30. La tortura

Abrí la boca para decir algo, cualquier cosa pero no podía; la inseguridad comenzaba a hacer estragos en mi quebrada autoestima, esa que me llevó mucho tiempo reconstruir pero que solo bastaba un par de palabras —como saber que alguien tan importante para él vendría—, para hacerla añicos. ¿Pero qué iba a hacer o decir? Kyan no tenía la culpa de que me sintiera a veces, casi siempre, tan poca cosa o que sintiera ese temor de ser dejada o que me engañarán.

—He dicho que está bien, ¿seguiremos en contacto? —No sé por qué demonios pregunté eso, pero moría de miedo.

Kyan se inclinó un poco buscando mis ojos, pero estos le rehuían, en un intento de ocultar lo que en mi interior se había desatado. Me daba vergüenza, demasiada.

—Sé que no lo está... —dijo y a continuación soltó un suspiro cansino. Alcé mis ojos para verlo, lucía cansado y a disgusto—... Debes de confiar en mí, Emily. Yo no voy a fallarte, yo no soy como él..., eso te lo he demostrado, ¿no es así? —Pestañeé confundida—. Y no
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