La sala estaba apenas iluminada por el resplandor dorado de las lámparas de pared qué ya fueron colocadas, proyectando sombras que parecían danzar sobre los muebles, los cartones y las cortinas de terciopelo. El silencio era casi absoluto, roto únicamente por el eco distante de un reloj marcando el paso lento de los segundos.La pequeña mujer retrocede y Christopher no la detiene, ella avanza hasta la ventana y es el hombre quien va por detrás de ella. Eda permanecía de pie junto a una de las grandes ventanas, sus manos entrelazadas frente a su pecho, tratando de controlar el temblor que las recorría. Su vestido, de un azul profundo, caía con elegancia alrededor de su figura, pero incluso la tela parecía aprisionarla bajo la intensidad de aquella mirada.Christopher vuelve a colocarse por delante de ella, tan cerca que el aroma de su perfume—una mezcla de madera, cuero y algo inconfundiblemente masculino—envolvía sus sentidos. Alto, imponente, con los hombros anchos y una postura que
Después de darse una ducha, Eda apagó la luz de la lámpara de su mesita de noche y se acomodó bajo las sábanas, abrazando la almohada mientras Salem, aquel travieso gatito saltaba a la cama para acurrucarse junto a sus pies. Todo estaba en calma, solo el suave ronroneo del felino rompía el silencio. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, el sonido de la puerta abriéndose la hizo sobresaltarse.—¿Quién…? —musitó, incorporándose rápidamente y encendiendo la luz.Allí, enmarcado en la puerta con su impecable porte, estaba Christopher. Su expresión era indescifrable, y una sombra de cansancio suavizaba sus rasgos. Salem, siempre alerta, emitió un maullido de advertencia, como si compartiera la confusión de su dueña.—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Eda, con una mezcla de sorpresa y nerviosismo en la voz.Christopher, sin perder la compostura, cruzó el umbral como si aquello fuera lo más natural del mundo. Cerró la puerta tras de sí y caminó hacia la cama con una
Eda Se encontraba sentada en el sofá cuando la puerta de la entrada fue abierta nuevamente la figura imponente, pero totalmente empapado Christopher se visualiza, la pequeña mujer frunce el ceño, ella tenía el pensamiento de que su esposo cogería una gripe al encontrarse en aquellas condiciones, pero entonces visualiza una bolsa de la farmacia en las manos de Christopher solo en ese momento ella también recuerda que nuevamente habían tenido sexo sin protección, la preocupación se apodera de Eda, el temor de quedar embarazada de su esposo definitivamente sería tormentoso e ir por una pastilla con esta lluvia es imposible o quizás Christopher ha ido por la pastilla, después de todo él más interesado en que ella no quede embarazada es él.La tormenta rugía con una intensidad que hacía temblar los cristales de las ventanas. Eda estaba en el salón, sentada al borde del sofá con el ceño fruncido, mirando cómo las gotas golpeaban violentamente el vidrio. La casa, aunque cálida, parecía impre
— No estoy enamorado de Patricia y tu eres mi esposa y aquello no va a cambiar Eda, eres mi esposa en papeles y mi mujer en toda la extensión de la palabra — Eda siente como sus manos empiezan a temblar — Mi mujer, aquello tu debes de tenerlo presente siempre — la cercanía de Christopher abruma los pensamientos de Eda — Eres mía Eda, solamente mía — La yema de los dedos del hombre acarician la clavícula de su esposa, ella solo puede mantenerse allí, sin reaccionar, con la respiración caliente y entrecortada, los labios entreabiertos con cara invitación para Christopher a devorarlos, ella traga saliva.Las manos del hombre descienden hasta llegar hasta la tela de la prenda de Eda, segundos después él lo rasga, Eda siente la frescura entrar en contacto con su piel, posteriormente el cuerpo de sí esposo entra encontacto con el suyo y los labios de Christopher demandan atención, tomando posesión de los carnosos labios de su esposa, Eda solo cierra los ojos dejando que su labio se deleite
