La noche parecía más fría ahora que el peligro había pasado. Serena caminaba en silencio, con pasos rápidos y decididos, como si quisiera poner la mayor distancia posible entre ellos y lo ocurrido. Angelo la seguía de cerca, sus ojos atentos al entorno, listo para intervenir si algo más sucedía. Había algo en aquella chica que lo intrigaba profundamente, más allá de la curiosa coincidencia de encontrar su pulsera.
Tras unas cuadras, Serena tomó la delantera, conociendo el camino mejor que él. Angelo permaneció detrás, respetando su espacio pero sin perderla de vista. El silencio entre ambos se hacía incómodo, cargado de palabras no dichas. Finalmente, él rompió la tensión: —¿Acostumbras a meterte en tantos problemas? Serena se detuvo abruptamente y lo miró por encima del hombro, sorprendida por la pregunta. —¿De qué hablas? Angelo encogió los hombros, tratando de aligerar el tono. —En una sola noche has aparecido en la habitación de un extraño y has terminado rodeada de un montón de hombres. Nada mal para una sola jornada. Ella no respondió de inmediato. Su mirada se endureció por un instante, pero al ver el atisbo de arrepentimiento en los ojos de Angelo, simplemente suspiró y continuó caminando. —Lo siento —dijo él tras unos pasos, su voz más suave—. No quería decirlo de esa manera. —Está bien. No importa —respondió Serena, aunque su tono sonaba cansado—. Solo quiero llegar a casa. Angelo notó el brillo en los ojos de la chica, las marcas de lágrimas recientes en su rostro. Sintió un nudo en el pecho al pensar en todo lo que ella había pasado esa noche. Buscando romper el silencio, comentó: —Tu nombre, Serena, es... diferente. Ella volteó ligeramente la cabeza hacia él mientras caminaban, como si la pregunta la hubiera tomado desprevenida. —Mi madre lo eligió —dijo después de un momento de duda—. Cuando nací, no lloré como lo hacen los demás bebés. Solo respiré hondo y me quedé en silencio mientras me limpiaban. Incluso cuando me pusieron en sus brazos, seguí tranquila, como si no tuviera nada de qué preocuparme. Por eso me llamó Serena. Angelo sonrió ligeramente, imaginando a la recién nacida en esa escena. Había algo encantador en la simplicidad del relato, en cómo ese detalle pequeño pero significativo le había dado identidad. —¿Fue tu madre quien te regaló la pulsera? —preguntó con curiosidad. Serena bajó la mirada, jugueteando con el objeto en su muñeca. Parecía debatirse entre responder o no. Finalmente, habló con un ligero sonrojo en las mejillas. —No. Fue... fue mi novio. Angelo se detuvo por un instante, el impacto de aquella palabra reverberando en su interior. ¿Novio? No entendía por qué aquello lo afectaba. No tenía derecho a sentir nada respecto a la vida de aquella chica, y sin embargo, algo dentro de él se revolvía incómodamente. —Ah —dijo, esforzándose por parecer neutral—. Serena no agregó nada más y señaló hacia adelante. —Ya llegamos. Angelo siguió su mirada hasta un edificio pequeño y algo destartalado. La pintura de las paredes estaba desconchada, y las luces del vestíbulo parpadeaban débilmente. —Gracias por acompañarme —dijo Serena, dándose la vuelta para mirarlo—. En serio. —Espera un momento —respondió él, deteniéndola antes de que pudiera entrar. Serena lo miró confundida mientras Angelo tomaba su mano. Con la otra, sacó un fajo de billetes de su bolsillo y los colocó en la palma de ella. —Espero que esto cubra los gastos de la medicina de tu madre —dijo con seriedad, recordando las palabras que ella había mencionado en su habitación. Los ojos de Serena se abrieron con sorpresa, pero antes de que pudiera responder, una voz masculina interrumpió la escena: —¿Serena? Ambos se giraron hacia la entrada del edificio. Un joven de cabello castaño y rostro juvenil, probablemente de la misma edad que Serena, se acercaba con el ceño ligeramente fruncido. —Jared... —murmuró Serena, retirando la mano de la de Angelo rápidamente y escondiendo los billetes en el bolsillo de su abrigo. Angelo observó el intercambio con atención. La expresión en el rostro de Serena, un tanto nerviosa, y la familiaridad en el tono del chico le dieron la respuesta que no había querido oír: *él es el novio.* —¿Todo bien? —preguntó Jared, mirando a Angelo con recelo. —Sí, él solo me acompañó hasta aquí —respondió Serena apresuradamente, queriendo evitar cualquier malentendido. Angelo mantuvo la calma, pero dentro de él, la incomodidad crecía. —Será mejor que entre —dijo Serena con una sonrisa forzada—. Gracias de nuevo. Él asintió, viendo cómo ambos entraban al edificio. Cuando la puerta se cerró tras ellos, Angelo se quedó allí por un momento, sintiendo una mezcla de emociones que no supo identificar del todo. Finalmente, se dio la vuelta y comenzó a caminar, tratando de ignorar el peso que Serena, inexplicablemente, había dejado en su mente.Los pasos de Angelo resonaron firmes al cruzar el vestíbulo del Fiore d'Oro. Su mente vagaba entre los recuerdos de la noche y la imagen de Serena, la joven que había dejado frente a su edificio. Había algo en ella, una fragilidad envuelta en valentía, que lo intrigaba más de lo que quería admitir.Cuando finalmente cerró la puerta de su suite, se quitó el abrigo y se desplomó en el sillón, encendiendo el móvil para revisar sus mensajes. Apenas pasaron unos segundos antes de que la pantalla se iluminara con una llamada. Angelo no dudó en contestar.