El cuerpo de Maximiliano Bastidas no solo llevaba horas de entrenamiento. El musculoso y atlético cuerpo del CEO de una de las corporaciones más grandes, polémicas e importantes de la ciudad llevaba años ejercitándose.
Y vaya que los resultados dieron todos sus frutos.
Entrenaba todas las mañanas, siempre y cuando los negocios se lo permitiesen. Siendo ya final de diciembre, faltando una semana para la navidad, era uno de esos días donde su oficina pasaba a segundo plano con la única intensión de poder hacer ejercicio.
Lo necesitaba, necesitaba drenar con urgencia, requería del ejercicio como la necesidad del agua o el oxígeno. Maximiliano ansiaba poder liberarse de las fuertes tensiones generadas en un año repleto de retos. Los pasados meses fueron absolutamente complicados, cada uno, sin excepción.
El césped de su enorme patio, casi inundado por la lluvia, hacía que sus pasos fuese más difíciles de ejecutar y con los espaciosos pisos de cerámica que se encontraba cada tanto, debía tener cuidado para no caer.
—¡Señor! ¡Señor!
Detuvo su trote de inmediato y se giró. Su respiración era laboriosa y tuvo que entrecerrar sus ojos para poder ver mejor.
—¡¿Gladis?! —preguntó él con su voz elevada para ser escuchado por encima de la caída de agua. Exhalaba vaho al hablar gracias al frío—. ¿Qué hace usted acá afuera, señora Gladis? Por dios, se puede enfermar.
—No, joven, no supone un problema para mí —respondió la ama de llaves, una mujer en sus sesenta años, de cabello corto bien cortado y lleno de canas, cubierta, en ese instante, por un grueso impermeable de color amarillo—. Tiene una llamada urgente de la señorita Evans, no quise esperar a que entrara para notificarle.
Él suspiró exhalando casi una nube entera de neblina. Para Maximiliano, la paz no era duradera, vaya que lo creía de esa manera. Precisamente su secretaria se lo recordaba con esa llamada.
—Está bien, muchas gracias, pero vamos a entrar ya. No vuelva a salir así, señora Gladis, se puede enfermar.
—No se preocupe por mí, señor. —Ella pensó en decirle que él también podía enfermar, pero comprendió desde hace muchos años que su jefe era arriesgado en muchos aspectos de su vida—. Puede contestar en su despacho, señor, para allá desvié la llamada —indicó, mientras caminaban hacia el interior de la casa.
El hombre asintió y caminó junto a su ama de llaves hacia la puerta trasera de la vivienda. Un hogar enorme, con una arquitectura impresionante y majestuosa, la cual compartía únicamente con empleados: como su jardinero, la señora Gladis, una cocinera y algunas mucamas, todos ellos residenciados en una casa aledaña al estacionamiento. El resto del personal que hacía vida en la casona, trabajaba bajo un esquema de horarios y turnos.
Max y Gladis atravesaron por fin la puerta de madera gruesa, la temperatura que brindaba el calefactor de la casa les golpeó. El contraste con el clima de afuera se evidenciaba a través de los vidrios empañados de las ventanas y en cada poro de sus cuerpos.
Luego de que ella pidiera permiso para retirarse, Maximiliano, enérgico, aún de pie sobre el impoluto suelo de mármol, sacudió sus zapatos llenos de barro, mojados y con algunas hojas pegadas a ellos, en una alfombra que daba la bienvenida a quien entrase por allí. Se bajó la capucha de la chaqueta impermeable y también la del suéter, descubriendo su cabello color castaño, removiéndolo con sus dedos para eliminar cualquier residuo que el rocío hubiese dejado.
Caminó a través del gran salón de su mansión haciendo rechinar sus zapatos deportivos sobre el hermoso material del piso. En el lugar no existía mueblería alguna. Con una sala de estar al este, las grandes escaleras al oeste y de frente una puerta, antesala a un pasillo amplio el cual dirigiría a su despacho, siguió caminando hasta atravesar el dichoso umbral.
Lanzó los guantes de lana gruesa color negro sobre el escritorio, segundos después de entrar y cerrar la puerta tras de sí. Levantó la bocina del teléfono inalámbrico, activando el altavoz antes de colocarlo sobre la cajetilla.
—No me des malas noticias, Lenis, por favor —bromeó él con su secretaria.
—Y de esa manera, mi apreciado jefe me da los buenos días —ironizó la voz suave de Lenis Evans desde el otro lado de la línea.
Max se dejó caer sobre su gran silla de cuero marrón oscuro antes de hablar.
—Imagino que me llamaste al celular…
—Correcto.
—Y como no te contesté, llamaste a la casa. Eso solo lo haces bajo una emergencia. Además, aún es temprano. ¿Qué pasó ahora?
—Disculpa que te llame a casa y a esta hora, pero esto no puede esperar.
Maximiliano entró en tensión al escuchar esas palabras. Las cosas en su vida y en la vida de todos a su alrededor ya se habían calmado un poco. Lo que menos deseaba era sumar un nuevo problema a unas aguas ya serenas.
—Cuéntame, ¿de qué se trata? —pidió él con la voz apretada.
—Ha llegado un comunicado vía email informándonos sobre el lamentable fallecimiento del empresario Fred Davison. —Maximiliano se enderezó—. Por supuesto, supuse que querrías estar al tanto de esta noticia lo más pronto posible.
El hombre quedó sin palabras por un par de segundos.
—¿Max?
—¿Fred Davison está muerto? —susurró casi para sí con la intención de poder creérselo.
—Así es —corroboró ella—. Ya he mandado a gestionar un arreglo floral con una agencia en su país que tomé de una lista de contactos que maneja el departamento de Protocolo, pero necesito de tu autorización para enviarlas y… ¿deseas colocar alguna nota especial?
El jefe de Lenis arrugó las cejas al escuchar la última pregunta. «¿Un mensaje de despedida? ¿Condolencias? ¿Para ese sujeto? ¿Qué podría yo decir en esa nota?»
—Nada de notas. Solo envía las flores o lo que tengas preparado. Nada ostentoso, por favor. Y averigua cuándo es el sepelio.
—Muy bien. ¿Piensas viajar a Inglaterra para asistir? Puedo agendar tu pasaje, solo dame luz verde.
Max pensó por un momento en su respuesta.
—Primero debo hablar con tu esposo sobre esto —casi susurró las palabras, gracias a la velocidad de sus pensamientos—. ¿Él está en su bufete?
—Sí, eso es correcto. Te he enviado el email que nos llegó con el aviso del fallecimiento del señor Davison, para que lo veas por ti mismo.
—Perfecto, ya lo reviso, gracias.
—Ah… Hablando del departamento de Protocolo. —Max prestó especial atención a lo que Lenis le diría—. Su director, Bobby Clarence, ha enviado una petición de reemplazo para una de sus asistentes.
Max se extrañó al oír eso.
—¿El director del departamento protocolar llamó a Presidencia para eso? Tiene que ser algo importante. ¿A quién desea reemplazar y por qué? —Lenis hizo silencio—. ¿Lenis?
—El señor Clarence desea reemplazar a Carla Davis —comunicó la secretaria con un tono de voz comedido.
Maximiliano se enderezó en su asiento tras esa segunda información. La mañana venía con más sorpresas.
—¿Me pones en contexto, por favor? —pidió él con absoluta seriedad.
—La señorita Davis tiene un problema de salud… un tanto particular. —Él arrugó mucho su entrecejo—. El señor Clarence nos ha enviado, además, el permiso médico que ella misma le dio.
—¿Qué le ocurre a ella?
Lenis se tomó una corta pausa antes de responder.
—Su nota médica fue firmada por un especialista en salud mental…
—¿Cuál es el parte médico, Lenis? —interrumpió.
Ella carraspeó suavemente con su garganta.
—Estrés post traumático.
Max apretó la mandíbula. Inhaló y exhaló por la nariz, recostando su espalda a la silla.
