2: Paro cardíaco

8:20 AM.

Alice llegó corriendo a la compañía Monroe, estaba demasiado nerviosa y preocupada, puesto que iba un poco tarde y no quería darle motivos a su nuevo jefe para juzgarla. Se adentró en el edificio y de inmediato fue con el recepcionista para anunciarse y pedir indicaciones.

—Buenos días, Soy Alice Davis, el señor Monroe me está esperando— Masculló Alice hiperventilando.

—Buenos días, el señor Monroe justo acaba de llegar, tome el ascensor de la izquierda y diríjase al último piso, al llegar tome asiento en la sala de espera junto a este y pronto alguien irá a recibirla— Explicó el hombre amablemente, aunque estaba metido en su ordenador y casi no le prestó atención.

—Gracias…— Musitó confundida por no entender muy bien sus indicaciones.

La castaña fue hasta los ascensores y justo vio que un hombre alto, muy elegante y de traje costoso, estaba entrando en este, así que comenzó a correr para alcanzarlo antes de que las puertas se cerraran.

—¡Detenga el ascensor, por favor!— Pidió mientras se acercaba rápidamente a las puertas.

Cuando estuvo a punto de entrar, vio que el hombre oprimió un botón en el tablero del ascensor y de inmediato las puertas se cerraron, no pudo entrar en este, pero al menos alcanzó a verle el rostro a aquel hombre… Se trataba de Dalton Monroe, su nuevo jefe.

—Pero qué hijo de pu…

Comenzó a vociferar y luego se detuvo al ver que los otros empleados de la compañía que pasaban junto a ella la miraron como si fuera una lunática. La castaña apretó los ojos e inspiró hondo para intentar recobrar la cordura “Relájate, es tu primer día… Ya lo superarás con el tiempo, seguramente estarás bien” Pensó para darse ánimos a sí misma, aunque su conciencia se burlaba de ella.

Alice giró sobre su propio eje y descubrió que detrás de ella había una fila de empleados junto a la puerta de otro ascensor, de inmediato se sorprendió, no los había visto antes, quizá no los notó por estar corriendo para subir al elevador en el que subió Dalton.

—Disculpe, señor, ¿Para qué es esta fila?— Preguntó confundida.

—¿Qué no lo ves? Es para subir al elevador de empleados, aquel es solo para el señor Monroe, es su ascensor privado, nadie más que él o su hijo puede usar ese ascensor. Te sugiero que te formes en la fila como los demás si quieres subir pronto— Respondió el hombre con aires de superioridad.

—¿Y no hay más elevadores?

—No, a menos que quieras usar las escaleras… seguro llegas al último piso en media hora— Masculló el hombre con sorna.

El comentario del hombre y el evidente despiste de Alice provocó que varios de los empleados rieran por lo bajo, burlándose de ella.

(***)

Media hora más tarde, Alice logró subir al elevador repleto de gente. A este punto ya se encontraba malhumorada y tenía ganas de irse, su orgullo le demandaba retirarse, pero su necesidad era más grande. Al llegar a su piso, se dirigió a la sala de espera junto al ascensor como el recepcionista le había indicado y tomó asiento, ya había logrado subir, ahora solo restaba esperar.

Mientras esperaba, la castaña no pudo evitar inspeccionar a la gente que pasaba de un lado a otro, cada uno sumergido en sus asuntos, consumidos por el trabajo. Pero lo más interesante de todo esto es que hasta ahora ella no había visto ni a una sola mujer en la empresa. Entonces se dio cuenta de que los que pasaban, también la observaban escrutadoramente, algunos la señalaban y murmuraban entre ellos, mientras que otros negaban con la cabeza en señal de desaprobación con su presencia en el lugar.

Al parecer, era cierto… No había más mujeres en todo el edificio, ni siquiera los empleados de limpieza, simplemente todos eran hombres ¿Qué pensaban o decían esos hombres? Se preguntó. ¿Cuestionan el hecho de que la hayan considerado para el empleo? ¿No la creían capaz de poder trabajar en una empresa tan prestigiosa? Eran dudas que por más que lo intentaba, no lograba sacar de su cabeza… Había algo raro, algo que no estaba bien con esa gente. Alicia no podía evitar sentirse humillada y avergonzada.

