—Hablemos en otro lugar —pidió el abogado George J. Miller a su cliente, antes de que éste cometiera una estupidez. George se percató muy bien de las miradas furiosas que Max le profería a la asistente—. Carla, por favor, espéranos acá.
Lenis entró en ese momento a la sala de juntas y vio a su marido hacerle señas con su cabeza dirigidas hacia la mujer que dejaban sola. Ella entendió perfecto lo que George pedía: hacerse cargo de ella, que se mantuviese allí y que la ayudase en lo que necesitara.
Lenis le asintió a su esposo y se acercó a la dama que aún no regresaba del todo a la realidad.
Mientras tanto, los dos hombres pasaron al despacho del CEO a través de una puerta aledaña que conectaba ambos lugares. Max entró y George cerró la madera tras de sí.
El dueño de la corporación se volteó hacia George.
—¿Qué tan serio es todo esto?
—Aún no puedo calcularlo, pero rechazar una herencia no es un juego. Mucho menos si hablamos de una fundación protegida por el estado, así no sea subsidiada. Además, sabes lo que significa no cumplir con las leyes de una empresa que no permite la cesión, transmisión o venta de sus acciones de manera inmediata. Las multas pueden llegar a ser astronómicas.
Aún de pie, susurraban por temor a ser escuchados, cuando bien sabían que las paredes eran insonorizadas. En ese momento no recordaron nada de eso, la prudencia ganaba la partida.
—¿Qué m****a fue lo que sugirió Fiztgerald?
George alzó las cejas ante la pregunta de su amigo.
Max no quería ni decirlo.
—¿Ese hombre sugirió… que ella y yo…? —Sacó de su pecho las palabras con una risa que fue contenida, pasando su rostro de lo risorio, a lo estrambótico—. ¡¿En verdad sugirió que ella y yo nos casemos?! —Maximiliano echó dos pasos hacia atrás y no dijo nada por un par de segundos, sin perder tampoco la conexión visual con su abogado—. ¿Este circo es en serio?
—Max…
—No me jodas, George, ¡no me jodas! —exhaló con una risa carente de gracia.
El CEO se dio la vuelta y se dirigió hacia un pequeño bar. Se sirvió un fuerte bebida que ingirió de un trago.
Negó con la cabeza y pensó, profundamente, en el lío en el que estaba metido. O en el que estaría metido de impugnar el testamento.
Volvió a recargar su vaso, pero decidió beber más despacio.
—¿Cómo sabemos que Carla no tiene nada que ver en esto? —preguntó, dándose la vuelta para enfrentar a George, quien seguía de pie, con sus brazos en jarras, haciendo que las solapas de su traje desabotonado se expandiera aún más.
—No lo sé, pero debes destacar que vino sin un abogado. No tiene mucho sentido querer joder a alguien de forma legal, acudiendo al ring de batalla sin defensas.
—¡Es la hija de ese imbécil! —George apretó los dientes tras el grito—. Nos ha ocultado su apellido. —Max tomó todo el contenido y dejó el vaso sobre el pequeño bar de madera con un sonido seco—. Sabes que ese hombre estaba prácticamente quebrado, no tenía ni la mitad de lo que llegó a poseer. Imagino que ya estás pensando lo mismo que yo.
—Max, cálmate. Y baja la voz.
—¡Esta m****a es insonorizada!
George inhaló y exhaló una buena ráfaga de aire.
—Sé lo que puede entenderse de todo esto. Un hombre quebrado que le da su herencia a un contrincante en los negocios y ata a su hija a él...
—No puedo estar equivocado…
—Es un pensamiento lógico, pero existen los contratos prenupciales.
—No puedo estar equivocado…
—Por mucha boda que celebres, ella no podrá quedarse con nada tuyo, ni siquiera con la parte que has heredado de su padre.
