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Adicta a ti
Adicta a ti
Por: Cristina Andrades
Capítulo 1. La venganza

Estaba caminando hacia la entrada de la discoteca, pero de repente, me detuve en seco al sentir una mano firme agarrar mi brazo. Giré sobre mis talones con cuidado de no perder el equilibrio, y cuando miré a la persona que me estaba sujetando el brazo, solo pude pensar ¡Joder! ¡Cristian!

—¿Emily?

—Si, esa soy yo.

—Princesa, estás preciosa.

—Gracias, tú estás más... —no encontraba las palabras adecuadas, pero mi boca solo quería pronunciar palabras como guapo, buenorro, macizo, bombón, cosita linda.

—¿Viejo? ¿Más guapo? ¿Más irresistible? —preguntó, mientras se pasaba una mano por su cabello rubio.

—Viejo, lo bueno que no estás calvo.

—Hasta calvo estaría guapo. Ven aquí y dale un abrazo a tu cuñado.

Cristian me envolvió con sus fuertes brazos tatuados. Nueve años sin verle, nueve años habían pasado desde que Cristian me partió el corazón, pero él nunca se enteró de que años atrás me moría por sus huesos.

—¿Qué haces aquí, princesa? —me preguntó al oído.

—Buscar venganza —respondí, esbozando una sonrisa—. ¿Tu hermano sigue ahí dentro con esa zorra? —pregunté, intrigada.

—Emily, es mejor que te vayas a casa. Si lo ves, sufrirás aún más.

—De eso nada, yo me quedo aquí. Quiero verlo con mis propios ojos.

Noté la decepción en su rostro, pero no me importó en absoluto. Si su hermano se estaba divirtiendo con otras... ¿por qué yo no podía hacer lo mismo? Quería pagarle con la misma modena. En ese momento se me encendió una bombilla en mi cabeza. Vengarme con el hermano de mi marido, pero después rechacé esa idea, eso sería demasiado cruel.

—Estás enfadada, lo digo por tu bien. Vete a casa y descansa.

—Cristian, agradezco tu preocupación y, sobre todo, quiero darte las gracias por abrirme los ojos. ¡Ah! No te preocupes que no diré que tú me mandaste el vídeo de mi marido con otra mujer, será nuestro secreto. Ahora, si no te importa, voy a entrar, voy hacer lo mismo que mi marido. Voy a buscar a un buenorro y después... Me alegro de verte —Giré para entrar a la discoteca, dando por zanjado nuestro encuentro, pensando que Cristian se marcharía. Pero no fue así, no quiso dejarme sola.

Una vez dentro de la discoteca, le supliqué a Cristian que me llevara hasta la zona donde estaba mi marido, su hermano. Al principio se negó, pero finalmente accedió a regañadientes.

Caminamos entre la multitud hasta que Cristian me detuvo. Desde la distancia, pude ver a mi marido acariciando y besando a una pelirroja despampanante. En ese momento, pensé en acercarme y darle una bofetada, pero rechacé la idea. Me pondría en ridículo delante de todos y acabaría llorando.

Usé gran parte de mi fuerza de voluntad para no volver a mirar a mi querido esposo y centrarme en mi venganza.

—¿Estás bien? —preguntó Cristian.

—Estoy bien, gracias —respondí, tratando de mantener la compostura.

—Me siento mal por contártelo, pero te conozco desde que éramos unos críos y no podía permitir esta situación. Te tengo mucho cariño, y mi hermano es un imbécil por hacerte esto.

—Cristian, no te sientas mal por contarme la verdad. Me has hecho un favor y siempre te estaré agradecida.

—Espero que no mates al mensajero.

—Eso no te lo puedo prometer. Anda ven, vamos a la barra.

Me dirigí con paso decidido hacia la barra del bar. Cristian me siguió de cerca, preocupado por lo que pudiera pasar. Al llegar a la barra, levanté la mano y pedí:

—Ocho chupitos de tequila, por favor.

—Emily, no creo que sea una buena idea. Te vas a emborrachar.

El camarero asintió y comenzó a preparar las bebidas. Cristian, con el ceño fruncido, se acercó más a mí y me susurró al oído:

—No es una buena idea, vas acabar borracha.

Giré mi cabeza y lo miré.

—Mira Cristian, me da igual lo que pienses de mí, me da igual todo, no voy a consentir desde hoy que nadie me diga lo que tengo que hacer, si quieres puedes quedarte y acompañarme o te puedes ir tranquilo, no soy tu responsabilidad.

Cristian suspiró.

—Todo esto es culpa mía. Me siento mal por haberte dicho la verdad.

Le sonreí con ternura y le puso una mano en el hombro. ¡Joder, que hombros!

Cristian cogió un vasito de chupito y, de un trago, se lo bebió. Segundos después, hice lo mismo, sintiendo el ardor del licor bajar por mi garganta.

Media hora más tarde, estaba borracha, bailando y disfrutando de la vida como nunca. Miré a Cristian y no pude evitar reírme, él también estaba borracho y sus movimientos descoordinados llamaron tanto la atención que un grupo de chicas se unieron a él, desafiándolo a una competencia de baile para ver quién lo hacía mejor o peor, solo pude reír.

Aproveché que Cristian estaba completamente absorto en su improvisada batalla de baile y me centré en mi plan. Observé a los chicos que había a mi alrededor, evaluando a cada uno con cuidado para elegir al más interesante.

En ese momento, Cristian se acercó y me rodeó la cintura con su brazo.

—Cristian, ¿qué te parece ese? —señalé a un chico rubio—. Desde aquí se ve guapo.

—Por favor, Emily, ese es muy bajito para ti.

—¿Y el que está a tu derecha?

—¡Te has vuelto loca! No sé por qué te empeñas en liarte con otro hombre. Tienes que tomarte un tiempo para ti —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho y clavando su mirada en mis ojos.

—Porque quiero, porque me apetece —le repliqué, haciendo una mueca mientras lo miraba.

—Tu sabrás —gruñó.

Estuve media hora pidiéndole consejo, ninguno le parecía el adecuado.

—Contigo es imposible.

A lo lejos observé un chico bastante mono que bailaba bastante sexy, lo miré de arriba abajo, lo había encontrado, era el elegido, un moreno alto, que bailaba de escándalo. Alisé mi vestido negro, coloqué mi pelo rubio hacia atrás y tomé una bocanada de aire y me alejé de Cristian.

Estaba decidida. Tragué saliva con dificultad. ¡Mierda! estaba realmente nerviosa. Me acerqué al muchacho y me presenté. Diez minutos más tarde, sus brazos rodeaban mi cintura y nuestros cuerpos se movían al compás de la música. Llegó el momento de darlo todo. Estábamos a punto de besarnos cuando, de repente, fui arrancada de sus brazos.

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