Después de darse una ducha, Eda apagó la luz de la lámpara de su mesita de noche y se acomodó bajo las sábanas, abrazando la almohada mientras Salem, aquel travieso gatito saltaba a la cama para acurrucarse junto a sus pies. Todo estaba en calma, solo el suave ronroneo del felino rompía el silencio. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, el sonido de la puerta abriéndose la hizo sobresaltarse.—¿Quién…? —musitó, incorporándose rápidamente y encendiendo la luz.Allí, enmarcado en la puerta con su impecable porte, estaba Christopher. Su expresión era indescifrable, y una sombra de cansancio suavizaba sus rasgos. Salem, siempre alerta, emitió un maullido de advertencia, como si compartiera la confusión de su dueña.—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Eda, con una mezcla de sorpresa y nerviosismo en la voz.Christopher, sin perder la compostura, cruzó el umbral como si aquello fuera lo más natural del mundo. Cerró la puerta tras de sí y caminó hacia la cama con una
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