CAPÍTULO 10.Carla enfrentaba ahora una verdad de la que no quería estar atada, pero en su férreo empeño por defenderse y no aceptarla, dudaba de todo De las personas a su alrededor, de sí misma.Nacida en la tierra de su difunto padre y conociendo el poderío que le rodeaba, al menos en parte, presentía que aquellas leyes serían como una manta gruesa y pesada, imposible de remover, tóxica, ahogante, chocante. Su presentimiento tenía una voz susurrante que le decía justo al oído “prepárate, porque no tienes salida”.«Salida», pensó, combatiendo esa voz durante el viaje a casa.Imaginaba lo que haría al llegar, los pasos a dar, las gavetas que abriría y tal vez dejaría a medio cerrar con las prisas que su cabeza elucubraba tener bajo un plan de escape.Descendió del bus en la parada habitual, cerca del mercado popular que solía frecuentar en días de feria especial y fines de semana, el mismo al que fue hace no mucho tiempo, un tiempo cercano, para comprar enseres de cocina, ingredientes
CAPÍTULO 11.Carla sintió algo en su pecho, una gran presión que parecía cubrir su estómago y explotar allí mismo, desconcertándola.—¡Carla! —Él corrió hacia ella y la cubrió con el paraguas—. ¿Qué estás haciendo?—¡¿Qué está haciendo usted aquí?! —Lanzada la pregunta, se adelantó a él rumbo a su casa.Él apretó los dientes, pero no podía quedarse a discutir bajo la lluvia, que a pesar del paraguas, parcialmente lo mojaba.Corrió tras ella y se encontraron en el porche techado mientras ella sacudía el exceso de agua para ubicar las llaves de la puerta principal dentro de su bolso de mano.—Dame, te ayudo…—No hace falta —cortó, enfatizando el movimiento se sus manos sobre el bolso que él pretendió agarrar—. Ya está —anunció cuando la puerta le hizo caso después de utilizar la llave.Pasaron a la vivienda.Ella encendió la luz y frente a los ojos de Max, se desplegó una casa de madera toda. Olía a flores, harina y dulces, como el azúcar de las galletas, trayéndole de súbito recuerdos
Paseo por la casa, desesperación.Llamadas a todo riesgo, llamadas sin contestación.Carla escribió un email a su tía Lin, la hermana de su madre, para que le ayudase a ubicar un abogado que le asesorara y sirviera de compañía en medio de toda la locura.Su angustia la motivó a acomodarse con urgencia frente a su computadora. Necesitaba comunicarse con su tía lo más pronto posible.Estaba metida en un gran aprieto. Para Carla, el ahogo dentro de sí confirmaba su teoría: las cosas irían a peor si no hacía algo al respecto.Con su ropa de casa, su cabello lacio, negro, largo, recogido en un moño alto, siendo esa una noche de diciembre, iluminada apenas por la tenue luz de la cocina, encendió su laptop, abrió la aplicación de correo electrónico y comenzó a teclear, intentando aplacar el fuerte sentimiento de injusticia que le arropaba esa hora.Para: lingreat100@email.cityDe: carladavis1986@email.cityTía, Lin. ¡Necesito ayuda urgente! Y espero leas este email a tiempo. Necesito un abo
—¿Me puedes explicar eso de que te casas? ¡¿Te volviste loco?! —Seda Bastidas llegó a casa de Maximiliano como alma que lleva el diablo con ganas de discutir esa mañana.—Buenos días, madre —saludó el hijo, sin dejar de comerse el desayuno en la mesa principal, mientras le daba un vistazo al periódico, usando un mono azul de pijama y una franela de algodón color blanco.Llevaba el cabello mojado, ya que se había dado una ducha luego de hacer ejercicio bien temprano.—Por favor, acompáñame. —Señaló una de las sillas que generalmente siempre se encontraban vacías.—¡Respóndeme, Maximiliano!El mencionado alzó las cejas y se dedicó a mirarla.—¿Quién te contó?—Lenis Evans.Maximiliano suspiró.—Olvidé por completo que ustedes son amigas.—Claro que somos amigas, somos muy amigas y como buena amiga mía, me ha preguntado si ya compré el vestido para tu boda.Sin remedio, Seda, una mujer de tercera edad, muy bien conservada, de cabellos rojos, largos y abundantes, usando una braga de panta
