Maximiliano detuvo el Mercedes en la entrada de un edificio repleto de periodistas y curiosos, pisando la antesala a una alfombra roja que al propio CEO le parecía innecesaria. Celebraban las navidades, no un aniversario ni la inversión más apoteósica, aun así, le alegraba sobremanera que su equipo de prensa y la organización del departamento de Protocolo hiciera bien su trabajo. —¡Maximiliano! —gritaban los camarógrafos—. ¡Aquí, Max! ¡Aquí! Con una sonrisa prepotente, miró a una cámara y a otra, saludó a algunas personas que también iban llegando, trabajadores del consorcio, empresarios, sumándose todos a la algarabía decembrina. Lenis sonreía, de pie al otro lado de las puertas dobles. —Vaya… —dijo él nada más acercarse a ella—. George, el hombre más afortunado. Estás preciosa, como siempre, pero hoy más —elogió a la mujer, quien vestía de dorado de la cabeza a los pies. —Toma. —Ella le entregó un gorro navideño. —Estás de coña. Ella sonrió más abiertamente y negó. —Para nad
Al cabo de una hora, el CEO estacionaba frente a la vivienda de Carla Davis. Ya eran casi las 00:00 horas, por lo que, si su plan funcionaba, debía apurarse un poco.—B.J, estoy detrás de ti.El guardaespaldas, con el altavoz activado, corroboró la información que su jefe le dio.—¿Señor?—Puedes irte. ¿La calle tiene cámaras?—Correcto. Fueron instaladas hace poco, pero no las habíamos puesto a funcionar hasta no recibir la orden.—Yo la doy. Conéctense con ellas, no es necesario que estés acá. Descansa y Feliz Navidad.—¿Está seguro, señor?—Feliz Navidad, B.J —Max reiteró y colgó la llamada.Descendió del vehículo, aun usando el esmoquin.Sacó un paquete que tomó del asiento de copiloto y caminó hasta la puerta principal de la casa de Carla.Suspiró profundo, evadiendo ese sentimiento extraño instalado en la boca de su estómago desde que estacionó frente a la vivienda.Vio cómo B.J se alejaba, dejándolo solo.Tocó el timbre un par de veces, escuchó ruido al cabo de unos minutos, ta
Max dejó su pequeño plato con la cucharilla sobre la mesa y se giró mejor para decirle las cosas con mayor claridad. —Carla, luego de la firma, de hacer realidad nuestro acuerdo, el mundo se va enterar, es así. Tarde o temprano la prensa hablará. Por supuesto, podemos conversar al respecto todo lo que tú quieras, no hay ningún problema. Podemos definir qué nos gustaría que se sepa y qué no. Podemos armar una historia, si tú quieres, para que la gente no especule nada malo sobre esta situación, pero tienes que entender que es algo que va a ocurrir. Lamentablemente soy una figura pública y me codeo con la prensa desde hace tiempo. Sabrán de nuestro casamiento, sé cómo actúan, lo sabrán. —Hizo una pausa—. Así como también sabrán sobre nuestro divorcio. Ella le miró. Quiso decir algo. Sus labios se separaron, pero nada salió. Él ladeo la cabeza. —¿Por qué me miras así? ¿No es lo que ocurrirá al pasar el año? Obviamente sí, ella lo sabía, ella lo quería, al menos fue así antes de escuc
Los rayos de luz del medio día atravesaban los paneles de vidrio de las amplias ventanas de aquella lujosa habitación.Daniel Glint, con sus ojos cerrados, arrugó la cara por la molestia y el calorcillo que regaló la claridad.Encima del gran colchón de su cama, empezó a despertarse. Removió su desnudo cuerpo entre las sábanas, logrando desperezarse poco a poco, restregándose los párpados y masajeando un poco sus sienes. Cargaba un ligero dolor de cabeza.Era veintiséis de diciembre. Apenas el día anterior pudo celebrar las fechas, ya que el veinticuatro decidió abrir el bar GLINT, la sede más grande y original de sus patrimonios más preciados.Miró a su derecha, no se encontraba solo.Suspiró, sintiendo fastidio consigo mismo por ser tan despistado.Se irguió hasta sentarse, apoyando sus pies sobre el suelo de su recámara. Miró la hora en su celular, eran las 12:30 de la tarde. Giró su cara hacia la rubia que aún yacía sobre la cama, al parecer, también desnuda.La tocó un par de vec
