El aire abandonó mi cuerpo y poco a poco sentí como el calor subía a mis mejillas. Pero todo empeoró cuando sus cristales marinos se posaron en mi presencia, nuestras miradas se encontraron y una extraña conexión se apoderó de nosotros. Esbozó una casi imperceptible sonrisa y se acercó dónde estábamos.
—Buenas tardes —dijo el señor Lancaster, un imponente hombre y su parecido con su hijo era sorprendente.
—Buenas tardes, Robert González. —Se dieron un fuerte apretón—, y ella es mi esposa Sara y mi hija Emily.
—George, y mi hijo Kyan. —El señor George nos dio la mano.
—Mucho gusto —dijo Kyan, estrechó la mano con mis padres y besó en la mejilla a mi madre, y entonces un extraño hormigueo se apoderó de mi cuerpo. Cuando llegó a mí, tendió su mano y las apretamos por segundos, pero que fueron suficientes para sentir como una corriente vertiginosa se expandía por todo mí ser. Busqué mi voz, pero me era imposible pues su mirada era intimidante y penetrante.
—Igual... —Con mucho esfuerzo logré decir.
Siguieron hablando por un par de minutos más, que se sintieron más bien horas que otra cosa. Porque pese a intentar fingir demencia, a intentar hacer creer que no me daba cuenta de nada, que estaba ajena a todo lo que en esa sala se estaba dando, era consciente de todo y sobre todo de la mirada escrutadora de mi casi atropellante.
—Buenos nosotros ya nos vamos. —Mi padre dijo, solté un largo suspiro de alivio.
—Fue un placer recibir su visita —dijo Keith—, y queda pendiente la fecha para la comida.
—Sí, solo dejen que nos coordinemos un poco, aún tenemos cosas de la mudanza que solucionar; pero estando ya todo, encantados hacemos una parrillada, ¿les parece? —propuso George.
—Es una excelente idea.
Nos levantamos y caminamos hacia la salida, mientras Keith le preguntaba a mi madre sobre las rutas para ir al supermercado, y a otros lugares en Campbell.
—Cuando gustes, podemos darles un tour por la ciudad. ¿Verdad que sí, Emily? —Iba a responder pero mi madre se adelantó y dijo algo que ocasionó que mi alma se fuera huyendo del cuerpo—, bien podría ir con Kyan y enseñarle toda la ciudad, ya sabes a los jóvenes les gusta más pasar tiempo entre ellos.
Giré mi cabeza hacia mi madre y abrí los ojos como platos, ¿qué clase de madre era?
— ¿Qué dices Kyan? —su madre preguntó. Enfoqué al aludido, prestándole atención a la cara de incomodidad que tenía, seguramente mi rostro no expresaba nada diferente.
—Sí, ella... —Aclaró su garganta—..., si Emily quiere, por mi está bien.
Todos los ojos se posaron en mí, y deseaba que la tierra se abriera, me tragara y me escupiera en China.
—Claro —dije, elevando las comisuras de mis labios.
Subí a mi habitación, mientras mis padres comentaban lo agradables que los nuevos vecinos habían sido. Me tiré sobre mi cama y comencé a tratar de nivelar los latidos de mi corazón. ¿Cómo diantres iba a salir con ese tipo?, si a leguas se notaba que no congeniábamos, que era un arrogante, un prepotente... un, un..., y es que él y yo éramos como agua y aceite, el día y la noche.
«Odio a mi madre».
Cerré los ojos y comencé a pensar en posibles soluciones, en alguna mentira para evitar esa salida. Porque no quería salir con él, e iba hacer todo lo que estuviera en mis manos para no dar ni un paso juntos.
Cuando me dispuse a dormir, la imagen de él se apareció en mi mente. Suspiré con frustración, ¿qué le ocurría a mi cabeza? Era guapo no podía negarlo; alto con un porte imponente como su padre, su cabello era laceo y dorado como el sol, y aunado a su blanca piel, lograban que sus impresionantes ojos deslumbraran, relucieran.
«Sí y casi te quita la vida, Emily».
Giré sobre mi cuerpo y fijé mi mirada en la ventana entre abierta, una suave briza se filtraba por esta. Había sido una suerte que no dijera nada sobre nuestro especial primer encuentro. Claro, supuse que para él no era cómodo decir a nuestros padres: «Ella es la chica que el día anterior casi atropello». Y entre bostezos y bostezos me quedé dormida.
Al día siguiente, me fui a mi trabajo —una librería—, con los ánimos recargados, pues estaba feliz porque vería a mis amigos. La mañana pasó un poco más ajetreada que de costumbre, ¿razón?, un famoso escritor vendría próximamente a una firma de libros.