Las tareas estaban hechas para Maximiliano. El contrato prenupcial se encontraba frente a él en el despacho de su casa, George se lo había hecho llegar. Los planos de la propiedad inglesa se encontraban a un lado y los estuvo mirando desde la mañana, luego de la discusión con Carla en la sala de su casa, para nunca olvidar el motivo de aquella estrategia de negocios y que todo valdría la pena.Recostó su cuerpo en el espaldar de su silla y suspiró, se sentía cabreado consigo mismo. En ningún momento de su vida trató a una mujer como lo hizo con Carla esa mañana. Su rostro embravecido, desesperada por hacinar trincheras donde protegerse a sí misma, donde sentarse y comprender que podía exigir sus derechos, demostrando, con su molestia, que no estaba y no estaría de acuerdo con ninguna de las decisiones que él tomó y tomaría de ahora en adelante. La situación, la sutil desconfianza, la futura boda, tenerla a ella en casa, la presión decembrina, casarse y hasta la misma existencia de Car
Maximiliano detuvo el Mercedes en la entrada de un edificio repleto de periodistas y curiosos, pisando la antesala a una alfombra roja que al propio CEO le parecía innecesaria. Celebraban las navidades, no un aniversario ni la inversión más apoteósica, aun así, le alegraba sobremanera que su equipo de prensa y la organización del departamento de Protocolo hiciera bien su trabajo. —¡Maximiliano! —gritaban los camarógrafos—. ¡Aquí, Max! ¡Aquí! Con una sonrisa prepotente, miró a una cámara y a otra, saludó a algunas personas que también iban llegando, trabajadores del consorcio, empresarios, sumándose todos a la algarabía decembrina. Lenis sonreía, de pie al otro lado de las puertas dobles. —Vaya… —dijo él nada más acercarse a ella—. George, el hombre más afortunado. Estás preciosa, como siempre, pero hoy más —elogió a la mujer, quien vestía de dorado de la cabeza a los pies. —Toma. —Ella le entregó un gorro navideño. —Estás de coña. Ella sonrió más abiertamente y negó. —Para nad
Al cabo de una hora, el CEO estacionaba frente a la vivienda de Carla Davis. Ya eran casi las 00:00 horas, por lo que, si su plan funcionaba, debía apurarse un poco.—B.J, estoy detrás de ti.El guardaespaldas, con el altavoz activado, corroboró la información que su jefe le dio.—¿Señor?—Puedes irte. ¿La calle tiene cámaras?—Correcto. Fueron instaladas hace poco, pero no las habíamos puesto a funcionar hasta no recibir la orden.—Yo la doy. Conéctense con ellas, no es necesario que estés acá. Descansa y Feliz Navidad.—¿Está seguro, señor?—Feliz Navidad, B.J —Max reiteró y colgó la llamada.Descendió del vehículo, aun usando el esmoquin.Sacó un paquete que tomó del asiento de copiloto y caminó hasta la puerta principal de la casa de Carla.Suspiró profundo, evadiendo ese sentimiento extraño instalado en la boca de su estómago desde que estacionó frente a la vivienda.Vio cómo B.J se alejaba, dejándolo solo.Tocó el timbre un par de veces, escuchó ruido al cabo de unos minutos, ta
Max dejó su pequeño plato con la cucharilla sobre la mesa y se giró mejor para decirle las cosas con mayor claridad. —Carla, luego de la firma, de hacer realidad nuestro acuerdo, el mundo se va enterar, es así. Tarde o temprano la prensa hablará. Por supuesto, podemos conversar al respecto todo lo que tú quieras, no hay ningún problema. Podemos definir qué nos gustaría que se sepa y qué no. Podemos armar una historia, si tú quieres, para que la gente no especule nada malo sobre esta situación, pero tienes que entender que es algo que va a ocurrir. Lamentablemente soy una figura pública y me codeo con la prensa desde hace tiempo. Sabrán de nuestro casamiento, sé cómo actúan, lo sabrán. —Hizo una pausa—. Así como también sabrán sobre nuestro divorcio. Ella le miró. Quiso decir algo. Sus labios se separaron, pero nada salió. Él ladeo la cabeza. —¿Por qué me miras así? ¿No es lo que ocurrirá al pasar el año? Obviamente sí, ella lo sabía, ella lo quería, al menos fue así antes de escuc