« ¡Maldita sea, estoy muerta!», fue lo primero que mi mente pudo hilar luego de ver como una gigantesca camioneta venía en mi dirección a toda velocidad. «Eres una inconsciente, Emily», apremió la voz en mi cabeza, retandome por la forma tan irresponsable con la que había decidido cruzar una de las calles principales de Campbell, California.
¿Razón de mi casi letal descuido? Pues el más absurdo de todos... ¡Cuidar de un helado!, si, ¡lo sé!, patético, pero todos alguna vez cometemos un error así, ¿no?
« ¡Claro!, pero no uno tan grave», espetó mi mente.
Para mi defensa, ese día no había comenzado de la mejor manera. Había mandado mi solicitud para entrar a la universidad y estaba nerviosa; porque estaba consciente que por ir un año atrasada podían no aceptarme ni concederme una beca, así como, el trabajo había sido más pesado de lo habitual, entonces, cuando quise darme un respiro de todo mi estresado día y decidí hacerlo comprándome mi helado favorito, jamás, nunca, se me cruzó por la cabeza que pude haber concluido ese día en el hospital o muerta.
Todo sucedió porque al otro lado de la calle, justo en la estación de autobuses, estaba el que me llevaba a casa. Y sabiendo que, si no lo cogía en ese momento, podría llegar mucho más tarde, decidí cruzar esa calle, una de las más transitadas a como diera lugar. E ir apurada en Campbell no es bueno, más comiendo un helado. Fue cuando, en un momento de apuro y antes que el paso para peatones terminara, corrí de un extremo a otro, temiendo por dos cosas: la primera que me dejara el autobús; y la segunda —como mencioné—, por la vida del helado y claro, supongamos que, en un tercer punto, también por mi vida.
Todo pasó rápido; iba a mitad de la calle, mirando hacia todos lados, cuando un chillido hizo eco por todo el lugar, de inmediato, mis pies se clavaron al suelo y mis ojos a una camioneta azul y en cómo, rápidamente, se aproximaba a mí. Cerré los ojos de inmediato y solo me quedé a la espera del impacto.
El cual nunca llegó.
— ¿Estás bien?, oye no estás muerta —decía una masculina voz, pero no fue hasta que sentí cómo me zangoloteaba que reaccioné. Lentamente abrí los ojos y, al hacerlo por completo, lo primero que enfoqué fueron unos hermosos ojos azules como el cielo en primavera. « ¡Santo cielo, qué ojos!»—, ¿estás bien? —Asentí con la cabeza, sintiendo pastosa la saliva y sin poder encontrar mi voz. Entonces, esos ojos que, en un comienzo parecían preocupados, me miraron con enojo y su rostro se convirtió en rabia pura—. Deberías fijarte antes de cruzar la calle, casi te mato.
— ¿Disculpa? —pregunté perpleja, sufriendo aún los estragos de la adrenalina.
—Una disculpa es lo menos que puedes ofrecer —espetó, negando con la cabeza y dando unos cuantos pasos atrás y fui ahí cuando noté que ese chico tenía sus manos puestas en mis hombros, las que pronto quitó. Y como si no tuviera suficiente, añadió—: Casi provocas un accidente por ir concentrada en ese helado —gruñó hecho una furia, señalando con su cabeza a un punto en el suelo. Giré mi cabeza en esa dirección y, ¡ahí estaba mi helado!
— ¡Mi helado! —exclamé. Lo escuché soltar una corta risa, no una divertida.
— ¿Casi mueres y te preocupas aún por un helado? —preguntó incrédulo.
—Era de frutilla, ¡Dios!, ¡amo el helado de frutilla! —exclamé para luego enfocar a ese chico, con toda la disposición de reclamarle. Pero..., él ya estaba caminando para su auto, furiosa me acerqué—, ¡casi me matas y encima me dejaste sin helado! —Me miró por encima del hombro, frunciendo el ceño, y su cara de enojo cambió a una muy divertida, lo sabía porque segundos después estalló en una sonora carcajada. Demasiados cambios bruscos de humor, pero qué les digo, yo tampoco estaba siendo muy cuerda en ese momento.
