Cuando el señor Bastidas llegó a la mansión, ya que ese día salió a cumplir con algunas obligaciones laborales, según lo que él le comentó, Gladis, la ama de llaves, le informó justo al entrar que la señorita Davis ya se encontraba en la casa arreglándose para la boda, la cual se celebraría en pocas horas.Max caminó hacia el extremo del patio —dirección este, saliendo desde la casa— donde, encima de un piso de cerámica color ladrillo, la organización contratada instaló, junto a los trabajadores de la mansión, un pequeño toldo, espacio cómodo decorado con telas blancas, algunas sillas las cuales prácticamente rodeaban la mesa donde se sentaría el ministro y los novios.Asintió, satisfecho con el resultado. Caminó hasta allí, no solo para asegurarse que todo estuviese bien, sino también para añadir hermosura y confort, lujo, si fuese necesario, pensando darle a Carla una buena ceremonia.—¿Y los fotógrafos?—Fui informada de que están por llegar, señor. Aún espero información sobre los
CAPÍTULO 21 (el día de la boda). A Maximiliano Bastidas tan solo le llevó cinco minutos bajar y acercarse al toldo. Sin embargo, luego de saludar brevemente a los presentes, pidió disculpas para poder retirarse unos minutos, debía encargarse de algo urgente antes de la ceremonia. Caminó hacia el extremo contrario del patio, específicamente la garita de vigilancia, buscando a B.J, a quien encontró puliendo la camioneta asignada para él. El guardaespaldas enderezó su mastodóntico cuerpo, asintiendo ante la presencia de su jefe. —¿Señor? —B.J —Max miró a su alrededor—, ¿podemos hablar un momento? El agente asintió. —Por supuesto. —¿Es un lugar seguro aquí? —Sí, señor. —Muy bien. —Se acercó a él, para establecer una especie de confidencia que alejara a curiosos de lo que le diría a continuación—. Me ha contado Carla que te pidió ser testigo en la boda, pero no será necesario. —Sí, señor, lo entiendo. —No, aún no me entiendes. No debes cumplir con tal mandato. B.J asintió como
Carla recibió las felicitaciones de todos, incluso de los empleados que colocaron la mesa y sirvieron los platos que Max mandó a preparar, con la supervisión de Gladis, para compartir con los presentes.En medio de entradas con masa de tartaleta y ensalada, el plato fuerte —milanesa de pescado, ensalada de col morada con mostaza dulce— y postres varios, entre coco y pastillaje, vino blanco, gaseosa y agua, Carla —ahora— de Bastidas, observaba y callaba, sonreía y asentía ante las caras serenas de cada quien.Le dio tiempo a pensar en la carencia de cosas que ella conocía como tradicionales para ese lugar del mundo, o que al menos, miles de familias solían agregar a ceremonias así: no hubo pastel que picar, ni bolo decorado con muñecos que representarían a los novios; tampoco cruce de brazos para darle de beber a la otra persona de las copas, ni monedas, ni mirra, ni se rompieron vasos y tampoco existió el voto tradicional redactado por la pareja. No hubo baile romántico, ni marcha pre
—Sé lo que intentan hacer y se los agradezco, pero no es necesario.Seda y Lenis se miraron. Esperaban que Carla dijera esas palabras.La madre de Max entró a la habitación asignada para la nueva señora de la casa después de que las otras dos mujeres lo hicieran. Se acomodó en una de las dos sillas que rodeaban la pequeña mesa de té ubicada junto a la ventana, mientras que Lenis eligió arrimar el sillón de la esquina, sentarse allí y Carla, intentando mantener distancia, decidió sentarse sobre la cama.Al principio, la recién casada no entendía nada. ¿Por qué esas mujeres estaban allí, juntas, con algún plan en mente? La secretaria empezó a conversar sobre su boda con George en Turquía, mencionando los aspectos duros y los buenos de todo lo vivido junto al abogado ese día. Seda mandó a pedir canapés y vino blanco mientras la conversa fluía, todas risas, todas amabilidades, puro entretenimiento.Después, entonces, Carla comprendió que ambas mujeres intentaban hacerla reír, que abandona
