CAPÍTULO 22

Carla recibió las felicitaciones de todos, incluso de los empleados que colocaron la mesa y sirvieron los platos que Max mandó a preparar, con la supervisión de Gladis, para compartir con los presentes.

En medio de entradas con masa de tartaleta y ensalada, el plato fuerte —milanesa de pescado, ensalada de col morada con mostaza dulce— y postres varios, entre coco y pastillaje, vino blanco, gaseosa y agua, Carla —ahora— de Bastidas, observaba y callaba, sonreía y asentía ante las caras serenas de cada quien.

Le dio tiempo a pensar en la carencia de cosas que ella conocía como tradicionales para ese lugar del mundo, o que al menos, miles de familias solían agregar a ceremonias así: no hubo pastel que picar, ni bolo decorado con muñecos que representarían a los novios; tampoco cruce de brazos para darle de beber a la otra persona de las copas, ni monedas, ni mirra, ni se rompieron vasos y tampoco existió el voto tradicional redactado por la pareja. No hubo baile romántico, ni marcha pre
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