—Creo que te llevaré a que te revise un doctor, creo que la impresión afectó tu cabeza —sugirió muy divertido. La ira creció vertiginosa por todo mi ser y seguramente estaba roja.
—Imbécil —murmuré lo suficientemente alto para que ese arrogante, prepotente e insufrible me escuchara.
—Óyeme, aquí la culpable de todo eres tú. —Respiré un par de veces, buscando calmarme, pues muchos ojos estaban puestos sobre nosotros. Le dediqué una mirada fulminante y con toda la educación que mis padres habían invertido en mí, saqué mi dedo de en medio, giré sobre mis pies, escuchando como reía con soltura. Me alejé a grandes zancadas, murmurando miles de profanidades. ¡Güero imbécil!
Media hora después llegué a mi casa y el olor a pastel de carne me recibió con una calurosa bienvenida. Me dirigí a la sala, dudando en sí contar o no que casi me hacían helado de frutilla. Pero conocía a mi madre; me daría un sermón sobre seguridad peatonal y luego le contaría a mi padre y sería objeto de burla. Y para ser sincera, no deseaba ser el payaso.
—Hola, mamá —saludé, ella me sonrió y me aproximé para darle un beso en la mejilla.
— ¿Qué tal el trabajo? —preguntó. Solté un suspiró, «si te contará madre», pensé.
—Pues todo normal, muy tranquilo —dije, sentándome en uno de los taburetes. Me observó un poco evaluadora. — ¿Y papá? —pregunté desviando la conversación.
—Tomando un baño —respondió. Asentí con la cabeza, minutos después subí a mi habitación.
Entré y dejé sobre la cama el bolso, entre al cuarto de baño y abrí la llave del agua, pronto esta hizo contacto con mi piel en un segundo las imágenes del accidente se proyectaron en mi cabeza. Estuve a un poquito d estar muerta. Suspiré, y comencé a repetirme que debía ser más cuidadosa, que quizá la próxima vez no tendría tanta suerte.
«No habrá próxima vez, Emily».
Y entonces ese par de impresionantes ojos azules se vinieron a mi mente. Recordé que casi no me había fijado en la apariencia de ese chico e irremediablemente me pregunté sí, a la próxima vez —si es que lo volvía a ver—, lo reconocería. Aunque creía que esos ojos difícilmente los confundiría, no estaba segura del todo. Durante la cena escuché la plática de mis padres sobre los Lancaster aquí, los Lancaster allá. ¿Quiénes eran?, pues los nuevos vecinos.
—Deberíamos invitarlos a cenar, para darles la bienvenida al vecindario. —Mi madre sugirió. Rodé los ojos y seguí picando mi pastel de carne.
—Sería una buena idea, pero debemos de ir a presentarnos. Ya sabes, para tener la oportunidad de hacerles la invitación —dijo mi padre igual de entusiasmado—, vamos mañana.
Al día siguiente y para mi desgracia descansaba, mi madre me hizo ayudarla a cocinar un Pie de Manzana, tenemos que ser hospitalarios, decía ella. No piensen mal, no odiaba a mis nuevos vecinos, ni siquiera los conocía, pero no me gustaba mucho todas esas bienvenidas y presentaciones. Yo era más de saludar con un: «Hey vecino». Que ir con un pastel, pie, lo que sea. Además, prefería comerme esos postres yo.
Estaba en mi habitación, escuchando el ajetreo en la planta baja de mi madre esperando que los Lancaster llegaran, para mi suerte no habían estado en toda la mañana. Mi móvil comenzó a sonar, era mi mejor amiga Laura.
—Hola, Laura —respondí con voz desganada.
—Que ánimos —dijo con ironía.
—Estoy bien, es solo que hay nuevos vecinos y ya sabes cómo se pone mi mamá. —La escuché reír.
—Que bien por ti Grumpy. —Pero antes que le dijera alguna ofensa siguió hablando—, ¿sabes?, pensábamos con Luck en ir al cine mañana cuando salgas del trabajo, ¿qué dices? —Luck era mi otro mejor amigo.
