Te encontré cuando no te buscaba,Pero sin saberlo ya te esperaba.Te quería cuando no lo hacíaY te pertenecía aun cuando no lo sabías.Te encontré en el peor momento;Cuando me creía vacía,Cuando me sentía hundida por mí tormento,Me demostraste que aún vivía.Te encontré y te di mi corazón;Lanzándome en un mar de dulces emociones,Hundiéndome en un vaivén de agridulces sensaciones,Y llevándonos en un oleaje de amargos desazones.Te encontré y nada fue ya igual,Te encontré y te comencé a amar.N/A: Espero que la historia sea de tu agrado y desde ya muchas gracias por leerme. ❤️
« ¡Maldita sea, estoy muerta!», fue lo primero que mi mente pudo hilar luego de ver como una gigantesca camioneta venía en mi dirección a toda velocidad. «Eres una inconsciente, Emily», apremió la voz en mi cabeza, retandome por la forma tan irresponsable con la que había decidido cruzar una de las calles principales de Campbell, California.¿Razón de mi casi letal descuido? Pues el más absurdo de todos... ¡Cuidar de un helado!, si, ¡lo sé!, patético, pero todos alguna vez cometemos un error así, ¿no?« ¡Claro!, pero no uno tan grave», espetó mi mente.Para mi defensa, ese día no había comenzado de la mejor manera. Había mandado mi solicitud para entrar a la universidad y estaba nerviosa; porque estaba consciente que por ir un año atrasada podían no aceptarme ni concederme una beca, así como, el trabajo había sido más pesado de lo habitual, entonces, cuando quise darme un respiro de todo mi estresado día y decidí hacerlo comprándome mi helado favorito, jamás, nunca, se me cruzó por la
El aire abandonó mi cuerpo y poco a poco sentí como el calor subía a mis mejillas. Pero todo empeoró cuando sus cristales marinos se posaron en mi presencia, nuestras miradas se encontraron y una extraña conexión se apoderó de nosotros. Esbozó una casi imperceptible sonrisa y se acercó dónde estábamos.—Buenas tardes —dijo el señor Lancaster, un imponente hombre y su parecido con su hijo era sorprendente.—Buenas tardes, Robert González. —Se dieron un fuerte apretón—, y ella es mi esposa Sara y mi hija Emily.—George, y mi hijo Kyan. —El señor George nos dio la mano.—Mucho gusto —dijo Kyan, estrechó la mano con mis padres y besó en la mejilla a mi madre, y entonces un extraño hormigueo se apoderó de mi cuerpo. Cuando llegó a mí, tendió su mano y las apretamos por segundos, pero que fueron suficientes para sentir como una corriente vertiginosa se expandía por todo mí ser. Busqué mi voz, pero me era imposible pues su mirada era intimidante y penetrante.—Igual... —Con mucho esfuerzo lo
Abrí mis ojos como platos, perpleja ante su propuesta. Aclaré mi garganta en lo que buscaba las palabras adecuadas para declinar su invitación. Observé sus ojos, los cuales brillaban y mostraban un entusiasmo que hizo que mi estómago diera un vuelco.—Muchas gracias, señora...—Keith, dime así. —Asentí con una media sonrisa.—Keith, muchas gracias por la invitación pero...—Por favor, di que sí. Te prometo que te gustará la comida, he hecho una Lasaña de cuatro quesos, para chuparse los dedos. —Cuatro quesos, pensé. Sintiendo como la boca se me hacía agua. Ladeé la cabeza incomoda. ¿Por qué era tan difícil decir que no? Pero antes que de mi salieran las palabras un ruido retumbó en nuestro corto espacio. Mi estómago. Mi vecina sonrió—, vamos querida, no hagas sufrir más a tu estómago, que ruge por comida. Me tomó de los hombros y comenzó a halarme hacía su casa. Cerró la puerta antes que pudiera replicar o meterme buscando esconderme. Caminamos los pocos metros que nos dividían y con