—¿Qué carajos estás diciendo, George? ¿Boda dices? ¡¿Boda?! ¿Qué boda? ¿Quién está hablando de casarse con nadie aquí? ¡¿Casarme con quién?! Ese maldito de Davison es un retorcido y lo sabes. Siempre estuvo loco y hoy… —Gruñó para poder calmarse, mostrando los dientes, intentando controlarse—. Hoy me lo ha demostrado y vaya que lo hizo.
—Eres prácticamente el dueño de su empresa ahora y puedes hacer lo que quieras con ella después de un año, pero la junta directiva estipula que debes ejercer tu rol, eso solo incluye asistir a unas cuantas reuniones, me he fijado que los cargos de los demás asociados siguen en actividad. Recuerda que hablamos de un país diferente, con otras leyes muy distintas a las nuestras. Hablamos de una gente con reglas antiguas, que piensan que el jefe de una empresa debe tener un estado civil respetable…
—Tonterías…
—Debes estar casado, Max. Algo que no quieres, lo sé. Pero si no ejerces durante un año, te caerá multa por hacienda. Podrías delegar funciones, pero no sabemos qué tan confiables sean esas personas para llevar la empresa por sí sola. Si llegan a estafar, despiden existiendo inamovilidad o incumplen con cualquier ley, quien tendrá que responder ante las autoridades serás tú. Así que lo mejor es verle la cara más seria a este asunto. —Max respiraba como un toro—. Si Carla tiene o no que ver en esto, averígualo.
—Tengo que llamar a Peter. ¿Él no la había investigado? ¿Cómo es que no supimos que ella era la hija de ese tipo?
—Peter investigó a Carla Davis, no a Carla Davison. Además, estoy seguro que con todo lo que estaba sucediendo, aquella fue una investigación realizada al ras. No hubo tiempo suficiente para profundizar.
Maximiliano suspiró y se dejó caer en uno de los sillones de la pequeña sala que tenía a pocos metros de su escritorio.
George no se sentó de inmediato.
—Esto no tiene sentido… —susurró Max.
El abogado se acercó y se sentó en la orilla de un sillón frente a su amigo.
—Enfrenta a Carla, investígala. Yo te ayudaré en todo lo que necesites y blindaré documentos. Contactaré gente en Inglaterra si es preciso que me regale datos más específicos, pero conozco este tipo de empresas. Por alguna razón, Davison & Asociados se quebró. Por alguna razón fue atada a una fundación no subsidiada y por una más poderosa, fue creado este testamento. No importa. ¿Deseas construir ese hotel exclusivo? Lo conseguirás. Será la mejor inversión de tu vida, ganarás millones y no de Euros, sino de Libras. Tienes la solución en tus manos, Bastidas, solo debes cumplir por un año, casarte solo en documentos, no significa nada, siempre y cuando hables con ella —señaló hacia la puerta que atravesaron hace minutos— y le dejes bien en claro que solo deseas su parte de las acciones, que deseas comprárselas. No valen mucho, le puedes ofrecer el doble. Ella entenderá, porque ambos están atados de manos. Ni ella puede vender, ni tampoco puede comprar sin antes cumplir con la ley. Carla Davis… o Davison… no puede hacer nada a menos que ejerza su rol como presidenta de la fundación, casada, durante un año.
***
Lenis le ofreció a Carla tomarse un té relajante en la otra punta de la mesa, más cercana al ventanal que rodeaba la sala de juntas. La secretaria del CEO de esa corporación bien sabía que la calefacción apuntaba mejor en aquel rincón.
—¿Te sientes mejor?
Carla asintió, mirándola solo por un segundo, antes de regresar la vista hacia el paisaje, un horizonte repleto de edificios y vida citadina.
—Carla. —La voz de Max atravesó todo el salón, de punta a punta, así como su piel, enviando cotas de nerviosismo a su sistema.
Más allá de nervios, era preocupación. Aún no comprendía qué estaba ocurriendo y ya debía tomar decisiones drásticas. Además, estaba segura que perdería su trabajo.