—Para Clarence —continuó ella—, fue importante anunciarlo a Presidencia. Habló sobre las fechas que atravesamos y que el departamento de Protocolo se encarga de la organización de la fiesta de navidad. Quedarse sin una de sus cuatro asistentes es un asunto delicado. Según él, necesita de inmediato un reemplazo.
Maximiliano se tomó el tiempo de pensar en toda la información durante un par de segundos.
—Estrés post traumático… —susurró—. Es normal que ella experimente algo así, ¿o me equivoco? Aunque después de todo lo que ha sucedido, es la primera vez que escucho que pide permiso para ausentarse por salud.
—Sí, es algo que a ella le podría suceder, pero no puedes culparte por lo que le pase. Todas las cosas que ocurrieron en la empresa en este año fueron demasiado estresantes para cualquiera de nosotros. ¿Me permites opinar un poco más al respecto? ¿De manera un poco… más personal?
—Por favor.
—Esta es una falta médica como cualquier otra y lo que pienso es que el señor Clarence quiere engrandecer los hechos tras un parte médico así. Estoy segura que él desea que veamos lo que sucede con ella…
—¿Con malas intenciones?
—Lo has dicho tú.
—Pero eso es lo que quieres decir, ¿o no? —A Max no le gustaban los rodeos.
Y ella lo sabía, así que suspiró, resignada.
—Sí, así es. Eso es lo que quiero decir.
—Entonces, ¿uno de mis directores quiere reemplazar a una de mis empleadas solo por una falta médica? ¿Para eso tanto rollo?
De alguna forma, Max comprendió que ella sonreía.
—Sí, así es. Eso es correcto. Aunque “Suplencia” podría ser una mejor palabra.
—Vaya, por Dios. No solo desea reemplazarla, sino que además, pide una suplencia para ella. —Él negó con su cabeza—. No hacemos suplencias en mi empresa, Lenis, eso lo sabes. Mira, estoy cansado de esta gente que se cree dueña del consorcio por tener un cargo alto y siempre quiere opinar sobre las cosas que me ocurren a mí en lo personal. Me gustaría saber cómo se enteró Clarence de que Carla y yo… —Carraspeó con su garganta y suspiró—. Es lamentable que el sujeto sea bueno en lo que hace —susurró para sí—. Por favor, dile a Clarence que se vaya al departamento de Recursos Humanos y pida un préstamo de asistencia allí, no a Presidencia. Recálcale que nosotros no nos encargamos de eso. Que entienda que no consideramos ese parte médico como algo aberrante o vergonzoso y que no vuelva a hablarnos sobre reemplazos y menos hoy.
—Entendido.
Si Max pudiese escuchar los pensamientos, sobre todo a través de los teléfonos, habría podido oír a Lenis decir: “y menos si se trata de Carla Davis, ¿no es así?”
Jefe y secretaria conversaron sobre un par de cosas más y la llamada finalizó, con un Max pensativo, muy pensativo.
Lluvia, ejercicio, estrés drenado en la mañana…, pero tan solo bastó con atender una llamada para que todo cambiara de un momento a otro.
Un hombre muy importante en su vida acababa de fallecer y una dama, también importante, al parecer estaba enferma y faltaría a su trabajo en un momento muy relevante para la empresa.
Fred Davison, un enemigo comercial de su pasado había muerto. Y Carla Davis, una de las cuatro asistentes del departamento de Protocolo, lo que era igual a Prensa dentro del consorcio, se encontraba enferma por estrés y él intuía que la culpa de ese padecimiento nació tras hechos que ocurrieron meses atrás entre ella y él.
