Encontrarme con mi amiga Laura era lo que menos deseaba en ese momento, pero no había escapatoria. —¡Emily! ¡Emily! —exclamó Laura—. ¿Cómo estás? —¿De verdad tienes el valor de preguntarme eso? — me acerqué a ella—. Confié en ti, en todas ustedes. Y me ocultasteis que mi marido tenía una amante. ¿Cómo pudisteis? —Emily, no queríamos hacerte daño. Pensamos que era mejor que lo descubrieras por ti misma. —¿Mejor? ¿Para quién? ¿Para vosotras? —me crucé de brazos, tratando de contenerme y no darle una bofetada—. Pensé que éramos amigas, que podía confiar en vosotras. Pero me equivoqué. —Emily, lo siento mucho. No sabes cuánto. Pero no sabíamos cómo decírtelo. Pensé que no me ibas a creer. —Pues deberíais haber encontrado la manera. Porque ahora no puedo volver a confiar en vosotras. Laura bajó la cabeza avergonzada. —Entiendo que estés enfadada. Y tienes todo el derecho. Solo espero que algún día puedas perdonarnos. —Lo dudo mucho —fui a girarme, pero Laura me agarró del brazo y
De camino al hotel, mi móvil no dejaba de sonar, vibrando insistentemente en el fondo de mi bolso. Con un suspiro de frustración, me aparté de la carretera y detuve el coche en un pequeño arcén. Metí la mano en el bolso, rebuscando entre un caos de objetos: llaves, maquillaje, recibos arrugados. Maldije entre dientes mientras mis dedos tropezaban con todo menos el móvil. Finalmente, lo encontré y, con un suspiro de alivio, respondí:—Dime, Cristian.—Princesa, ¿dónde estás? Nada más escuchar su voz, una sonrisa se dibujó en mi rostro.—Conduciendo.—Recógeme en la puerta del hotel.—Ok, tardo cinco minutos en llegar.Colgué la llamada y volví a incorporarme a la carretera. Tenía muchas ganas de verlo, de escuchar lo que le había dicho su madre. Sabía que todos estarían hablando de mí. Conocía a mi marido perfectamente y sabía que todos estarían en mi contra. Les habría contado que lo había abandonado y que era una infiel, pero, sinceramente, me importaba una mierda todo. Lo único que
Dejé el móvil en el mismo lugar donde lo había dejado Cristian. No podía procesar esa información. ¡Cristian y Laura! ¡Luke y Laura! Esa información me dejó patidifusa. Laura estaba a punto de casarse con mi amigo, y no podía permitir que Matt, mi amigo, se casara con ella. Él era un buen hombre y no podía dejar que viviera lo mismo que yo acababa de vivir.La puerta del baño se abrió y Cristian apareció y me dijo:—Acompáñame a la boda, me gustaría ir contigo.—¿Te has vuelto loco? —bufé, poniendo los ojos en blanco mientras me levantaba de la cama. Ni loca iba yo a esa boda.—¡Qué más da lo que piense la gente! —tomó mi barbilla con suavidad para que lo mirara a los ojos—. Por favor, acompáñame a la boda, no quiero ir solo.—Tu hermano estará allí. ¿Qué crees que dirá cuando nos vea entrar juntos? Y también estará toda tu familia, todo el mundo estará allí.—No deberías preocuparte por esa boda —murmuró, llevándose mi mano a los labios y depositando un beso en mi dedo índice.Mi men
Caminé de un lado a otro por la habitación del hotel, sintiendo cómo la ira y la frustración se acumulaban en mi pecho. Mi cabeza latía con fuerza, como si estuviera a punto de explotar. La puerta de la habitación se abrió lentamente, y Cristian entró con una expresión de preocupación en su rostro. Sus ojos recorrieron la estancia hasta encontrarse con los míos.—¿Estás bien? —preguntó inquieto.—Si, estoy bien.Iba a dejar que todo explotara. Había una fuerza dentro de mi que me empujaba a actuar, la parte que necesitaba venganza.—Cristian, ¿sigue en pie la invitación para ser tu acompañante en la boda?—Por supuesto.—Antes de ir, necesito hacerte una pregunta. Por favor, solo quiero que me digas la verdad. Estoy cansada de tantas mentiras.—Puedes estar tranquila —contestó él, mirándome a los ojos con sinceridad—. No te voy a mentir. No lo he hecho antes y menos ahora.Respiré hondo, reuniendo el valor para formular la pregunta que me había estado atormentando.—¿Quieres que yo v
