CAPÍTULO 7.—¿Carla? ¿Qué haces aquí? ¿No estabas enferma? —preguntó Bobby Clarence al verla entrar al departamento de Protocolo.El director de aquella área, un hombre delgado y alto, rostro con muchas líneas de expresión y cabello negro peinado con gel hacia atrás, usando un traje de dos piezas color gris plomo que parecía quedarle un poco grande, se levantó de su asiento detrás del escritorio como cortesía, sorprendido por ver a una de sus cuatro asitentes en un día de permiso.—Bobby —saludó ella, permaneciendo de pie muy cerca de la puerta—. ¿Puedes explicarme qué hace una chica de recursos humanos sentada en mi cubículo? Me ha contado que su departamento la ha enviado para… para reemplazarme.—Siéntate, por favor —pidió Clarence, señalándole una de las dos sillas frente a la mesa. Carla accedió, evitando liberar un suspiro—. Reemplazar no es la palabra. Suplir. Y solo mientras estás de permiso… —Interrumpió sus palabras de manera abrupta—. Estabas de permiso, ¿cierto?Carla, en
Cerró la puerta y se dirigió a la sala.Se sentó en el sillón más grande, colocando la caja encima de la mesa baja frente a ella.Inhaló profundo y al exhalar, abrió la caja.Sacó una carpeta gruesa. La misma iba envuelta en un sobre gigante de plástico con el logotipo de una empresa internacional de encomiendas.La carpeta llevaba el logo de Davison & Asociados. Abrió y leyó los titulares de casa documento.—¿Registro contable? —susurró para sí.Las planillas repletas de números, al parecer, mostraban cuentas de los últimos cinco años de la empresa de su progenitor.—¿Asociados? ¿Junta Directiva?Luego del montón de planillas contables, unas hojas con la ficha de cada asociado de la compañía, mostrando la estructura entera de la empresa y su Junta.—¿Por qué estoy leyendo todo esto? —se preguntó.La respuesta llegó al pasar una de las últimas páginas. El titular rezaba: «Asociados Internacionales».El aliento se le fue por completo y la carpeta casi resbala de sus manos.Tuvo que sol
CAPÍTULO 9.Llegaron al final de la barra, en su lado izquierdo.Max se sentó y pidió un whisky, mientras B.J permaneció de pie muy cerca de él, en total alerta.La chica dio media vuelta para retirarse, echando una furtiva mirada a la mole de guardaespaldas, antes de desaparecer por completo.Max casi se echó a reír por lo bajo. B.J parecía una roca seca y sin emociones, sin embargo, era hombre, y el CEO entendía perfecto que debajo de toda esa ropa y actitud profesional, existían los poderosos pensamientos de un sujeto. Él creía que de esos poderes siempre hay que cuidarse.La música no estaba demasiado alta y Max lo agradeció. Aprovechó aquella salida para no tener que pensar demasiado en la soledad de su casa ni en todo lo ocurrido en su oficina. Buscaba que un par de tragos allí sacudiera un poco sus problemas.Un ligero movimiento a su derecha le hizo girar su cabeza.B.J saludó a un hombre de barba poblada, cabellos esponjosos y castaños, alto, bastante apuesto, usando un jean
CAPÍTULO 10.Carla enfrentaba ahora una verdad de la que no quería estar atada, pero en su férreo empeño por defenderse y no aceptarla, dudaba de todo De las personas a su alrededor, de sí misma.Nacida en la tierra de su difunto padre y conociendo el poderío que le rodeaba, al menos en parte, presentía que aquellas leyes serían como una manta gruesa y pesada, imposible de remover, tóxica, ahogante, chocante. Su presentimiento tenía una voz susurrante que le decía justo al oído “prepárate, porque no tienes salida”.«Salida», pensó, combatiendo esa voz durante el viaje a casa.Imaginaba lo que haría al llegar, los pasos a dar, las gavetas que abriría y tal vez dejaría a medio cerrar con las prisas que su cabeza elucubraba tener bajo un plan de escape.Descendió del bus en la parada habitual, cerca del mercado popular que solía frecuentar en días de feria especial y fines de semana, el mismo al que fue hace no mucho tiempo, un tiempo cercano, para comprar enseres de cocina, ingredientes
