Serena observaba su rostro frente al espejo, su piel estaba pálida y sus ojos verdes enmarcados por ojeras, se quitó la gorra que hacía parte del uniforme, la hizo a un lado, cogió un poco de agua con las manos juntas y se mojó la cara en un intento por espantar el cansancio. Se quitó el delantal y guardó en su mochila. Era el día de su cumpleaños número veinte y en vez de estar celebrando, había aceptado hacer un turno doble en el restaurante de comida rápida donde trabajaba, esa noche salió tarde y agotada, pero con la expectativa de un poco más de dinero a fin de mes. Al llegar a casa, abrió la puerta del departamento para encontrarse con el caos de siempre: la sala desordenada, los platos sucios que se apilaban en la cocina, y Alfred, su padrastro, echado en el sillón viendo tele, con una cerveza en la mano y una docena de botellas vacías en suelo.Serena apretó los labios para contener su irritación. Ignorar a Alfred era una rutina que había aprendido para sobrevivir. Caminó dir
Era viernes y Il Fiore d’Oro estaba abarrotado. Gente estirada que veía a los demás por encima del hombro, sentados en sus traseros operados, comiendo sus platos exageradamente caros. Gianni también estaba ahí, pero él no era uno de esos ricos exquisitos que se creían superiores. Todos los hombres sentados a su mesa trabajaban para él, pero, a la vez, eran como de la familia. La noche era prometedora: les había prometido diversión a los chicos y pensaba dárselas.—¿Cuándo llegarán las chicas? —preguntó Pietro mientras llenaba su vaso con el whisky fino que Gianni había pedido para ellos. Después de terminarse tres botellas enteras, todos, menos Gianni, estaban ebrios.—Pronto —aseguró Gianni—. Muy pronto —agregó mirando hacia la entrada.Vio llegar a una chica que llevaba un vestido que le llegaba a la mitad del muslo y estaba lleno de tantas lentejuelas plateadas que podrían iluminar toda la ciudad.—Me parece que llegó la primera —anunció mientras sacaba una tarjeta de su bolsillo.
El ascensor se detuvo con un leve tintineo, y Serena salió al pasillo, sujetando la tarjeta con fuerza. La alfombra bajo sus pies era gruesa y silenciosa, y las paredes estaban decoradas con cuadros abstractos que no entendía. Caminó hasta la puerta marcada con el número "222". Respiró hondo antes de deslizar la tarjeta en la ranura. La puerta se abrió con un suave clic, revelando una suite lujosa y sorprendentemente acogedora. Adentrándose, lo primero que notó fue el silencio, interrumpido solo por el zumbido suave del aire acondicionado. Había un sofá de cuero negro, una mesa baja con una botella de vino y dos copas preparadas, y un ventanal que ofrecía una vista impresionante de la ciudad iluminada. Todo parecía sacado de una película. Serena dejó escapar un suspiro nervioso. ¿Qué estaba haciendo allí? Su instinto le gritaba que diera media vuelta y saliera corriendo, pero el recuerdo de su madre en la cama, débil y necesitada de medicinas, la mantuvo firme. "Solo hablo con Gian
El aire frío de la noche golpeaba el rostro de Serena mientras avanzaba por la calle, sus pasos rápidos y nerviosos resonando en la acera vacía. Las luces del Fiore de Oro quedaban atrás, y con cada paso, el eco de su frustración y miedo crecía dentro de ella. ¿Por qué todo parecía complicarse más? Las lágrimas amenazaban con salir, pero ella apretó los puños, obligándose a mantenerse fuerte. Tenía que llegar a casa. Al doblar la esquina, la calle se volvió más oscura, apenas iluminada por farolas intermitentes. Notó un grupo de hombres apoyados contra la pared, sus risas y murmullos rompiendo el silencio inquietante. Serena tragó saliva, sintiendo cómo su corazón se aceleraba. Miró a su alrededor, buscando otra ruta o algún indicio de compañía, pero no había nadie más. Sus manos temblaban mientras avanzaba, intentando mantener la mirada fija al frente.Cuando pasó junto a ellos, uno de los hombres lanzó un comentario: —Ey, preciosa, ¿a dónde vas tan sola? Serena fingió no oírlo
La noche parecía más fría ahora que el peligro había pasado. Serena caminaba en silencio, con pasos rápidos y decididos, como si quisiera poner la mayor distancia posible entre ellos y lo ocurrido. Angelo la seguía de cerca, sus ojos atentos al entorno, listo para intervenir si algo más sucedía. Había algo en aquella chica que lo intrigaba profundamente, más allá de la curiosa coincidencia de encontrar su pulsera. Tras unas cuadras, Serena tomó la delantera, conociendo el camino mejor que él. Angelo permaneció detrás, respetando su espacio pero sin perderla de vista. El silencio entre ambos se hacía incómodo, cargado de palabras no dichas. Finalmente, él rompió la tensión: —¿Acostumbras a meterte en tantos problemas? Serena se detuvo abruptamente y lo miró por encima del hombro, sorprendida por la pregunta. —¿De qué hablas? Angelo encogió los hombros, tratando de aligerar el tono. —En una sola noche has aparecido en la habitación de un extraño y has terminado rodeada de un