Eda despertó sobresaltada al escuchar la tos áspera de Christopher romper el silencio de la madrugada. El sonido era profundo, como si viniera desde lo más hondo de su pecho, y no cesaba. Se incorporó rápidamente, girándose hacia él en la penumbra de la habitación.La luna iluminaba tenuemente su rostro, y Eda notó que sus mejillas estaban enrojecidas. En un destello de memoria, recordó la escena de la mañana. Christopher empapado por la lluvia, con el cabello pegado a la frente, entregándole una pequeña bolsa con el remedio que había salido a buscar para ella, ante aquel recuerdo ella supo de inmediato que el hombre quizás había cogido un resfriado.Eda alargó la mano y la posó suavemente sobre su frente. La piel ardía como una hoguera encendida. Un nudo de culpa y preocupación se formó en su pecho. "Christopher...", susurró. Él abrió los ojos apenas, los párpados pesados por el cansancio.—Estoy bien —murmuró entrecortadamente, intentando ocultar la debilidad que sentía.—No, no lo
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