CAPÍTULO 6.Maximiliano se levantó del sillón y salió de su despacho, dirigiéndose escaleras arriba. Al entrar a su recámara, siendo ésta la más grande de la casa, caminó directo hacia su celular.Marcó el número de su abogado, quien le contestó en menos de tres repiques.—Bastidas llamándome temprano, esto es raro —bromeó el abogado—. ¿Qué pasó ahora?—Fred Davison ha muerto —informó Max.Casi pudo oír el engranaje de su defensor legal activarse.—¿Cuándo pasó?—Lenis me acaba de llamar y me lo confirmó.—Mmm… —Se hizo el silencio entre las líneas—. Me pondré al corriente con la situación de su empresa ahora mismo.Max quiso decirle: “Sí, por favor” o “perfecto”, pero prefirió quedarse callado.Quien falleció no era de su agrado, pero se trataba de un ser humano, al fin y al cabo, y le pareció cruel e irrespetuoso confirmarle a su abogado que el interés por llamarle únicamente se trataba de investigar cuál era el estatus de las acciones y bienes del difunto. En otras circunstancias,
CAPÍTULO 7.—¿Carla? ¿Qué haces aquí? ¿No estabas enferma? —preguntó Bobby Clarence al verla entrar al departamento de Protocolo.El director de aquella área, un hombre delgado y alto, rostro con muchas líneas de expresión y cabello negro peinado con gel hacia atrás, usando un traje de dos piezas color gris plomo que parecía quedarle un poco grande, se levantó de su asiento detrás del escritorio como cortesía, sorprendido por ver a una de sus cuatro asitentes en un día de permiso.—Bobby —saludó ella, permaneciendo de pie muy cerca de la puerta—. ¿Puedes explicarme qué hace una chica de recursos humanos sentada en mi cubículo? Me ha contado que su departamento la ha enviado para… para reemplazarme.—Siéntate, por favor —pidió Clarence, señalándole una de las dos sillas frente a la mesa. Carla accedió, evitando liberar un suspiro—. Reemplazar no es la palabra. Suplir. Y solo mientras estás de permiso… —Interrumpió sus palabras de manera abrupta—. Estabas de permiso, ¿cierto?Carla, en
Cerró la puerta y se dirigió a la sala.Se sentó en el sillón más grande, colocando la caja encima de la mesa baja frente a ella.Inhaló profundo y al exhalar, abrió la caja.Sacó una carpeta gruesa. La misma iba envuelta en un sobre gigante de plástico con el logotipo de una empresa internacional de encomiendas.La carpeta llevaba el logo de Davison & Asociados. Abrió y leyó los titulares de casa documento.—¿Registro contable? —susurró para sí.Las planillas repletas de números, al parecer, mostraban cuentas de los últimos cinco años de la empresa de su progenitor.—¿Asociados? ¿Junta Directiva?Luego del montón de planillas contables, unas hojas con la ficha de cada asociado de la compañía, mostrando la estructura entera de la empresa y su Junta.—¿Por qué estoy leyendo todo esto? —se preguntó.La respuesta llegó al pasar una de las últimas páginas. El titular rezaba: «Asociados Internacionales».El aliento se le fue por completo y la carpeta casi resbala de sus manos.Tuvo que sol
CAPÍTULO 9.Llegaron al final de la barra, en su lado izquierdo.Max se sentó y pidió un whisky, mientras B.J permaneció de pie muy cerca de él, en total alerta.La chica dio media vuelta para retirarse, echando una furtiva mirada a la mole de guardaespaldas, antes de desaparecer por completo.Max casi se echó a reír por lo bajo. B.J parecía una roca seca y sin emociones, sin embargo, era hombre, y el CEO entendía perfecto que debajo de toda esa ropa y actitud profesional, existían los poderosos pensamientos de un sujeto. Él creía que de esos poderes siempre hay que cuidarse.La música no estaba demasiado alta y Max lo agradeció. Aprovechó aquella salida para no tener que pensar demasiado en la soledad de su casa ni en todo lo ocurrido en su oficina. Buscaba que un par de tragos allí sacudiera un poco sus problemas.Un ligero movimiento a su derecha le hizo girar su cabeza.B.J saludó a un hombre de barba poblada, cabellos esponjosos y castaños, alto, bastante apuesto, usando un jean
