Serena observaba su rostro frente al espejo, su piel estaba pálida y sus ojos verdes enmarcados por ojeras, se quitó la gorra que hacía parte del uniforme, la hizo a un lado, cogió un poco de agua con las manos juntas y se mojó la cara en un intento por espantar el cansancio. Se quitó el delantal y guardó en su mochila. Era el día de su cumpleaños número veinte y en vez de estar celebrando, había aceptado hacer un turno doble en el restaurante de comida rápida donde trabajaba, esa noche salió tarde y agotada, pero con la expectativa de un poco más de dinero a fin de mes.
Al llegar a casa, abrió la puerta del departamento para encontrarse con el caos de siempre: la sala desordenada, los platos sucios que se apilaban en la cocina, y Alfred, su padrastro, echado en el sillón viendo tele, con una cerveza en la mano y una docena de botellas vacías en suelo.
Serena apretó los labios para contener su irritación. Ignorar a Alfred era una rutina que había aprendido para sobrevivir. Caminó directo al cuarto de su madre. Una luz suave iluminaba a su madre que estaba recostada en la cama, sus ojos estaban cerrados y su expresión era de calma, Serena la contempló por un momento, todavía no se adaptaba a la idea de verla así, hacía poco tiempo su madre era una mujer activa, llena de vida y energías y ahí estab, postrada en una cama, conectada a una sonda intravenosa que le administraba los medicamentos necesarios para mangtenerse estable.
Serena revisó la vía para administrarle el medicamento, pero un detalle la alarmó: quedaba solo una dosis, suficiente para dos días. Después de eso, necesitaría comprar más medicinas.
Besó a su madre en la frente y fua a su habitación, se arrodilló para asomarse debajo de la cama, sacó una pequeña caja de metal, ahí guardaba sus ahorros, pero al abrirla su corazópn se encogió; estaba vacía. El dinero que tanto esfuerzo le había costado ahorrar había desaparecido. Serena salió furiosa y enfrentó a Alfred.
Serena salió de su cuarto como una tormenta y se plantó frente a Alfred, que ni siquiera se inmutó ante su presencia.
—¿Dónde está mi dinero? —exigió con voz temblorosa, tratando de contener las lágrimas.
Alfred levantó la vista de la televisión y frunció el ceño, como si estuviera sinceramente molesto por la interrupción.
—¿De qué hablas? —replicó con desgano.
—¡El dinero que estaba en mi caja! ¡Era para las medicinas de mamá! —gritó Serena, sintiendo cómo la ira le quemaba el pecho.
Alfred dio un sorbo a su cerveza antes de responder.
—Tuve que usarlo para comprar comida. No dejaste nada.
—¡Hay comida en el refrigerador! —replicó Serena, señalando la cocina.
—¿Esperas que yo cocine? —rió con desdén—. Tuve que pedir algo preparado.
Serena respiró profundamente, intentando controlar su rabia.
—Gastaste el dinero de las medicinas de mi mamá, Alfred. ¿Cómo esperas que lo consiga ahora?
—No te preocupes, ya tengo eso cubierto. Mi jefe me dará el dinero.
Serena frunció el ceño, desconfiada.
—¿Tu jefe? Pero si no trabajas.
—Conseguí un trabajo —respondió con un tono que pretendía ser convincente—. Mira, si quieres el dinero, ve tú misma. Aquí está la dirección. Pregunta por Gianni y dile que yo te envié. Ellos te lo darán.
Le entregó una tarjeta con una dirección y un nombre: "Il Fiore d’Oro", un bar restaurante de aspecto elegante. Serena lo miró con incredulidad.
—¿Y por qué no vas tú? —inquirió.
—Es de noche, hace frío y estoy resfriado —dijo Alfred, fingiendo tos—. Además, no vayas así. Arréglate un poco. Es un lugar elegante y no quiero pasar vergüenza por tu culpa.
Con los dientes apretados, Serena tomó la tarjeta y se dirigió a su habitación. Se dio un baño rápido y eligió la ropa más decente que tenía: un vestido sencillo, pero que acentuaba su figura. Frente al espejo, acomodó su cabello castaño oscuro, que caía en ondas suaves sobre sus hombros. Sus ojos verdes, rodeados de ojeras por el cansancio, aún conservaban un brillo intenso que contrastaba con su piel clara. No era fanática del maquillaje, pero aplicó un toque de lápiz labial para verse más presentable.
Antes de salir, lanzó una última advertencia.
—Si vuelves a tocar el dinero de mi mamá, llamaré a la policía.
Alfred soltó una carcajada burlona.
—Ve tranquila, niña. No hagas esperar a Gianni.
Serena salió de la casa aún molesta, sin notar que Alfred levantaba el teléfono apenas se cerró la puerta.
—Gianni, la chica va en camino —dijo con tono complacido.
—Espero que esté a la altura —respondió la voz al otro lado de la línea—. Si no, no cubrirá el valor de tu deuda.
—Te aseguro que vale cada centavo. Es bonita, joven y, lo más importante, virgen. Podrías triplicar el valor.
La conversación terminó con una risa siniestra, mientras Serena caminaba hacia "Il Fiore d’Oro", ignorando por completo el peligro que la aguardaba.
