—¿Me mandó a llamar, mi Señor?—El sol de la tarde asomaba por los cristales de la ventana con timidez. Ada se encontraba de pie en la oficina de Tabar, las manos entrelazadas sobre el vientre, a la expectativa de cualquier palabra que saliera de los labios del hombre. Tabar se levantó de su silla con pesadez. Parecía cargar en el cuerpo el cansancio de mil días más todo aquello que lo atormentaba sólo había sucedido en ese día que parecía jamás acabar. —Si, hay algunas cosas que debo discutir contigo.— Se recostó sobre el escritorio quedando frente a frente con la mujer, inspeccionando cada detalle de sus ropajes. Maldijo por dentro al comprobar que las palabras de Munira eran ciertas. Era normal incluso entre las sirvientas de alto rango usar túnicas de lino crudo pues eran fáciles de lavar y no era costoso cambiarlas. La túnica de invierno que llevaba Ada era de una costosa e impoluta seda blanca que destacaba entre las demás. Sus mangas caían en flecos ostentosos que se diferenci
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