El aire frío de la noche golpeaba el rostro de Serena mientras avanzaba por la calle, sus pasos rápidos y nerviosos resonando en la acera vacía. Las luces del Fiore de Oro quedaban atrás, y con cada paso, el eco de su frustración y miedo crecía dentro de ella. ¿Por qué todo parecía complicarse más? Las lágrimas amenazaban con salir, pero ella apretó los puños, obligándose a mantenerse fuerte. Tenía que llegar a casa. Al doblar la esquina, la calle se volvió más oscura, apenas iluminada por farolas intermitentes. Notó un grupo de hombres apoyados contra la pared, sus risas y murmullos rompiendo el silencio inquietante. Serena tragó saliva, sintiendo cómo su corazón se aceleraba. Miró a su alrededor, buscando otra ruta o algún indicio de compañía, pero no había nadie más. Sus manos temblaban mientras avanzaba, intentando mantener la mirada fija al frente.Cuando pasó junto a ellos, uno de los hombres lanzó un comentario: —Ey, preciosa, ¿a dónde vas tan sola? Serena fingió no oírlo
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