—No te levantes —pidió él cuando vio que ella lo haría.
Lenis le asintió para retirarse sin tener que hablar y los dejó solos en la inmensidad de una sala de juntas en absoluto silencio.
Carla no obedeció. Se levantó se la silla y le enfrentó, dándole la espalda al vidrio.
Él solo se acercó lo suficiente, colocando la mano derecha sobre el espaldar de una de las sillas que rodeaba la mesa de reuniones. Su mano izquierda en jarras, levantando parte del saco de su traje de tres piezas color beis.
Se miraron sin decirse nada por un tiempo que pareció largo, hasta que Max decidió emitir sus preguntas, evitando mostrar la molestia que llevaba encima.
—Primero, explícame por qué ocultaste tu apellido. —Carla tragó grueso—. Puedo despedirte en un segundo por habernos mentido durante tantos años, pero te daré el beneficio de la duda.
—Max, yo… —Ella cerró sus ojos y exhaló, abriéndolos nuevamente—. Señor Bastidas —él sonrió sin gracia—, aún no comprendo qué está sucediendo…
—¿Qué no comprendes? —Él se acercó—. ¿Que eres la hija de un millonario inglés que intenta joderme hasta después de su muerte?
—Quiero que entienda, señor Bastidas, que ese hombre que se ha mencionado aquí hasta la saciedad, también intenta joderme a mí —se atrevió ella a decir, retractándose por hablarle así al hombre que podría dejarla en la calle con el chasquido de sus dedos—. Lo siento, no quise hablarse de esa forma.
—¿Por qué no me tuteas? Antes lo hacías. ¿Qué te lo impide ahora?
—Es lo correcto.
—Lo correcto… —repitió Max, acercándose más a ella.
El hombre andaba fúrico, no quería más problemas. Entre sus enemigos en la cárcel y una investigación del alcance del daño causado aún en curso, una explosión de la que aún se recuperaba y un fin de año ajetreado, luchando por recuperar una confianza financiera que perdió en puntos estratégicos de sus negocios gracias a todas las debacles vividas en meses anteriores, lo que menos quería el CEO de esa corporación era meterse en más líos. Y acababa de introducirse en uno verdaderamente complicado, atípico, inesperado. La desconfianza que le acompañó en cada camino de su vida desde que resultó ser uno de los empresarios estafados de un hombre llamado Ferit Turgut, el ex marido de su madre…, después de ciertamente ser culpado de esas mismas estafas de las que fue víctima, después de haber enfrentado la justicia, esa desconfianza hizo presencia allí, en esa sala, después de que la misma Carla le confesara quién era.
—Lo correcto, Carla, hubiese sido meter tu currículo aquí con tu verdadero apellido. Estoy seguro que jamás hubiese imaginado que eras la hija de Fred. ¿Por qué ocultarte así?
—Soy una asistente senior del departamento de Protocolo de esta empresa, lo he sido por más de cinco años y creo que he hecho bien mi trabajo. No soy la hija de nadie, no soy la hija de una fortuna o de un testamento. Soy una periodista que funge funciones administrativas desde entonces, eso es lo que soy.
—¿Sabes quién es Fred Davison para mí? —Él escudriñó su mirada para ver qué lectura le daba—. Fue mi mentor en los negocios… Sí, querida Carla, mi mentor. Mi primer empleador también… y mi primer enemigo. Pero creo que eso ya lo sabías, ¿no es así? ¿Por eso armaste toda esta treta con ese tal Fiztgerald?
—¿Cómo dice?
—No sé qué pretendes. Imagino que te confabulaste con ese abogado para hacerte de la fortuna que papá no te ha dejado, ¿no es así? Claro. Dijiste, “me caso con el mayor accionista, recupero las tierras, las pongo a valer, me divorcio y me quedo con la mitad de todo”. ¿Eso es lo que planeas? ¿Y crees que se te va a cumplir?