Carla se mantuvo en silencio durante todo el trayecto. Respiró profundo cuando la camioneta atravesó las puertas de hierro pintadas de negro del gran garaje a cielo abierto de su nueva casa.Cuando B.J aparcó el vehículo y lo apagó, la miró por el retrovisor. Ella cerró sus ojos y se mantuvo así durante varios segundos. Él le daría todo el tiempo que ella necesitase.En el momento en el que él intentó descender del vehículo, ella habló:—No te vayas todavía. —Su voz suave atravesó la camioneta.Él obedeció. Carla suspiró.—¿Qué tanto sabes?—¿Disculpe?—Qué tanto sabes de lo que ocurrirá hoy —lanzó ella sin tono de pregunta.—Lo necesario, señorita…—Davis —atajó ella—. Ibas a llamarme Bastidas, ¿no es así? Aún no estoy casada con él.Él carraspeó con su garganta, pero no dijo nada al respecto.Ella miró a Gladis a través del vidrio, quien salió para recibirla. La señora ya fruncía el ceño porque nadie descendía del vehículo.—B.J, no tengo a nadie en esta ciudad, ni siquiera tengo mi
Cuando el señor Bastidas llegó a la mansión, ya que ese día salió a cumplir con algunas obligaciones laborales, según lo que él le comentó, Gladis, la ama de llaves, le informó justo al entrar que la señorita Davis ya se encontraba en la casa arreglándose para la boda, la cual se celebraría en pocas horas.Max caminó hacia el extremo del patio —dirección este, saliendo desde la casa— donde, encima de un piso de cerámica color ladrillo, la organización contratada instaló, junto a los trabajadores de la mansión, un pequeño toldo, espacio cómodo decorado con telas blancas, algunas sillas las cuales prácticamente rodeaban la mesa donde se sentaría el ministro y los novios.Asintió, satisfecho con el resultado. Caminó hasta allí, no solo para asegurarse que todo estuviese bien, sino también para añadir hermosura y confort, lujo, si fuese necesario, pensando darle a Carla una buena ceremonia.—¿Y los fotógrafos?—Fui informada de que están por llegar, señor. Aún espero información sobre los
CAPÍTULO 21 (el día de la boda). A Maximiliano Bastidas tan solo le llevó cinco minutos bajar y acercarse al toldo. Sin embargo, luego de saludar brevemente a los presentes, pidió disculpas para poder retirarse unos minutos, debía encargarse de algo urgente antes de la ceremonia. Caminó hacia el extremo contrario del patio, específicamente la garita de vigilancia, buscando a B.J, a quien encontró puliendo la camioneta asignada para él. El guardaespaldas enderezó su mastodóntico cuerpo, asintiendo ante la presencia de su jefe. —¿Señor? —B.J —Max miró a su alrededor—, ¿podemos hablar un momento? El agente asintió. —Por supuesto. —¿Es un lugar seguro aquí? —Sí, señor. —Muy bien. —Se acercó a él, para establecer una especie de confidencia que alejara a curiosos de lo que le diría a continuación—. Me ha contado Carla que te pidió ser testigo en la boda, pero no será necesario. —Sí, señor, lo entiendo. —No, aún no me entiendes. No debes cumplir con tal mandato. B.J asintió como
Carla recibió las felicitaciones de todos, incluso de los empleados que colocaron la mesa y sirvieron los platos que Max mandó a preparar, con la supervisión de Gladis, para compartir con los presentes.En medio de entradas con masa de tartaleta y ensalada, el plato fuerte —milanesa de pescado, ensalada de col morada con mostaza dulce— y postres varios, entre coco y pastillaje, vino blanco, gaseosa y agua, Carla —ahora— de Bastidas, observaba y callaba, sonreía y asentía ante las caras serenas de cada quien.Le dio tiempo a pensar en la carencia de cosas que ella conocía como tradicionales para ese lugar del mundo, o que al menos, miles de familias solían agregar a ceremonias así: no hubo pastel que picar, ni bolo decorado con muñecos que representarían a los novios; tampoco cruce de brazos para darle de beber a la otra persona de las copas, ni monedas, ni mirra, ni se rompieron vasos y tampoco existió el voto tradicional redactado por la pareja. No hubo baile romántico, ni marcha pre