Carla recibió las felicitaciones de todos, incluso de los empleados que colocaron la mesa y sirvieron los platos que Max mandó a preparar, con la supervisión de Gladis, para compartir con los presentes.En medio de entradas con masa de tartaleta y ensalada, el plato fuerte —milanesa de pescado, ensalada de col morada con mostaza dulce— y postres varios, entre coco y pastillaje, vino blanco, gaseosa y agua, Carla —ahora— de Bastidas, observaba y callaba, sonreía y asentía ante las caras serenas de cada quien.Le dio tiempo a pensar en la carencia de cosas que ella conocía como tradicionales para ese lugar del mundo, o que al menos, miles de familias solían agregar a ceremonias así: no hubo pastel que picar, ni bolo decorado con muñecos que representarían a los novios; tampoco cruce de brazos para darle de beber a la otra persona de las copas, ni monedas, ni mirra, ni se rompieron vasos y tampoco existió el voto tradicional redactado por la pareja. No hubo baile romántico, ni marcha pre
—Sé lo que intentan hacer y se los agradezco, pero no es necesario.Seda y Lenis se miraron. Esperaban que Carla dijera esas palabras.La madre de Max entró a la habitación asignada para la nueva señora de la casa después de que las otras dos mujeres lo hicieran. Se acomodó en una de las dos sillas que rodeaban la pequeña mesa de té ubicada junto a la ventana, mientras que Lenis eligió arrimar el sillón de la esquina, sentarse allí y Carla, intentando mantener distancia, decidió sentarse sobre la cama.Al principio, la recién casada no entendía nada. ¿Por qué esas mujeres estaban allí, juntas, con algún plan en mente? La secretaria empezó a conversar sobre su boda con George en Turquía, mencionando los aspectos duros y los buenos de todo lo vivido junto al abogado ese día. Seda mandó a pedir canapés y vino blanco mientras la conversa fluía, todas risas, todas amabilidades, puro entretenimiento.Después, entonces, Carla comprendió que ambas mujeres intentaban hacerla reír, que abandona
En ese momento, sonó la puerta.—Adelante —dijo Carla.Maximiliano abrió la madera y alzó sus cejas al ver a las tres mujeres reunidas en esa alcoba, con copas, pasapalos y risas. Por un momento sintió miedo de estar allí.—¿Qué está pasando aquí?Seda puso los ojos en blanco y se levantó.—Estamos conspirando en contra tuya, querido hijo, ¿no lo ves? Lenis, vámonos. Los novios querrán quedarse un momento a solas.—¿Qué? No, tranquila, señora Seda, podemos seguir conversando —atajó una Carla nuevamente nerviosa. Su suegra hablaba en serio, se estaban yendo de la recámara.Y lo hicieron sin mirar atrás y tampoco sin agregar nada más, cerrando la puerta.Carla ladeó un poco la cabeza y se dedicó a acomodar cosas que ya estaban arregladas, todo para evadir la idea de verse sola con él, ahora que ya eran esposos.—Nos vamos de viaje mañana en la tarde.—¿Perdón? —La información provocó que Carla dirigiera toda su atención en Maximiliano.—Si quieres descansar ahora, hazlo, pero luego empa
—Buenos días —saludó Maximiliano, entrando al área de comedor de su casa, a una Carla ensimismada, leyendo el titular de farándula de esa mañana.Ella no respondió los buenos días, porque en definitiva, ya no eran buenos.Logró dormir un poco luego del desvelo de la madrugada. Afuera estuvo nevando, por lo que la calefacción, funcionando a la perfección, generó calidez en su habitación y despertar así, poder abrir las cortinas y contemplar caer los copos de nieve sin presión, la calmó sobre manera. Por fin no tuvo que lidiar con una caldera estropeada o que funcionara a media máquina, o que tal vez el agua caliente no saliera, o peor, saliera, pero congelada.Si tenía que viajar a Londres con su nuevo estatus civil, lo haría y al mismo tiempo aprovecharía para cumplir sus propias promesas, como lo era visitar a su madre en su lecho de muerte, dejarle flores de parte de su tía, quizás encontrarse de nuevo en las frías calles de esa hermosa y gigantesca ciudad. Con esas premisas en su c