Era viernes y Il Fiore d’Oro estaba abarrotado. Gente estirada que veía a los demás por encima del hombro, sentados en sus traseros operados, comiendo sus platos exageradamente caros. Gianni también estaba ahí, pero él no era uno de esos ricos exquisitos que se creían superiores. Todos los hombres sentados a su mesa trabajaban para él, pero, a la vez, eran como de la familia. La noche era prometedora: les había prometido diversión a los chicos y pensaba dárselas.—¿Cuándo llegarán las chicas? —preguntó Pietro mientras llenaba su vaso con el whisky fino que Gianni había pedido para ellos. Después de terminarse tres botellas enteras, todos, menos Gianni, estaban ebrios.—Pronto —aseguró Gianni—. Muy pronto —agregó mirando hacia la entrada.Vio llegar a una chica que llevaba un vestido que le llegaba a la mitad del muslo y estaba lleno de tantas lentejuelas plateadas que podrían iluminar toda la ciudad.—Me parece que llegó la primera —anunció mientras sacaba una tarjeta de su bolsillo.
El ascensor se detuvo con un leve tintineo, y Serena salió al pasillo, sujetando la tarjeta con fuerza. La alfombra bajo sus pies era gruesa y silenciosa, y las paredes estaban decoradas con cuadros abstractos que no entendía. Caminó hasta la puerta marcada con el número "222". Respiró hondo antes de deslizar la tarjeta en la ranura. La puerta se abrió con un suave clic, revelando una suite lujosa y sorprendentemente acogedora. Adentrándose, lo primero que notó fue el silencio, interrumpido solo por el zumbido suave del aire acondicionado. Había un sofá de cuero negro, una mesa baja con una botella de vino y dos copas preparadas, y un ventanal que ofrecía una vista impresionante de la ciudad iluminada. Todo parecía sacado de una película. Serena dejó escapar un suspiro nervioso. ¿Qué estaba haciendo allí? Su instinto le gritaba que diera media vuelta y saliera corriendo, pero el recuerdo de su madre en la cama, débil y necesitada de medicinas, la mantuvo firme. "Solo hablo con Gian
El aire frío de la noche golpeaba el rostro de Serena mientras avanzaba por la calle, sus pasos rápidos y nerviosos resonando en la acera vacía. Las luces del Fiore de Oro quedaban atrás, y con cada paso, el eco de su frustración y miedo crecía dentro de ella. ¿Por qué todo parecía complicarse más? Las lágrimas amenazaban con salir, pero ella apretó los puños, obligándose a mantenerse fuerte. Tenía que llegar a casa. Al doblar la esquina, la calle se volvió más oscura, apenas iluminada por farolas intermitentes. Notó un grupo de hombres apoyados contra la pared, sus risas y murmullos rompiendo el silencio inquietante. Serena tragó saliva, sintiendo cómo su corazón se aceleraba. Miró a su alrededor, buscando otra ruta o algún indicio de compañía, pero no había nadie más. Sus manos temblaban mientras avanzaba, intentando mantener la mirada fija al frente.Cuando pasó junto a ellos, uno de los hombres lanzó un comentario: —Ey, preciosa, ¿a dónde vas tan sola? Serena fingió no oírlo
La noche parecía más fría ahora que el peligro había pasado. Serena caminaba en silencio, con pasos rápidos y decididos, como si quisiera poner la mayor distancia posible entre ellos y lo ocurrido. Angelo la seguía de cerca, sus ojos atentos al entorno, listo para intervenir si algo más sucedía. Había algo en aquella chica que lo intrigaba profundamente, más allá de la curiosa coincidencia de encontrar su pulsera. Tras unas cuadras, Serena tomó la delantera, conociendo el camino mejor que él. Angelo permaneció detrás, respetando su espacio pero sin perderla de vista. El silencio entre ambos se hacía incómodo, cargado de palabras no dichas. Finalmente, él rompió la tensión: —¿Acostumbras a meterte en tantos problemas? Serena se detuvo abruptamente y lo miró por encima del hombro, sorprendida por la pregunta. —¿De qué hablas? Angelo encogió los hombros, tratando de aligerar el tono. —En una sola noche has aparecido en la habitación de un extraño y has terminado rodeada de un
Los pasos de Angelo resonaron firmes al cruzar el vestíbulo del Fiore d'Oro. Su mente vagaba entre los recuerdos de la noche y la imagen de Serena, la joven que había dejado frente a su edificio. Había algo en ella, una fragilidad envuelta en valentía, que lo intrigaba más de lo que quería admitir.Cuando finalmente cerró la puerta de su suite, se quitó el abrigo y se desplomó en el sillón, encendiendo el móvil para revisar sus mensajes. Apenas pasaron unos segundos antes de que la pantalla se iluminara con una llamada. Angelo no dudó en contestar.—Dime.— Su voz era grave y autoritaria.—Angelo, tenemos algo importante. Necesito que vengas al almacén. —La voz al otro lado del teléfono era tensa, casi temblorosa.—Voy en camino.Angelo colgó sin más explicación. Se levantó, tomó las llaves del auto y dejó la suite. Mientras descendía por el ascensor, su mente divagó de nuevo hacia Serena. ¿Estaría bien? El pensamiento lo irritó. No era su problema, pero aun así, le resultaba difícil s