Durante sus años en la academia, Sara había leído sobre el síndrome del miembro fantasma y cómo las víctimas de alguna amputación podían continuar percibiendo dolor o comezón en el miembro que ya no existía. Había una explicación científica relacionada con el sistema nervioso y su funcionamiento y cómo nos permitía tener un mapa mental de todo el cuerpo, que recordaba cada parte, aunque ya no existiera. En eso pensó por unos segundos Sara. A eso se aferró para no derrumbarse, a buscar la explicación de por qué sentía las manos de Misael acariciando su piel mientras las veía aferrando con violencia el malogrado cuerpo de una mujer.—¡Aléjate de ella! —gritó.Le apuntaba con su arma hacia los brazos. Allí dispararía si no tenía opción.Él ni se inmutó con su presencia.—¡Misael, apártate o dispararé! Su orden tenía tintes de súplica. Y él no oía. El hombre alzó los puños y los dejó caer con fuerza en el pecho de la mujer. Unas costillas crujieron. Los alzó de nuevo, sus ojos no vieron
—Has vuelto a verte ruinoso —le dijo Jenny a Max cuando lo saludó en la estación por la mañana.Las ojeras se habían instalado con más fuerza que nunca y la piel cenicienta resurgía para hacerlo parecer un anciano enfermizo. No se había rasurado y su cabello se veía indomable.—Qué bueno que el amor es ciego —dijo él, besándole la mejilla.Ella le besó los labios. Estaban en el rincón del café.—¿Cómo está Sara? Ella siempre llega temprano y hoy no ha aparecido.—Sara está siendo sacudida por la peor de las tormentas. Espero que sea lo suficientemente fuerte para llegar a puerto con las velas rotas. —No imagino estar en su lugar. La persona que más amaba y en quien depositó su confianza resultó ser alguien monstruoso. Tal vez quiera irse lejos y dejar todo atrás.—Espero que no lo haga, espero que el amor no sea tan ciego.Max esperó unas horas por Sara. Imaginó que ella querría estar presente en el interrogatorio de Misael. No contestó sus llamadas. Tal vez Jenny tuviera razón, tal
—Gracias por venir, no sabía a quién más llamar —dijo Sara, guiando al hombre hasta la terraza.—Llamaste a la persona correcta. Los del gobierno no suelen tomar las mejores decisiones en estos casos.Eso no tenía que decírselo, le bastaba a ella recordar el caso de Iván Reyes y su injustificada muerte a manos de los militares.Marcos Barra, voluntario del refugio de lobos, se dispuso a abrir el ventanal luego de observar unos instantes al animal. Sara retrocedió. Sus dedos fueron hacia la cadera y rozaron la culata de su pistola.El hombre se coló por una pequeña apertura y volvió a cerrar. El lobo reaccionó a su presencia elevando las orejas. Lo mismo había hecho cuando Sara, envalentonada tras una hora de vigilarlo, había asomado el brazo para dejarle un pocillo con agua. Fue el momento en que captó que olía a sangre.Marcos sacó algo de su bolso y se lo ofreció. Eran trozos de carne seca. El lobo olisqueó el aire e, inclinándose hacia él, los comió lentamente. Tras unos cuantos tr
—Salía con alguien. Ella nunca lo dijo, pero se le notaba. Andaba riéndose sola.—Yo una vez se lo pregunté. "No puedo decirte, es un secreto", eso fue lo que me dijo.—Necesitamos la autorización de alguna de ustedes para registrar el departamento de su hermana. Eso ayudará a que la investigación avance más rápido —dijo Max.—Claro, yo tengo una copia de la llave. Déjela con el conserje cuando acabe.—Por favor, atrapen al cabrón que le hizo esto a Jacinta para que ya no pueda lastimar a nadie más.Sara y Max asintieron. Sara se había contactado con Claudia y Adela para saber de sus actuales situaciones y tenían oficiales resguardándolas.Luego de darles la espantosa noticia a las hermanas, únicas familiares de Jacinta en la ciudad, lograron obtener algo de información sobre la vida personal de la muchacha. Había sido estrangulada, luego de recibir una paliza. Y su cuerpo siguió siendo castigado luego de su muerte, porque matarla no era suficiente para su asesino, poseído por un hamb