Prácticamente fui arrastrada hasta el coche, mis piernas pesaban como plomo debido al miedo que me invadía. Me iba a enfrentar a todos y no tenía idea de cómo acabaría la noche.Cuando llegamos al coche, me di cuenta que no tenía fuerzas ni ganas de conducir.—No creo que pueda conducir, estoy bastante nerviosa.—¿Quieres que conduzca yo?—¿No te importa? Me harías un gran favor —respondí, entregándole las llaves con manos temblorosas. Media hora más tarde, estábamos frente a la imponente puerta de la finca, donde se celebraría tanto la ceremonia como el convite. —¿Preparada? —preguntó Cristian, mirándome con esos ojos que parecían ver a través de mi alma.—La verdad es que no —admití, sintiendo un nudo en el estómago.—Vamos, princesa, demuestra que nadie puede contigo. Estoy orgulloso de ti.Lo miré a los ojos, preguntándome cómo podía existir alguien tan perfecto. Respiré hondo, miré al frente y comenzamos a caminar. Al entrar, todas las miradas se dirigieron hacia nosotros, susu
Matt se deshizo del agarre de Laura y salió corriendo en busca de Luke, quien sonreía ajeno a lo que estaba sucediendo. Sin pensarlo dos veces, Matt se lanzó sobre Luke y los golpes comenzaron a resonar. La gente gritaba mientras algunas copas caían al suelo, rompiéndose en mil pedazos. —¡Maldita zorra! —me chilló Laura, acercándose a mí furiosa. No me iba a pillar desprevenida esta vez. Me preparé para el impacto. Laura me agarró del pelo y tiró con fuerza, pero en cuanto pude, la empujé para apartarla de mí y, sin pensarlo, le di una bofetada. —¡Joder! —grité, sintiendo un dolor agudo en mi mano—. ¡No vuelvas a tocarme, porque si lo haces, no me voy a quedar quieta! —¡Te has cargado mi boda, te odio! —¿Y tú no has hecho nada, verdad? Los invitados nos miraban con la boca abierta, incapaces de procesar el caos que se desataba ante sus ojos. Mis ojos buscaron desesperadamente a Cristian, que estaba luchando por separar a Matt y Luke, quienes seguían dándose puñetazos sin cesar.
—No quería decírtelo antes por no estropear esta velada, pero el martes me marcho a Londres —murmuró Cristian. Aquellas palabras me pillaron desprevenida, sabía que tenía que regresar a Londres, pero no tan pronto. Estábamos a sábado, y el tiempo parecía escaparse entre mis dedos como arena. No quería que llegara ese día, y ahora faltaba tan poco. Un dolor agudo atravesó mi pequeño corazón, como si una mano invisible lo apretara con fuerza. No estaba preparada para la despedida. —Me imagino que tendrás ganas de volver a tu casa —dije, esforzándome por mantener una sonrisa. Él asintió lentamente, y sus labios se curvaron en una mueca que intentaba ser una sonrisa. —Ahora es tu turno, que me querías decir. Todavía estaba en shock con su noticia y de nada servía a decirle lo que sentía. —Lo mío no era nada importante —respondí, sintiendo un nudo en la garganta—. Te quería dar las gracias. Has conseguido que olvidara todo y he podido disfrutar de una noche maravillosa. —No me tien
Después de una hora de juegos salvajes, caímos rendidos en un sueño reparador. Abrí los ojos lentamente, sintiendo la calidez del sol filtrarse a través de las cortinas y bañar la habitación de color dorado. Los brazos de Cristian me rodeaban haciéndome sentir más enamorada. Giré muy despacio en la cama, deseando verlo de frente. Nunca me acostumbraría a su belleza; sus largas pestañas descansaban sobre su rostro sereno, y su respiración tranquila me llenaba de paz. Sentí la necesidad de acercarme más a él, de fundirme en su calor, pero me contuve para no despertarlo. Fue en ese momento, mientras lo observaba dormir, cuando la realidad me golpeó con fuerza, estaba viviendo un cuento de hadas, pero lo que existía entre nosotros dos tenía que acabar. No podía seguir en sus brazos, no podía alargar aquello que inevitablemente llegaría a su fin. Pronto se marcharía, y yo debía prepararme para dejarlo ir. Me levanté de la cama muy despacio, sintiendo cada músculo protestar por el esfuer