— ¿Qué día vendrá? —Una chica de unos diecisiete años preguntaba.
—Aún no hay fecha definida pero será a mediados de Marzo —dije, apenas íbamos por la segunda semana de febrero.
Y así pasé la mayor parte de mi turno, respondiendo preguntas de dicha firma y vendiendo los libros del aludido como pan caliente. Por lo que en cuestión de horas ya no había ni un tan solo ejemplar.
—Pediré otro cargamento —dijo Ileana, mi jefa.
— ¡Sí!, seguro todos los días que están por venir serán una locura. —Mi jefa asintió con su cabeza y esbozó una sonrisa.
Había sido toda una locura que ese escritor accediera a visitar mi lugar de trabajo. Pero gracias a que la librería estaba en crecimiento, abriéndose recientemente una sucursal más —haciéndose ya tres—, fue el puente para que esa oportunidad se realizara. Faltaban cinco minutos para que la hora de mi salida llegara; estaba en caja revisando unas facturas sobre unas sagas que estaban por venir.
— ¿Nos podría cobras este libro por favor? —Una voz chillante, de lo que parecía ser una señora, o al menos eso creía.
— ¿Tarjeta de crédito o efectivo? —dije, sin alzar mi cabeza para ver de quién se trataba.
—Efectivo —respondió. Tomé el libro y al ver que era uno de erotismo, alcé mi cabeza en busca de la mujer que lo compraría. Y no había nadie, fruncí el ceño y me levanté de mi silla, entonces escuché unas risas, agaché mi cabeza y ahí estaban, mi par de amigos burlándose de mí.
—Deberías de ver tu cara —dijo Laura. Fulminé a ambos con la mirada y salí del mostrador, rumbo a la sección donde pertenecía el libro con el título: El poder de tu boca. Hice una mueca con mis labios, no quería ni imaginar el contenido. Regresé donde ellos se encontraban.
—Vinieron antes —respondí.
—Sí, queríamos asegurarnos que si irías —dijo Luck.
—Ya vengo —dije mientras rodaba los ojos. Entré de nuevo y tomé mis cosas. Iliana apareció viendo la hora en su reloj—, nos vemos mañana, jefa. —Ella sonrió y negó con la cabeza, no le gustaba que yo le dijera jefa.
—Nos vemos mañana. —Besó mi mejilla y se fue al lugar donde antes me encontraba y comenzó a anunciar que la tienda cerraba en cinco minutos.
Salimos los tres y comenzamos a caminar.
—Tu jefa está bien buena. —Luck comentó. Le propicié un codazo—. ¿Qué?, es cierto.
—Ten más respeto. Es mayor que tú —dije, intentando reprenderlo, pero era Luck y era caso perdido.
—Entre más edad tienen, mejor. —Laura y yo rodamos los ojos y seguimos caminando.
Llegamos al cine y compramos las entradas, pero la película comenzaba en una hora, así que decidimos ir a comernos un helado. Entramos al local y Luck se fue por ellos.
— ¿Y cómo te va en la universidad? —pregunté a mi amiga.
—Bien, pero me están matando. No tienes ideas lo estresante que son las semanas de evaluación. —Asentí, mientras la escuchaba contarme todo lo que tenía que desvelarse para estudiar. Y aunque se oía duro y difícil, yo quería vivirlo, sentir esa presión de los exámenes, morir estudiando, para luego sentir esa gratificante satisfacción al ver los resultados.
—Uno de dulce de leche para ti. —Le tendió el helado a mi amiga—, uno de frutilla para la loquilla —bromeó. Se lo arrebaté y murmuré un: te detesto—. Y uno de fresa con mango, para los...
—Changos. —Terminé por él.
Laura y yo comenzamos a reír. Llevé el helado a mis labios y me deleite en su sabor, pero mientras lo saboreaba las imágenes del accidente se vinieron a mi cabeza y en más específico, él. ¿Acaso ya no comería helado sin recordarlo?
—Emily. —Sacudí mi cabeza y regresé la atención a mis amigos—, ¿cómo te fue con tus nuevos vecinos? —Lau preguntó. Me encogí de hombros, mostrando indiferencia. Pero quería contarles de Kyan, pero hacerlo era tener que narrar lo del incidente.
—Bueno, aburrido ya saben. Hablaron como si no hubiera un mañana —dije, soltando un suspiro.
— ¿Cómo es la familia? —Luck cuestionó con interés.