En ese momento, sonó la puerta.—Adelante —dijo Carla.Maximiliano abrió la madera y alzó sus cejas al ver a las tres mujeres reunidas en esa alcoba, con copas, pasapalos y risas. Por un momento sintió miedo de estar allí.—¿Qué está pasando aquí?Seda puso los ojos en blanco y se levantó.—Estamos conspirando en contra tuya, querido hijo, ¿no lo ves? Lenis, vámonos. Los novios querrán quedarse un momento a solas.—¿Qué? No, tranquila, señora Seda, podemos seguir conversando —atajó una Carla nuevamente nerviosa. Su suegra hablaba en serio, se estaban yendo de la recámara.Y lo hicieron sin mirar atrás y tampoco sin agregar nada más, cerrando la puerta.Carla ladeó un poco la cabeza y se dedicó a acomodar cosas que ya estaban arregladas, todo para evadir la idea de verse sola con él, ahora que ya eran esposos.—Nos vamos de viaje mañana en la tarde.—¿Perdón? —La información provocó que Carla dirigiera toda su atención en Maximiliano.—Si quieres descansar ahora, hazlo, pero luego empa
—Buenos días —saludó Maximiliano, entrando al área de comedor de su casa, a una Carla ensimismada, leyendo el titular de farándula de esa mañana.Ella no respondió los buenos días, porque en definitiva, ya no eran buenos.Logró dormir un poco luego del desvelo de la madrugada. Afuera estuvo nevando, por lo que la calefacción, funcionando a la perfección, generó calidez en su habitación y despertar así, poder abrir las cortinas y contemplar caer los copos de nieve sin presión, la calmó sobre manera. Por fin no tuvo que lidiar con una caldera estropeada o que funcionara a media máquina, o que tal vez el agua caliente no saliera, o peor, saliera, pero congelada.Si tenía que viajar a Londres con su nuevo estatus civil, lo haría y al mismo tiempo aprovecharía para cumplir sus propias promesas, como lo era visitar a su madre en su lecho de muerte, dejarle flores de parte de su tía, quizás encontrarse de nuevo en las frías calles de esa hermosa y gigantesca ciudad. Con esas premisas en su c
El avión descendió en el Aeropuerto de la ciudad de Londres, siendo uno de las seis terminales aéreas, la mejor ubicada y más exclusiva, casi siempre dedicada para los vuelos de negocios.La corta tripulación abandonó la nave, vestidos con ropa de invierno en vista del templado clima con el cual la ciudad los recibió.A los pies de las escaleras, un Bentley negro con placa local les esperaba. El chofer, vestido muy parecido a los guardaespaldas (traje ejecutivo color negro y corbata), añadiendo un sobretodo de lujo y guantes oscuros de cuero, les dio la bienvenida a la pareja viendo cómo la seguridad, siendo parte de los pasajeros, abrían las puertas. Luego de asegurar que se encontraban dentro del vehículo, el conductor se montó, ya el motor estaba encendido y manejando el vehículo del lado izquierdo, como era lo habitual en esa parte del mundo, lograron arrancar abandonando el aeropuerto.Antes de que el matrimonio Bastidas descendiera, lo hizo la seguridad del CEO. B.J y su ayudant
CAPÍTULO 27. Maximiliano no pudo cambiarse de ropa, el amanecer llegó. Debía cumplir con tareas, hacer diligencias, pero no podía moverse. Ella no sabía que él la observaba dormir.Se sentía tan culpable…, sobre todo cuando Carla, casi sin darse cuenta, comenzó a despotricar palabras sobre su tía en medio de su llanto, datos que estipulaban lo bien que la vio la última vez que la fue a visitar en las montañas, lo segura que se sentía al contemplar la idea de su propia defensa ante ese señor que supuestamente no sería capaz de hacer nada tan perverso.Carla preguntó cómo fue su muerte. Él no le quiso contar demasiado en ese momento y si le daban a elegir, jamás lo haría. Solo arrojó los datos de una forma muy precisa, escueta y resumida, carente de engorrosos detalles que pudiesen empeorar los fuertes sentimientos que pretendían quebrar a su esposa.Nunca vio llorar tanto a una mujer en su vida y casi se queda sin opciones que le ayudasen a manejar la situación. Su instinto fue arropa