Volví sobre mis pies, incrédula de la mala suerte que tenía. Y ahí estaba, después de tanto tiempo. Su apariencia seguía siendo la misma; cara linda de chico bueno, sin dobles intenciones, pero todo seguía siendo eso: una apariencia. Giré mi cabeza, buscando a Kyan; pero para mi sorpresa él ya iba a varios metros de distancia de mí. Resoplé frustrada y maldije para mis adentro.—Jones —dije, caminé esquivándolo. Pero era de saber que él no haría fácil mí huida.— ¿Cómo has estado? —Lo miré incrédula de su cinismo.—Bien y no gracias a ti —espeté, molesta que no se apartara de mi camino.—Lo sé. —Sonrió, pero una triste—, estoy en la ciudad por una semana y me gustaría invitarte a tomar algo. —Froté mi rostro sintiéndome cansada.—Gracias, pero no gracias —respondí e intenté de nuevo alejarme, pero no lo permitió—. ¡Pablo, déjame en paz! —exclamé furiosa.—Emily, sé que me odias. —Iba a decir algo, pero él prosiguió—, pero lo único que deseo es que cerremos este círculo. Y así puedas s
Parpadeé un par de veces, pero el sonido estridente de una bocina logró sacarme del trance en que me encontraba.—Puedo irme sola, gracias —respondí. Y por la oscuridad no logré ver por completo su expresión, la mitad de su rostro era iluminado por las luces de la ciudad y la otra era sombría. Me moví en mi sitio un poco dubitativa, mientras sus ojos azules brillantes me observaban.—Solo es un favor de vecino a vecino —respondió. Miré a ambos lados de la acera y la oscuridad espeluznante y el sonido insistente de la bocina del conductor de atrás me orillaron a aceptar. Me acerqué, abrí la puerta y con la ayuda de su mano subí. Cerré y rápidamente, luego de otro bocinazo Kyan arrancó y a gran velocidad avanzó. Giré mi cabeza vislumbrando al conductor
El aire abandonó mi cuerpo y esperé a que se riera o dijera algo sobre que esa proposición era una broma. Pero en cambio me observaba expectante, esperando mi respuesta. Sentí unas enormes ganas de salir huyendo pues campanas de alerta resonaban en mi cabeza, pero en cierta forma me sentía un poco comprometida con él.«Te llevó a tu casa, Emily. Le debes este favor», mi cabeza susurraba y entonces pensé que solo tenía que mostrarle el lugar y saldaría mi deuda con él. Y que hacerlo no significaba nada.—Pero ya es tarde... —dije. Tratando de posponer un poco más.— ¿Es un sí? —Asentí despacio—. ¡Bien!, ¿puedes mañana? —Pasé mi mano izquierda en mi antebrazo derecho un poco contrariada y nerviosa por su entusiasmo, cada vez lo entendía menos.—Si..., por la tarde.—Pasaré por ti a las cuatro, ¿está bien?—Está bien.
Me llevó a una heladería que no solía frecuentar, no dije nada, en cambio me deje llevar por la sensación de experimentar algo nuevo. Abrió la puerta de cristal y me permitió entrar primero —detalles que mi cabeza no dejaba pasar desapercibidos—, buscamos una mesa y al lado de un ventanal nos sentamos uno frente al otro. Y me sentía ansiosa, nerviosa, torpe en gran manera. Pues con él me era difícil pensar, actuar y sobre todo decidir con claridad. Cada uno comenzó a leer su menú. Minutos después alcé la cabeza, sintiéndome observada, pero me arrepentí al instante de haberlo hecho; él me observaba de una manera que me dejaba sin aire, que con facilidad me envolvía y me sumergía en un trance especial, del cual sabía que al entrar de lleno ya nunca saldría, no completa. Ladeé la cabeza, mirándolo de la misma forma, solo que sin tanta fuerza e intensidad. Elevó la comisura izquierda de su boca.—¿Lista para ordenar? —preguntó. Deje el menú extendido sobre la mesa y pase mis manos por en