Resaca

Después de que se fuera esa chica a la que empecé a llamar en mi mente "Eva" debido al desconocimiento de su nombre, me apresuré en salir de la casa del anfitrión con la esperanza de encontrar a Frey. El conflicto era entre dos chicas que en algún momento dado, comenzaron a jalarse los cabellos como dos fieras y fueron separadas por sus amigos. 

Después de unas horas, ya estaba asomándose algún rastro del amanecer y la música se había apaciguado. En lo que quedaba de noche no pude encontrar a "Eva" ni a Frey, hasta que este último lo hallé tirado en un sillón. En una situación normal le hubiera echado agua para que despertara, pero tuve que recurrir a prenderle fuego cerca de las manos. De inmediato despertó molesto, cosa que me causó gracia. 

Lo convencí para que se vistiera para poder ir a casa, y entonces, aproveche por coger las llaves.

A esas horas de un sábado, encontraron un par de sitios de comida apenas abriendo, alrededor de las seis y media de la mañana.

Tomé la billetera de Frey para poder pagar los aperitivos. Habían algunos carros ya moviéndose por las calles a esa hora. Aunque no sabia mucho acerca de manejar, y sumando que el sueño le podía, procuraba ir despacio.

Después de cruzar una calle en el coche, me encontré con un punto de control de la policía.

El policía ya me había visto, por lo que devolverse podría haber sido sospechoso. Tenía que improvisar sobre la marcha.

-Buenos días, jovencito -intervino el policía viendo detenidamente.

-Buen día oficial -repuse espero que de manera serena. Antes del encuentro, abrí todas las ventanas para que el hedor a alcohol emanado por Frey no fuese tan notorio, rogando de que el oficial no se diera cuenta.

-¿Por qué está dormido?

-Es que anoche no durmió bien, y hoy tenemos que hacer unas visitas a la iglesia.

-Es sábado.

-Somos parte del coro -me empezaba a tragar el nerviosismo cómo podía.

El policía no parecía convencido.

-Muéstreme su licencia y podrá servir como Dios manda.

Que suerte. Elian no tenía licencia y no quería poner en evidencia que el mayor de edad no era él y que el que tenía licencia estaba en la peda.

-Oh, si claro oficial -hice un intento de buscar su billetera en mis bolsillos, luego en la guantera pero nada sacaba-. Ay, no. Creo que la he dejado -puse la expresión más trágica que pude.

-Señor, le tendré que pedir que se baje del carro.

-Pero oficial, tengo que llegar a la iglesia -dije intentando seguir el drama.

El oficial dudó por un momento.

-Bueno muchacho, hagamos algo. Demuéstrame que eres seguidor del señor y dejaré que hagas tu servicio -el oficial acariciaba su bigote y acomodaba las gafas de sol a la moda que traía.

Pensé durante un instante, hasta que algo se me ocurrió.

Me dispuse a cantar una canción de iglesia, aunque no se salió perfecto, canté lo mejor que pude. La canción tenía que ver con los ángeles de Dios bajando a la tierra haciendo milagros.

Por suerte, de joven era parte de un coro cristiano, aunque eso quedó muy atrás. Ahí fue donde aprendí todo lo que sé de música.

En ese momento vi que el oficial de policía comienza a llorar y que baja su gorra a la altura del pecho. El policía era calvo con una prominente cicatriz que iba desde la mitad de la frente hasta la nuca.

Cuando acabé de cantar el coro, desafinando repentinamente, el oficial fue el primero en intervenir.

-¡hermoso! -sollozó-, muchacho, ¿ves esta cicatriz que tengo aquí?

Imposible no verla, pensé, pero me limité a asentir.

-Hace cinco años, en una redada me dispararon. Los médicos aun no explican como es que sigo vivo ya que no me afectó en nada en el cerebro -el oficial permanecía apuntando al centro de su frente-. Anda a cumplir con tu deber muchacho, pero no olvides las credenciales de nuevo.

Una vez arrancado, tenía un nudo en el corazón. ¿Qué demonios acaba de pasar?

Al llegar a casa, tuve que aparcar el auto con sumo cuidado porque muy pocas veces había tenido la dicha de hacer esa tarea.

Una vez colocado los frenos y apagado el Mazda, vi a tía Eliana en una mecedora en el pórtico. Parecía que recién había preparado café porque una taza yacía humeante en una mesita.

Apenas cruzamos miradas, me sentí sumamente culpable, tía Eliana con una expresión asesina y Frey sin saber siquiera su nombre por los momentos.

El sermón fue silencioso, sin ninguna palabra. Parecía que me hubiesen quitado las ganas de ser hablador y tuve que arrastrar a mi primo al interior de la casa. Todo estaba tranquilo. Una vez lo eché sobre el sofá de la casa, tía Eliana se dispuso a inspeccionar mi aspecto. Yo estaba cansado, si, pero no tenía ningún síntoma de estar ebrio más que del sueño.

Una mirada de aprobación fue transmitida con la mirada y me fui con el desayuno al cuarto de visitantes.

Desde arriba se escuchaba el verdadero sermón, los gritos, un chasquido producido por algo parecido a un látigo y a Frey despertando alarmado.

El castigo fue inminente, a los dos los pusieron a podar el jardín, pero el que la estaba pasando realmente mal era Frey, quién estaba sufriendo todos los efectos de la resaca.

Duraron horas arrancando la maleza y al pasar, tía Eliana decía algo conforme cada uno pasaba por la puerta:

-Tu -se dirigió a Frey-, ya sabes por qué te castigue. Una semana sin salir ni dinero para las salidas. Y tú -ahora me miraba a mi-, por manejar sin el consentimiento de un mayor... Consciente. ¿No ves que te pudieron haber detenido? Todas las mañanas hay módulos policiales en las calles.

El recuerdo de la escena en la que el policía me interrogó salió a flote como una burbuja en medio del agua, pero hice intentos de esfumar ese recuerdo lo antes posible.

En la noche fue cuando, mientras escuchaba música después de haber dormido un poco, fue que recordé lo que había vivido en la fiesta, y en la chica interesante que había conocido. Algo le decía que debía volverla a ver.

-Interesante -murmuró para si mismo-, interesante chica. Tenía aspecto de tener una buena historia que contar.

En una bocina inalámbrica se reproducía la misma canción que estuvo en la fiesta. Tenia un ritmo pegajoso pero igual era muy alejado a mi interés.

Cuando hablé por fin con el nuevo recluso de su primo, este me reveló que no conocía a ninguna chica con las características que le dije por esos lares, haciendo énfasis de que no hubiese pasado por alto alguien con los ojos verdes y tanta sensualidad, sin embargo, le había vacilado por el echo de que estuvo hablando con una chica muy guapa toda la noche (sarcásticamente).

Para seguir con la broma, le empecé a fastidiar con que su trasero debe estar sonrosado de tantos golpes con el cinturón de tía Eliana, y Frey no dudó en embestirme y darme unos golpes en las costillas. Empezamos a pelear y duramos un rato repartiendo poses de kung-fu.

Al rato, cuando Frey salía del baño y revisaba su teléfono, se acercó hacia donde estaba:

-Por cierto, una amiga de la facultad te escuchó cantar y dijo que le gustaría que quedarán.

Tengo que admitir que me sorprendí mucho.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo