuerpo. Después, se arrodilló a mis pies, suplicándome. —Por favor, mi amor, perdóname, dame otra oportunidad, te quiero. —Lo siento, pero esto se acabó. Te lo dije el otro día, ya puedes marcharte de mi casa. Te doy diez minutos para que recojas tus cosas, estaré esperándote en el salón. Salí de la habitación hecha una furia, con el corazón latiendo a mil por hora y las manos temblando de rabia. No entendía cómo seguía en mi casa después de todo lo que había pasado. Ya le había advertido que lo quería fuera, que no podía seguir soportando su presencia. Me dejé caer en el sofá, intentando tranquilizarme. Cada dos segundos miraba el reloj, pero el tiempo pare
—¡Ayuda! ¡Qué alguien me ayude por favor! —chillé desesperadamente mientras mi voz se me quebraba. Luke manoseaba mi cuerpo mientras yo estaba gritando. El miedo me había paralizado y no podía mover mi cuerpo. Jamás pensé que Luke llegaría a esto. Estaba indefensa. En ese momento escuché un gran estruendo y la puerta se abrió de golpe. Mi corazón se aceleró y un escalofrío recorrió mi espalda. Levanté la vista hacía la puerta y pude ver cómo entraba Cristian cómo un rayo de luz que me iluminó, agarró a su hermano y lo lanzó a la otra punta del salón. Al mirarme se le desencajó el rostro y no pudo controlarse. Se lanzó encima de su hermano y comenzó a golpearlo. Los golpes cada vez eran más fuertes, y aunque yo estaba destrozada emocionalmente tenía que intervenir, porque sabía que aquella situación acabaría muy mal. Así que, con piernas temblorosas, conseguí llegar hasta Cristian, puse mi mano sobre su rostro y murmuré: —Cristian para —giró su rostro para mirarme, y vi su mirada qu
El doctor seguía mirándome con una expresión de estreñimiento que no podía ignorar. Cada vez que nuestros ojos se encontraban, sentía un escalofrío recorrer mi espalda. ¿Qué había encontrado en mi cuerpo? pensaba, cada vez más asustada. El maldito médico no dejaba de mirarme con esos ojos retorcidos. —Doctor, ¿pasa algo? —pregunté finalmente, incapaz de soportar más la tensión. —Sí, pasa. —Pero dímelo ya, ¿qué sucede? El doctor tomó aire antes de responder. —Los disgustos que le estás dando a tu madre. Parpadeé, incrédula. —¿Cómo dijo? —Lo que has escuchado. Traté de procesar lo que acababa de escuchar. Sentí una oleada de ira mezclada con confusión. —Mira, no sé quién eres, pero tú no puedes meterte en mi vida. ¿Estamos locos o qué? Dime si me has dado el alta. El doctor asintió lentamente. —Sí, te he dado el alta. Me extendió los papeles, los tomé con manos temblorosas, y me dirigí al baño y me vestí rápidamente. Cuando estaba a punto de salir de la habitación, el do
—Emily, necesitamos hablar —comentó el doctor, guardando el teléfono en el bolsillo de su pantalón vaquero. Crucé los brazos sobre mi pecho malhumorada. La verdad que no entendía que hacía ese hombre en la puerta de la casa de mi madre —¿Hablar? ¿Sobre qué? Ya me diste el alta, no tienes nada más que decirme. El doctor dio un paso hacia mí. —Es sobre tu madre. Está muy preocupada por ti. Tienes que hacerle caso a sus consejos, es por tu bien. —¿Mi madre te envió aquí? —No exactamente. Vine por mi cuenta porque creo que hay cosas que necesitas saber. Lo miré fijamente, tratando de decidir si debía escucharle o simplemente marcharme. Finalmente, la curiosidad me ganó. —Está bien, habla. —Tu madre está preocupada porque cree que no estás cuidando de ti misma. Ha notado que estás más delgada, que pareces más cansada. Y, francamente, estoy de acuerdo con ella. Como tu médico, tengo la responsabilidad de asegurarme de que estás bien. —No es asunto tuyo. —Tal vez no lo sea, pero me