—No hay ninguna chica a la que puedas ligarte. Solo son los padres y... el hijo —dije y probé de mi helado.
—Y el hijo, ¿qué tal es? —Mordí mi labio inferior, sopesando si contarles o no.
—Bueno..., es un arrogante y prepotente —solté. Ambos me miraron frunciendo el ceño.
— ¿Te hizo algo? —Asentí con la cabeza. « ¡Claro que me había hecho algo!, ¡casi me mata!» Pero entonces dude en si contar o no y negué con la cabeza. Laura y Luck se miraron entre ellos y al unísono dijeron:
—Nos está ocultando algo. —Abrí mi boca, pero cuando no encontraba qué decir la cerraba de nuevo.
—Les contaré, pero prométanme no decirle nada a mis padres —dije, apuntándolos amenazante con mi dedo.
— ¿Tan grave es? —Cuestionó fingiendo preocupación, Luck—, no me digas que te desfloró —murmuró muy despacio. Moví mi pie por debajo de la mesa y lo golpeé en su rodilla.
—Déjala hablar, Luck —pidió Laura, un tanto exasperada—, deja de pensar por una vez en tu vida en faldas y vaginas.
—Okay, okay. Me callo. —Hizo el ademán de cerrar una bragueta.
—Lo que pasó fue... que al salir de mi trabajo hace dos días... —Comencé a narrarles todo lo sucedido y que ese sujeto era ni más ni menos, mi nuevo vecino.
—Esto sí es una coincidencia de una en un millón. —Asentí con la cabeza, estando de acuerdo con Laura—. ¿Y cuándo te vio no dijo nada al respecto? —Probé una vez de mi helado y negué con la cabeza.
—Nope, fue como si en verdad no nos conociéramos. Aunque por su sonrisa de déspota, sé que si me reconoció.
—Quizá esta guardándose eso bajo la manga —dijo Luck. Lo miré confusa, sin entender del todo sus palabras—. Ya sabes, para usarla más adelante. —Me encogí de hombros y di terminada esa conversación.
Y, lamentablemente, el tiempo siempre junto a ellos se me esfumaba de entre las manos, pues de un momento a otro la hora de regresar llegaba. Luck fue a dejarme a mi casa y con una sonrisa triste me despedí de ellos, prometiendo que pronto nos veríamos otra vez. Abrí la puerta y entré, me dirigí hacia la cocina donde se escuchaban las voces de mis padres.
—Hola mi cielo, viniste temprano —dijo mi madre.
— ¿Cómo estuvo la película? —preguntó papá. Me acerqué a cada uno de ellos y besé sus mejillas.
—Bastante genial, ya sabes con Lau y Luck siempre la pasó bien —comenté con nostalgia—, bueno... me iré a mi habitación estoy muerta del cansancio.
— ¿No comerás nada? —Negué con la cabeza e informé que había comido en el centro comercial, luego me dejaron subir a mi cuarto.
Viernes llegó y por lo general ese día cerrábamos más temprano. Así que para medio día ya estaba por llegar a mi casa. Pero para mí mala suerte cuando iba por mi calle, esa camioneta azul blindada, pasó a mi lado y un cosquilleó me recorrió completa. Y me encontré preguntando: ¿Irá él ahí? Y pronto la respuesta llegó, pues cuando iba por el sendero que guiaba hasta la puerta de mi hogar, del vehículo bajó Keith y su hijo. Suspiré y sintiendo como escuchaba a mi madre decir: no seas maleducada, saluda. Alcé mi mano en forma de "saludo".
— ¡Buen día! —dije alzando mi voz.
—Buen día, Emily —respondió Keith. Sonreí.
Pero como era de esperar Kyan, no dijo nada. No le di mayor importancia —porque no la tenía—, y entré a mi casa. Dejé mi bolso sobre una cómoda y subí a cambiarme de ropa por algo más ligero; un pantaloncillo corto y una camiseta de algodón con algún estampado minimalista. Bajé y me dirigí a la cocina en busca de algo para preparar. Pero cuando abrí la refrigeradora froté mi rostro con frustración al mirar que no había nada con el cual cocinar una comida decente, ya que al día siguiente seguramente con mis padres haríamos las compras del mes. Llevé una mano a mi estómago que vibraba con fuerza. Sopesé todas mis opciones: palomitas de maíz, cereal, sopa para microondas. Pero nada se me hacía apetitoso y resignándome tomé la sopa de espinaca que había. ¡Si de espinaca rancia y congelada! Y justo cuando iba a encender el microondas el timbre sonó. Deje todo sobre la isla, miré por el identificador y era mi nueva vecina, fruncí el ceño, pero sin darle más vueltas al asunto abrí y le sonreí.
