Abandonada por un canalla, enloquecí y enmudecí
Abandonada por un canalla, enloquecí y enmudecí
Por: Lula
Capítulo 1
Alguien había capturado y había subido a Internet una imagen mía, sucia y desaliñada, mientras hurgaba entre la basura en busca algunas botellas de plástico para reciclar, y, en un abrir y cerrar de ojos, esta se volvió viral.

—La recolectora más hermosa que he visto —leía Mateo Rojas en voz alta—. Mudita, parece que le caes bien a la gente.

Yo masticaba lentamente mi pan mientras escuchaba como Mateo recitaba los comentarios de redes sociales.

—¿No es esa Sofía Linares, la heredera de los Linares? —continuó leyendo, tras apartarse el flequillo—. Miren, hay una foto que lo prueba. Es la misma Sofía que acosaba a Héctor Gómez y causó la muerte de su padre.

Mateo se detuvo abruptamente. Me quedé paralizada, casi dejando caer mi pan, y, por el rabillo del ojo, vi claramente la foto ampliada en la pantalla del celular: una mujer sonriente junto a un hombre de expresión seria. Era una antigua foto de mi boda con Héctor.

Escuchar ese nombre después de tres años hizo que mi corazón se acelerara, pero no de emoción, sino de miedo. Mi instinto me gritaba que huyera y me alejara de allí cuanto antes.

—No te preocupes, mudita. Yo te protegeré, y pronto te sacaré de aquí —me tranquilizó Mateo al notar mi inquietud. No me preguntó nada, solo me consoló con dulzura.

Durante mis tres años vagando, cuando todos me miraban con desprecio, solo él se había acercado para ayudarme. Solía repetirme esas palabras a menudo. Pero, a pesar de mi ingenuidad, entendía que esta vez él no podría hacer nada por mí.

Rápidamente, regresé a mi cuchitril para juntar las pocas cosas que pudiera vender antes de huir. Pero por mucho que me apresuré, llegué tarde. Al salir arrastrando mi bolsa de cachivaches, una voz fuerte me paralizó:

—Sofía, ¿a dónde crees que vas?

Bajo el sol de julio, un escalofrío me recorrió la espalda. Aunque habían pasado tres años, reconocí esa voz al instante. Con las manos heladas, aferradas a la bolsa, y el corazón a punto de estallar, el miedo enterrado en lo más profundo de mi memoria resurgió, ahogándome.

El sonido de los zapatos de cuero se acercaba cada vez más. Mis piernas me flaquearon y me acurruqué en el suelo, temblando incontrolablemente de miedo, consciente de que Héctor nunca me dejaría en paz.

Durante diez años, había amado a Héctor profundamente, pero él me odiaba con la misma intensidad con la que yo lo amaba.

Nuestro compromiso había sido arreglado por nuestros abuelos cuando aún éramos niños, pero, desafortunadamente, él guardaba otro amor en su corazón y se resistía a casarse conmigo. Mientras yo, ignorando esto y como la única y mimada hija de los Linares, insistía obstinadamente para que aceptara mi afecto.

Aquel año, cuando los negocios de los Gómez se había enfrentado a serios problemas, mi padre había aportado capital y lo había presionado para que se casara conmigo.

Ingenuamente, creí que nuestro matrimonio era inevitable y que, si yo lo amaba, él me correspondería, tarde o temprano. ¡Pero qué equivocada estaba! No importó cuanto me esforzara, él jamás llegó a amarme.

Sin embargo, eso fue solo el comienzo. Su odio hacia mí se intensificó el día de nuestra boda cuando su padre cobardemente se suicidó en la que sería nuestra habitación nupcial, dejando una nota culpándome de su muerte, y convirtiendo la boda en su funeral. Fue entonces cuando los sentimientos de Héctor hacia mí parecieron intensificarse de la noche a la mañana.

Intenté explicarle, negando mi implicación, pero él solo sonreía y tomaba mi mano. Frente a los demás, actuaba con normalidad, tratándome bien, mientras que en casa, su odio hacia mí explotaba. A menudo me agarraba del cuello y me decía:

—Sofía Linares, es mejor que te vayas al infierno y allí pagues por todo lo que has hecho.
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