Capítulo 8
Ahora, todo me parecía ridículo. Me quité el anillo y lo tiré a la basura.

—Disculpa, esta baratija de cinco dólares debí haberla tirado hace tiempo —dije con una sonrisa radiante—. ¿Podemos irnos ahora?

Al recibir el certificado de divorcio, sentí que me quitaba un peso enorme de encima. Sin darme cuenta, el amor de mi juventud se había convertido en una cadena. Entre tantos malentendidos, el amor se había desvanecido, reemplazado por un tormento interminable.

Ahora que lo había superado, no quería cargar con culpas injustas. Quería explicarme una última vez.

Apreté el pendrive en mi bolso y hablé con calma:

—Héctor, la muerte de tu padre no tuvo nada que ver conmigo. ¿Me crees?

Él bajó la mirada y guardó silencio por un largo rato. Sonreí. Su silencio ya era una respuesta.

Sin más dudas, saqué el pendrive y se lo puse en la mano.

—Si descubrieras que has odiado y torturado a la persona equivocada, ¿qué harías? —le pregunté—. Héctor, de repente me siento expectante.

El miedo solo se
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