CAPÍTULO 10.Carla enfrentaba ahora una verdad de la que no quería estar atada, pero en su férreo empeño por defenderse y no aceptarla, dudaba de todo De las personas a su alrededor, de sí misma.Nacida en la tierra de su difunto padre y conociendo el poderío que le rodeaba, al menos en parte, presentía que aquellas leyes serían como una manta gruesa y pesada, imposible de remover, tóxica, ahogante, chocante. Su presentimiento tenía una voz susurrante que le decía justo al oído “prepárate, porque no tienes salida”.«Salida», pensó, combatiendo esa voz durante el viaje a casa.Imaginaba lo que haría al llegar, los pasos a dar, las gavetas que abriría y tal vez dejaría a medio cerrar con las prisas que su cabeza elucubraba tener bajo un plan de escape.Descendió del bus en la parada habitual, cerca del mercado popular que solía frecuentar en días de feria especial y fines de semana, el mismo al que fue hace no mucho tiempo, un tiempo cercano, para comprar enseres de cocina, ingredientes
CAPÍTULO 11.Carla sintió algo en su pecho, una gran presión que parecía cubrir su estómago y explotar allí mismo, desconcertándola.—¡Carla! —Él corrió hacia ella y la cubrió con el paraguas—. ¿Qué estás haciendo?—¡¿Qué está haciendo usted aquí?! —Lanzada la pregunta, se adelantó a él rumbo a su casa.Él apretó los dientes, pero no podía quedarse a discutir bajo la lluvia, que a pesar del paraguas, parcialmente lo mojaba.Corrió tras ella y se encontraron en el porche techado mientras ella sacudía el exceso de agua para ubicar las llaves de la puerta principal dentro de su bolso de mano.—Dame, te ayudo…—No hace falta —cortó, enfatizando el movimiento se sus manos sobre el bolso que él pretendió agarrar—. Ya está —anunció cuando la puerta le hizo caso después de utilizar la llave.Pasaron a la vivienda.Ella encendió la luz y frente a los ojos de Max, se desplegó una casa de madera toda. Olía a flores, harina y dulces, como el azúcar de las galletas, trayéndole de súbito recuerdos
Paseo por la casa, desesperación.Llamadas a todo riesgo, llamadas sin contestación.Carla escribió un email a su tía Lin, la hermana de su madre, para que le ayudase a ubicar un abogado que le asesorara y sirviera de compañía en medio de toda la locura.Su angustia la motivó a acomodarse con urgencia frente a su computadora. Necesitaba comunicarse con su tía lo más pronto posible.Estaba metida en un gran aprieto. Para Carla, el ahogo dentro de sí confirmaba su teoría: las cosas irían a peor si no hacía algo al respecto.Con su ropa de casa, su cabello lacio, negro, largo, recogido en un moño alto, siendo esa una noche de diciembre, iluminada apenas por la tenue luz de la cocina, encendió su laptop, abrió la aplicación de correo electrónico y comenzó a teclear, intentando aplacar el fuerte sentimiento de injusticia que le arropaba esa hora.Para: lingreat100@email.cityDe: carladavis1986@email.cityTía, Lin. ¡Necesito ayuda urgente! Y espero leas este email a tiempo. Necesito un abo
—¿Me puedes explicar eso de que te casas? ¡¿Te volviste loco?! —Seda Bastidas llegó a casa de Maximiliano como alma que lleva el diablo con ganas de discutir esa mañana.—Buenos días, madre —saludó el hijo, sin dejar de comerse el desayuno en la mesa principal, mientras le daba un vistazo al periódico, usando un mono azul de pijama y una franela de algodón color blanco.Llevaba el cabello mojado, ya que se había dado una ducha luego de hacer ejercicio bien temprano.—Por favor, acompáñame. —Señaló una de las sillas que generalmente siempre se encontraban vacías.—¡Respóndeme, Maximiliano!El mencionado alzó las cejas y se dedicó a mirarla.—¿Quién te contó?—Lenis Evans.Maximiliano suspiró.—Olvidé por completo que ustedes son amigas.—Claro que somos amigas, somos muy amigas y como buena amiga mía, me ha preguntado si ya compré el vestido para tu boda.Sin remedio, Seda, una mujer de tercera edad, muy bien conservada, de cabellos rojos, largos y abundantes, usando una braga de panta