Los rayos de luz del medio día atravesaban los paneles de vidrio de las amplias ventanas de aquella lujosa habitación.Daniel Glint, con sus ojos cerrados, arrugó la cara por la molestia y el calorcillo que regaló la claridad.Encima del gran colchón de su cama, empezó a despertarse. Removió su desnudo cuerpo entre las sábanas, logrando desperezarse poco a poco, restregándose los párpados y masajeando un poco sus sienes. Cargaba un ligero dolor de cabeza.Era veintiséis de diciembre. Apenas el día anterior pudo celebrar las fechas, ya que el veinticuatro decidió abrir el bar GLINT, la sede más grande y original de sus patrimonios más preciados.Miró a su derecha, no se encontraba solo.Suspiró, sintiendo fastidio consigo mismo por ser tan despistado.Se irguió hasta sentarse, apoyando sus pies sobre el suelo de su recámara. Miró la hora en su celular, eran las 12:30 de la tarde. Giró su cara hacia la rubia que aún yacía sobre la cama, al parecer, también desnuda.La tocó un par de vec
Carla se mantuvo en silencio durante todo el trayecto. Respiró profundo cuando la camioneta atravesó las puertas de hierro pintadas de negro del gran garaje a cielo abierto de su nueva casa.Cuando B.J aparcó el vehículo y lo apagó, la miró por el retrovisor. Ella cerró sus ojos y se mantuvo así durante varios segundos. Él le daría todo el tiempo que ella necesitase.En el momento en el que él intentó descender del vehículo, ella habló:—No te vayas todavía. —Su voz suave atravesó la camioneta.Él obedeció. Carla suspiró.—¿Qué tanto sabes?—¿Disculpe?—Qué tanto sabes de lo que ocurrirá hoy —lanzó ella sin tono de pregunta.—Lo necesario, señorita…—Davis —atajó ella—. Ibas a llamarme Bastidas, ¿no es así? Aún no estoy casada con él.Él carraspeó con su garganta, pero no dijo nada al respecto.Ella miró a Gladis a través del vidrio, quien salió para recibirla. La señora ya fruncía el ceño porque nadie descendía del vehículo.—B.J, no tengo a nadie en esta ciudad, ni siquiera tengo mi
Cuando el señor Bastidas llegó a la mansión, ya que ese día salió a cumplir con algunas obligaciones laborales, según lo que él le comentó, Gladis, la ama de llaves, le informó justo al entrar que la señorita Davis ya se encontraba en la casa arreglándose para la boda, la cual se celebraría en pocas horas.Max caminó hacia el extremo del patio —dirección este, saliendo desde la casa— donde, encima de un piso de cerámica color ladrillo, la organización contratada instaló, junto a los trabajadores de la mansión, un pequeño toldo, espacio cómodo decorado con telas blancas, algunas sillas las cuales prácticamente rodeaban la mesa donde se sentaría el ministro y los novios.Asintió, satisfecho con el resultado. Caminó hasta allí, no solo para asegurarse que todo estuviese bien, sino también para añadir hermosura y confort, lujo, si fuese necesario, pensando darle a Carla una buena ceremonia.—¿Y los fotógrafos?—Fui informada de que están por llegar, señor. Aún espero información sobre los
CAPÍTULO 21 (el día de la boda). A Maximiliano Bastidas tan solo le llevó cinco minutos bajar y acercarse al toldo. Sin embargo, luego de saludar brevemente a los presentes, pidió disculpas para poder retirarse unos minutos, debía encargarse de algo urgente antes de la ceremonia. Caminó hacia el extremo contrario del patio, específicamente la garita de vigilancia, buscando a B.J, a quien encontró puliendo la camioneta asignada para él. El guardaespaldas enderezó su mastodóntico cuerpo, asintiendo ante la presencia de su jefe. —¿Señor? —B.J —Max miró a su alrededor—, ¿podemos hablar un momento? El agente asintió. —Por supuesto. —¿Es un lugar seguro aquí? —Sí, señor. —Muy bien. —Se acercó a él, para establecer una especie de confidencia que alejara a curiosos de lo que le diría a continuación—. Me ha contado Carla que te pidió ser testigo en la boda, pero no será necesario. —Sí, señor, lo entiendo. —No, aún no me entiendes. No debes cumplir con tal mandato. B.J asintió como