CAPÍTULO 11.Carla sintió algo en su pecho, una gran presión que parecía cubrir su estómago y explotar allí mismo, desconcertándola.—¡Carla! —Él corrió hacia ella y la cubrió con el paraguas—. ¿Qué estás haciendo?—¡¿Qué está haciendo usted aquí?! —Lanzada la pregunta, se adelantó a él rumbo a su casa.Él apretó los dientes, pero no podía quedarse a discutir bajo la lluvia, que a pesar del paraguas, parcialmente lo mojaba.Corrió tras ella y se encontraron en el porche techado mientras ella sacudía el exceso de agua para ubicar las llaves de la puerta principal dentro de su bolso de mano.—Dame, te ayudo…—No hace falta —cortó, enfatizando el movimiento se sus manos sobre el bolso que él pretendió agarrar—. Ya está —anunció cuando la puerta le hizo caso después de utilizar la llave.Pasaron a la vivienda.Ella encendió la luz y frente a los ojos de Max, se desplegó una casa de madera toda. Olía a flores, harina y dulces, como el azúcar de las galletas, trayéndole de súbito recuerdos
Paseo por la casa, desesperación.Llamadas a todo riesgo, llamadas sin contestación.Carla escribió un email a su tía Lin, la hermana de su madre, para que le ayudase a ubicar un abogado que le asesorara y sirviera de compañía en medio de toda la locura.Su angustia la motivó a acomodarse con urgencia frente a su computadora. Necesitaba comunicarse con su tía lo más pronto posible.Estaba metida en un gran aprieto. Para Carla, el ahogo dentro de sí confirmaba su teoría: las cosas irían a peor si no hacía algo al respecto.Con su ropa de casa, su cabello lacio, negro, largo, recogido en un moño alto, siendo esa una noche de diciembre, iluminada apenas por la tenue luz de la cocina, encendió su laptop, abrió la aplicación de correo electrónico y comenzó a teclear, intentando aplacar el fuerte sentimiento de injusticia que le arropaba esa hora.Para: lingreat100@email.cityDe: carladavis1986@email.cityTía, Lin. ¡Necesito ayuda urgente! Y espero leas este email a tiempo. Necesito un abo
—¿Me puedes explicar eso de que te casas? ¡¿Te volviste loco?! —Seda Bastidas llegó a casa de Maximiliano como alma que lleva el diablo con ganas de discutir esa mañana.—Buenos días, madre —saludó el hijo, sin dejar de comerse el desayuno en la mesa principal, mientras le daba un vistazo al periódico, usando un mono azul de pijama y una franela de algodón color blanco.Llevaba el cabello mojado, ya que se había dado una ducha luego de hacer ejercicio bien temprano.—Por favor, acompáñame. —Señaló una de las sillas que generalmente siempre se encontraban vacías.—¡Respóndeme, Maximiliano!El mencionado alzó las cejas y se dedicó a mirarla.—¿Quién te contó?—Lenis Evans.Maximiliano suspiró.—Olvidé por completo que ustedes son amigas.—Claro que somos amigas, somos muy amigas y como buena amiga mía, me ha preguntado si ya compré el vestido para tu boda.Sin remedio, Seda, una mujer de tercera edad, muy bien conservada, de cabellos rojos, largos y abundantes, usando una braga de panta
Las tareas estaban hechas para Maximiliano. El contrato prenupcial se encontraba frente a él en el despacho de su casa, George se lo había hecho llegar. Los planos de la propiedad inglesa se encontraban a un lado y los estuvo mirando desde la mañana, luego de la discusión con Carla en la sala de su casa, para nunca olvidar el motivo de aquella estrategia de negocios y que todo valdría la pena.Recostó su cuerpo en el espaldar de su silla y suspiró, se sentía cabreado consigo mismo. En ningún momento de su vida trató a una mujer como lo hizo con Carla esa mañana. Su rostro embravecido, desesperada por hacinar trincheras donde protegerse a sí misma, donde sentarse y comprender que podía exigir sus derechos, demostrando, con su molestia, que no estaba y no estaría de acuerdo con ninguna de las decisiones que él tomó y tomaría de ahora en adelante. La situación, la sutil desconfianza, la futura boda, tenerla a ella en casa, la presión decembrina, casarse y hasta la misma existencia de Car