—Hola, Emily.
—Hola... —respondí, sin saber qué más decir.
—Disculpa, quizá ya estabas comiendo.
—Descuide, aun no lo hacía. —Pues para mi fortuna no tengo nada con que alimentarme, pensé. Los labios de Keith se curvaron en una sonrisa—, ¿deseaba algo? —Educadamente pregunté, ella asintió con su cabeza.
—Pues sí, quería invitarte a comer.
«Esto no podía estar pasándome a mí».
Abrí mis ojos como platos, perpleja ante su propuesta. Aclaré mi garganta en lo que buscaba las palabras adecuadas para declinar su invitación. Observé sus ojos, los cuales brillaban y mostraban un entusiasmo que hizo que mi estómago diera un vuelco.—Muchas gracias, señora...—Keith, dime así. —Asentí con una media sonrisa.—Keith, muchas gracias por la invitación pero...—Por favor, di que sí. Te prometo que te gustará la comida, he hecho una Lasaña de cuatro quesos, para chuparse los dedos. —Cuatro quesos, pensé. Sintiendo como la boca se me hacía agua. Ladeé la cabeza incomoda. ¿Por qué era tan difícil decir que no? Pero antes que de mi salieran las palabras un ruido retumbó en nuestro corto espacio. Mi estómago. Mi vecina sonrió—, vamos querida, no hagas sufrir más a tu estómago, que ruge por comida. Me tomó de los hombros y comenzó a halarme hacía su casa. Cerró la puerta antes que pudiera replicar o meterme buscando esconderme. Caminamos los pocos metros que nos dividían y con
Volví sobre mis pies, incrédula de la mala suerte que tenía. Y ahí estaba, después de tanto tiempo. Su apariencia seguía siendo la misma; cara linda de chico bueno, sin dobles intenciones, pero todo seguía siendo eso: una apariencia. Giré mi cabeza, buscando a Kyan; pero para mi sorpresa él ya iba a varios metros de distancia de mí. Resoplé frustrada y maldije para mis adentro.—Jones —dije, caminé esquivándolo. Pero era de saber que él no haría fácil mí huida.— ¿Cómo has estado? —Lo miré incrédula de su cinismo.—Bien y no gracias a ti —espeté, molesta que no se apartara de mi camino.—Lo sé. —Sonrió, pero una triste—, estoy en la ciudad por una semana y me gustaría invitarte a tomar algo. —Froté mi rostro sintiéndome cansada.—Gracias, pero no gracias —respondí e intenté de nuevo alejarme, pero no lo permitió—. ¡Pablo, déjame en paz! —exclamé furiosa.—Emily, sé que me odias. —Iba a decir algo, pero él prosiguió—, pero lo único que deseo es que cerremos este círculo. Y así puedas s
Parpadeé un par de veces, pero el sonido estridente de una bocina logró sacarme del trance en que me encontraba.—Puedo irme sola, gracias —respondí. Y por la oscuridad no logré ver por completo su expresión, la mitad de su rostro era iluminado por las luces de la ciudad y la otra era sombría. Me moví en mi sitio un poco dubitativa, mientras sus ojos azules brillantes me observaban.—Solo es un favor de vecino a vecino —respondió. Miré a ambos lados de la acera y la oscuridad espeluznante y el sonido insistente de la bocina del conductor de atrás me orillaron a aceptar. Me acerqué, abrí la puerta y con la ayuda de su mano subí. Cerré y rápidamente, luego de otro bocinazo Kyan arrancó y a gran velocidad avanzó. Giré mi cabeza vislumbrando al conductor
El aire abandonó mi cuerpo y esperé a que se riera o dijera algo sobre que esa proposición era una broma. Pero en cambio me observaba expectante, esperando mi respuesta. Sentí unas enormes ganas de salir huyendo pues campanas de alerta resonaban en mi cabeza, pero en cierta forma me sentía un poco comprometida con él.«Te llevó a tu casa, Emily. Le debes este favor», mi cabeza susurraba y entonces pensé que solo tenía que mostrarle el lugar y saldaría mi deuda con él. Y que hacerlo no significaba nada.—Pero ya es tarde... —dije. Tratando de posponer un poco más.— ¿Es un sí? —Asentí despacio—. ¡Bien!, ¿puedes mañana? —Pasé mi mano izquierda en mi antebrazo derecho un poco contrariada y nerviosa por su entusiasmo, cada vez lo entendía menos.—Si..., por la tarde.—Pasaré por ti a las cuatro, ¿está bien?—Está bien.