El avión descendió en el Aeropuerto de la ciudad de Londres, siendo uno de las seis terminales aéreas, la mejor ubicada y más exclusiva, casi siempre dedicada para los vuelos de negocios.La corta tripulación abandonó la nave, vestidos con ropa de invierno en vista del templado clima con el cual la ciudad los recibió.A los pies de las escaleras, un Bentley negro con placa local les esperaba. El chofer, vestido muy parecido a los guardaespaldas (traje ejecutivo color negro y corbata), añadiendo un sobretodo de lujo y guantes oscuros de cuero, les dio la bienvenida a la pareja viendo cómo la seguridad, siendo parte de los pasajeros, abrían las puertas. Luego de asegurar que se encontraban dentro del vehículo, el conductor se montó, ya el motor estaba encendido y manejando el vehículo del lado izquierdo, como era lo habitual en esa parte del mundo, lograron arrancar abandonando el aeropuerto.Antes de que el matrimonio Bastidas descendiera, lo hizo la seguridad del CEO. B.J y su ayudant
CAPÍTULO 27. Maximiliano no pudo cambiarse de ropa, el amanecer llegó. Debía cumplir con tareas, hacer diligencias, pero no podía moverse. Ella no sabía que él la observaba dormir.Se sentía tan culpable…, sobre todo cuando Carla, casi sin darse cuenta, comenzó a despotricar palabras sobre su tía en medio de su llanto, datos que estipulaban lo bien que la vio la última vez que la fue a visitar en las montañas, lo segura que se sentía al contemplar la idea de su propia defensa ante ese señor que supuestamente no sería capaz de hacer nada tan perverso.Carla preguntó cómo fue su muerte. Él no le quiso contar demasiado en ese momento y si le daban a elegir, jamás lo haría. Solo arrojó los datos de una forma muy precisa, escueta y resumida, carente de engorrosos detalles que pudiesen empeorar los fuertes sentimientos que pretendían quebrar a su esposa.Nunca vio llorar tanto a una mujer en su vida y casi se queda sin opciones que le ayudasen a manejar la situación. Su instinto fue arropa
Carla empuñó sus manos en su pecho, arrugando parte de la tela de su suéter color blanco. Poco a poco fue moviendo su cuerpo hacia el interior de la habitación. La puerta se cerró y ella se deslizó como tinta hacia el suelo, arrastrando su cuerpo contra la pared.Sus ojos inundados en lágrimas no podían emular siquiera lo que sentía, como si la palabra «mentira» rebotara en sus neuronas, como si ellas mismas, las neuronas fuesen “esa” palabra y otras, como «engaño» o «traición», destruyeran poco a poco su interior por completo.No lo podía creer, lo que aquel escolta dijo no podía ser cierto. ¿A caso su esposo ocultó la muerte de su familiar solo por evitar el retraso de la boda? Una boda que (pensaba Carla) le beneficia a él en todos los aspectos, a pesar de no querer sucumbir a ella en un principio. Una boda por contrato donde la verdad entretiene la razón. Carla Davis, o mejor decir, Carla Davison de Bastidas, se sentía atrapada, engañada y sin salida.Afuera, los agentes se mirar
Solo necesitaba alejarse de él, al menos conseguir estar apartada, lejos por un rato y no se dio cuenta de la magnitud de esa decisión hasta que sus ojos chocaron con la decoración decembrina, la nieve y el bullicio de las personas haciendo vida en las calles de Londres.Caminó, lo necesitaba.Abrigándose muy bien, ajustando la gruesa bufanda en su cuello y cubriendo su cabeza con la capucha del abrigo, recorrió los alrededores del hotel y más allá, con sus ojos puestos en todo, su mente en otros lugares y su corazón intentando armarse para sobrevivir.La tristeza la embargaba, pero sus lágrimas ya fueron derramadas. La rabia discutía con el anterior sentimiento por gobernar su corazón. Su vida fue sencilla hasta que su famoso padre falleció, jamás pensó haber anhelado que viviera.Fred Davison no era un hombre enlistado en su mente, nunca lo recordaba, ni siquiera para odiarle. Entre vivir al otro lado del océano, su trabajo, el gimnasio, mantener caliente su casa, pagar las cuentas