Carla recibió las felicitaciones de todos, incluso de los empleados que colocaron la mesa y sirvieron los platos que Max mandó a preparar, con la supervisión de Gladis, para compartir con los presentes.En medio de entradas con masa de tartaleta y ensalada, el plato fuerte —milanesa de pescado, ensalada de col morada con mostaza dulce— y postres varios, entre coco y pastillaje, vino blanco, gaseosa y agua, Carla —ahora— de Bastidas, observaba y callaba, sonreía y asentía ante las caras serenas de cada quien.Le dio tiempo a pensar en la carencia de cosas que ella conocía como tradicionales para ese lugar del mundo, o que al menos, miles de familias solían agregar a ceremonias así: no hubo pastel que picar, ni bolo decorado con muñecos que representarían a los novios; tampoco cruce de brazos para darle de beber a la otra persona de las copas, ni monedas, ni mirra, ni se rompieron vasos y tampoco existió el voto tradicional redactado por la pareja. No hubo baile romántico, ni marcha pre
—Sé lo que intentan hacer y se los agradezco, pero no es necesario.Seda y Lenis se miraron. Esperaban que Carla dijera esas palabras.La madre de Max entró a la habitación asignada para la nueva señora de la casa después de que las otras dos mujeres lo hicieran. Se acomodó en una de las dos sillas que rodeaban la pequeña mesa de té ubicada junto a la ventana, mientras que Lenis eligió arrimar el sillón de la esquina, sentarse allí y Carla, intentando mantener distancia, decidió sentarse sobre la cama.Al principio, la recién casada no entendía nada. ¿Por qué esas mujeres estaban allí, juntas, con algún plan en mente? La secretaria empezó a conversar sobre su boda con George en Turquía, mencionando los aspectos duros y los buenos de todo lo vivido junto al abogado ese día. Seda mandó a pedir canapés y vino blanco mientras la conversa fluía, todas risas, todas amabilidades, puro entretenimiento.Después, entonces, Carla comprendió que ambas mujeres intentaban hacerla reír, que abandona
En ese momento, sonó la puerta.—Adelante —dijo Carla.Maximiliano abrió la madera y alzó sus cejas al ver a las tres mujeres reunidas en esa alcoba, con copas, pasapalos y risas. Por un momento sintió miedo de estar allí.—¿Qué está pasando aquí?Seda puso los ojos en blanco y se levantó.—Estamos conspirando en contra tuya, querido hijo, ¿no lo ves? Lenis, vámonos. Los novios querrán quedarse un momento a solas.—¿Qué? No, tranquila, señora Seda, podemos seguir conversando —atajó una Carla nuevamente nerviosa. Su suegra hablaba en serio, se estaban yendo de la recámara.Y lo hicieron sin mirar atrás y tampoco sin agregar nada más, cerrando la puerta.Carla ladeó un poco la cabeza y se dedicó a acomodar cosas que ya estaban arregladas, todo para evadir la idea de verse sola con él, ahora que ya eran esposos.—Nos vamos de viaje mañana en la tarde.—¿Perdón? —La información provocó que Carla dirigiera toda su atención en Maximiliano.—Si quieres descansar ahora, hazlo, pero luego empa
—Buenos días —saludó Maximiliano, entrando al área de comedor de su casa, a una Carla ensimismada, leyendo el titular de farándula de esa mañana.Ella no respondió los buenos días, porque en definitiva, ya no eran buenos.Logró dormir un poco luego del desvelo de la madrugada. Afuera estuvo nevando, por lo que la calefacción, funcionando a la perfección, generó calidez en su habitación y despertar así, poder abrir las cortinas y contemplar caer los copos de nieve sin presión, la calmó sobre manera. Por fin no tuvo que lidiar con una caldera estropeada o que funcionara a media máquina, o que tal vez el agua caliente no saliera, o peor, saliera, pero congelada.Si tenía que viajar a Londres con su nuevo estatus civil, lo haría y al mismo tiempo aprovecharía para cumplir sus propias promesas, como lo era visitar a su madre en su lecho de muerte, dejarle flores de parte de su tía, quizás encontrarse de nuevo en las frías calles de esa hermosa y gigantesca ciudad. Con esas premisas en su c