Me llevó a una heladería que no solía frecuentar, no dije nada, en cambio me deje llevar por la sensación de experimentar algo nuevo. Abrió la puerta de cristal y me permitió entrar primero —detalles que mi cabeza no dejaba pasar desapercibidos—, buscamos una mesa y al lado de un ventanal nos sentamos uno frente al otro. Y me sentía ansiosa, nerviosa, torpe en gran manera. Pues con él me era difícil pensar, actuar y sobre todo decidir con claridad. Cada uno comenzó a leer su menú. Minutos después alcé la cabeza, sintiéndome observada, pero me arrepentí al instante de haberlo hecho; él me observaba de una manera que me dejaba sin aire, que con facilidad me envolvía y me sumergía en un trance especial, del cual sabía que al entrar de lleno ya nunca saldría, no completa. Ladeé la cabeza, mirándolo de la misma forma, solo que sin tanta fuerza e intensidad. Elevó la comisura izquierda de su boca.—¿Lista para ordenar? —preguntó. Deje el menú extendido sobre la mesa y pase mis manos por en
Intenté que mi mente se mantuviera serena ante el hecho de que solo estábamos los dos. ¿Cómo lo hice?, pues le saqué conversación sobre el clima —ya sé, patético—, ¡pero funcionó! Ya que desde esa tonta pregunta pude indagar un poco más de él. Como por ejemplo que iba ya a último año de universidad y que, por si fuera poco, era una especie de joven talento. Dado que iba un año adelantado a su edad.Kyan a sus veintidós años iba ya abriéndose camino en el mundo, lo cual me hizo sentir admiración por él. Y pese a que nos llevábamos tres años, pensábamos similar, o era lo que hasta ese momento había experimentado en nuestras pláticas.—Qué lástima que no te conocí antes —dije, al tiempo que acomodaba mi cabello a un lado de mi cara. Él vio el movimiento atento. —¿Por qué? —deseó genuinamente saber.—Porque te hubiese obligado a hacer mi tarea —bromeé. Kyan soltó una risa, que erizó mi piel, pues era diferente a todas las que antes había escuchado: cargadas de sorna y burla. Está, en cam
—¿Estabas dormida? Lo siento si te desperté… —Me senté sobre mi cama.—Aún no lo estaba, ¿pasa algo? —cuestioné. Llevando mi mano libre al pecho, sintiendo mi corazón latir aún más desquiciado. —No…, bueno si… —Sonreí embobada al escucharlo balbucear—…, lo qué quiero decir es que… ¿a qué hora paso por ti mañana? —Mordí mi labio, sintiendo mi garganta cerrada.—A las… ¿cuatro? —pregunté. Cerrando los ojos un momento, tratando de imaginar las expresiones de Kyan.—Perfecto, pasaré a esa hora por ti, te llamó para saber dónde estás… —No sé si era mi imaginación, pero lo sentía sonreír ¿Estaba loca?, seguramente si—…, buenas noches, Emily. —Buenas noches, Kyan. —Colgamos.La llamada de Kyan fue, a mi parecer, una excusa para poder confirmar nuestra ¿salida? para mañana. Porque no era una cita, ¿o sí?Cerré los ojos y presté atención a mi pecho, donde se podía percibir lo acelerado que mi corazón latía. « ¡Dios!, ¿qué que me sucedía?» Recosté mi cuerpo sobre la mullida cama y sonreí haci
A la mañana siguiente entrabamos ya a Marzo. Me fui a mi trabajo, en el cual cada dos por tres miraba el reloj, rogando que pasara y a la vez no el tiempo, toda una controversia, ¿no? Suspiré pesadamente, mientras me reprendía mentalmente al encontrarme pensando e imaginando cuando Kyan apareciera a la hora acordada. « ¿Entrará al local o me hará una llamada?, ¿cómo vendrá vestido?, ¿escogí el atuendo ideal?» Preguntas que lo único que lograban era poner mi sistema nervioso a punto de colapsar. Sacudí mi cabeza y me exigí a mí misma, a mi mente en específico el dejar de maquinar tantas ideas. Y con gran dificultad logré salir ilesa, ¿qué sería de mi cuando lo tuviera enfrente? Mis rodillas temblaron, ¡Madre santa!, debía calmarme o desvanecería seguramente en cualquier momento.Cuando la hora de mi salida llegó, pues la chica que me relevaba había entrado, me fui al baño a ducharme y cambiar mi ropa.. Al terminar de vestirme con un jean sencillo, una blusa roja y zapatos a juego, segu