Macario estaba sentado, su rostro surcado por arrugas profundas, y las manos, firmemente apoyadas sobre la mesa, entrelazadas como si fueran un nudo que no pudiera soltarse. Frente a él, Mauricio daba pequeños sorbos a su vaso, evitando la mirada del hombre que lo observaba fijamente, como si le estuviera pidiendo cuentas por algo. La habitación estaba en silencio, tan denso que hasta el aire parecía espeso.—Te vas a casar con Lupita, Mauricio —dijo Macario, sin rodeos, con una voz firme, que no dejaba lugar a dudas. Cada palabra salía de su boca con la precisión de un disparo.Mauricio levantó la mirada, sorprendido por la brusquedad de la afirmación. Pero Macario no le dio tiempo para contestar.—No me importa lo que hayas o no hayas hecho, —continuó Macario, apretando los dientes con rabia contenida— pero lo que no voy a permitir es que mi hija quede con el nombre embarrado.Sus ojos, como dos brasas encendidas, no dejaban de mirar a Mauricio. La furia estaba contenida en su voz,
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