Carla no dejó que nadie le abriera la puerta y cuando el gardaespaldas más joven quiso ayudar, Maximiliano le hizo una seña de que no intervinera, que la dejara tranquila.Ella subió el ascensor sola, Max tuvo que recurrir a otro para llegar al piso. Ella entró sola al apartamento y azotó la puerta uno segundos antes de que él llegara, sin perderse de nada, ni de ruidos ni zapateos, mucho menos del enorme cabreo femenino.Max entró y cerró la puerta, con muchas ganas de azotarla también, pero se contuvo. Su teléfono sonaba, pero no prestó atención, ni tan siquiera lo sacó del bolsillo de su pantalón. Apenas se quitó el saco, lanzó las llaves del apartamento dentro del bowl de cristal y siguió caminando con enérgicos pasos en búsqueda de su esposa, en donde estuviese ella metida.Encontró la puerta de la habitación de Carla abierta, el bolso de mano sobre la cama, las sandalias doradas en el suelo, desparramadas como si nada, desordenadas. Escuchó agua pero no era mucha. Tocó la puerta
Daniel dio instrucciones precisas para todo el mundo. Dejando a cargo el bar orginal a su asistente personal, decidió que era hora de retirarse un momento de toda la presión, hasta de la redes, prometiendo apagar su teléfono celular para cuando llegara a destino.Su chofer ya le esperaba en una de las camionetas destinadas para su viaje, dos escoltas del nuevo equipo que contrató recientemente, vestidos todos de civiles, se mantenían alertas, uno en la puerta de su apartamento, otro en el lobby del edificio.Luego de pagar un buen pastón a cada quien, sobre todo a los jefes de los medios amarillistas y rosas que le perseguían, recordaba las palabras de su abogado, quien le repitió en varias ocasiones lo beneficionso que era para él que la policía tuviese custodiada y aislada a la hermana de Hilary, quien era la única revoltosa que podría desordenarlo todo con sus denuncias a vox póluli.Daniel estaba urgido. Bastantes días antes de ese quince de septiembre se enteró de quién era el co
Suspiró, al menos consiguió lo que quería, que él se alejara para cambiarse sin que le viera.Una de las cosas que Max le aseguró alguna vez durante esas largas conversas que se desarrollaban sobre la cama, era la falta de cámaras de ese lado del edificio, funcionando como un área íntima donde las personas podían estar desnudas si querían, personas que ella nunca veía, pero Max con eso solo le indicaba que ellos dos podían despojarse de prendas allí lo deseaban, él lo hacía constantemente, no le importaba porque sabía muy bien que no había cámaras. Por eso, Carla solía asegurarse siempre de no estar acompañada , de ir con su traje de baño puesto, sin embargo, en vista de las recientes circunstancias, bajó sin nada preparado, debía desvestirse allí, así que se quitó la braga gris con detalles inusuales en su confección y de manga sisa, quedándose en ropa interior, un bikini ajustado de color blanco a la medida, que luego se quitó sin dejar de mirar hacia el gimnasio.Se colocó el traje
Llegando a las montañas, la camioneta de Daniel se adentró al segundo poblado, un sitio muy pintorezco que bien le recibía con la decoración de la feria local, personas tranquilas caminando por aquí y por allá.Del rock, pasaron al pop, luego a las baladas… varias canciones colocadas en el estéreo del vehículo les ayudó a animarse, sobre todo a los escoltas. Glint quería que ellos sintieran como si aquello no fuese un trabajo, sino una aventura, una salida entre amigos. Le convenía que todo se manejara de esa forma, así él no se estresaba, no se sentía más en soledad y ellos trabajaban con más ganas y empatía, Daniel adoraba la empatía, pensaba que esa palabra y su acción precisa le salvó sus noches y sus días de aburrimiento y desidia. En ocasiones sentía la gente dentro de sus manos, no era algo demasiado agradable cuando sucedía a cada rato, pero en los momentos que más lo necesitaba, la perfección fue algo que siempre le funcionó.—Enciende el GPS —comandó Daniel al chofer, quien
