EL ENCUENTRO

El ascensor se detuvo con un leve tintineo, y Serena salió al pasillo, sujetando la tarjeta con fuerza. La alfombra bajo sus pies era gruesa y silenciosa, y las paredes estaban decoradas con cuadros abstractos que no entendía. Caminó hasta la puerta marcada con el número "222". Respiró hondo antes de deslizar la tarjeta en la ranura. La puerta se abrió con un suave clic, revelando una suite lujosa y sorprendentemente acogedora.

Adentrándose, lo primero que notó fue el silencio, interrumpido solo por el zumbido suave del aire acondicionado. Había un sofá de cuero negro, una mesa baja con una botella de vino y dos copas preparadas, y un ventanal que ofrecía una vista impresionante de la ciudad iluminada. Todo parecía sacado de una película.

Serena dejó escapar un suspiro nervioso. ¿Qué estaba haciendo allí? Su instinto le gritaba que diera media vuelta y saliera corriendo, pero el recuerdo de su madre en la cama, débil y necesitada de medicinas, la mantuvo firme. "Solo hablo con Gianni, le explico, y luego me voy", se dijo, tratando de convencerse.

Se sentó en el sofá, manteniéndose en el borde, con las manos cruzadas en su regazo. El tiempo pasaba lento, y su incomodidad crecía con cada segundo. Entonces, la puerta se abrió de nuevo.

Un hombre entró, alto, de cabello oscuro perfectamente peinado y con un porte que irradiaba autoridad. Vestía un traje negro impecable, con la camisa desabotonada en el cuello, como si el protocolo no pudiera contenerlo del todo. Sus ojos grises se encontraron con los de Serena, y en un instante, todo en la habitación pareció detenerse.

Ángelo cerró la puerta tras de sí y avanzó con paso seguro. Observó a Serena sin disimulo, como si tratara de descifrar un enigma. Ella se levantó de un salto, apretando los puños a los costados.

—¿Quién eres tú? —preguntó, intentando sonar firme, aunque su voz tembló un poco.

Ángelo ladeó la cabeza, intrigado. No era común que alguien lo desafiara así.

—Podría preguntarte lo mismo, pero supongo que eres el "regalo" del que Gianni hablaba. —Su tono era frío, distante, como si la palabra "regalo" le disgustara.

Serena frunció el ceño, confundida.

—¿Regalo? Yo no soy ningún regalo. Vine porque Gianni me dijo que lo esperara aquí.

Ángelo se acercó un poco más, lo suficiente para notar la tensión en sus hombros y el ligero temblor en sus manos.

—¿Gianni te envió? —inquirió con dureza, como si confirmara una sospecha.

—Sí. Mi padrastro, Alfred, dijo que aquí conseguiría dinero para las medicinas de mi mamá. —La voz de Serena se quebró ligeramente al final, pero se mantuvo de pie, mirándolo con una mezcla de desafío y desesperación.

Ángelo sintió un leve peso en el pecho. No era raro que Gianni usara a personas vulnerables para sus negocios, pero había algo en esta chica que lo descolocaba. Su inocencia no era fingida, y sus palabras tenían una sinceridad que contrastaba brutalmente con el mundo que él conocía.

—Escucha, no sé qué te dijo tu padrastro o Gianni, pero este no es un lugar donde consigas lo que buscas.

Las palabras de Ángelo cayeron sobre Serena como un balde de agua fría. Su corazón se encogió ante la posibilidad de no recuperar el dinero que tanto necesitaba. Apretó los puños, luchando contra las lágrimas. No podía permitirse llorar, no ahora.

—No me iré sin lo que vine a buscar —dijo, su voz firme a pesar del temblor en sus manos.

Ángelo arqueó una ceja, desconcertado. Nadie le hablaba así. Quien lo hacía no solía vivir para contarlo. Sin embargo, la situación no lo enojaba; le causaba gracia.

—¿Qué estás dispuesta a hacer para obtenerlo? —preguntó con un tono arrogante, acercándose un paso más.

El rostro de Serena se enrojeció de indignación. Lo miró con los ojos abiertos como platos, sorprendida y ofendida.

—No soy ese tipo de mujer —dijo con un hilo de voz.

Ángelo notó la intensidad en su reacción. No era solo una negativa, era una muestra de su naturaleza. En el ambiente en el que él se movía, no existían chicas como ella. Eso llamó su atención.

—Lamento haber incomodado —agregó Serena, con la voz quebrada. Dio media vuelta, decidida a marcharse, pero antes de que pudiera alcanzar la puerta, Ángelo la sujetó por la muñeca.

—¿No era esto tan importante? —preguntó, con un deje de burla en su voz.

Serena lo miró, sus ojos llenos de lágrimas contenidas.

—Lo es. Pero no a cualquier precio.

El peso de sus palabras y la expresión en su rostro hicieron que Ángelo la soltara. Serena aprovechó el momento para apartarse y salir de la habitación. Ángelo la observó marcharse, intrigado. Una parte de él quería detenerla, darle el dinero que tanto necesitaba, pero hacerlo dañaría la fachada de dureza que había construido durante años.

Serena salió al pasillo, el corazón latiéndole con fuerza. Cuando el ascensor se cerró detrás de ella, las lágrimas que había contenido comenzaron a fluir.

—¡Maldito Alfred! —murmuró entre dientes, limpiándose el rostro con las mangas de su abrigo.

Cuando llegó al vestíbulo, Gianni no estaba por ningún lado. La desesperación la envolvió. Afuera, la noche era fría y hostil. Caminó sin rumbo, con las manos temblorosas y los sollozos ahogados, maldiciendo en su mente y sintiéndose más sola que nunca.

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