Carla no daba crédito a tantas calumnias. Miraba a su jefe como si se estuviese volviendo loco allí mismo, frente a sus narices. Debía defenderse, quería hacerlo, pero las ganas de llorar no dejaban que la tarea fuese algo fácil de ejecutar.
—Puedo ser su empleada, esto puede ser sorpresivo para todos, tal vez ya esté despedida por haber cambiado mi apellido solo un poco, pero no voy a permitir que me hable de esa forma, que intente poner palabras en mi boca y mucho menos que me juzgue sin conocerme.
—Entonces, cuéntame por qué te conozco como Carla Davis y no como Carla Davison. Y por qué de repente se me ha sugerido ser tu marido a cambio de la obtención de una empresa que heredé ni siquiera de qué manera o por qué, cuando Fred y yo nos hicimos la vida imposible en la batalla por esas mismas tierras que él ahora ha querido cederme. Es que… ¡es una locura!
—¡Ese hombre no es mi padre!
—¿Qué estás diciendo ahora, Carla?
—Sí, lo es. ¡Lo es! M*****a sea, lo es. Lo es de sangre, pero solamente lo vi una vez en mi vida, una sola vez en persona. —Max se quedó quieto, atento a sus palabras—. Ayer me he enterado de su muerte de la forma más extraña y en la noche, recibo esa carpeta que parece una tesis entera de cómo joderle la vida a Carla Davis en un segundo.
El silencio regresó, pero ella lo quebró instantes después.
—Quiero entender qué está pasando, quiero entender por qué he heredado las acciones de un señor que lo único que hizo con la existencia de mi persona en su vida fue nada. ¡Nada! Nos dejó a mi madre y a mí desamparadas por una mujer, por la misma mujer que creó una fundación que ahora… que ahora debo dirigir porque si no lo hago, yo… si no lo hago de seguro estaré multada y qué sé yo de dinero, de multas, de leyes… qué sé yo de todo esto, cuando he tenido una vida simple y llena de carencias por todos lados.
Max no movía un solo músculo, escuchándola.
Ella se acercó a él, llevada por el dolor de los recuerdos, el peso de lo injusto y la rabia por no saber qué hacer.
—Señor Bastidas, ni siquiera tengo una defensa legal, no tengo cómo pagarla. No tengo nada ni a nadie que pueda asesorarme, porque no deseo aceptar esta farsa, este circo de mal gusto que se ha inventado ese hombre no sé con qué propósito.
Ella se alejó de él rumbo a las puertas de salida, dejándolo descolocado y rabioso.
—No hemos terminado de hablar —ladró él por lo bajo.
—Siento mucho desobedecerle, señor Bastidas, pero tengo que retirarme, no puedo estar un minuto más acá. —Tragó la sequedad de su garganta y exhaló, estresada y dolida—. Tenga por seguro que si no puedo renunciar a esa absurda herencia, será toda suya. No dirigiré la fundación de la mujer que impidió que tuviese una familia unida, mucho menos complaceré los excéntricos caprichos de mi padre casándome con un hombre que no quiero.
Se dio media vuelta y dejó a Max solo en la sala de juntas. Ese venía siendo un día tétrico para Carla, pero lo que nadie sabía era que antes, semanas antes, incluso…, ella ya empezaba a lidiar completamente sola con algo fuerte y aterrador.
Los quejidos de una chica se filtraron por los ductos de ventilación del gimnasio. Carla Davis, hermosa mujer de casi cuarenta años, de cabellos negros y lacios, alta, piel clara, con rasgos levemente asiáticos, mezclados con sangre inglesa y descendencia latina, aunque lejana, se apartó del agua de la ducha para escuchar mejor el bullicio. Era de noche, mediados diciembre. Carla ya llevaba tiempo sin poder asistir al spa, a nadar en la pileta o hacer ejercicio, por lo que esa noche prefirió quedarse más tiempo del establecido allí en el gimnasio donde siempre solía entrenar.La ducha estaba deliciosa. Agua tibia y relajante. Pero tuvo que cerrar la llave del grifo para así poder prestar atención, quedándose absolutamente quieta, intentando comprender lo que se escuchaba en el recinto. El eco que regalaba la quietud le permitía auscultar mejor todo. Hasta un alfiler cayendo sobre ese mismo suelo podía ser escuchado por cualquiera que estuviese a esas horas allí. Los quejidos femeni
El cuerpo de Maximiliano Bastidas no solo llevaba horas de entrenamiento. El musculoso y atlético cuerpo del CEO de una de las corporaciones más grandes, polémicas e importantes de la ciudad llevaba años ejercitándose.Y vaya que los resultados dieron todos sus frutos.Entrenaba todas las mañanas, siempre y cuando los negocios se lo permitiesen. Siendo ya final de diciembre, faltando una semana para la navidad, era uno de esos días donde su oficina pasaba a segundo plano con la única intensión de poder hacer ejercicio.Lo necesitaba, necesitaba drenar con urgencia, requería del ejercicio como la necesidad del agua o el oxígeno. Maximiliano ansiaba poder liberarse de las fuertes tensiones generadas en un año repleto de retos. Los pasados meses fueron absolutamente complicados, cada uno, sin excepción.El césped de su enorme patio, casi inundado por la lluvia, hacía que sus pasos fuese más difíciles de ejecutar y con los espaciosos pisos de cerámica que se encontraba cada tanto, debía t
CAPÍTULO 6.Maximiliano se levantó del sillón y salió de su despacho, dirigiéndose escaleras arriba. Al entrar a su recámara, siendo ésta la más grande de la casa, caminó directo hacia su celular.Marcó el número de su abogado, quien le contestó en menos de tres repiques.—Bastidas llamándome temprano, esto es raro —bromeó el abogado—. ¿Qué pasó ahora?—Fred Davison ha muerto —informó Max.Casi pudo oír el engranaje de su defensor legal activarse.—¿Cuándo pasó?—Lenis me acaba de llamar y me lo confirmó.—Mmm… —Se hizo el silencio entre las líneas—. Me pondré al corriente con la situación de su empresa ahora mismo.Max quiso decirle: “Sí, por favor” o “perfecto”, pero prefirió quedarse callado.Quien falleció no era de su agrado, pero se trataba de un ser humano, al fin y al cabo, y le pareció cruel e irrespetuoso confirmarle a su abogado que el interés por llamarle únicamente se trataba de investigar cuál era el estatus de las acciones y bienes del difunto. En otras circunstancias,
CAPÍTULO 7.—¿Carla? ¿Qué haces aquí? ¿No estabas enferma? —preguntó Bobby Clarence al verla entrar al departamento de Protocolo.El director de aquella área, un hombre delgado y alto, rostro con muchas líneas de expresión y cabello negro peinado con gel hacia atrás, usando un traje de dos piezas color gris plomo que parecía quedarle un poco grande, se levantó de su asiento detrás del escritorio como cortesía, sorprendido por ver a una de sus cuatro asitentes en un día de permiso.—Bobby —saludó ella, permaneciendo de pie muy cerca de la puerta—. ¿Puedes explicarme qué hace una chica de recursos humanos sentada en mi cubículo? Me ha contado que su departamento la ha enviado para… para reemplazarme.—Siéntate, por favor —pidió Clarence, señalándole una de las dos sillas frente a la mesa. Carla accedió, evitando liberar un suspiro—. Reemplazar no es la palabra. Suplir. Y solo mientras estás de permiso… —Interrumpió sus palabras de manera abrupta—. Estabas de permiso, ¿cierto?Carla, en