— ¡Claro!, es una estupenda idea. —Luego de salir del instituto casi no los miraba, pues ellos estaban en la universidad y yo trabajando, lo que significaba que rara vez coincidíamos. Pero era bueno saber que, aun así, nuestra amistad seguía casi intacta.
—Perfecto, escribiré en el grupo para confirmar que si iremos. —Hice un sonido nasal de afirmación—, ¿y cómo vas con los tramites de la beca? —Laura y Luck, eran los únicos que conocían mis verdaderas razones de entrar un año después.
—Hoy mandé la solicitud y solo me queda esperar.
—La obtendrás, ya lo verás... —Cerré los ojos, mientras la escuchaba darme ánimos, en verdad esperaba que todo se diera a mi favor.
—Eso espero —dije.
— ¡Emily, los vecinos acaban de llegar! —Mi madre decía, mientras tocaba la puerta de mi habitación.
—Ve, antes que se enoje. No quiero que te castigue y no puedas ir mañana.
—Bien —bufé—, te veo mañana —colgué.
Salí de mi fortaleza y con mis padres minutos después salimos de casa; seguimos por la acera y luego anduvimos por el camino hecho de grava que daba hasta la puerta principal. No llevaban ni una semana y su jardín ya estaba adornado con muchas cosas decorativas. Tocamos a la puerta y escasos segundos después una elegante mujer salió a recibirnos. Era alta, de cabello castaño claro y con unos hermosos ojos verdes y aunque nunca la había visto antes sus facciones se me hacían conocidas.
— ¿Ustedes son la familia González, cierto?
—Esos somos. —Mi padre respondió—, ella es mi esposa Sara, mi hija Emily yo soy Robert.
—Mucho gusto, yo me llamo Keith.
—El placer es nuestro. —Sonreí.
—Veníamos porque queríamos darles la bienvenida al vecindario. —Esta vez fue mi mamá. Los ojos de nuestra vecina se iluminaron y haciéndose a un lado nos invitó a pasar.
Que el jardín estaba decorado era poco, la casa en su interior estaba más que decorada, pues contaba con cuadros de pinturas en cada pared, muebles victorianos y estatuas que le daban un toque elegante.
—Traíamos esto..., Emily cariño dales lo que traemos. —Mi madre pidió.
—Oh si, acá esta. —Le tendí la pequeña charola que contenía el delicioso postre.
—No se hubieran molestado. —«Eso decía yo», pensé—, pero muchas gracias, huele delicioso y seguro sabe así..., eh, tomen asiento aquí iré a dejar esto a la cocina, ya regreso.
Mis padres y yo hicimos así y disimuladamente comenzamos a ver todo con mayor detenimiento. Cuando Keith regresó la razón por la que nunca me había gustado que mis padres hicieran esas bienvenida comenzó; una plática sin fin, donde rara vez yo comentaba algo. Pero estando ahí sentada me enteré que eran una familia pequeña como nosotros: ella, George —su esposo—, y un hijo llamado Kyan. Quién, según decían, era casi de mi edad, uno o dos años mayor.
—Creo ya llegaron... —Keith comentó al escuchar el sonido de un auto en la entrada. Comencé a removerme incomoda en mi asiento.
Minutos después la puerta se abrió y un par de voces masculinas hicieron eco en la sala de estar, un escalofrío recorrió mi cuerpo al escuchar una de las risas. Me erguí en mi asiento y cuando el par de hombres pusieron un pie en la habitación mi mundo entero se detuvo, para luego girar torno a la vergüenza. Ahí estaba el güero de ojos azul impresionante.
« ¡Santa m****a!»
N/A: Gracias por la oportunidad. Un abrazo, Therinne.
