Inicio / Romántica / Adicta a ti / Capítulo 5. Fecha de caducidad
Capítulo 5. Fecha de caducidad

Cristian suspiró y se pasó una mano por su cabello, claramente incómodo.

—No, Emily. No es cierto. Para mí eras una niña, muy guapa, pero nada más. Pero mi hermano siempre me molestaba porque creía que tú me gustabas, pero solo es eso.

En aquel momento, sentí una profunda tristeza. En el pasando, yo estaba realmente enamorada de él, pero era un amor inalcanzable. La diferencia de edad y la insistencia de mi madre en que Luke era la mejor opción, ya que solo podía salir con alguien de nuestra misma situación económica, y Cristian era la oveja negra de la familia. Era tan ingenua que, por agradar a mi madre, le hice caso. Con el tiempo, empecé a querer a Luke, pero creo que jamás estuve verdaderamente enamorada de él. O tal vez sí, la verdad es que estaba hecha un lío.

Cambié de tema, no quería seguir pensando en el pasado.

—Vamos vístete, nos vamos —le ordené.

—¿A dónde vamos?

—Después te lo digo, tengo una idea. Vamos, mueve ese culo precioso.

—Quiero dormir —protestó.

—De eso nada. Cristian, ¡mueve ese culo ya!

Se levantó fingiendo estar agotado, puede que fuese verdad, pero si era así me daba igual, quería que me acompañara, no quería hacerlo sola. Faltaba muy pocos días para que se marchase y tendría que disfrutar cada momento con él. Tomó mi rostro entre sus manos y me plantó un beso en los labios.

Llegamos al lugar que tanto deseaba visitar. Los nervios me invadían, y mis piernas temblaban ligeramente. ¿Tendría el valor de entrar? Con un suspiro profundo, levanté la mirada hacia el rótulo luminoso que brillaba en la pared.

Siempre había deseado hacerlo, pero nunca me había atrevido hasta aquel momento. No era por falta de valor, sino porque mi madre me repetía una y otra vez que era cosa de delincuentes. Una vez más, cedí a sus órdenes.

Al entrar al estudio de tatuajes, pude ver que era pequeño pero acogedor, con paredes cubiertas de diseños coloridos. El sonido de la máquina de tatuajes se escuchaba suavemente en el fondo.

Nos recibió un hombre con el pelo negro y una cicatriz cerca del ojo, tendría unos treinta años, con una barba bien cuidada y tatuajes que cubrían sus brazos.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarles? —preguntó el hombre, dejando a un lado una carpeta.

Di un paso adelante, un poco nerviosa pero decidida.

—Me gustaría hacerme un tatuaje —dije, tratando de sonar segura—. ¿Sería posible hacerlo ahora?

El hombre asintió con una sonrisa.

—Claro que sí, podemos hacerlo ahora mismo. ¿Tienes algún diseño en mente?

Saqué un pequeño dibujo de mi cartera y se lo mostré. El hombre lo examinó con atención y luego me miró con aprobación.

—Es un diseño cojonudo. Vamos a prepararnos.

Me sentí feliz mientras el hombre comenzaba a preparar el equipo.

—¿Preparada?

Cristian se acercó a mi y posó su mano en mi espalda.

—Si has cambiado de opinión todavía estás a tiempo.

—Quiero hacerlo.

Le di mi consentimiento al hombre y le señalé el lugar exacto donde quería el tatuaje. Había decidido hacerme una mariposa en la nuca.

Mientras el hombre comenzaba a tatuarme, los tres permanecimos en silencio. Intentaba distraerme para olvidar un poco el dolor que estaba sintiendo. Al principio dije que no me dolía, pero en ese momento tenía las manos apretadas y tenía que admitir que sí dolía. Necesitaba distraerme, así que empecé a hacerle preguntas al tatuador:

—¿Cómo te llamas?

—Connor.

—¿Edad?

—Treinta.

—¿Novia?

—Emily, deja de molestar al hombre, que está trabajando —dijo Cristian, visiblemente molesto.

—Tranquilo, hombre. Si esta belleza quiere saber más de mí, yo estoy encantado de responderle a todas las preguntas. Y tú, preciosa, ¿tienes novio?

—Peor todavía, tengo marido —respondí, riendo.

—Ahhh, ya entiendo por qué tu marido tiene esa cara. No quiere que toque tu preciosa piel —replicó, guiñándome un ojo.

—Qué va, este hombre de aquí es mi cuñado. Mi marido me está engañando con otras.

—Qué suerte la mía, entonces. ¿Qué te parece si quedamos y nos tomamos algo? —propuso, acercándose un poco más.

—Tal vez… —respondí, dejando la puerta abierta a la posibilidad.

Cristian salió a la calle, y me quedé preguntándome qué le habría pasado.

Una vez que el tatuaje estaba terminado, Connor me entregó su tarjeta con su número, y me indicó como me tenía que cuidar el tatuaje. Después pagué y cuando me dirigí hacia la puerta, escuché:

—Cuando quieras, llámame y nos tomamos unas cervezas.