EL PLAN DE LOS JEFES (LA HISTORIA DE LENIS EVANS Y GEORGE J. MILLER).ESTA ES UNA PEQUEÑA MUESTRA DE ESTA NOVELA QUE TAMBIÉN PUEDEN ENCONTRAR EN ESTA PLATAFORMA.Lisa no había dormido en toda la noche. Quería escapar desde hace mucho tiempo y no había podido conseguirlo. Esa era la noche en la que pensaba lograrlo.Jamás imaginó encontrarse en una situación como esa, donde vivir con miedo era ya el pan de cada día. No sabía hasta ese momento qué tan mal era permanecer en ese apartamento hasta que se enteró de una de las noticias más terribles de su vida.Jefferson Smith, su pareja, no era una persona fácil. Ella intentó muchísimas veces salir de su vida, pero él le dejó bien en claro en cada oportunidad, que la habría buscado de haberse ido, logrando encontrarla con un chasquido de dedos y acabado con ella y a quienes estuviesen a su alrededor.Se sentía dolida por no haber visto las señales, sentía dolor por la traición que le habían hecho, pero el sentimiento más espantoso era la
—No lo haré, ¡esto es absurdo! —interrumpió Carla Davis al hombre que leía el testamento de su padre—. No aceptaré esta farsa, no me casaré con nadie sin mi consentimiento.Con su traje de oficina de falda negra y camisa blanca, cabello suelto lacio y negro, tacones altos que la estilizaban, la hermosa asistente de Protocolo de la corporación en donde se encontraba se levantó de su silla y apretó sus párpados con fuerza.—¡Esta es una completa locura! —declamó ante los presentes. Su respiración se había acelerado, sus ojos estaba llenos de rabia. No podía creer que su padre hubiese hecho aquello, presentía que la verdadera razón era únicamente hacerle daño.—No sé con qué… —Ella suspiró para calmarse—. No sé cuál fue la verdadera intensión de ese señor para hacernos esto, pero es ridículo. —Y comenzó a caminar de un lado al otro como fiera enjaulada porque ciertamente era una empleada y no podía hacer el desaire de escabullirse y dejar a todos con la palabra en sus bocas.Varios minut
Se creó un absoluto silencio en la sala después de eso. —¿Perdón? ¿Qué acabas de decir? ¿Eres la hija de quién? —saltó Maximiliano con cara de pocos amigos y bastante asombrado. Jamás esperó ese parentesco porque, hasta donde él sabía, Fred Davison no tenía hijos.—Caballeros… —intervino Lenis en medio del estupor. Ella sabía que George se encontraba analizando las reacciones y el lenguaje corporal de Davis, mientras seguía conectada visualmente a Max—, ya debo conectar la sala de chat. Si me disculpan…Lenis hizo su trabajo y en tan solo segundos, todos los presentes lograron ver la imagen del abogado Fiztgerald aparecer en la pantalla. —Muy buenas tardes. Espero se me escuche bien. —Fuerte y claro —informó Lenis, sonriendo políticamente—. Con permiso —dijo, para retirarse. Luego de ella salir de la sala de juntas, habló de nuevo el abogado desde Inglaterra.—Muchas gracias por estar todos presentes... —Señor, por favor, si me permite… —interrumpió Carla, evidentemente apenada
—Hablemos en otro lugar —pidió el abogado George J. Miller a su cliente, antes de que éste cometiera una estupidez. George se percató muy bien de las miradas furiosas que Max le profería a la asistente—. Carla, por favor, espéranos acá. Lenis entró en ese momento a la sala de juntas y vio a su marido hacerle señas con su cabeza dirigidas hacia la mujer que dejaban sola. Ella entendió perfecto lo que George pedía: hacerse cargo de ella, que se mantuviese allí y que la ayudase en lo que necesitara. Lenis le asintió a su esposo y se acercó a la dama que aún no regresaba del todo a la realidad. Mientras tanto, los dos hombres pasaron al despacho del CEO a través de una puerta aledaña que conectaba ambos lugares. Max entró y George cerró la madera tras de sí. El dueño de la corporación se volteó hacia George. —¿Qué tan serio es todo esto?—Aún no puedo calcularlo, pero rechazar una herencia no es un juego. Mucho menos si hablamos de una fundación protegida por el estado, así no sea su