El aire abandonó mi cuerpo y poco a poco sentí como el calor subía a mis mejillas. Pero todo empeoró cuando sus cristales marinos se posaron en mi presencia, nuestras miradas se encontraron y una extraña conexión se apoderó de nosotros. Esbozó una casi imperceptible sonrisa y se acercó dónde estábamos.—Buenas tardes —dijo el señor Lancaster, un imponente hombre y su parecido con su hijo era sorprendente.—Buenas tardes, Robert González. —Se dieron un fuerte apretón—, y ella es mi esposa Sara y mi hija Emily.—George, y mi hijo Kyan. —El señor George nos dio la mano.—Mucho gusto —dijo Kyan, estrechó la mano con mis padres y besó en la mejilla a mi madre, y entonces un extraño hormigueo se apoderó de mi cuerpo. Cuando llegó a mí, tendió su mano y las apretamos por segundos, pero que fueron suficientes para sentir como una corriente vertiginosa se expandía por todo mí ser. Busqué mi voz, pero me era imposible pues su mirada era intimidante y penetrante.—Igual... —Con mucho esfuerzo lo
Abrí mis ojos como platos, perpleja ante su propuesta. Aclaré mi garganta en lo que buscaba las palabras adecuadas para declinar su invitación. Observé sus ojos, los cuales brillaban y mostraban un entusiasmo que hizo que mi estómago diera un vuelco.—Muchas gracias, señora...—Keith, dime así. —Asentí con una media sonrisa.—Keith, muchas gracias por la invitación pero...—Por favor, di que sí. Te prometo que te gustará la comida, he hecho una Lasaña de cuatro quesos, para chuparse los dedos. —Cuatro quesos, pensé. Sintiendo como la boca se me hacía agua. Ladeé la cabeza incomoda. ¿Por qué era tan difícil decir que no? Pero antes que de mi salieran las palabras un ruido retumbó en nuestro corto espacio. Mi estómago. Mi vecina sonrió—, vamos querida, no hagas sufrir más a tu estómago, que ruge por comida. Me tomó de los hombros y comenzó a halarme hacía su casa. Cerró la puerta antes que pudiera replicar o meterme buscando esconderme. Caminamos los pocos metros que nos dividían y con
Volví sobre mis pies, incrédula de la mala suerte que tenía. Y ahí estaba, después de tanto tiempo. Su apariencia seguía siendo la misma; cara linda de chico bueno, sin dobles intenciones, pero todo seguía siendo eso: una apariencia. Giré mi cabeza, buscando a Kyan; pero para mi sorpresa él ya iba a varios metros de distancia de mí. Resoplé frustrada y maldije para mis adentro.—Jones —dije, caminé esquivándolo. Pero era de saber que él no haría fácil mí huida.— ¿Cómo has estado? —Lo miré incrédula de su cinismo.—Bien y no gracias a ti —espeté, molesta que no se apartara de mi camino.—Lo sé. —Sonrió, pero una triste—, estoy en la ciudad por una semana y me gustaría invitarte a tomar algo. —Froté mi rostro sintiéndome cansada.—Gracias, pero no gracias —respondí e intenté de nuevo alejarme, pero no lo permitió—. ¡Pablo, déjame en paz! —exclamé furiosa.—Emily, sé que me odias. —Iba a decir algo, pero él prosiguió—, pero lo único que deseo es que cerremos este círculo. Y así puedas s
Parpadeé un par de veces, pero el sonido estridente de una bocina logró sacarme del trance en que me encontraba.—Puedo irme sola, gracias —respondí. Y por la oscuridad no logré ver por completo su expresión, la mitad de su rostro era iluminado por las luces de la ciudad y la otra era sombría. Me moví en mi sitio un poco dubitativa, mientras sus ojos azules brillantes me observaban.—Solo es un favor de vecino a vecino —respondió. Miré a ambos lados de la acera y la oscuridad espeluznante y el sonido insistente de la bocina del conductor de atrás me orillaron a aceptar. Me acerqué, abrí la puerta y con la ayuda de su mano subí. Cerré y rápidamente, luego de otro bocinazo Kyan arrancó y a gran velocidad avanzó. Giré mi cabeza vislumbrando al conductor
El aire abandonó mi cuerpo y esperé a que se riera o dijera algo sobre que esa proposición era una broma. Pero en cambio me observaba expectante, esperando mi respuesta. Sentí unas enormes ganas de salir huyendo pues campanas de alerta resonaban en mi cabeza, pero en cierta forma me sentía un poco comprometida con él.«Te llevó a tu casa, Emily. Le debes este favor», mi cabeza susurraba y entonces pensé que solo tenía que mostrarle el lugar y saldaría mi deuda con él. Y que hacerlo no significaba nada.—Pero ya es tarde... —dije. Tratando de posponer un poco más.— ¿Es un sí? —Asentí despacio—. ¡Bien!, ¿puedes mañana? —Pasé mi mano izquierda en mi antebrazo derecho un poco contrariada y nerviosa por su entusiasmo, cada vez lo entendía menos.—Si..., por la tarde.—Pasaré por ti a las cuatro, ¿está bien?—Está bien.
