CELDA

Eda estaba sentada en el asiento trasero de la patrulla, con las manos esposadas y los ojos inundados de lágrimas que no dejaban de caer por sus mejillas. Miraba por la ventana, tratando de entender cómo su día había dado ese giro tan oscuro. Su mente daba vueltas, intentando encontrar una explicación, una salida, algo que probara su inocencia. Pero lo único que sentía era la mirada fría de los policías que no habían dudado ni un segundo en culparla.

Cuando llegaron a la estación, la bajaron con brusquedad y la condujeron a través de un pasillo estrecho y sombrío. El sonido de sus pasos resonaba en las paredes mientras otros detenidos la miraban con curiosidad y burla desde sus celdas. Finalmente, la empujaron dentro de una celda vacía y cerraron la puerta con un estruendoso ruido metálico.

Eda se dejó caer en el banco de concreto, con la cabeza entre las manos. Los sollozos que había contenido en el trayecto finalmente escaparon de su pecho.

—Esto no puede estar pasando —susurró, com
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