El amanecer se filtraba suavemente por las cortinas de la habitación. Salem fue el primero en despertarse, estirando sus diminutas patas y maullando con suavidad. Eda abrió los ojos con lentitud, sintiendo la calidez del sol en su rostro. A su lado, Christopher ya estaba de pie, apoyado contra la puerta con los brazos cruzados y una ceja arqueada.— El felino me ha arañado esta mañana. Creo que quiere quedarse contigo y no conmigo —dijo Christopher con un tono divertido algo no muy usual en él.—Tal vez siente que eres demasiado… frío para él —respondió Eda mientras recogía a Salem en sus brazos y le daba un beso en la cabeza.—¿Frío? —Christopher dejó escapar una risa seca—. No te confundas, fiera. Puedo ser bastante cálido cuando quiero.Eda frunció el ceño, confundida por el comentario, pero decidió ignorarlo mientras se levantaba de la cama. Salem saltó de sus brazos con elegancia y corrió hacia el pasillo.—¡Ah! Se me olvidaba. Hoy me gustaría desayunar contigo en la terraza —com
La sala estaba apenas iluminada por el resplandor dorado de las lámparas de pared qué ya fueron colocadas, proyectando sombras que parecían danzar sobre los muebles, los cartones y las cortinas de terciopelo. El silencio era casi absoluto, roto únicamente por el eco distante de un reloj marcando el paso lento de los segundos.La pequeña mujer retrocede y Christopher no la detiene, ella avanza hasta la ventana y es el hombre quien va por detrás de ella. Eda permanecía de pie junto a una de las grandes ventanas, sus manos entrelazadas frente a su pecho, tratando de controlar el temblor que las recorría. Su vestido, de un azul profundo, caía con elegancia alrededor de su figura, pero incluso la tela parecía aprisionarla bajo la intensidad de aquella mirada.Christopher vuelve a colocarse por delante de ella, tan cerca que el aroma de su perfume—una mezcla de madera, cuero y algo inconfundiblemente masculino—envolvía sus sentidos. Alto, imponente, con los hombros anchos y una postura que
Después de darse una ducha, Eda apagó la luz de la lámpara de su mesita de noche y se acomodó bajo las sábanas, abrazando la almohada mientras Salem, aquel travieso gatito saltaba a la cama para acurrucarse junto a sus pies. Todo estaba en calma, solo el suave ronroneo del felino rompía el silencio. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, el sonido de la puerta abriéndose la hizo sobresaltarse.—¿Quién…? —musitó, incorporándose rápidamente y encendiendo la luz.Allí, enmarcado en la puerta con su impecable porte, estaba Christopher. Su expresión era indescifrable, y una sombra de cansancio suavizaba sus rasgos. Salem, siempre alerta, emitió un maullido de advertencia, como si compartiera la confusión de su dueña.—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Eda, con una mezcla de sorpresa y nerviosismo en la voz.Christopher, sin perder la compostura, cruzó el umbral como si aquello fuera lo más natural del mundo. Cerró la puerta tras de sí y caminó hacia la cama con una
Eda Se encontraba sentada en el sofá cuando la puerta de la entrada fue abierta nuevamente la figura imponente, pero totalmente empapado Christopher se visualiza, la pequeña mujer frunce el ceño, ella tenía el pensamiento de que su esposo cogería una gripe al encontrarse en aquellas condiciones, pero entonces visualiza una bolsa de la farmacia en las manos de Christopher solo en ese momento ella también recuerda que nuevamente habían tenido sexo sin protección, la preocupación se apodera de Eda, el temor de quedar embarazada de su esposo definitivamente sería tormentoso e ir por una pastilla con esta lluvia es imposible o quizás Christopher ha ido por la pastilla, después de todo él más interesado en que ella no quede embarazada es él.La tormenta rugía con una intensidad que hacía temblar los cristales de las ventanas. Eda estaba en el salón, sentada al borde del sofá con el ceño fruncido, mirando cómo las gotas golpeaban violentamente el vidrio. La casa, aunque cálida, parecía impre