Me llevó a una heladería que no solía frecuentar, no dije nada, en cambio me deje llevar por la sensación de experimentar algo nuevo. Abrió la puerta de cristal y me permitió entrar primero —detalles que mi cabeza no dejaba pasar desapercibidos—, buscamos una mesa y al lado de un ventanal nos sentamos uno frente al otro. Y me sentía ansiosa, nerviosa, torpe en gran manera. Pues con él me era difícil pensar, actuar y sobre todo decidir con claridad. Cada uno comenzó a leer su menú. Minutos después alcé la cabeza, sintiéndome observada, pero me arrepentí al instante de haberlo hecho; él me observaba de una manera que me dejaba sin aire, que con facilidad me envolvía y me sumergía en un trance especial, del cual sabía que al entrar de lleno ya nunca saldría, no completa. Ladeé la cabeza, mirándolo de la misma forma, solo que sin tanta fuerza e intensidad. Elevó la comisura izquierda de su boca.—¿Lista para ordenar? —preguntó. Deje el menú extendido sobre la mesa y pase mis manos por en
Intenté que mi mente se mantuviera serena ante el hecho de que solo estábamos los dos. ¿Cómo lo hice?, pues le saqué conversación sobre el clima —ya sé, patético—, ¡pero funcionó! Ya que desde esa tonta pregunta pude indagar un poco más de él. Como por ejemplo que iba ya a último año de universidad y que, por si fuera poco, era una especie de joven talento. Dado que iba un año adelantado a su edad.Kyan a sus veintidós años iba ya abriéndose camino en el mundo, lo cual me hizo sentir admiración por él. Y pese a que nos llevábamos tres años, pensábamos similar, o era lo que hasta ese momento había experimentado en nuestras pláticas.—Qué lástima que no te conocí antes —dije, al tiempo que acomodaba mi cabello a un lado de mi cara. Él vio el movimiento atento. —¿Por qué? —deseó genuinamente saber.—Porque te hubiese obligado a hacer mi tarea —bromeé. Kyan soltó una risa, que erizó mi piel, pues era diferente a todas las que antes había escuchado: cargadas de sorna y burla. Está, en cam
—¿Estabas dormida? Lo siento si te desperté… —Me senté sobre mi cama.—Aún no lo estaba, ¿pasa algo? —cuestioné. Llevando mi mano libre al pecho, sintiendo mi corazón latir aún más desquiciado. —No…, bueno si… —Sonreí embobada al escucharlo balbucear—…, lo qué quiero decir es que… ¿a qué hora paso por ti mañana? —Mordí mi labio, sintiendo mi garganta cerrada.—A las… ¿cuatro? —pregunté. Cerrando los ojos un momento, tratando de imaginar las expresiones de Kyan.—Perfecto, pasaré a esa hora por ti, te llamó para saber dónde estás… —No sé si era mi imaginación, pero lo sentía sonreír ¿Estaba loca?, seguramente si—…, buenas noches, Emily. —Buenas noches, Kyan. —Colgamos.La llamada de Kyan fue, a mi parecer, una excusa para poder confirmar nuestra ¿salida? para mañana. Porque no era una cita, ¿o sí?Cerré los ojos y presté atención a mi pecho, donde se podía percibir lo acelerado que mi corazón latía. « ¡Dios!, ¿qué que me sucedía?» Recosté mi cuerpo sobre la mullida cama y sonreí haci