Eda estaba de pie en la enorme cocina de la mansión Davenport, observando a la abuela Margaret con algo de timidez. La matriarca de los Davenport era una mujer imponente y elegante, pero siempre tenía una chispa de picardía en sus ojos, algo que desconcertaba a Eda en su totalidad, no era para nada experta en leer las personalidades de alguien y mucho menos de alguien como aquella mujer que tenía ante sus ojos.—Querida, ¿podrías llevarle esto a Christopher? —dijo la abuela, colocando una vianda perfectamente empacada sobre la mesa de mármol.—¿A la empresa? —preguntó Eda, sujetando el delantal que había insistido en usar esa mañana para ayudar en la cocina.—Por supuesto. Ese pobre muchacho siempre está trabajando. Si no le llevamos comida casera, probablemente sobreviva a base de café y decisiones apresuradas.Eda asintió, aunque la idea de aparecer de improviso en la intimidante empresa Davenport le hacía sudar las manos. No obstante, no podía negarse a la amable abuela Margaret.—
La pequeña mujer se recostó ligeramente contra el asiento del coche, ajustándose la delicada tela de su vestido mientras observaba cómo el paisaje de Londres comenzaba a cambiar. Desde que Cristopher había enviado al chofer para recogerla, todo parecía moverse a una velocidad distinta, como si cada paso que daba la acercara más al corazón de un mundo que aún le resultaba extraño, pero que, a pesar de su timidez, había aprendido a navegar. Al llegar al imponente salón, una mansión restaurada con elegancia y rodeada de jardines perfectamente cuidados, el chofer la ayudó a salir, ofreciendo una mirada discreta mientras ella ajustaba la falda de su vestido. El maquillaje impecable y el peinado perfectamente elaborado no lograban ocultar la fragilidad que la envolvía, pero, como inesperadamente Lucero había logrado que se sintiera como la mujer más hermosa en una sala llena de poderosas figuras de la alta sociedad inglesa.Mientras avanzaba hacia la entrada, el murmullo en el aire creció.
El salón principal de aquella imponente mansión para esas alturas y ante la llegada de Patricia estaba abarrotado de figuras clave del mundo empresarial. La prensa, ejecutivos influyentes y miembros de la alta sociedad no querían perderse el evento que marcaba el regreso de la familia Granville al panorama empresarial inglés, después de todos los actos ocurridos la separación de la familia Davenport y Granville después de la ruptura de Christopher y Patricia marcaba una pauta sobre una absoluta expectativa acerca de lo que sería el regreso de la mujer que Christopher adoraba con la vida. En el centro del escenario, Patricia Granville se erguía con una presencia que acallaba cualquier murmullo.Con un vestido negro impecable y una mirada calculadora, Patricia tomó el micrófono y dirigió una sonrisa medida a los asistentes. Su voz, firme y melodiosa, resonó con la claridad de quien domina tanto las palabras como el momento.—Damas y caballeros, gracias por estar aquí esta noche para pre
El hombre al percatarse del estado de su esposa informa al anfitrión de que ya es hora de abandonar la fiesta posteriormente el chofer acerca el vehículo del hombre, Christopher ayuda a Eda a subirse para que posteriormente abandonen el lugar. Christopher aceleró el coche mientras las luces de Londres se deslizaban por las ventanas, un borrón de colores que apenas podía captar su atención. Su mente estaba ocupada en la mujer que tenía a su lado. Ella había empezado a reír de manera excesiva en el vehículo, sus ojos brillantes de una chispa desconocida. Ahora, bajo la iluminación tenue del vehículo, sus rasgos se volvían más intensos; su piel resplandecía y su sonrisa, persuasiva.—Eda, ¿cómo te sientes? —preguntó Christopher, con la ronquera en su voz. Ella giró la cabeza hacia él, sus ojos destellando con una mezcla de picardía y vulnerabilidad.—Perfectamente bien, Chris. Solo que... me siento un poco más... viva y claro tengo una sensación de calor que va subiendo y arrasando con