Alina PetrovnaDesde mi ventana, la escena se desplegaba ante mis ojos con una claridad inquietante. El jardín de Viktor estaba iluminado por luces tenues que colgaban de los árboles, creando un ambiente casi mágico, como si la oscuridad de la noche pudiera ser ignorada por un momento. El aire estaba impregnado con risas apagadas y murmullos que se mezclaban con el sonido de los cristales al chocar, el perfume de la exclusividad flotando entre la brisa. Era una fiesta privada, tan lujosa como decadente, y aunque estaba a una distancia prudente, no podía evitar sentirme como una espectadora involuntaria.El coronel estaba allí, de pie en el centro de su propio dominio. Su figura alta y poderosa destacaba incluso en la penumbra. Había algo en su postura, en la forma en que se mantenía erguido, que me recordaba a un depredador que sabía exactamente lo que hacía, alguien que había nacido para comandar. A su lado, Dmitry, observaba todo con una sonrisa impasible, como si nada le sorprendie
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