— No estoy enamorado de Patricia y tu eres mi esposa y aquello no va a cambiar Eda, eres mi esposa en papeles y mi mujer en toda la extensión de la palabra — Eda siente como sus manos empiezan a temblar — Mi mujer, aquello tu debes de tenerlo presente siempre — la cercanía de Christopher abruma los pensamientos de Eda — Eres mía Eda, solamente mía — La yema de los dedos del hombre acarician la clavícula de su esposa, ella solo puede mantenerse allí, sin reaccionar, con la respiración caliente y entrecortada, los labios entreabiertos con cara invitación para Christopher a devorarlos, ella traga saliva.Las manos del hombre descienden hasta llegar hasta la tela de la prenda de Eda, segundos después él lo rasga, Eda siente la frescura entrar en contacto con su piel, posteriormente el cuerpo de sí esposo entra encontacto con el suyo y los labios de Christopher demandan atención, tomando posesión de los carnosos labios de su esposa, Eda solo cierra los ojos dejando que su labio se deleite
— ¿A que te refieres con el Romance en la Isla? — Pregunta ella e un susrro. Christopher da unos pasos hacia ella, con esa mirada que lograba estremecerla — Dime Christopher ¿A qué te refieres con "el romance en la isla"? —preguntó Eda, con el ceño ligeramente fruncido, aunque su voz delataba más curiosidad que molestia al preguntar por segunda vez.Christopher no respondió de inmediato. En cambio, dio un paso más hacia ella, y luego otro. Cada movimiento parecía deliberado, como si estuviera midiendo el impacto de su cercanía. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la fragancia masculina que llevaba –una mezcla de madera y especias con un leve toque cítrico– envolvió a Eda por completo. Su respiración se entrecortó, y tuvo que recordarse a sí misma no retroceder, aunque su corazón martilleaba con fuerza en su pecho.Él inclinó la cabeza hacia ella, sus ojos grises reflejando la luz del atardecer como dos tormentas contenidas.—Me refiero a que en esa isla, no hay nada que pueda dete
Eda despertó sobresaltada al escuchar la tos áspera de Christopher romper el silencio de la madrugada. El sonido era profundo, como si viniera desde lo más hondo de su pecho, y no cesaba. Se incorporó rápidamente, girándose hacia él en la penumbra de la habitación.La luna iluminaba tenuemente su rostro, y Eda notó que sus mejillas estaban enrojecidas. En un destello de memoria, recordó la escena de la mañana. Christopher empapado por la lluvia, con el cabello pegado a la frente, entregándole una pequeña bolsa con el remedio que había salido a buscar para ella, ante aquel recuerdo ella supo de inmediato que el hombre quizás había cogido un resfriado.Eda alargó la mano y la posó suavemente sobre su frente. La piel ardía como una hoguera encendida. Un nudo de culpa y preocupación se formó en su pecho. "Christopher...", susurró. Él abrió los ojos apenas, los párpados pesados por el cansancio.—Estoy bien —murmuró entrecortadamente, intentando ocultar la debilidad que sentía.—No, no lo
Eda estaba sentada en el asiento trasero de la patrulla, con las manos esposadas y los ojos inundados de lágrimas que no dejaban de caer por sus mejillas. Miraba por la ventana, tratando de entender cómo su día había dado ese giro tan oscuro. Su mente daba vueltas, intentando encontrar una explicación, una salida, algo que probara su inocencia. Pero lo único que sentía era la mirada fría de los policías que no habían dudado ni un segundo en culparla.Cuando llegaron a la estación, la bajaron con brusquedad y la condujeron a través de un pasillo estrecho y sombrío. El sonido de sus pasos resonaba en las paredes mientras otros detenidos la miraban con curiosidad y burla desde sus celdas. Finalmente, la empujaron dentro de una celda vacía y cerraron la puerta con un estruendoso ruido metálico.Eda se dejó caer en el banco de concreto, con la cabeza entre las manos. Los sollozos que había contenido en el trayecto finalmente escaparon de su pecho.—Esto no puede estar pasando —susurró, com