Pese a todas las medidas de la policía para mantener a resguardo la información sobre el caso de Misael Overon, los detalles de los nuevos crímenes que se le imputaban se filtraron a la prensa. El terror por el que era un depredador de mujeres se esparció por las calles, los periódicos, por los programas de televisión. Incluso entrevistaron a los maestros de Misael en la escuela."Siempre fue un niño raro, asocial, no tenía ni un sólo amigo".Y a algunos de los empresarios con los que se codeaba."Nunca se lo vio acompañado de alguna mujer en público. Pensé que lo hacía para resguardar su patrimonio, no por misoginia".Intentaron obtener declaraciones de su padre. El hombre dijo que pronto hablaría.Y narraron la biografía de Misael, la historia de abandono, con una madre ausente y un padre dedicado exclusivamente a su trabajo, que dio origen al monstruo que aterrorizaba a una ciudad entera. En ella aparecía Alessandro, un jardinero que trabajó en la mansión Overon en la misma época q
—El reloj que menciona no figura en ninguno de los inventarios y no estaba en los camiones. ¿Está segura de que uno de los nuestros lo tomó?—Completamente. Puedo enviarle el registro en video. Me sería de mucha utilidad si lograra identificar a su empleado. La familia Overon no estará muy feliz cuando se enteren de los sucedido y no sé si su empresa sea lo suficientemente fuerte como para enfrentar una demanda de ellos.—Envíeme el registro, yo tengo la mejor voluntad para ayudar —dijo el jefe de la empresa de mudanzas, con tono nervioso.Sara no esperaba que lo reconociera, eso le confirmaría que se trataba de un infiltrado. En la oficina, imprimió las imágenes del hombre captado en las grabaciones y también la de Jacinta. Definitivamente eran el mismo sujeto, concluyó mirándolas de distinto ángulo.Tobías, el jefe, golpeó el cristal de la puerta.—Sara, el fiscal del caso Overon quiere hablar contigo. Está en la sala cuatro.Cuarenta y cinco minutos estuvo Sara hablando con el hom
En el mortal silencio de la celda, los pesados pasos del guardia se oyeron estruendosos, y lo que hizo después fue una infernal cacofonía: golpeó con su bastón tonfa uno a unos los barrotes, desde el extremo hasta detenerse frente al prisionero.—Overon, visita —dijo, con voz severa.Cualquier reclamo hacia su inadecuada y descortés conducta sólo la potenciaría. Misael estaba separado de la población general, pues no había sido condenado todavía, pero la tortura psicológica no hacía diferencias. Estar tras los barrotes lo volvía escoria para quien los tenía delante.—No tengo cita con mi abogado hoy —dijo, sin apartar los ojos del libro que leía. La lectura mantenía sus pensamientos en movimiento, así el cerebro no se le agusanaba.—No es tu abogado, es una mujer, Sara Rojas. Es increíble que todavía haya mujeres que quieran verte.El libro salió volando de lo rápido que se levantó Misael. Esperaba no apestar a humedad y encierro, y no lucir tan deprimente.Estiró las manos y el guar
La radiante mañana devolvió a la ciudad su apariencia renovada y lustrosa. El humo ya no se olía en el aire ni opacaba el cielo, donde el sol anunciaba desde ya que desplegaría todo su fulgor. El aliento de las flores había vuelto a ser la esencia que predominaba de fondo, entre los gases vehiculares y los aromas naturales de cada ser vivo.Y en una temporada donde la naturaleza pregonaba su visual atractivo, estar impedido de apreciarla era uno de los peores castigos. —¡Overon, el desayuno!Sólo el sonido de sus pasos acompañó al guardia Jorge hasta que se detuvo frente a la celda. Su bastón seguía en su sitio.—Buenos días —le dijo Misael.El hombre deslizó la bandeja por la ranura que había a mitad de los barrotes: cereal, pan, jugo. Tendría que empezar a ejercitarse o se pondría obeso.—Afuera es una hermosa mañana y como no puedes salir a ver las flores, te traje una hasta aquí. —De un bolsillo sacó un papel doblado—. Esta es la carta que más nos ha hecho reír. Después de las asq