Cerró la puerta y se dirigió a la sala.Se sentó en el sillón más grande, colocando la caja encima de la mesa baja frente a ella.Inhaló profundo y al exhalar, abrió la caja.Sacó una carpeta gruesa. La misma iba envuelta en un sobre gigante de plástico con el logotipo de una empresa internacional de encomiendas.La carpeta llevaba el logo de Davison & Asociados. Abrió y leyó los titulares de casa documento.—¿Registro contable? —susurró para sí.Las planillas repletas de números, al parecer, mostraban cuentas de los últimos cinco años de la empresa de su progenitor.—¿Asociados? ¿Junta Directiva?Luego del montón de planillas contables, unas hojas con la ficha de cada asociado de la compañía, mostrando la estructura entera de la empresa y su Junta.—¿Por qué estoy leyendo todo esto? —se preguntó.La respuesta llegó al pasar una de las últimas páginas. El titular rezaba: «Asociados Internacionales».El aliento se le fue por completo y la carpeta casi resbala de sus manos.Tuvo que sol
CAPÍTULO 9.Llegaron al final de la barra, en su lado izquierdo.Max se sentó y pidió un whisky, mientras B.J permaneció de pie muy cerca de él, en total alerta.La chica dio media vuelta para retirarse, echando una furtiva mirada a la mole de guardaespaldas, antes de desaparecer por completo.Max casi se echó a reír por lo bajo. B.J parecía una roca seca y sin emociones, sin embargo, era hombre, y el CEO entendía perfecto que debajo de toda esa ropa y actitud profesional, existían los poderosos pensamientos de un sujeto. Él creía que de esos poderes siempre hay que cuidarse.La música no estaba demasiado alta y Max lo agradeció. Aprovechó aquella salida para no tener que pensar demasiado en la soledad de su casa ni en todo lo ocurrido en su oficina. Buscaba que un par de tragos allí sacudiera un poco sus problemas.Un ligero movimiento a su derecha le hizo girar su cabeza.B.J saludó a un hombre de barba poblada, cabellos esponjosos y castaños, alto, bastante apuesto, usando un jean
CAPÍTULO 10.Carla enfrentaba ahora una verdad de la que no quería estar atada, pero en su férreo empeño por defenderse y no aceptarla, dudaba de todo De las personas a su alrededor, de sí misma.Nacida en la tierra de su difunto padre y conociendo el poderío que le rodeaba, al menos en parte, presentía que aquellas leyes serían como una manta gruesa y pesada, imposible de remover, tóxica, ahogante, chocante. Su presentimiento tenía una voz susurrante que le decía justo al oído “prepárate, porque no tienes salida”.«Salida», pensó, combatiendo esa voz durante el viaje a casa.Imaginaba lo que haría al llegar, los pasos a dar, las gavetas que abriría y tal vez dejaría a medio cerrar con las prisas que su cabeza elucubraba tener bajo un plan de escape.Descendió del bus en la parada habitual, cerca del mercado popular que solía frecuentar en días de feria especial y fines de semana, el mismo al que fue hace no mucho tiempo, un tiempo cercano, para comprar enseres de cocina, ingredientes
CAPÍTULO 11.Carla sintió algo en su pecho, una gran presión que parecía cubrir su estómago y explotar allí mismo, desconcertándola.—¡Carla! —Él corrió hacia ella y la cubrió con el paraguas—. ¿Qué estás haciendo?—¡¿Qué está haciendo usted aquí?! —Lanzada la pregunta, se adelantó a él rumbo a su casa.Él apretó los dientes, pero no podía quedarse a discutir bajo la lluvia, que a pesar del paraguas, parcialmente lo mojaba.Corrió tras ella y se encontraron en el porche techado mientras ella sacudía el exceso de agua para ubicar las llaves de la puerta principal dentro de su bolso de mano.—Dame, te ayudo…—No hace falta —cortó, enfatizando el movimiento se sus manos sobre el bolso que él pretendió agarrar—. Ya está —anunció cuando la puerta le hizo caso después de utilizar la llave.Pasaron a la vivienda.Ella encendió la luz y frente a los ojos de Max, se desplegó una casa de madera toda. Olía a flores, harina y dulces, como el azúcar de las galletas, trayéndole de súbito recuerdos