—Gracias, me ha encantado el tatuaje —dije, despidiéndome con la mano mientras salía a buscar a Cristian.

Busqué a Cristian con la mirada y lo encontré sentado en la terraza del bar, justo al lado del estudio de tatuajes. Me acerqué y me senté en una silla frente a él.

—Será mejor que te lleve a tu casa.

—¿Se puede saber qué te pasa? —pregunté, sorprendida por su actitud.

—¿Vas a estar tonteando con todos los tíos que te encuentres? —respondió, visiblemente molesto.

—¿Y a ti qué más te da? No me digas que piense en tu hermano porque no lo haré.

En ese momento, la camarera llegó para tomar nuestra orden. Decidí pedir un mojito, ya que con el calor que hacía esos días, necesitaba algo bien fresquito.

—Un mojito, por favor —dije, sonriendo a la camarera.

—Un whisky —pidió Cristian, sin apartar la vista de mí.

La camarera se marchó después de mirar a Cristian y dedicarle una sonrisa.

—Mira, Cristian, no entiendo por qué estás enfadado. Tú y yo no somos nada, y tampoco busco nada más. Solo quiero disfrutar de estos días contigo, como lo hacíamos antes, cuando vivías en este pueblo.

—Solo quiero que tengas cuidado. No puedes confiar en cualquiera.

—Eso ya lo sé. Y si decido coquetear con algún hombre, es asunto mío. Nunca lo hice antes, sabes cómo era. Quiero experimentar cosas nuevas. Soy joven y tengo derecho a coquetear con quien quiera.

—Ese tipo no me gusta.

—Me da igual. No voy a acostarme con él. Solo era una charla, nada más.

Poco después, la camarera dejó nuestras bebidas sobre la mesa de madera desgastada del pequeño café en el que nos encontrábamos. No tardé en probar mi bebida y, segundos después, levanté la mirada al cielo.

—¡Dios mío, esto está buenísimo! —exclamé, disfrutando del sabor.

—¿Qué vas a hacer con mi hermano?

—Cuando esté preparada, hablaré con él —respondí, tratando de mantener la calma.

—¿Vas a darle otra oportunidad?

—Lo nuestro se acabó, y lo tengo clarísimo. Jamás volveré con él.

Cristian asintió, y su expresión se suavizó un poco.

—Me parece bien, él no te merece.

Lo miré a los ojos, esos ojos verdes que conocía tan bien. Había algo en su mirada que me decía que me estaba ocultando algo.

—Cristian, ¿me estás ocultando algo, verdad?

Él desvió la mirada por un momento antes de volver a mirarme.

—Lo único que te puedo decir es que no le des ninguna oportunidad a mi hermano. No se ha portado bien contigo y tú vales mucho.

—Cristian, tenemos que dejar de hablar sobre Luke. Tú y yo tenemos una conversación pendiente.

Cristian me miró con curiosidad.

—¿Sobre qué?

—Sobre lo que pasó anoche —respondí, bajando la mirada por un momento antes de volver a encontrarme con sus ojos—. Anoche estaba mal, estaba muy dolida por lo que hizo tu hermano. Lo único que quería era vengarme.

Cristian frunció el ceño, pero no dijo nada, esperando a que continuara.

—¿Me estás diciendo que estás arrepentida?

—No, no estoy arrepentida. Tengo que admitir que anoche fue increíble, estaría dispuesta a repetir.

—¿Si?

—Cristian, no te hagas el tonto, sabes perfectamente que anoche disfruté muchísimo.

—Lo sé, lo de anoche fue increíble.

—Por eso, quiero proponerte algo. ¿Qué te parece si seguimos juntos hasta que te marches?

Cristian me miró, sorprendido por mi propuesta. La verdad, que me moría de ganas de que Cristian me hiciera lo mismo una y otra vez. Tan sólo de recordarlo, sentí un hormigueo por todo mi cuerpo.

—¿Estás segura? —preguntó, queriendo asegurarse de que realmente lo deseaba.

—Sí, estoy segura. Quiero aprovechar el tiempo que nos queda juntos. No sé qué pasará después, pero por ahora, quiero que me lleves a tu cama.

Cristian sonrió.

—Entonces, hagámoslo —dijo, tomando mi mano con suavidad—. Estaremos juntos hasta que me marche.

—Cristian, tu y yo vamos a hacer un pacto. Nadie se puede enterar de lo nuestro. Nuestra relación tiene fecha de caducidad. Lo nuestro acabará el día que te vayas a Londres, después nos olvidaremos de todo lo que ha sucedido entre nosotros dos.

—Entonces nuestra relación o como quieras llamarlo caduca el mismo día que coja el avión para Londres.

—Exacto, ¿te parece bien? El día que te vayas, te prohíbo que me llames o me escribas, olvidaremos todo.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo