Alguien había capturado y había subido a Internet una imagen mía, sucia y desaliñada, mientras hurgaba entre la basura en busca algunas botellas de plástico para reciclar, y, en un abrir y cerrar de ojos, esta se volvió viral.—La recolectora más hermosa que he visto —leía Mateo Rojas en voz alta—. Mudita, parece que le caes bien a la gente.Yo masticaba lentamente mi pan mientras escuchaba como Mateo recitaba los comentarios de redes sociales. —¿No es esa Sofía Linares, la heredera de los Linares? —continuó leyendo, tras apartarse el flequillo—. Miren, hay una foto que lo prueba. Es la misma Sofía que acosaba a Héctor Gómez y causó la muerte de su padre.Mateo se detuvo abruptamente. Me quedé paralizada, casi dejando caer mi pan, y, por el rabillo del ojo, vi claramente la foto ampliada en la pantalla del celular: una mujer sonriente junto a un hombre de expresión seria. Era una antigua foto de mi boda con Héctor.Escuchar ese nombre después de tres años hizo que mi corazón se acel
Con el tiempo, él logró lo que quería. Terminó despojando a los Linares de su fortuna, encarceló a mi padre, mientras que a mí me sometió a innumerables humillaciones.Hasta que un día, me encontré atrapada en un callejón sin salida, y, asustada, lo llamé.Grité pidiéndole ayuda, pero solo recibí una respuesta indiferente.—Sofía, ¿quién sabe qué trampa se te ha ocurrido esta vez? Si quieres echarte a perder, hazlo, pero lejos de mí.Y así, tal y como él deseaba, me alejé de su vida.Refugiada en un lugar donde no podía verme, luchaba por sobrevivir en la miseria. Sucia y desamparada, vivía peor que un perro callejero. Y no podía creer que él aún fuera a buscarme. —Sofía, ¿qué fue lo que te pasó? —preguntó, aparentemente sorprendido por mi estado.Acto seguido, se acercó y me abrazó sin preocuparse de manchar su caro traje, mientras algunos curiosos, que habían escuchado el alboroto, se acercaban a ver. Incluso, uno de ellos se atrevió a aconsejarlo:—Señor, es mejor que se mantenga
Los siguientes días, una sirvienta reemplazó a la persona que solía llevarme la comida y Héctor no volvió a aparecer.Pero, entonces, llegó Jenny Suárez.La había visto algunas veces antes, y sabía que era la hija adoptiva de los Gómez y el amor platónico de Héctor. Sus facciones eran delicadas, y sus grandes y brillantes ojos me conmovían con solo mirarlos.Se presentó ante mí con aires de señora de la casa, caminando sobre unos elegantes zapatos de tacón, ataviada con un vestido negro que resaltaba sus curvas.—Escuché que estuviste vagando por ahí durante tres años y que te has vuelto tonta y muda —dijo con un tono burlón—. Héctor te odia tanto... Si te quedas aquí, no la pasarás bien. Pero, si quieres irte, yo misma puedo ayudarte.Al oír esto, alcé la mirada temblorosa y capté un destello de burla en sus ojos, aunque su expresión se suavizó rápidamente.Yo anhelaba tanto irme que, temiendo perder aquella oportunidad, acepté desesperadamente su oferta.Rápidamente, me hizo intercam
Instintivamente quise arrodillarme para suplicar perdón, pero él me sujetó con fuerza.—¿Acaso tanto me temes? —preguntó—. Sofía, ¿cómo te has vuelto tan cobarde? Debes estar fingiendo. La señorita de los Linares que no podía soportar ni una pizca de sufrimiento, ¿ahora apesta a basura, mierda y llega hasta el punto de mearse encima? ¿Crees que aparentando ser tan miserable te voy a perdonar? ¡La muerte de mi padre y los diez años que perdí con Ismael son por tu culpa! ¿Cómo te atreves?Sus ojos se enrojecieron y su agarre se hizo más fuerte. Reprimiendo las lágrimas, junté mis manos en súplica, rogando que me perdonara. Era algo que había aprendido en las calles - cuando me golpeaban, si les suplicaba así, se aburrían y me dejaban en paz.Pero olvidé que quien estaba frente a mí era Héctor, la persona que más me odiaba en el mundo.—¿Qué le pasó a tu mano? —preguntó de repente, agarrándome la muñeca.Esta mano que alguna vez fue delicada y elegante, ahora estaba llena de cicatrices
Me quedé sin aliento, con la boca abierta como un pez fuera del agua. El terror se acumuló en mi garganta hasta que finalmente estalló:—¡No! ¡No me toques!Mi grito repentino sobresaltó a Héctor, quien aflojó su agarre. Me alejé arrastrándome hasta la esquina, aferrándome desesperadamente a los jirones de mi ropa.—Por favor, de verdad te lo suplico. No volveré a molestar a Héctor, lo juro. Por favor, déjame ir... —le rogué sin parar.Él se acercó paso a paso, sus labios se movían como si dijera algo, pero yo ya no podía oír. En mi mente, volví a aquella noche terrible. Así fue como ellos destruyeron mi última pizca de dignidad.No podía soportar vivirlo de nuevo. Con mis últimas fuerzas, agarré el cuchillo de la mesa y lo clavé en dirección a mi corazón.—¡Sofía! —gritó Héctor con los ojos desorbitados.Sonreí. No dolía nada. Era una sensación de ligereza que nunca había experimentado. Lástima que fallé. No logré morir.Cuando desperté, estaba en el hospital. Unos hombres altos cu
Héctor no le devolvió el golpe a Mateo, solo se limpió la sangre del labio.—Si quieres divorciarte, vuelve pues conmigo —me dijo.—Aunque no vaya contigo, se divorciarán de todos modos —intervino Mateo.Héctor lo ignoró y me miró fijamente, esperando mi respuesta. Salí de detrás de Mateo, fingiendo calma.—De acuerdo, iré contigo.Quería divorciarme y cortar con el pasado, así que tuve que ceder por el momento. Para tranquilizar a Mateo, le sonreí y le dije:—Te llamaré cuando todo termine.Mi sonrisa debió parecer forzada, porque Mateo dudó. Al final, respetó mi decisión.El odio de Héctor hacia mí estaba profundamente arraigado. Me llevó de vuelta a aquella mansión, queriendo despertar mi culpa para retenerme y continuar su venganza. Pero él no entendía que mi miedo a esa casa solo se debía al respeto por los muertos y al temor que me causaba su amor tóxico.La violencia psicológica y las humillaciones públicas me habían dejado cicatrices imborrables. Me volví callada, apática, si
Seguí a Héctor, ayudando a recibir a los invitados. En la gran pantalla LED se proyectaba un PowerPoint con la vida de Mario: su imagen, sus logros, los reportajes sobre él. Miraba la pantalla absorta, sumida en recuerdos no muy agradables.En realidad, no tenía una impresión muy profunda de Mario. En mi memoria, siempre fue un hombre serio. Rara vez me dirigía la palabra, solo me regaló una pulsera de perlas cuando me comprometí. Se decía que esa pulsera era solo para las nueras de los Gómez. Después, Héctor me la quitó. Sonreí con amargura al recordarlo.De repente, la pantalla se oscureció. Cuando volvió a encenderse, mostraba un video diferente. Era el video del celular de Jenny. Todo el mundo quedó conmocionado. Yo me quedé paralizada, incapaz de reaccionar. Sentí que la sangre se me helaba y noté que mi vestido se mojaba.—¿Qué miran? ¡Apaguen eso! —gritó alguien.Sentí que me cubrían con una chaqueta y unas manos grandes me tapaban los ojos. Alguien me estaba protegiendo.Aun a
Ahora, todo me parecía ridículo. Me quité el anillo y lo tiré a la basura.—Disculpa, esta baratija de cinco dólares debí haberla tirado hace tiempo —dije con una sonrisa radiante—. ¿Podemos irnos ahora?Al recibir el certificado de divorcio, sentí que me quitaba un peso enorme de encima. Sin darme cuenta, el amor de mi juventud se había convertido en una cadena. Entre tantos malentendidos, el amor se había desvanecido, reemplazado por un tormento interminable.Ahora que lo había superado, no quería cargar con culpas injustas. Quería explicarme una última vez.Apreté el pendrive en mi bolso y hablé con calma:—Héctor, la muerte de tu padre no tuvo nada que ver conmigo. ¿Me crees?Él bajó la mirada y guardó silencio por un largo rato. Sonreí. Su silencio ya era una respuesta.Sin más dudas, saqué el pendrive y se lo puse en la mano.—Si descubrieras que has odiado y torturado a la persona equivocada, ¿qué harías? —le pregunté—. Héctor, de repente me siento expectante.El miedo solo se