No fue hasta que pasó una hora que el asistente de Dalton apareció en la sala de espera con la ansiedad y el estrés tatuado en su rostro, incluso estaba sudoroso y le costaba mantener el contacto visual con ella.

—En efecto, tú y tu jefe no se cansan de faltarme al respeto— Farfulló furiosa mientras se colocaba de pie —Primero tu jefe es incapaz de detener el ascensor para que suba y luego me hacen esperar por una hora, Dios… no pueden ser tan groseros con las personas.

—Discúlpeme señorita, pero como sabrá, el trabajo abunda en este lugar y es necesario que usted tenga paciencia, si le molesta esperar hasta que mi jefe la atienda, no creo que esté lo suficientemente calificada para su puesto como asistente del hogar— Declaró el chico en tono de reprimenda.

—¿Qué dices?— Preguntó burlona —¿Desde cuándo a una niñera se le dice asistente del hogar?— Indagó sarcástica mientras imitaba el tono de voz del chico.

—Señorita, en su contrato se especifica claramente que usted no será una niñera, sino una asistente del hogar… Su empleo no se trata solo de hacer comida, cuidar un niño, lavar ropa y servir el té. Me refiero a que el señor Dalton necesita que usted tenga la capacidad de ser una mujer multifuncional, puesto que a diario él la enviará a hacerle diligencias importantes que debe efectuar a la perfección y sin quejarse— Explicó el chico en tono autoritario.

—Entonces ustedes no quieren una empleada, sino más bien un robot…

Era una locura totalmente, Alice ni siquiera había empezado su trabajo y ya se sentía cansada y estresada.

—Cabe destacar que si el señor Monroe no se siente satisfecho con sus labores o comete algún error, él no escatimará en deducírselo de su salario— Sentenció.

Alice de inmediato reaccionó abriendo sus ojos como platos y dio un par de pasos hacia atrás, sus palabras fueron como una balde de agua helada directo en su cabeza… “Demonios, este hombre no solo es misógino, controlador y machista, resulta que también es un capitalista que explota a sus empleados y no le importa en lo absoluto descontarles dinero de su sueldo".

(***)

Luego de firmar el contrato, Andrés el asistente de Dalton, llevó a Alice con un chófer designado para ella a una lujosa villa en las afueras de la ciudad en la que había cientos de mansiones, cada una más grande y majestuosa que la otra, cada vivienda de ese lugar sin duda era una joya arquitectónica. Al llegar al final de la villa, el auto se detuvo frente a unos enormes portones de hierro forjado de color negro, el chófer usó un control y de inmediato las puertas se abrieron automáticamente. Al abrirse las puertas, Alice quedó sin habla, la casa era enorme, casi parecía un palacio, esta estaba rodeada por un enorme jardín digno de un cuento de habas con enormes árboles y fuentes de mármol, simplemente era la casa perfecta.

Al llegar a la entrada, el chofer bajó del auto y le abrió la puerta a la castaña, esta bajó rápidamente y luego subió las escaleras de la entrada junto a Andrés.

—Adelante— Indicó el chico.

Alice tomó los picaportes de las puertas dobles, los giró en sentidos contrarios y luego empujó hacia adentro, revelando el interior de la majestuosa casa, pero tan pronto como puso un pie dentro de esta, una enorme tarántula negra cayó sobre su cabeza. Alice gritó aterrada, puesto que le tenía fobia a las arañas, y luego se desmayó golpeándose la cabeza con el suelo.

Andrés, impactado por lo sucedido, corrió para revisarla y ayudarla, luego le pidió ayuda al chófer y acto seguido, al pie de la escalera apareció Samuel, el hijo de cuatro años de Dalton, quien se reía a carcajadas y se sujetaba el abdomen por el dolor que sentía, por tanto, reírse.

—¡Jajaja! ¡Logré asustarla!— Exclamó Samuel victorioso.

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