—Dime.— Su voz era grave y autoritaria.—Angelo, tenemos algo importante. Necesito que vengas al almacén. —La voz al otro lado del teléfono era tensa, casi temblorosa.—Voy en camino.Angelo colgó sin más explicación. Se levantó, tomó las llaves del auto y dejó la suite. Mientras descendía por el ascensor, su mente divagó de nuevo hacia Serena. ¿Estaría bien? El pensamiento lo irritó. No era su problema, pero aun así, le resultaba difícil s
Serena observaba su rostro frente al espejo, su piel estaba pálida y sus ojos verdes enmarcados por ojeras, se quitó la gorra que hacía parte del uniforme, la hizo a un lado, cogió un poco de agua con las manos juntas y se mojó la cara en un intento por espantar el cansancio. Se quitó el delantal y guardó en su mochila. Era el día de su cumpleaños número veinte y en vez de estar celebrando, había aceptado hacer un turno doble en el restaurante de comida rápida donde trabajaba, esa noche salió tarde y agotada, pero con la expectativa de un poco más de dinero a fin de mes. Al llegar a casa, abrió la puerta del departamento para encontrarse con el caos de siempre: la sala desordenada, los platos sucios que se apilaban en la cocina, y Alfred, su padrastro, echado en el sillón viendo tele, con una cerveza en la mano y una docena de botellas vacías en suelo.Serena apretó los labios para contener su irritación. Ignorar a Alfred era una rutina que había aprendido para sobrevivir. Caminó dir
Era viernes y Il Fiore d’Oro estaba abarrotado. Gente estirada que veía a los demás por encima del hombro, sentados en sus traseros operados, comiendo sus platos exageradamente caros. Gianni también estaba ahí, pero él no era uno de esos ricos exquisitos que se creían superiores. Todos los hombres sentados a su mesa trabajaban para él, pero, a la vez, eran como de la familia. La noche era prometedora: les había prometido diversión a los chicos y pensaba dárselas.—¿Cuándo llegarán las chicas? —preguntó Pietro mientras llenaba su vaso con el whisky fino que Gianni había pedido para ellos. Después de terminarse tres botellas enteras, todos, menos Gianni, estaban ebrios.—Pronto —aseguró Gianni—. Muy pronto —agregó mirando hacia la entrada.Vio llegar a una chica que llevaba un vestido que le llegaba a la mitad del muslo y estaba lleno de tantas lentejuelas plateadas que podrían iluminar toda la ciudad.—Me parece que llegó la primera —anunció mientras sacaba una tarjeta de su bolsillo.
El ascensor se detuvo con un leve tintineo, y Serena salió al pasillo, sujetando la tarjeta con fuerza. La alfombra bajo sus pies era gruesa y silenciosa, y las paredes estaban decoradas con cuadros abstractos que no entendía. Caminó hasta la puerta marcada con el número "222". Respiró hondo antes de deslizar la tarjeta en la ranura. La puerta se abrió con un suave clic, revelando una suite lujosa y sorprendentemente acogedora. Adentrándose, lo primero que notó fue el silencio, interrumpido solo por el zumbido suave del aire acondicionado. Había un sofá de cuero negro, una mesa baja con una botella de vino y dos copas preparadas, y un ventanal que ofrecía una vista impresionante de la ciudad iluminada. Todo parecía sacado de una película. Serena dejó escapar un suspiro nervioso. ¿Qué estaba haciendo allí? Su instinto le gritaba que diera media vuelta y saliera corriendo, pero el recuerdo de su madre en la cama, débil y necesitada de medicinas, la mantuvo firme. "Solo hablo con Gian
El aire frío de la noche golpeaba el rostro de Serena mientras avanzaba por la calle, sus pasos rápidos y nerviosos resonando en la acera vacía. Las luces del Fiore de Oro quedaban atrás, y con cada paso, el eco de su frustración y miedo crecía dentro de ella. ¿Por qué todo parecía complicarse más? Las lágrimas amenazaban con salir, pero ella apretó los puños, obligándose a mantenerse fuerte. Tenía que llegar a casa. Al doblar la esquina, la calle se volvió más oscura, apenas iluminada por farolas intermitentes. Notó un grupo de hombres apoyados contra la pared, sus risas y murmullos rompiendo el silencio inquietante. Serena tragó saliva, sintiendo cómo su corazón se aceleraba. Miró a su alrededor, buscando otra ruta o algún indicio de compañía, pero no había nadie más. Sus manos temblaban mientras avanzaba, intentando mantener la mirada fija al frente.Cuando pasó junto a ellos, uno de los hombres lanzó un comentario: —Ey, preciosa, ¿a dónde vas tan sola? Serena fingió no oírlo